[Este post contiene spoilers]
La la land, escrita y dirigida por Damien Chazelle, arrasó en los Globos de Oro y, previsiblemente, lo hará
esta noche. Y lo hará por varios motivos.
Porque los Óscar son premios de
industria, no de arte.
Porque están concedidos por los
miembros de la propia industria.
Porque La la land ha gustado mucho al público, y eso se premia en los
Óscar -quizá es lo que se premia,
porque la industria necesita taquillazos para sobrevivir-.
Y la pregunta interesante es por qué ha triunfado esta película en
taquilla y entre los medios de comunicación.
Y creo que su éxito se debe a lo
mismo por lo que triunfa la mala literatura. Daremos algunas razones:
Porque La la land es, formalmente, un melodrama. Como el 95% de las
películas de Hollywood y de las novelas actuales.
El melodrama es un formato aceptado, sin fisuras,
que se asume natural e inconscientemente por el lectoespectador. Un modo de
contar tan archisabido que hay que estar alerta para verlo. El melodrama,
además, tiene mucho que ver con la música -desde la propia etimología del término-: “tiene razón Steiner cuando precisa que el carácter teatral que inspiró
a Dostoievski estaba en contacto directo con el melodrama, un género en el que
originalmente la música subraya la acción representada, pero que hoy se usa de
una forma mucho más amplia para describir cualquier hecho, artístico o no, que
se nos presente cargado de efecto”[1].
El efectismo puro del melodrama guía al espectador
entre giros argumentales tan pautados como las señales de tráfico para recabar
de él una emoción pasajera y prefabricada, un humanismo de baja intensidad. Es el kitsch emocional globalizado[2].
Mientras la veía sentí, a ratos, agrado, y mi parte cerebral no terminaba de entender el "confort" irracional que sentía mi parte reptiliana. Es sobre ese agrado sobre lo que estoy escribiendo. Un agrado dirigido.
La la land triunfa porque su género es el musical nostálgico, un
entretenimiento con musiquita que nos recuerda entretenimientos pegadizos que ya
hemos visto.
Triunfa porque está hábilmente
construida para traer al recuerdo de los espectadores las cintas que forman su memoria sentimental y su formación
cinéfila, aunque hayan visto pocas películas, mediante los consabidos y
predecibles guiños a Cantando bajo la
lluvia y otros musicales vistos por todos, hasta por quien odia los
musicales (y que quizá los odia por culpa de esos clásicos antonomásticos).
Ese recurso a la memoria se
ejecuta de la misma forma que en La
sombra del viento, de Ruiz Zafón,
donde había referencias literarias: el objetivo es que los lectores crean que están leyendo literatura y crean
asimismo que al comprar el libro de moda se incluyen en un círculo de cómplices
prestigiados por conocer algunas referencias literarias escolares.
Creo que, salvando un poco las
distancias, es el mismo motivo que explica el -para mí incomprensible- éxito de
Alberto Manguel: sus textos mencionan libros que todos hemos leído, en tono “buenrrolista”
y en términos que todos pueden entender.
Lo que se premia en todos los
casos: la retroalimentación del gusto propio.
De nuevo Bourdieu y la
distinción: dame un melodrama facilito, bien construido, que me permita
considerarme parte de un inexistente círculo social de connaiseurs, prestigiados por nuestras elecciones “culturales”: “Oh, querida, ¿viste el guiño a Gene Kelly en
la escena de la farola?” “Claro que
lo vi, querido, ¡y también me encantó el homenaje a Fred Astaire y Ginger
Rogers!” “Cuánto cine conocemos,
pastelito” “Qué grande es el cine, pichurrín”.
Jugada maestra de los directivos
de las productoras de cine y de la televisión: sembrar por doquier el equívoco
de que puedes estar haciéndote más culto y cool
sin dejar de participar en la
conversación general. Que consumiendo sus productos tienes la ocasión de
ser moderno y mainstream a la vez, con un pie en la vanguardia y otro en la
tendencia becerril. El secreto del éxito de las teleseries, como ya apuntamos
en otro lugar.
Eso sí, los responsables “artísticos”
del producto, los directores, que algo de pundonor tienen, introducen algunas
referencias cinematográficas más difíciles, dirigidas a los cinéfilos, que vienen
a significar: “oye, que de cine sabemos, aunque estemos haciendo esto ahora por
el bien del estudio”. Esta estrategia referencial, que Tarantino elevó a seña
de identidad y a un arte propio, me parece que también late detrás de algunas
obras de Nicolas Winding Refn, pero no soy crítico de cine y puedo estar
equivocado.
[Imagen tomada de aquí]
La la land triunfa porque está encantada de mostrar los rudimentos
del capitalismo tardío: no dejes que los sentimientos afecten a tu carrera
profesional, deja a tu pareja, renuncia a tus ideales artísticos difíciles, olvídate
de tus aspiraciones juveniles: lo importante es tu futuro (económico).
Tu carrera bien merece un
melodrama, unas lagrimitas.
“No tener nada que decir y decirlo de una manera
trágica no es lo mismo que tener algo que decir”; Wallace
Stevens, Adagia.
La la land triunfa porque proporciona a
sus fans los objetivos habituales del melodrama: 1) “ingresar en el deleite de
la expiación sin consecuencias” -es decir, drama sin catarsis, folletín sin
sufrimiento del espectador, que contempla los problemas ajenos con una ininterrumpida
sonrisa en la cara, comiendo palomitas y tarareando las canciones; y 2): “el
melodrama se responsabiliza por el resguardo de lo tradicional”[3].
Y La la land es muy tradicional: la
chica acaba realizada en París con un buen tipo y una criatura en las
manos. Sebastian, el guaperas, es un desastre afectivo, sí, “pero oye, el chico sienta la cabeza y se
convierte en un emprendedor, abriendo un club”.
Y estéticamente, desde mi escasa competencia
cinematográfica, La la land es un
musical tradicionalista hasta el hartazgo, que no se cuestiona su lenguaje, que
no avanza un ápice en el género, que no explora las posibilidades del cine. Del
mismo modo que la novela triunfante en ventas no discute el lenguaje de la
novela, ni el idioma con que está escrita, ni lleva el género más allá, ni se
cuestiona la literatura y sus funciones.
La la land triunfa porque consigue el milagro de que la lógica socioeconómica
convierta en aceptable un final presuntamente triste o agridulce, porque los
chicos guapos no acaban juntos: “No es
triste, porque es lo que yo haría, yo también le / la hubiera mandado a tomar
por saco, pese a ser mi media naranja, porque la vida es así”. Por eso
Sebastian sigue tocando al final, porque la
vida sigue. The Show Must Go On:
no importa que muramos, el espectáculo -y el negocio- deben continuar. No es un final agridulce, al espectador
le encanta que la vida siga, le hace feliz, sobre todo si el sufrimiento contemplado
no es el suyo. Ahora que lo pienso,
¡es un final feliz!
La la land triunfa porque es un espejo social, en el que sus miembros
están encantados de mirarse.
Y eso vuelve locos a la industria
y a los medios. Porque ellos fabrican los espejos.
.
[1]
Francisco Calvo Serraller, Extravíos; Fondo de Cultura Económica de
España, Madrid, 2011, p. 88.
[2]
Como se deduce de Chantal Maillard, Contra el arte y otras imposturas;
Pre-Textos, Valencia, 2009, p. 35.
[3]
Carlos Monsiváis, Aires de familia.
Cultura y sociedad en América Latina; Anagrama, Barcelona, 2000, p. 78.