Juan Martín Prada, El ver y las imágenes el tiempo de Internet.
Madrid: Akal, 2018.
En este contenido y a la vez completo estado de la
cuestión, Javier Martín Prada ahonda en el régimen escópico de nuestra era, con
la loable intención de escapar a partes iguales de la tecnofilia y la tecnofobia,
buscando un camino medio donde la sensatez impere a la hora de valorar las
luces y las sombras del imaginario contemporáneo. Algo que no hay que confundir
con tibieza, pues su escalpelo crítico no ahorra elegantes y argumentados ataques
cuando lo considera necesario, como la demolición de la “cultura selfie” (pp. 83ss). Consciente del
escaso valor emancipador de algunas supuestas innovaciones igualitaristas, como
la interactividad informática (p. 149), es sin embargo prudentemente favorable
a las posibilidades pedagógicas de algunas herramientas digitales, como los
videojuegos (p. 150) y muy optimista respecto a las posibilidades que las
distintas técnicas pueden aportar al arte o la literatura contemporáneos,
siempre que se apliquen desde un espectro autoconsciente y autocrítico. También
quedan especificados los peligros de la excesiva exposición subjetiva (pp. 44ss)
y visual (pp. 159ss) a la que nos vemos sometidos, ya sea de forma activa, como
en nuestra actividad en las redes sociales, como de forma pasiva (videovigilancia
o telecontrol informático, asuntos a los que se dedica el último capítulo).
Uno de los puntos fuertes del ensayo, quizá a causa de la recurrencia en su
argumentario del poder omnipresente de las imágenes en nuestro día a día, es el
análisis de los distintos tipos de imagen, al que dedica el capítulo primero.
Allí Martín Prada explica el paso de la “imagen evidencia” o testimonio de Roland
Barthes a la imagen palimpsesto, retocable mediante Photoshop, o las imágenes
de síntesis o renderizadas, que generan una segunda realidad por completo
alternativa a la presencial. Esa mutación, como es obvio, produce una
desconfianza absoluta en casi todas las imágenes que contemplamos, que han
perdido su estatuto testimonial inamovible. Las imágenes actuales ya no
confirman, sólo afirman o conforman. Esa progresiva tendencia a la
simulación o el simulacro, de luenga bibliografía desde los años 80, explican la
peligrosa maniobra de salvoconducto, hábilmente señalada por Martín Prada, desde
una realidad donde existía “el mundo del espectáculo” a otra basada en
espectacularización del mundo. El simulacro no es la sustitución de la realidad,
como decía el excesivo Baudrillard —salvo en el caso extremo de la realidad
virtual inmersiva en 3D—, sino una tendencia a la representación espectacular
de lo real, característica de la realidad aumentada. De los espacios concretos
de ocio visual (véase la sección “La imagen como entorno”) llegamos a la
realidad entendida como pantalla bidireccional, como las descritas por Orwell en
1984. Hoy Hollywood es cualquier
punto del globo donde haya un ordenador con cámara conectado a la red: desde
ahí se puede emitir espectáculo universalmente reproducible en cualquier momento.
De ahí que en el capítulo “La red como espejo” se aborde el tema del espectáculo
íntimo, y en “Cuerpos y miradas” la conversión del cuerpo propio en carne
programada, dirigida a la instagramización
del yo, a su proyección fabulada, teatralizada —p. 70; brillante recuperación por
Martín Prada de la Carta a D’Alembert
sobre los espectáculos (1758) de Rousseau— frente a los posibles lectoespectadores
del otro lado, lectoespectactores a su vez en el espectáculo
virtual.
Un espectáculo que, desde luego, y en la línea de las teorías de Paul
Virilio, acelera nuestro presente y nos limita la reflexión, puesto que “apenas
parece interesarnos […] aquello que no esté en modo ahora” (p. 25). La velocidad y el presentismo nos hostigan de
continuo y los artistas, especialmente los artistas digitales que Martín Prada va
desgranando y comentando a lo largo de su ensayo, son plenamente conscientes de
esta realidad y la incluyen en sus obras, por lo común desde una perspectiva
crítica.
En resumen, por la diversidad de sus preocupaciones y saberes, por la claridad
expositiva, por sus sensatos optimismos y pesimismos, por el sano procedimiento
empleado por el autor de leer fenómenos contemporáneos desde fuentes culturales
antiguas y aquilatadas, y por la coherencia de su pensamiento con lo expuesto
en otros libros anteriores, igualmente valiosos, El ver y las imágenes en el tiempo de Internet es un libro más que recomendable para cualquier tipo de
lector mínimamente interesado en saber más sobre su entorno sociocultural y
sobre el arte de su época.
[Relación con la editorial: ninguna. Relación con el autor: escasa]