Agustín Fernández Mallo, Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma; Anagrama, Barcelona, 2009
[Esta reseña es la extended version de la aparecida en el número de octubre de la revista Mercurio]
Déjame seguir. Hay sistemas que no funcionan en absoluto. Otros sirven para explicar un hecho en relación con muchas verdades posibles, surgidas de otros sistemas. Otros son sistemas de espectro muy cerrado, hasta unívocos. Hay sistemas de comunicación entre dos relaciones preexistentes y otros que realizan lo que solo podemos llamar creación.
Enrique Prochazka (1)
En la ciencia se trata de explicar lo que no se sabía de manera que se entienda. En la literatura uno se comporta justo al contrario.
Paul Dirac
Los jóvenes están buscando el arte en las conexiones cerebrales que se dan en las calles. En las sinapsis. Rizomas. En esos espacios que quedan en los procesos de conexión. Ellos están conectándose. Ellos son ellos, no son uno. Ellos están marcando haciendo ahí la literatura, la escritura. Ellos están en las redes colgados todo el día y conectados entre ellos (…)
Claudia Apablaza (2)
Frente a la apatía teórica de sus mayores, parece que la mayoría de los poetas nacidos con posterioridad a 1960 afrontan sin complejos la necesaria tarea –a mi modesto juicio– de explicitar en una poética sus claves constructivas, los rudimentos de su arte; y ese propósito afecta a autores muy distintos y de prácticas muy diferentes o casi opuestas entre ellos (Riechmann, Santamaría, Álvaro García, Méndez Rubio, Falcón, Eduardo García, Bagué, entre muchos otros). Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) se suma a esta sana tendencia con Postpoesía, un interesante ensayo de poética que participa de unas claves (un “nuevo paradigma”, explica el autor, en términos kuhnianos) inéditas en todos los demás.
Comenzando del final hacia el principio (siguiendo una de las reglas de la propia postpoética que el libro defiende), Mallo sostiene, sobre una tesis de Nicolas Bourriaud, que vivimos en la Altermodernidad, entendiendo como tal el espacio artístico que ha seguido a la posmodernidad. La tesis de Bourriaud, que es más una red para unir artistas muy distintos en una exposición que una auténtica teoría en el sentido duro del término, le viene bien a Mallo para tejer su propia red conceptual, que parte precisamente de la teoría de las redes complejas para presentarse como una alternativa a la poesía tradicional u Ortodoxa. Es poco frecuente plantear una poética a partir de un ataque a los demás (disfrazado de comparación), y me parece un modo tan bueno como cualquier otro de plantear una poética, ya que todo planteamiento estético individual es un ponerse al margen del resto. Pero si el ataque –como sucede en Postpoética- es frontal, directo y general, debe estar bien articulado, debe conocer a fondo aquello que combate. “Es el nombre de aquello que destruyes / lo menos que debieras saber”, decía Aníbal Núñez, en un poema significativamente titulado “Derribo”. Y quizá el problema es que el punto de partida del ataque de Fernández Mallo es, sin embargo, discutible: considera el autor que “una mayoría abrumadora de la poesía publicada en todas las lenguas oficiales de este país parece no haberse enterado del cambio operado no sólo por el resto de las artes antes descrito, sino por el conjunto de lo que damos en llamar sociedades técnico-desarrolladas” (p. 25), lo cual es cierto, siempre que nos atengamos, como él hace, al dúo terminológico “poesía publicada”, pero no es en absoluto así si nos referimos a una poesía en sentido amplio, que en ocasiones sucede fuera de lo “publicable”: la holopoesía, la poesía fractal, la poesía visual, la cinepoesía, el videopoema, los poetubes (videopoemas pensados para el formato Youtube), la e-poetry (que tiene, gracias al impulso continuo de Laura Borràs, un festival anual ya clásico en Barcelona), la slam-poetry o spoken word, la hiperpoesía, la poesía experimental, la polipoesía, la unfinished poetry (cf. http://theunbook.com/), la poesía objetual y un largo etcétera de posibilidades expandidas sobre las que Mallo pasa por encima, y que son practicados desde hace tiempo por un enorme numeral de poetas españoles. Mallo sólo se refiere a “ciberpoesía y holopoesía” aunque añadiendo que no entran dentro del ámbito de la postpoesía porque “no tienen por qué utilizar metáforas contemporáneas para articular sus obras. La poesía postpoética habla más bien de la naturaleza de las metáforas que sirven de soporte al poema” (p. 32). Esto mueve a preguntarnos: ¿y qué ocurre cuando –como suele suceder– la ciberpoesía o la holopoesía sí se interesan por las metáforas contemporáneas? Por no hablar del hecho de que estas ramas, en sí mismas, son metáforas de la contemporaneidad. Pero, yendo más allá, incluso en la poesía “publicada” hay ya bastantes ejemplos