sábado, 4 de septiembre de 2010

Brea

No me extenderé. Como es visible un poco más arriba, este blog lleva una cita de “cabecera” de José Luis Brea. Muchas veces, al preguntarme por esa cita, he tenido que aclarar que Brea no era para mí un ascendiente magistral, sino un notable pensador estético con el que de vez en cuando disfrutaba de sintonías. Sintonía es una palabra polisémica que a Brea, creo, le gustaba mucho. Para él había súbitas iluminaciones comunes, sincronicidades, que están todavía fuera de lo detectable pero que son preciosas para lo que somos y para quienes somos –sabiendo que somos, o debemos ser, también otros, en aras de la “radical alteridad” que presidía su pensamiento hasta el final-. Escribo final porque Brea nos dejó el pasado miércoles.

Cuando leí esa cita de Brea sentí una súbita afinidad, no conmigo, sino de forma áltera con el espíritu de este blog, que se propone precisamente hacer una crítica en directo de nuestro tiempo. La de él era, por el contrario, una crítica atemporal, raramente enclavada en una ucronicidad brillante. Por ese motivo no son pocos quienes han podido hablar de premonición al comprobar que su último texto en http://salonkritik.net se titulaba “Los últimos días”. Bueno, en realidad era un texto de 1992, en el que podían leerse cosas como ésta, con la que también sintonizo: “Simetría inversa de dos ficciones abstractas, teológico-políticas: la del fin de la historia y ésta de los últimos días. En ambas hace síntoma y conciencia la condición terminal de una cultura que conoce su fracaso en términos de incapacidad de representación plena del sentido, de viabilidad de un proyecto emancipado de sujeto, de realizabilidad de una forma digna de convivencia en lo social. Conciencia del fracaso del humanismo, se llama -con su más doloroso nombre- esta certeza oscura que nos concierne irreversiblemente”. Su colocación como último texto y su alusión benjaminiana a los textos que, como los relámpagos, comienzan a oírse mucho después de ser avistados, puede que no fuera casual, lo ignoro. Pero su escritura ucrónica, su extraña sintaxis, su crítica atemporal, hace que un texto de 1992 de Brea pueda ser válido hoy, del mismo modo que un texto de su último y magnífico libro, Las 3 eras de la imagen (Akal, 2010), quizá pudo haber sido leído y entendido en 1992.

Toda voz que calla nos sume en un silencio atroz, pero algunas generan, además, una reverberación suplementaria, como la de aquel poema de Blas de Otero: “su silencio, retumbando”. Ahora nos toca seguir escuchando el silencio atronador de sus textos.

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