lunes, 31 de agosto de 2009

Pedantwitter contra Twitter

Según parece, las lumbreras de una empresa norteamericana cuyo nombre mejor mantenemos en el olvido han realizado un estudio sobre las “conversaciones” que suelen tener lugar en Twitter. Estos grandes genios han descubierto que el 40% de los diálogos tuiteados son “cháchara inútil” frente a un ocho por ciento de mensajes que contienen “información de valor”. Y dicen que sus conclusiones son interesantes e inesperadas. Y con unos grandes titulares que vienen a decir que Twitter es una chorrada se han hecho conocidos en todo el mundo.

Impresionante, de verdad. Sin palabras me quedo. Twitter está diseñado para que la gente se diga en 140 caracteres máximo (menos que en un SMS normal) simplemente lo que está haciendo en cada momento. En la página personalizada de entrada, ya aparece arriba la pregunta “What are you doing?”, bien clara. Es decir, es una invitación a que las personas comenten entre sí las cosas que hacen, con un número de palabras mínimo. ¿Qué esperaban estas luminarias encontrar en los mensajes? ¿Claves para evitar el calentamiento global? Y, además, ¿qué problema hay con la cháchara inútil? ¿Es que fuera de Internet las conversaciones que solemos mantener son las que tenían Platón y Aristóteles en sus paseos por la Academia y yo no me he enterado? Las tardes en que estos investigadores van al supermercado a comprar verduras, ¿qué tipo de conversaciones tienen? ¿Y cuando charlan en los ascensores? Cuando están en su empresa y llaman al trabajo de su mujer, a última hora del día, ¿despachan la conversación con un “voy para allá, ¿compro algo de cena?”, o se ponen a divagar sobre física cuántica? No sólo todos, absolutamente todos, tenemos charlas inútiles a lo largo del día, sino que no hay ningún problema en ello y son más que necesarias para mantener la cordura.

La cuestión, y aquí reside el problema, es que no escasean quienes buscan denostar a cualquier precio los presuntos “descubrimientos” o “bombazos” que suceden en Internet, quitándoles importancia de la manera que sea. Que conste que yo no uso Twitter, pero no se me ocurriría insultar a un programa que relaciona todos los días a cientos de millones de personas, con el mismo nivel de superficialidad con el que nos relacionamos los demás fuera. Es inadmisible que se le pida a Twitter que genere por sí mismo inteligencia en sus usuarios, cosa que nunca se le había pedido a nada (digital o analógico) en la historia de la humanidad. Entre líneas ese estudio –y las noticias que lo acogen– están pidiéndole al sistema que sea no un canal de comunicación, sino un intensificador filosófico, algo que transmute en oro líquido las ideas de las pobres personas que han accedido al mismo. Twitter es culpable de no mejorarnos como humanos, de mantenernos tal y como somos, corrientes, cotidianos, insustanciales la mayoría del tiempo, como si tuviéramos obligación de ser sublimes sin solución de continuidad, según el precepto baudeleriano. Es curiosa esta nueva forma de luddismo, de tecnofobia, que exige a todo lo que venga de Internet unas prestaciones y una capacidad que no se le exige a nada analógico, a nada que haya fuera de la Red.

Twitter ha demostrado su eficacia para mantener en una relación superficial pero constante a personas, sobre todo mayores. Frente a otros programas digitales, es paradójicamente usado por personas de cierta edad. La razón la exponía hace poco un artículo del
New York Times: los adolescentes no quieren usar un programa destinado a comentar lo que hacen en cada momento: en realidad prefieren que eso no se sepa mucho para evitar la sobreprotección paterna y el control. Como agudamente ha entendido la publicidad estadounidense de uno de los gadgets del iPhone, que permite tener controlado mediante el Google Earth a otro usuario que lo acepte (Blackberry tiene otro big brother parecido), los hijos detestan que sus padres sepan en todo momento dónde están y qué hacen, y Twitter es el modo perfecto de conseguir una de las dos cosas. Para no tener broncas en casa por no aceptar como amigos a los padres dentro del sistema Twitter, prefieren simplemente estar al margen del mismo.