de lo que sería para Mallo postpoesía, y desde luego contamos desde hace lustros, por no decir decenios, con un sector de la poesía española muy consciente de los cambios tecnológicos, científicos y filosóficos; un sector que cita u utiliza –explícita o indirectamente– a los mismos científicos, artistas, filósofos y pensadores estéticos a los que Mallo hace referencia en su ensayo (3). También es injusto e improcedente que diga el autor que “en cualquier tratado o revisión de poesía actual todas las referencias anteriores son mínimas o sencillamente no existen (…) las referencias a filósofos de la ciencia, a físicos cuánticos, a semióticos, a escritores de ciencia-futura (…) a metafísicos, a filósofos del lenguaje” (p. 26); ignoro qué tratados sobre poesía actual lee Fernández Mallo, pero desde luego en los que han escrito autores como Antonio Méndez Rubio, Fernando R. de la Flor, Jaime Siles, Jenaro Talens, Alberto Santamaría, Germán Labrador, Julián Jiménez Heffernan, Alfredo Saldaña, Eduardo García, Luis Bagué Quílez, Jordi Doce, Jordi Ardanuy, J. M. Cuesta Abad y un largo etcétera, no sólo están presentes esas referencias sino que esos ensayos (o los de un servidor) sobre poesía española no se entienden sin ellas. Estas tajantes aseveraciones traen causa de que Fernández Mallo no es –ni quiere ser– crítico literario ni crítico cultural (en la p. 14 se nos advierte que en Postpoesía “no encontrará el lector constantes referencias a pie de página ni fracturas academicistas”), y por lo tanto hay un gran y lógico hueco en su conocimiento, tanto del territorio poético español como de las lecturas críticas sobre el mismo: su propósito, en realidad, es más bien aportar creación que aportar mapas o panoramas, y su conocimiento parcial del panorama poético español (tanto tradicional [4] como alternativo) limita su punto de partida. Los momentos más brillantes e interesantes de Postpoesía, por tanto, no tienen lugar cuando su autor habla de lo que no hay o más bien cree que no hay, sino cuando plantea su propuesta concreta: cuando el libro deja de describir un estado de cosas para lanzarse a lo que tiene de poética, de propuesta estética propia. Entonces entramos en un territorio fascinante.
La propuesta de Fernández Mallo es muy sugestiva; planteada como un método intuitivo, como soft theory, propone un entendimiento de lo estético que va más allá de lo tradicional, que amplía su marco de referencias y también su modo de asociarlas: “sólo hay ideas conectadas por procesos analógicos, metafóricos, que creo que son los pertinentes si de poesía estamos hablando; mucho pegamento. Una investigación por inducción analógica, en absoluto científica al uso” (p. 14). En otras palabras, la condición de físico nuclear del autor no implica que quiera crear una nueva “ciencia poética”, sino más bien la de aprovechar cualesquiera metáforas (artísticas, literarias, mediáticas, pero sobre todo científicas) en aras del entendimiento de lo poético como algo tan amplio que, a la vista de la definición habitual que se tiene de la poesía, no queda más remedio que considerarlo como postpoético, como aquello que viene después de la poesía concebida en términos ortodoxos. Apelando a la filosofía pragmatista de Rorty y a las teorías de Prigogine, Postpoesía busca crear un espacio de generosidad, donde no sólo el autor pueda escribir, sino donde muy diversos autores y modos de concebir lo poético puedan encontrar un fructífero campo de conexión creativa. Para Mallo los infinitos elementos posibles para hacer creación están ahí, y se trata de mirarlos de otra forma y de acercarse a ellos sin prejuicios, siempre que el resultado funcione metafóricamente (p. 36). De ahí que para Mallo el poeta no sea ni un médium ni una persona normal, sino un laboratorio (p. 38), un lugar de experimentación libre cuyos resultados justifican su trabajo. Este cambio de actitud es necesario porque hemos pasado de una era de “escasez de información y el exceso de conocimiento” a una sociedad donde sea crea “desde el exceso de información y la escasez de conocimiento” (p. 78), lo que altera el status quo epistemológico. Mallo se coloca en el lugar no de un escritor al uso, que intenta responder preguntas universales, según leemos hasta la saciedad en los antiguos manuales canónicos de literatura, sino en el lugar del artista, que se propone algo más original y, quizá, más importante, como ha señalado Georges Didi-Huberman: “ciertamente, los artistas no resuelven ninguna cuestión de ese tipo. Ahora bien, por lo menos saben, desplazando los puntos de vista, invirtiendo los espacios, inventando nuevas relaciones, nuevos contactos, encarnar las cuestiones más esenciales, lo cual es mucho mejor que creer que se responde a ellas” . Quizá debamos entender postpoética en el sentido de que “después de la poesía, está el arte”.
