[…] cualquier novela se
ocupa únicamente de una cuestión: la vida decepciona.
Mariano
Antolín Rato, Fuga en espejo
Montaña Fría sólo formaba
parte de su memoria a largo plazo -precisaron los alérgicos a las estructuras
narrativas anómalas-.
Mariano Antolín
Rato, La única calma
Antes de que
todo ocurriese ya estaba Mariano Antolín Rato. Escritor precoz en los 70 del
siglo XX y escritor tardío en los 10 del XXI, su extensa obra es excepcional en
varios sentidos, entre ellos su continua presencia -sea como traductor o como
narrador-, que se extiende de manera consciente, arte y parte, durante las
últimas cinco décadas de la literatura en castellano. Esa alerta omnipresente,
visible en Silencio tras el telón del
sueño (sobre todo en la coda final, que es un giro metanovelesco de
autoconciencia de la autoconsciencia), otorga a su obra una cualidad
interesante, la de una suerte de historia
en marcha de la novela española. Desde sus comienzos, Antolín Rato se
mostró activo y lo estuvo en forma de avanzadilla, a través de la proposición
de estéticas diferentes, referencias alternativas y esquemas al margen,
intentando modelar o mejorar un mapa narrativo, el español, frente al que era
perceptible una notable resistencia. Como ha explicado en su tesis doctoral Mikel
Peregrina Castaños, tras una etapa publicando algunos textos en Papeles de son Armandans, Antolín Rato y
otros autores comienzan a colaborar con la revista Zikkurath ficción, y,
en menor medida, con la revista Nueva
Dimensión, donde publicó algún ensayo como “Ficción especulativa y realismo
psicodélico” (n.º 86, pp. 135-144), lo que no es casual porque “por esos años
había publicado dos novelas interesantes de ciencia ficción, como Cuando
9000 Mach aprox. (1973, reeditado en 1981) o Mundo araña (1981)”[1].
La profesora Carmen Morán ha estudiado esta etapa de Antolín Rato, completada
por De vulgari Zhkon B manifestante (1975),
Entre espacios intermedios: WHAMM! (1978)
Y Campos unificados de conciencia (1984),
emparentando “la deconstrucción del género novela planteada” por Antolín Rato a
“la nivola de Unamuno a la antinovela
de Azorín o la falsa novela de Gómez de la Serna”[2],
ejemplos de narradores raros, con los
que quizá Antolín Rato sólo comparte la rareza y la exigencia, puesto que sus
filiaciones estéticas deben más al noveau
roman francés y al posmodernismo estadounidense que a la tradición española
-pese a conocerla bien-. Germán Labrador también se ha referido a esta fase
narrativa de Antolín Rato, explicando su “realismo psiquedélico” (definición de
Juan Carlos Usó[3]),
y definiendo su trabajo durante esos años como un “proyecto radical de
escritura automática de inspiración psicodélica” que le constituyen durante
aquellos años en “el novelista underground
más interesante de este contexto, pendiente aún de un estudio decidido”[4].
Tras esa
etapa anclada en la ciencia-ficción, su obra pasa a una fase en la que la
mezcla de highbrow y lowbrow, con presencia de la cultura beat, el rock, las drogas y la huella
contracultural, le convierten en un narrador moderno por antonomasia (el “más moderno de su generación”, le
definió Juan Cueto), precursor muchos años antes de caminos que luego
transitará Ray Loriga, y más tarde Pedro Maestre o Mañas, entre otros, si bien
desde diversas categorías estéticas y calidades tonales.