Twitter no es la penicilina, de acuerdo. Ni falta que hace. Tampoco va a ser un revulsivo para nada. La revista mexicana de cultura digital Picnic incluía en su último número un divertido artículo de Alonso Ruvalcaba titulado “Micropoética de Twitter”, donde el autor demostraba que no hay muchas razones para poner en esa red social nuestras esperanzas sobre el futuro de la poesía. Ni falta que hace, tampoco se creó para eso.

Del mismo modo que nadie usa una batidora para resolver problemas sociales ni le exige a su microondas que haga aparecer en su pantalla pensamientos profundos, no deberíamos exigirle a las redes sociales más que cumplan lo que prometen; esto es: que sean redes y que sean sociales; que funcionen informáticamente en red y que comuniquen personas. Cualquier otra exigencia de sabiduría habría que hacérsela a esos extemporáneos demandantes de profundidad.

No obstante, y al parecer con ánimo de que no se diga que los tecnófilos carecen de autocrítica o que no intentan mejorar, y para apaciguar a los genios de la empresa que hizo el estudio, se ha creado una nueva red social, llamada Pedantwitter, en la que sólo pueden participar personas con un coeficiente intelectual muy alto, o que tengan mucho dinero... Se puede acceder a Pedantwitter a través de la dirección www.¿EstánUstedesBebidos...org. Transcribo aquí una de las primeras conversaciones corales que han tenido lugar esta semana:


@dubitativa
¿Creéis que debería perdonar a mi padre por los malos tratos sufridos en mi infancia?

@gödel2.0
Galois pensó en la última noche de su vida que sólo 8 de las 24 permutaciones cumplían la restricción de que xsub1 + xsub2=0, y x1 y x3 y x4=0. ¡Qué tío!

@eztoezhorrorozo
dubitativa, no vuelques sobre tus progenitores la violencia recibida, saca de ti la culpa. Ven a mi consulta, 91 25566499983, tardes 20% descuento.

@sonlasdoceycuarto
¿Traduciríais los versos de Celan es gab / keinen Namen meh für / das, was uns trieb como ya no quedaba nombre / para lo que nos movía?

@picarona
Ay, que me tiene loca la Crítica de la razón pura de Kant, ¿podéis ayudarme con el análisis del sujeto trascendental, que tengo que ir a hacer la compra?

@crepusculo
Aquí estoy, comiendo una lata de atún e intentando decidirme sobre si es más útil la imagen-cristal de Deleuze o la imagen-tiempo de Didi-Huberman.

@conunKantoenlosdientes
Picarona, deberías comenzar por clarificar la perspectiva analítica sobre la que vas a operar; ¿en el marco de un debate ontológico o de u

@porreti
No me imagino una organización estatal que produzca la emancipación social y la igualdad económica de oportunidades al mismo tiempo.

@conunKantoenlosdientes
Coño, no seáis tan tacaños y poned más espacio disponible, que las frases suelen hacerse interesantes a partir de los ciento ochenta caracter

@conunKantoenlosdientes
cabrones


¡Guau! ¡¡¡Este Pedantwitter va a ser superpopular!!! Vamos, es que no sé cómo estos empresarios no se habían dado cuenta del negocio. Me alegro de que otros se lo hayan arrebatado. Voy a darme de alta ahora mismo. ¿Quieres ser mi amigo?



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viernes, 21 de agosto de 2009

Diario de las especies, de Apablaza



Claudia Apablaza
Diario de las especies; Jus, México D.F., 2008.