En la concepción de Mallo, por tanto, el artista se hace nómada, destierra cualquier idea de identidad convencional (p. 184) y la creación se identifica con una red del tipo “libre de escala” (p. 158), con nodos muy conectados en cuanto a las ideas y de escasa conexión en cuanto a las personas, lo que garantiza la singularidad de la obra dentro de una nueva cartografía. Me ha llamado la atención la sintonía –obviamente casual– de este pensamiento con el expuesto en otro libro reciente, Leerescribir (2008), de la profesora Milagros Ezquerro, que busca desde la semiótica una complejidad semejante a la perseguida por Fernández Mallo, y que también se apoya en la física para conseguirla. Escribe Ezquerro:
Lo que propongo es una visión diferente, más interactiva y comunicacional, en la cual la energía libidinal –pues de eso se trata– circula incesantemente del ideotopo alfa hacia el semiotopo del texto, y de ahí hacia el idiotopo omega, y de vuelta hacia el idiotopo alfa, pasando por el semiotopo. (…) No se trata de una circulación en circuito cerrado ya que son tres sistemas complejos, abiertos y auto-organizadores, que, a su vez, están relacionados con sus propios contextos, que son asimismo sistemas complejos, abiertos y auto-organizadores. Los contextos alfa y omega están en mutación constante, modificando los ideotopos alfa y omega: ninguno de estos sistemas es estático y fijo, todo se mueve, todo fluye. (5)
La semejanza se extiende a los gráficos con que ambos autores explican sus ideas. Este es el de Ezquerro:
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Y éste el de Fernández Mallo:
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Como vemos, hay una división triádica de fenómenos, unidos por una circulación constante de vectores que indican líneas de fuga / fuerza. Diferentes esferas de lo real que se conectan mediante la fuerza entrópica del lenguaje creativo. Los fenómenos quedan enlazados por la energía textual de Ezquerro o por la postpoiesis de Mallo. Ambos insisten en la idea de sistema complejo bajo la forma de red abierta. No utilizaremos las teorías de la poligénesis, pero parece que soplan buenos tiempos para la visión compleja y sin puertas del hecho literario, frente a las angosturas que lo han sometido durante décadas a visiones bidireccionales autor / lector. Hasta los científicos comienzan a abandonar las organizaciones arbóreas del conocimiento y elegir las redes como modelo explicativo (6). En el caso de Fernández Mallo, además, hay que tener en cuenta que esta construcción teórica soporta y nutre a una obra poética, dándose la circunstancia de que esta obra es una de las más interesantes e innovadoras, a nuestro personal juicio, de nuestro panorama actual. Y esa voluntad de no cerrar, de dejar la poiesis abierta para que creación y sociedad se retroalimenten continuamente en un proceso de mutuo enriquecimiento, tiene mucho que ver en el resultado obtenido.
Como vemos, hay en Postpoesía ideas de sobra, no siempre bien formuladas desde el estilo, algo irregular, de su escritura; pero ni eso ni las carencias de conocimiento sobre el campo literario deben hacernos olvidar lo importante de este ensayo, que es la nueva lectura estética de nuestro tiempo que nos ofrece, y de los requerimientos que vindica para la creación literaria, que necesita una actualización urgente de su software constructivo. Desde ese punto, Postpoesía es un ensayo importante porque desvela las carencias de parte de la poesía actual, acota su generalizado anacronismo y plantea interesantes y no exclusivistas formas de salir adelante, de encontrar caminos para seguir camino. Y eso no tiene precio.
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[Relación personal del crítico con el autor del libro: excelente
Relación del crítico con la editorial: ninguna]
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Notas