En un
tercer momento, a finales de los 80 y principios de los noventa, su narrativa
pasa a una zona más reposada, más literaria
en el sentido en que tal cosa se entiende en nuestro país, en la que, sin
renunciar a ciertas señas de identidad, Antolín Rato ahonda en dos esferas
particulares: la temporalidad de la narración (“Si alguien me preguntara por el
secreto de la narrativa, por aquello que la distingue de otros lenguajes que
tienen que ver con lo cotidiano o incluso con lo fantástico diría que ésta
empieza en el momento en el que la narración deja de respetar el tiempo real”[5],
escribe en un artículo reciente Javier Moreno) y la perspectiva innovadora a la
hora de construir los narradores de sus novelas. En ese período, donde
encuadraríamos Mar desterrado y Abril blues, para mí dos de sus novelas
mayores, pese a ser menos conocidas que otras, la narrativa de Antolín Rato se
caracteriza por un estilo que podríamos llamar epiléptico, caracterizado por un
ir y venir en el tiempo de la trama, fijándose sólo en aquellos momentos de las
escenas y argumentos que pueden ser de interés para su historia. Sus narradores
son coleccionistas de instantes, de gestos, frases o miradas decisivos, que
aportan su grano de arena en un sentido discontinuo y desconsiderado hacia la
flecha del tiempo; los hechos se conectan -no por azar, sino por decisión del
narrador-, y, al ser contados en presente, tiene el lector la impresión de que
el tiempo es un continuo por el que la narración se desplaza sin cortapisas:
“Un perfume que para José Doria será motivo de más inquietudes. Una semana
después, y otra vez con Ismael de protagonista; y la colaboración especial del
camarero que hoy ha desaparecido.” (Mar
desterrado, p. 136). Y, en la página siguiente: “Y esta pregunta sin
respuesta forma parte de las muchas paranoias que hacia la una de la madrugada
de un día de primavera persiguen a José Doria. Unas paranoias que tuvieron su
origen dos meses antes de esa noche del final del párrafo anterior en que Laura
Lara y José Doria se dirigían al Salón Azul. Precisamente la tarde que tomaron
varios dry martini y salen del mismo
bar” (p. 137). Otros ejemplos de otras novelas: “Era una tarde de cuatro meses después de la noche en que, sin terminar
la cerveza, Alonso Vigil salió de la bodega.” (La única calma, p. 127);
“En aquel preciso instante -estaba contando Rafael Lobo a Roger Cámara meses
después” (Fuga en espejo, p. 18). Los tiempos se superponen y la
narración circula con libertad entre ellos; no hay agujeros de gusano, sino
superposición. Por emplear una imagen del propio Antolín Rato, la del
conductor que “no registra bien lo percibido en el curso del viaje [...] en
parte desatento” (Mar desterrado, p.
166; también
presente en La única calma, p. 109), podríamos decir que sus narradores conducen por el paisaje del argumento y
por la temporalidad sin ser del todo consciente de todos los espacios
atravesados. La espaciotemporalidad se altera, volviéndose continua, similar a
la experiencia de la droga: “tiene una grave enfermedad de páncreas. Morirá en
octubre una noche mientras dormía”[6], una
frase donde se usan con inteligencia, como en el quevediano “soy un fue, y un
será, y un es cansado”, los tres tiempos verbales.
En su última etapa, y quizá conectando con su
creciente interés en el budismo y el zen, al que había dedicado un ensayo
coescrito con Alfredo Embid, Introducción
al budismo zen: enseñanza y textos (1972), manifestado de manera especial
en su novela La única calma (1999),
se advierte una evolución que mantiene una evidente complejidad constructiva
bajo cierta simplificación formal; las novelas siguen siendo complejas y
atrevidas, pero esa densidad se compatibiliza con una forma de escritura más
accesible, una especie de clasicismo beat
que supera con inteligencia el aparente oxímoron.