El personaje A.A., que parece próximo a Claudia Apablaza (Chile, 1978), la autora de este libro, confiesa en la página 119: “Tampoco esto es un espacio terapéutico, pero se cruzan las variables: vida, literatura, ficción, realidad, biografía. Me duele no distinguir las fronteras”. En efecto, Diario de las especies es un libro metaliterario, y dentro de las múltiples posibilidades de metaliteratura se adscribe a una corriente actual que tiene como referente claro a Enrique Vila-Matas, que aparece como personaje en la novela. De hecho, se está creando un nuevo género o subgénero narrativo que podríamos denominar “libros en que un joven escritor viaja a Barcelona y conoce a Enrique Vila-Matas”, en el que podemos agrupar Diario de las especies de Apablaza, El ángel literario de Eduardo Halfon, Kazbek de Leonardo Valencia, y próximamente Nocilla Lab de Agustín Fernández Mallo (creo que el escritor catalán también aparece en algún libro de Manguel, en Pacífico de Garriga Vela y en la próxima novela de Paul Auster). Hay que reconocerle a Vila-Matas ese papel de faro de nuevos narradores, que a diferencia de otros escritores no se limita sólo a las típicas citas de homenaje, sino que alcanza a su inclusión como personaje de ficción en sus tramas (algo muy vila-matiano, como es sabido). Todo esto implica que algún día alguien deberá estudiar la gran influencia que Vila-Matas y Roberto Bolaño –otra referencia de Diario de las especies y de otros muchos narradores– están teniendo en toda una generación de escritores españoles y latinoamericanos.

Yo diría que Diario de las especies es una especie de “antilibro” (en el sentido dado por Novalis al término) de Bartleby y compañía, de Vila-Matas. Si este último es un ahondamiento en la experiencia de los escritores que no escriben, que dejan de escribir, el libro de Apablaza habla de los escritores que escriben o intentan escribir: de sus dudas, de su concepto de tiempo, de sus experiencias, de su inicio en la escritura, de cómo encuentran editorial (pp. 105 y siguientes, las que más recuerdan al libro de Vila-Matas). Sin embargo, formalmente, hay notables diferencias, puesto que Diario de las especies está construido como un blog. Sin pertenecer al género de las blogonovelas creado por Hernán Casciari ni al de las excelentes blogsívelas desarrolladas por Cristina Rivera Garza, Apablaza crea una novela blog que tampoco admite parecidos con las que publica la peruana Claudia Ulloa (véase su sugestiva Séptima madrugada; Estruendomudo, Lima, 2007), ya que la de Apablaza es coral, como luego veremos. Como vemos, la experimentación literaria con el blog –hablo de una experimentación de cierto nivel, no de uso– es hoy predominantemente lationamericana.

