Heather Christle, Heliopausa. Trad.
Ezequiel Zeidenwerg. Barcelona: Kriller71, 2022.
Michel Blanchot
dice en su ensayo La conversación infinita (Madrid: Arena libros, trad.
Isidoro Herrera, 2008, p. 94) que cuando sostenemos una conversación con
alguien “la interrupción permite el intercambio. Interrumpirse para escucharse,
escucharse para hablar”. Es decir, para que exista un diálogo, lo esencial es
que ese diálogo se detenga, se corte, se interrumpa. A juicio del pensador francés,
esa es la clave de la comunicación lógica; de hecho, añade con sorna, “a quien
habla sin parar terminan por encerrarle” (p. 93). Por ejemplo, pensemos en los tres
monólogos desquiciados e ininterrumpidos de la trilogía de Samuel Beckett (Molloy,
Malone Dies, The Unnamable). En otras palabras: mantener el sentido, o
cierto sentido, requiere de la interrupción del discurso.
Leyendo este
interesantísimo libro de poemas de Heather Christle, traducido por Ezequiel Zeidenwerg
con su eficacia habitual, he vislumbrado una
poética de la interrupción,
un discurso cortado de continuo por la polifonía de otras voces o de otras
ideas, que interfieren en el poema como un injerto natural para producir tipos
diferentes de frutos dentro del mismo arbusto. Si nos fijamos, el término
astronómico del título,
Heliopausa, ya nos está indicando que la pausa
es parte del concepto, que la ruptura es consustancial al tejido del texto, y
que su papel interruptor es, según Blanchot, “portador del enigma mismo del
lenguaje: causa entre las frases, pausa de un interlocutor a otro y pausa
alerta, la de la escucha que duplica el poder de la locución” (p. 93). La poeta
Ángela Segovia, en su excelente prólogo a este libro, lo explica con
inteligencia: Los poemas de Christle persiguen una pausa “donde el sentido
todavía prende, y el significado ya no importa” (p. 11).
Esa poética discontinua
preside el libro, aunque es especialmente intensa en poemas como “Loop de la
desintegración 1.1”, “Poema sobre la naturaleza” o “Cuánto dura la heliopausa”,
uno de los poemas más brillantes que he leído en los últimos tiempos. Otras
veces, la poética de la interrupción sacude algunos textos concretos. Así,
“Vernon Street” tiene una cadencia que es súbitamente interrumpida por una fulguración:
“la próxima vida / pienso vivirla en orden alfabético” (p. 47). Y luego el
poema sigue por otros derroteros, como si tal cosa. La parte final, que agrupa
una serie lírico-epistolar de poemas a alguien llamado Seth, que también
alteran la lógica secuencial de la correspondencia para convertirse en formas
metanoicas donde cabe cualquier tipo de mensaje. También en poesía “tomar la palabra [...]
significa interrumpir la secuencia que organiza y controla la producción y
límites de los discursos”, escribía Noelia Pena (El agua que falta; Caballo de Troya, Madrid, 2014, p. 14), y la
poesía de Christle es un excelente modelo de toma de palabra y de postura, que
pulsa la piel de nuestra contemporaneidad en búsqueda de las zonas más
sensibles. Heliopausa es ese mensaje extraterrestre entrecortado que no sabíamos
que estábamos esperando.
Roald Hoffmann, Los
hombres y las moléculas. Selección y trad. Luisa Pastor. Alicante:
Auralaria Ediciones, 2022.
En el prólogo a su excelente
antología
Catalista (Huerga y
Fierro, 2002, trad. Carlos Quiroga), donde descubrí su singularísima voz, el poeta
y… premio Nobel de química de 1981 Roald Hoffmann apuntaba
: “El idioma de la ciencia es un idioma bajo
tensión. Se crean las palabras para describir cosas que parecen indescriptibles
en palabras (ecuaciones, estructuras químicas, etc.). Las palabras no logran,
no pueden representar todo lo que ellas significan. Aun así, las palabras son
todo lo que tenemos. Incluso bajo tensión, siendo un idioma natural, el idioma
de la ciencia es inherentemente poético. […] Hay metáforas en abundancia en ese
mundo de la ciencia” (p. 13). Estamos ante uno de los pocos ejemplos de una
figura con impacto real en una rama científica del conocimiento capaz también de
ofrecer frutos artísticos o humanísticos de relieve. Como se explica en los
paratextos de Los hombres y
las moléculas, antología preparada
y traducida por Luisa Pastor, Hoffmann ha sido muy influyente en la explicación
de cómo se producen algunos compuestos químicos, y también, podríamos añadir,
ha modelizado la forma de componer poemas con un pie en la ciencia y otro en la
lírica. Auralaria Ediciones, que
da sus primeros pasos, ha tenido el acierto de publicar esta antología, con una
selección diferente a la de Catalista y complementaria con ella. Luisa
Pastor ha incluido, con buen criterio, una dirección que apenas aparecía en el
otro florilegio: la de la poesía más confesional de Hoffmann, ligada a sus
terribles experiencias de sobreviviente de la persecución nazi, de la que se
libró de milagro, escondido en una buhardilla. Y lo curioso es que estos poemas
dolorosos y crudos se entremezclan y alternan con las piezas de órbita estético-científica,
al principio con cierta sorpresa lectora, pero luego con una naturalidad comprensible:
la mente de la que surgen ambos discursos es la misma; hay una sola mirada, aunque
sean varios los objetos sobre los que se posa.
Si Christle utiliza una poética de la interrupción, Hoffmann emplea una estética del enlace, de la covalencia y la continuidad entre ideas entendidas molecularmente. Entre la enorme riqueza del campo semántico de la química (recordemos que Samuel Taylor Coleridge asistía a las clases del químico Davy para atesorar ideas), Hoffmann s
abe distinguir las
metáforas idóneas para construir “La poesía de las moléculas”, título de la conversación
con Stefan Klein (autor del ameno libro de divulgación científica La belleza
del universo, Seix Barral, 2018) que se incluye al final de Los hombres y las moléculas, junto al discurso de Hoffmann al recibir el
premio Nobel. En su poesía hay ecos de Wallace Stevens (“Birdland” parece un
claro homenaje a las “Trece formas de mirar un mirlo”) y del excelente poeta A.
R. Ammons, que compartía descansos con Hoffmann en Cornell University, y con quien
mantuvo una amistad fructífera para ambos: Hoffmann aprendía del torrente poético
de Ammons y Ammons comprendía mejor algunas perspectivas científicas que luego
aplicaría en algunos textos de sus Poemas
escogidos (Plurabelle, 2003). Sin embargo, la voz de Hoffmann es siempre
propia, precisamente por su especial conformación mental, y cualquier huella o
influencia queda destilada en el laboratorio de su capacidad de síntesis. Un libro
de notable calidad, con algunos altibajos pero también con no pocos momentos
deslumbrantes.
[Relación con autores y editoriales: ninguna]