Su última
novela, Silencio tras el telón del sueño,
tiene, amén de sus valores propios, el mérito de plantear, como luego veremos,
una especie de resumen de la narrativa del autor. Su argumento se centra en los diez años que van del The End de los Doors al no future del “God Saves the Queen” de
los Pistols, entre 1967 y 1977, y en la larga y fluctuante relación amorosa
entre los dos protagonistas, el pintor Pedro Velasco y la fascinante publicista
Kay Quirós. En un artículo publicado esta misma semana, el autor de la novela
señala como elementos clave de la misma “el enrevesado cultivo del amor,
el intento de mantener la decencia en un mundo indecente y, para no destripar
la novela tan pronto, la manifestación de una rebeldía —con causa o sin ella—”[7]. La
evolución de la obra artística de Pablo entre los sesenta y la actualidad, tan
discontinua y guadianesca como su relación -siempre presente y distante a la
vez- con Kay, nutren el núcleo de una novela de la que escapan muy pocas cosas,
pues Antolín Rato, como Pedro, acaba introduciendo en su obra lo que quizá en
su momento consideró como artísticamente irrelevante o como excrecencia, como
los vertidos que afean una montaña y que Pedro acaba por pintar como parte
consustancial al paisaje; el Rafael Lobo de
Fuga en espejo (2002) confiesa a otro personaje que “la historia a veces
también recoge sucesos nimios, por lo menos mi historia” (p. 128). Aquella
novela y la última de Antolín rato también tienen en común el mundo del arte, presente
en ambas con bastante socarronería crítica.
En Silencio tras el telón del sueño,
Antolín Rato utiliza un narrador flexible
muy interesante, que se adapta a
los personajes y su entorno sociocultural; si para describir la acción desde el
personaje del Chino utiliza un narrador “enrollao”, que usa la jerga juvenil
ochentera o noventera, según la época cubierta por el argumento, cuando se
centra en los personajes principales la voz narrativa es más equilibrada y
objetiva, algo distante sin dejar de ser omnisciente. A veces este narrador se
torna muy delgado, como en las partes dialogadas, y en otras su espesor se
torna técnico y preciso, como en las partes relativas al mundo del arte.
La
peculiaridad de la narrativa de Antolín Rato, apreciable sin dificultad en Silencio tras el telón del sueño, es que
es el resultado de una oscilación entre dos puntos, de los cuales sólo aparece
uno ante el lector o ante el personaje. Trataré de explicarme: si transcurre
ante nosotros una escena narrativa, en cierto momento leeremos un pensamiento,
pero tardaremos en saber a qué personaje corresponde; habrá un diálogo y
sabremos entre quiénes tiene lugar, pero el lugar habrá cambiado durante la
conversación sin que lo sepamos hasta que el narrador lo decide (“Pero las
últimas conversaciones y los más recientes pensamientos de Garrett […] se
localizan en el restaurante al que los tres han entrado hace una media hora”, Abril blues, p. 45); el personaje
llegará a cierta conclusión, pero eso no será hasta que sea consciente de que
ha estado inconsciente (drogado o soñando dormido). Cuando un personaje
consigue enamorarse de otro, éste ya está en otra cosa, o en otra persona, o
tiene uno de esos años en que no está para nadie. Cuando Gálvez se aproxima a
Kay, ella está pendiente de Souvirón, y cuando Souvirón acecha ella vuelve a
los brazos de Pedro. Éste sólo se da cuenta de la potencia fría de la luz de
Alaska cuando ya está de regreso en Villalba. Es decir, en sus novelas puede
que la narración mantenga el tiempo, pero se altere el espacio; que un
pensamiento se sostenga, pero no el eje de ordenadas espaciotemporal en el que
acaece; o que se mantengan todas las dimensiones kantianas, pero la reflexión
de llegada corresponda a un personaje distinto del de partida. Por eso Kay y
Pedro “parecían ocupar un espacio peculiar o un tiempo distinto al de otra gente”
(Silencio…, p. 8). Su poética es la
del deslizamiento y la sincronicidad, las realidades que debían estar juntas se
separan y se conectan aquellas que deberían estar alejadas: “quizá
se tratase simplemente de una fusión mental que presentaba como simultáneos, o
en una secuencia mal ordenada, sucesos sin aparente relación directa entre
ellos. Los propios de unos tiempos que no estaban para precisiones” (La
única calma, p. 113); “eso hizo
estirarse un pliegue temporal […] que se disolvía en una sucesión de momentos
sin forma global ni dirección” (Fuga en espejo, p. 25). Si Antolín Rato nos da algo, nos hurta el
resto por otro lado; si introduce realidad por un extremo la resta por el otro,
como si la experiencia consciente completa no pudiera darse más que en ciertos
estados unificados de conciencia. En una entrevista del año 75 que he citado en
uno de mis ensayos, Antolín Rato explicó que la novela tradicional tenía
enormes limitaciones para explicar el mundo actual, por cuanto “vivimos
en un tiempo en que las cosas, multiplicidad de cosas, ocurren simultáneamente”[8]. Su obra
lleva cinco décadas luchando contra ese problema estructural, utilizando todo
tipo de soluciones narratológicas para reflejar la simultaneidad de nuestro
tiempo en el estatismo de un relato escrito.