En la primera parte del libro, significativamente llamada “Búsqueda de una novela”, Apablaza no sólo hace una novela blog, sino que reflexiona teórica y prácticamente sobre la misma. Así, apunta que “Las novelas en los blogs no tienen fecha exacta de finalización, a menos que el blog se suprima” (p. 86), aunque sobre todo es interesante su planteamiento de construcción de un blog total, con la interactividad de los lectores también ficcionalizada. Esta idea de retratar numerosos comentaristas anónimos inventados es feraz; permite a la autora zambullirse en infinitas posibilidades identitarias, disolviéndose en ellas. ¿Disolviéndose? Bueno, quizá exista aquí un problema. Intento decir que en Diario de las especies la escritura de muchas de esas identidades ficticias no se distancia demasiado de la propia de la narradora. Cuando uno sólo tiene las palabras de alguien para reconstruir su psique, para encontrar al personaje que hay detrás, debe hacer un sobreesfuerzo para hacer creíble y tangible la personalidad. El único recurso que hay es el propio texto, y siendo –como cualquier texto es– un rastro subjetivo, una marca psíquica, el objetivo de todo escritor de personajes es idéntico al del escritor de heterónimos; debe crear la ilusión de algo real, la apariencia verosímil de una identidad otra. En los numerosos anónimos cuyos comentarios se reproducen, sólo aquellos conocidos en el mundo digital como “trols” (en este blog hemos tenido unos cuantos) están bien reproducidos, y también se sostienen algunos comentaristas asiduos, como Mexicanita. Pero la mayoría escriben como Apablaza, utilizando el mismo tipo de frase corta, que pasa de unos a otros asuntos de súbito. Veamos un ejemplo: la narradora escribe: “La novela enciclopédica aparece en la edad media (…) Uno de los mejores ejemplos es Dante. La verticalidad comprime la horizontalidad. No hay un hacia delante. El tiempo se detiene. Es atemporal” (p. 84). Y un poco más adelante, el comentarista JacRRRR responde: “Ya. Recapitulo. Las novelas se escriben solas. Es como una extensión de la vida. No hay salida si eres escritor. Es una tercera mano. O tienes tercera mano o no tienes” (p. 89). Lo que dicen es diferente, pero la respiración de los párrafos, su ritmo frasal, es exactamente el mismo. Hay, a mi juicio, demasiada homogeneidad en los caracteres descritos, porque hay demasiado parecido entre los textos. No obstante, debe reconocerse a la autora el decidido y esforzado intento de crear voces en la novela, la voluntad de abrirla y de abrirse a la otredad, que al final es o debería ser el objetivo de toda narrativa digna del nombre, incluso cuando se habla de uno mismo, pues también hay otredades interiores.

La segunda parte de la novela, “Persona”, es un sugestivo experimento de metamorfosis que parece influenciado –aventuro– por Clarice Lispector y Diamela Eltit. En él desaparece la metaliteratura y aparece la persona, alguien que sufre una metamorfosis por la cual ya no quiere ser escritora (p. 151), porque “ser persona es dejar de ser libro, de ser cita” (p. 141). Es un texto extraño, metafórico, plagado de alegorías animales, de especies, que no sé si interpretar como la expresión de un proceso metanoico por el que quien busca una novela sale transformado de la experiencia, lo consiga o no. En realidad, quizá no sea necesaria una explicación, porque estas últimas quince páginas son excelentes y se defienden por sí solas. Quizá A.A. no consigue una novela, pero desde luego Apablaza sí.

Con algunos defectos, pero con muchas cosas destacables, Diario de las especies, si mi información es correcta, será reeditada en España en 2010. Si ustedes me leen desde España, creo que harán bien en comprar la novela y enfrentarse a un texto singular, inteligente, formalmente atrevido y enamorado de la literatura, que nos invita a seguirle la pista al nombre de Claudia Apablaza. Si ustedes me leen desde México o desde Chile, probablemente ya lo estén haciendo.

miércoles, 12 de agosto de 2009

The World, de Jia Zhangke


















lunes, 10 de agosto de 2009

Bellatin en el New York Times


Me ha encantado ver a Mario Bellatin destacado en la página de artes del New York Times de hoy. Aparece fotografiado en un salón de belleza de México D.F., con una sugerente prótesis en el brazo derecho que no le conocía; cuando le he visto en persona llevaba una menos barroca. La que lleva en la foto parece indicada para abrir la puerta del Taj Mahal. La presencia de Bellatin en este suplemento, anunciando la traducción al inglés de su fantástica novela Salón de belleza me parece una buenísima noticia, no sólo por lo que supone en sí que un escritor hispanoamericano experimental, nada fácil, inquietante, en las antípodas de la literatura comercial, pueda aparecer en el Times, sino por el hecho mismo de la traducción, algo poco frecuente en un panorama editorial muy reacio a versiones de otras lenguas. Por este motivo, creo interesante traducir alguno de los párrafos del artículo. Para mi gusto, varias veces lo he dicho, si hay tres narradores en castellano vivos e imprescindibles, Mario Bellatin sería uno de ellos. O dos o tres.


Un narrador travieso con ojos y oídos para lo inusual
Larry Rohter, NYT 10/08/2009, p. C1-C6

“Hace algunos años el novelista Mario Bellatin acudió a uno de esos congresos literarios locales [se refiere el autor a México D.F.], en los que los escritores son invitados a hablar de sus autores favoritos. Incapaz de elegir, inventó un escritor japonés llamado Shiki Nagaoka y habló, con aparente convicción, acerca de cómo Nagaoka le había influenciado, completamente seguro de que la broma iba a desenmascararse durante el turno de preguntas y respuestas.
Por el contrario, el público le acribilló con peticiones de información sobre Nagaoka, quien se suponía portaba una nariz tan inmensa que le impedía comer. De este modo el señor Bellatin (pronúnciese en inglés Bay-yah-TEEN) decidió extender la broma y escribió sin demora una falsa biografía –completada con extractos de sus obras, fotos y bibliografía– titulada Shiki Nagaoka: una nariz de ficción.
A lo largo de toda Lationamérica los lectores se han acostumbrado a esperar este tipo de salidas de Bellatin, 49 años, que ha emergido durante los últimos años como una de las principales voces de la ficción experimental en castellano. Con un puñado de novelas escritas desde 1985 no ha jugado sólo con las expectativas de lectores y críticos, sino que ha torcido el lenguaje, la trama y la estructura hasta adaptarlos a sus misteriosos propósitos, de maneras a veces tan inquietantes como desconcertantes.
“Con Bellatin nunca se pisa terreno firme”, es el modo en que lo expresa la crítica Diana Palaversich, y Bellatin asiente: “para mí la literatura es un juego, una búsqueda de formas para atravesar las fronteras”, dice en una entrevista realizada en un parque próximo a su estudio, acompañado de los dos perros que son su constante compañía. “Pero en mi trabajo las reglas del juego son siempre obvias, las tripas están expuestas, y puedes ver lo que se está cocinando”.
Aunque fue premiado con una beca Guggenheim en 2002 y ha participado en encuentros con escritores y talleres en los Estados Unidos, Bellatin es poco conocido en el mundo angloparlante. El primero de sus trabajos en traducirse fue Damas chinas, un conjunto de tres nouvelles aparecido hace apenas dos años, y Salón de Belleza, otra novela corta de 1994, va a ser publicada por City Lights Books esta semana.
[…]
Varias novelas de Bellatin, Shiki Nagaoka y Salón de belleza incluidas, se centran en personajes cuyos cuerpos están desfigurados, deformes o afectados por alguna enfermedad de transmisión sexual incierta o fluida. Esta es la razón por la que Palaversich, que escribió la introducción a un reciente compendio en español sobre la obra de Bellatin
[1], le compara no a otros escritores latinoamericanos sino a cineastas como David Cronenberg y David Lynch o pintores como Frida Kahlo. “Cada una de sus novelas cortas forma parte de un gran universo narrativo bastante hermético, coherente y plausible, y en el que los cuerpos anómalos son la norma”, dice Palaversich desde Sidney, donde enseña Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Nueva Gales del Sur. “Él desnuda su espacio ficcional de cualquier referencia concreta o reconocible geográfica o culturalmente, y lo que queda es una fragmentación tanto de cuerpos como de textos, un enigma que deseas descifrar”.
El propio Bellatin ha perdido parte de su brazo derecho, como resultado de un defecto de nacimiento con el que juega, del que se aprovecha y que agradece en su trabajo “escribiendo con mi cuerpo entero”. Él bromea acerca de que “mi mano izquierda no sabe lo que hace mi derecha” […]
“La gente suele decir, con no poca razón, que toda la mejor literatura de ficción viene de alguna herida, a partir de alguna distancia que es necesario establecer entre un escritor y la normalidad”, dice el novelista y crítico Francisco Goldman, amigo de Bellatin. “En el caso de Mario, la herida es literal y viene con toda clase de matices psicológicos y con dolor, y parece relacionado con la sexualidad y el deseo; el deseo de un cuerpo completo […]”
En sus novelas más recientes Bellatin ha buscado desvestir y allanar su prosa conservando su afición por lo bizarre […] Una próxima Biografía ilustrada de Mishima, sobre el escritor japonés que se suicidó en 1970, contará la historia de “lo que le sucedió al escritor desde que su cabeza fue cortada”, ha declarado.
“Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros”, remarcó Jorge Luis Borges en el prólogo a Ficciones, su más conocida recopilación de cuentos breves; “mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario”. Aunque es ésa una estrategia que Bellatin ha utilizado a veces, tanto él como sus admiradores huyen de tales comparaciones.
[…]
Como síntoma de su creciente reputación internacional, Bellatin ha firmado recientemente un acuerdo de varios libros con Gallimard, el prestigioso sello galo, que exige que sus próximos libros sean publicados en francés antes de que aparezcan en español en Latinoamérica. Como siempre, el autor tiene pensado aprovechar la oportunidad para seguir haciendo travesuras, retraduciendo la versión francesa al español. “El escritor es siempre el último que llega a la fiesta, el último en divertirse con la actividad literaria, que puede ser un via crucis tan aburrido como placentero”, se queja. “Quiero leer mi propia producción y quedarme atónito, ser capaz de leerme como si yo también fuera un lector que se acerca a mi propio texto por primera vez”.
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Nota
[1] Creo que el autor del artículo se refiere al prólogo de Palaversich a la Obra reunida (Alfaguara México, 2006) de Bellatin.