Quizá por
ello el texto se convierte en el crisol que sintetiza, desde el presente de la
escritura, los tiempos pasados, presentes y hasta futuros, por los que el
narrador se mueve como El Eternauta
de Oesterheld y Solano, pudiendo materializarse o desmaterializarse a voluntad
en cualquier momento de las vidas de los personajes, de la misma forma en que su personaje Lázaro Blay aparece como “recuerdo
materializado” en un sendero montañoso en La única calma (1999, p. 31). En Silencio
tras el telón del sueño esa continuidad narrativa permite al lector
comparar en tiempo real las vicisitudes de Pedro y Kay a través de los tiempos,
a la vez que ellos mismos las parangonan. El punto de vista sobre el pasado es
una forma de mirar el presente, a través del recuerdo, y aunque tanto el
narrador, como los personajes, como el autor, son conscientes de los peligros
de la engañosa memoria (p. 40), no parece que tengamos muchos más elementos
para calibrar la propia experiencia que mirarnos en el espejo del pasado. De
hecho, el espejo es un motivo muy habitual en las novelas de Antolín Rato,
llenas de azogues en los que los personajes no desean mirarse o temen reconocerse[9].
Siguen
presentes algunas claves de la narrativa de Antolín Rato, como ambientar la
obra en un Madrid que tiene mar y playa (“[…] él hizo un comentario sobre la
brisa. El olor que traía era marino”, Silencio…,
p. 37). O la introducción irónica de menciones a estadísticas sociológicas. O
la omnipresencia de la música, con el rock entendido como lingua franca transgeneracional. También se recupera una idea de Abril blues (1990) y de la página de
apertura de Fuga en espejo (2002), la
de la parálisis permanente -como la
banda de los 80-, pues, aunque son debidas a causas distintas, la “parálisis” (Silencio…, p. 85, 93, 110, 210, 278) que
atenaza a los personajes es muy similar, sintiéndose atrapados en
circunstancias sociales y personales que no les permiten más salida que la
temporal de las drogas. Si en Mar
desterrado uno de los personajes decía “Estamos en la época de la ansiedad”
(p. 106), las vidas azacaneadas de todos sus caracteres parecen demostrar lo
mismo, con independencia del momento histórico reciente en el que vivan. Otros
elementos presentes en etapas anteriores de su narrativa, como el “presente
condicional” que, según Rafael Conte, usaba el novelista en otras obras, ha
desaparecido.