viernes, 7 de agosto de 2009

Subrayar


[Página tachada, de Fernando Millán]
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Recuerdo una época anterior, cuando yo tenía novias o amantes —esto es, una época antediluviana; debió suceder por la Modernidad, más o menos—, una de ellas me prestó un libro que –según me contaba– le había impactado. Hasta que no leí ese libro no comprendí la importancia de los subrayados que yo hacía en mis propios libros, hasta entonces un simple gesto mecánico. Leyendo las líneas remarcadas por ella, en tinta negra y en una novela de ciencia ficción no demasiado buena, comprendí de golpe que los subrayados lo dicen todo de nosotros, desvelan nuestras obcecaciones latentes y nuestras inercias intelectuales o psicológicas más ocultas. Tuve la tentación de poner en un folio aparte todos los subrayados que mi amante había hecho en la novela, sabedor de que esos extractos podían constituir un relato exento, en este caso un cuento de terror, con su padre como protagonista. Con posterioridad, descubrí durante una conversación con ella que, en efecto, su relación de odio/terror con sus progenitores en general y su padre en particular había estructurado, en cierto modo, su manera de enfocar la vida y su imposibilidad para mantener cualquier relación afectiva estable, algo que, por suerte, encajaba muy bien con la alergia que por entonces yo desarrollaba hacia la estabilidad (de cualquier tipo). De esto debe hacer mucho tiempo; por entonces, yo era todavía uno.

En todo caso, mi descubrimiento fue posterior a que Salvador Elizondo escribiese un falso relato, en realidad es una excelente digresión ensayística, titulado “En defensa de lo desprestigiado”. Merece la pena transcribir el largo primer párrafo, porque abunda en la importancia de los subrayados en los libros: “Cuál no sería mi sorpresa al compulsar los subrayados de dos ejemplares idénticos de An Outcast of the Islands, leídos con veinticinco años de diferencia, y comprobar que a todo lo largo de sus 368 páginas no hubo un solo caso en que coincidieran. Además, la naturaleza de los subrayados era totalmente diferente en cada ejemplar. En mi primera lectura, hecha todavía sin malicia de escritor, señalaba los pasajes que se referían a la profundidad de las pasiones, a la vehemencia de los sentimientos, a las formas de vida y los parajes exóticos que el autor describe con gran maestría. [...] Pasados cinco lustros desde entonces, los subrayados de mi relectura señalan únicamente los procedimientos técnicos, las argucias y las convenciones literarias con las que el autor desarrolla la trama del argumento y mueve a los personajes en un medio palafítico inusitado [...] la misma ley que rige la diferencia entre los subrayados compensa las actitudes o las disposiciones de ánimo con que nos aproximamos a una obra literaria en diversas épocas de la vida”[1]. Elizondo lo puede decir más alto, pero no más claro: quienes releen los libros son otros, en 25 años el lector cambia drásticamente y el resultado, a modo de líneas de sismógrafo mental, son esas líneas quebradizas extendidas en el margen de la página. Esas marcas irregulares, trazadas sosteniendo el libro en posición vertical, sin equilibrio, son un inquietante test de Rorschach que trasluce todo lo que éramos en el momento de la lectura.

Por eso los subrayados son terroríficamente delatores, por eso deberíamos cuidarnos más de eliminar los libros que leímos (o los subrayados que dejamos en ellos) que los libros tempranos y torpes que escribimos; los libros ajenos subrayados por nosotros son más letales para nuestra intimidad que nuestros escritos íntimos, que los borradores, que las cartas de amor. Los subrayados son el verdadero autorretrato, puesto que suponen una escritura sin el vértigo de la autoría, una emanación libidinal en estado puro, una confesión por escrito sin revisión ni repaso corrector; nos acechan como una marca psicológica dejada inconscientemente sobre los libros de los demás, una proyección lineal y alineada de nuestras fantasías de perfección, nuestras pulsiones atávicas, nuestras obsesiones privadas, nuestras ironías. Somos nuestros subrayados. Y en los críticos literarios el mal del párrafo marcado es todavía peor, porque es un tic profesional y delata una tacha ética imborrable. George Steiner, en Pasión intacta, escribe que “el intelectual es, sencillamente, un ser humano que cuando lee un libro tiene un lápiz en la mano”. Ese gesto revela, en sí mismo, nuestra escasa catadura moral: mírennos ahí, sentados, empuñando algo afilado con lo que hendir el talento ajeno, apuñalando líneas al borde del troquelado, esbozando patéticamente un perecedero canon –ralo, escaso, avaro– de lo que creemos que vale en la obra de los demás: ese gesto altanero y repugnante ya lo dice todo de nuestra propia miseria.


[1] S. Elizondo, Camera lucida; Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2001, p. 119.





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Addenda de 2017: http://revistapenultima.com/continuacion-de-subrayados-diversos-de-vicente-luis-mora-sobre-continuidad-de-ideas-diversas-de-cesar-aira/

Y también este microcuento de José Óscar López, Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena: Balduque, 2017, pág. 81:



Addendas de 2019:


1: “Has subrayado algunos versos que yo también subrayé”[1], dice para indicar afinidades electivas un personaje de Belén Gopegui. Luis Rodríguez: “[...] a mí siempre me han llamado la atención los libros subrayados por otros; busco con ansia lo subrayado. Luego pienso que es impúdico”[2].



2: Leo Trance (2018), de Alan Pauls, y en la entrada titulada “Subrayar”, subrayo: “Eslabón de enlace entre la lectura callada (gratuita, puramente amateur) y la lectura escrita (especializada, profesional), el subrayado, como le gusta llamar, genéricamente, al simple goce de dejar un rastro en la nieve de lo que lee, es quizás el único documento autobiográfico que no se atrevería a contradecir, que reconocería y aceptaría aun cuando lo comprometiera o lo humillara, tan fiel, preciso y no manipulable como para la vida de un árbol el dibujo de los anillos internos de su tronco” (Alan Pauls, Trance; Ampersand, Buenos Aires, 2018, p. 109).






[1] Belén Gopegui, El comité de la noche; Random House, Barcelona, 2014, p. 113.
[2] Luis Rodríguez, El retablo de no; Tropo, Barcelona, 2017, pp. 46-47.