Como hemos
apuntado antes, Silencio tras el telón
del sueño también historiza la
obra narrativa de Antolín Rato, y lo hace a través de su figuración tras la
obra pictórica de Pedro Velasco. La discusión sobre la autonomía de la obra de
arte (p. 83) y sobre los fines del trabajo artístico que Pedro se plantea
respecto a su propia pintura quizá puedan reproducirse respecto de la novela;
cuando leemos algunas frases del narrador sobre Pedro, como “él quería pintar
obras ajenas a la imitación que no negaran los aspectos tradicionales
arrinconados por los abstractos. Expresar la tensión explosiva del presente. Y
con un lenguaje que cambia lentamente, está lleno de hábiles alusiones a las
imágenes de otros cuadros y de la realidad, y aparece como un elemento más del
constante diálogo entre artistas vivos y muertos.” (p. 93), pueden pasar por reflexiones
de Antolín Rato sobre su propia obra. Podríamos entender que esa pulsión entre
vanguardia y tradición que sufre el pintor también la sobrelleva el novelista,
que busca un equilibrio personal entre las innovaciones de un Faulkner o de un
Burroughs (a quienes ha traducido) y la solidez de Moby Dick, y que también lleva a cabo su constante diálogo entre
vivos y muertos recordando pasajes de Milton, Tennyson o Shakespeare al tiempo
que recoge obras contemporáneas, desde los poemas de Claudio Rodríguez y
Cernuda hasta letras de canciones de rock. Y una de los amonestaciones que
sufre Pedro a manos de un crítico, que “puso leves reparos a la progresiva
influencia de las tiras cómicas en las primeras exposiciones de Pedro Velasco”
(p. 322) recuerda a algunos ditirámbicos comentarios que recibiera en su tiempo
la novísima y arriesgada -por
contemporánea de otras líneas internacionales- estética de Antolín Rato. La
pintura de Pedro pasa en la novela por tres fases (expresionismo abstracto,
pop-art o mezcla alto-bajocultural[10]
y clasicismo indagatorio) que, con las pertinentes reservas, aclaraciones y puntualizaciones,
podrían corresponderse con las arriba señaladas para la narrativa de Antolín
Rato.
En Silencio tras el telón del sueño, a
diferencia de otras novelas del autor, hay más reflexión que celebración. Las
mismas vivencias que en los 70 eran nuevas y asombrosas, y que en los 90 se
veían con nostalgia, ahora se contemplan distanciada y algo críticamente, como
si el lema de Lobo en Fuga en espejo
de que toda novela acaba por contar la decepción vital terminase en apotegma.
No hay rechazo al pasado, pero sí cierto desengaño barroco, no poco helor
invernal. Puedes compararse, por ejemplo, el modo en que los personajes de Abril blues y de Silencio tras el telón del sueño acuden a los legendarios conciertos
celebrados en la Isla de Wight entre 1968 y 1970. También abunda, como es
natural, mucha lucidez. Edward Said, al estudiar el estilo tardío de algunos escritores, anota: “Lo tardío es una suerte de exilio
autoimpuesto que llega después y sobrevive a lo que es en general aceptable”[11],
una forma de refundación. En su “Coda” autoreferencial -que, por referirse a
toda una narrativa, es autorreferencial en un segundo grado[12]-,
Juan Gálvez dice que “recordar es resistir” (p. 352). Los velos de Maya del
pasado y del presente trascendido han ido cayendo y, del mismo modo que Gálvez
recuerda desde el futuro del siglo XXI las andanzas de Kay y Pedro sin dejar de
comentar su propio presente, Antolín Rato ajusta las cuentas con el siglo XX -y
con su propia experiencia intelectual, personal y artística, supongo, aunque
esto sólo él lo sabe y únicamente a él le compete-, con un ejercicio de
solvencia narrativa contundente y sólido, marca de la casa. Antolín Rato no se
parece a nadie, siempre lo he dicho, sólo se parece a él mismo. Y eso es lo
mejor que puede decirse de un escritor.
_______
Mar desterrado; Anagrama, Barcelona, 1988.
Abril blues; Anagrama, Barcelona, 1990.
La única calma; Alfaguara, Madrid, 1999.
Fuga en espejo;
Alianza, Madrid, 2002.
Silencio tras el telón del sueño; Pez de Plata,
Oviedo, 2017.
Algunas
perlas extraídas de las novelas de Mariano Antolín Rato:
“Los sistemas
filosóficos alemanes -se entusiasmó Hansito, mientras comprobaba que fuera todo
estaba tranquilo- hacen estallar el mundo. La música lo crea de nuevo.” (Fuga en espejo)
“Vuelve a
decir algo y, de repente, más que hablar una lengua, los dos son hablados por
ella, forman parte del cuadro vivo del lenguaje.” (Abril blues)
“Alonso Vigil admitía que en aquellos tiempos
de decadencia -durarían diez mil años- nadie alcanzaría la iluminación” (La única calma)
“A los lados de la carretera, el paisaje era tan
estepario, con árboles tan contados, que los que había seguro que tenían
nombre.” (Abril
blues)
“En los
mejores momentos consigue que hasta este país me parezca maravilloso -fue una
de las respuestas de su marido que ella recuerda.” (Mar desterrado)
“él y Lobo disparaban breves exhalaciones en un staccato de segmentos que duraban un
quinceavo de segundo. En otras palabras, los dos reían” (Fuga en espejo)
“En eso que llamas la vida real nunca puede pasar nada extraordinario” (Silencio tras el telón del sueño)
[Relación con el autor: muy virtual y muy reciente, pero cordial. Relación con las editoriales de las distintas obras: ninguna]
[1]
Mikel Peregrina Castaños, “El cuento
español de ciencia ficción (1968-1983): los años de ‘NUEVA DIMENSIÓN’”, tesis
doctoral, Universidad Complutense, Madrid, 2014, p. 601.
[2]
Carmen Morán en Teresa
Gómez Trueba, y Carmen Morán Rodríguez, Hologramas.
Realidad y relato del siglo XXI; Trea, Gijón, 2017, p. 56.
[3]
J. C. Usó Arnal, “Literatura visionaria”, Ulises (Revista de viajes
interiores), núm. 1, primavera de 1998, pp. 33-36.
[4]
Germán Labrador Méndez, Letras arrebatadas. Poesía y química en la
transición española; Devenir, Madrid, 2009, p. 172.
[5]
Javier Moreno, “El discreto encanto de lo continuo: el tiempo y el relato”, Épistémocritique. Littérature et savoirs, vol. 16, “Vers una épistémocritique
hispanique”, octubre 2017,
http://epistemocritique.org/charme-discret-continuum-temps-recit/.
[6]
Mar desterrado, p. 203; véase
Labrador, Letras arrebatadas, p. 173.
[7]
Mariano Antolín Rato, “Una novela histórica del ahora mismo”, Zenda Libros, 20/11/2017, https://www.zendalibros.com/una-novela-historica-del-ahora/.
[8] M. Antolín Rato, entrevista
con Apuleyo Soto, Diario Córdoba, 13/07/1975, p. 19.
[9]
Además de Fuga en espejo, novela
donde el objeto está presente desde el título, encontramos otras apariciones: “[…]
una de sus profundas reflexiones al ver en un cristal el reflejo transparente
de sus facciones es: Pobre de ti, ya tienes muchos años aunque no consigas
convencerte de ello.”; bril
blues, p. 13. “Se ha lavado y afeitado demasiadas veces para que su cara
guarde el menor secreto.”; Abril blues, p. 85. Ver también Mar desterrado, pp.
79 y 118, y La única calma, pp. 61, 70-71.
[10]
“Manzano
creyó percibir en los nuevos cuadros que ofrecían algo así como un choque entre
la alta cultura y la cultura popular, ciertos procedimientos técnicos que él,
casi lo podía asegurar, le enseñara.”; Mariano Antolín Rato, Silencio tras
el telón del sueño; Pez de Plata, Oviedo, 2017, p. 132.
[11]
Edward W. Said, Sobre el estilo
tardío: Música y literatura a contracorriente; trad. de
Roberto Falcó, Barcelona, Debate, 2009, p.
39.
[12]
Al
ser Gálvez profesor de literatura, su coda incluye además, irónica y
especularmente, la crítica de la propia novela (véase página 363, entre otras).