Luis Carlos Barragán Castro
(2024). Parásitos perfectos. Buenos Aires: Caja Negra.
[…] el olor a información
rancia llenaba el aire y el cielo.
Luis Carlos Barragán
Manfred E. Clynes y Nathan S.
Kline publicaron el artículo “Cyborgs and space” (1960) en la revista Astronautics,
donde definían al cyborg “como una entidad que incorpora componentes exógenos
extendiendo la función de control autorregulatoria del organismo a fin de adaptarlo
a nuevos ambientes”.
Este artículo fue la carta de nacimiento de un concepto, el de cyborg,
que tendría numerosa bibliografía –de la cual el título más conocido es, como
sabemos, el Manifiesto Cyborg (1985) de Donna Haraway–, y que daría
pie a otras figuras posteriores, como el simbionte (Andy Clark, Natural Born
Cyborgs, 2003; Fernando Broncano, La estrategia del simbionte, 2012)
o el holobionte: “Un holobionte es un conjunto biológico formado por un
organismo complejo que se relaciona íntimamente con otros organismos y
microorganismos en mutua colaboración y dependencia”. En los
últimos tiempos asistimos a una proliferación de estudios sobre estas
cuestiones en general y sobre sus dimensiones culturales en particular, que son
obviamente las que más nos interesan. Podríamos citar direcciones teóricas y
creativas a veces muy diversas, pero con puntos en común: las “creaciones
simpoéticas” estudiadas por Francisca Noguerol, los Latin American Multispecies
Studies de Azucena Castro y Oscar Sebastian Tellini, las biopoéticas de Eduardo
Kac a Mónica Nepote y Maricela Guerrero (estudiadas por Roberto Cruz Arzábal),
la filosofía transhumanista (v. Antonio Diéguez, Transhumanismo. La búsqueda
tecnológica del mejoramiento humano, Herder, 2017), la “sintaxis vegetal”
descrita por Jesús Aguado, el
pensamiento de las plantas estudiado por Stefano Mancuso o Michael Marder, el
principio de “Dynamic Holism” de Matthew Sims, la idea del “planeta no lineal” de Briggs y
Peat (1990, citado por Alex Saum y Álvaro Llosa Sanz), la
hipótesis Gaia de Margulis y su continuación en la Tierra viviente (Atalanta,
2021) de Stephan Harding, la “Liternatura”
estudiada por Gabi Martínez, el ensayo Homo tenuis
(2019) de Francisco Jota-Pérez, los trabajos teóricos y las novelas de Germán
Sierra (especialmente la novela The Artifact, aquí
comentada), los estudios sobre el Symbiotic Turn, el “giro
desantropocéntrico” apuntado por Javier Moreno para varias novelas actuales,
que utilizan narradores no humanos (algo que también ha apuntado
Cristina Gutiérrez Valencia; Gonzalo Santos habla de "giro postantropocéntrico"), la “biosemiosis” de Arturo Morales Campos, la “atención
vibrátil” de Jesús Cano Reyes, las teorías sobre inteligencia y materiales
de Laura Tripaldi (Mentes paralelas, 2023) las teorías sobre el Alienoceno, las “MIRMECOLOGÍAS - Afinidades entre hormigas, plantas, humanos y
máquinas” –un proyecto comisariado por Miguel Mesa del Castillo y Enrique Nieto
en el Centro Párraga de Murcia–, o las obras del artista Maximilian
Prüfer, mediante la técnica del Naturantypie, que elabora en colaboración
con insectos y otros organismos.
Maximilian
Prüfer, Honey Picture 1
Otro hito en
este campo de experimentación y análisis de creciente importancia es la
colección “Efectos colaterales” de la editorial argentina Caja Negra, que tiene
varias obras que podrían incluirse en esta línea, como la excelente novela El
vasto territorio (2023) de Simón López Trujillo, de la que ya hablamos aquí,
o el libro que vamos a comentar hoy, Parásitos perfectos (2024), del colombiano Luis Carlos Barragán Castro.
Parásitos perfectos es un conjunto de cuentos de imaginación
proverbial, donde se desarrollan historias con distintos protagonistas, salvo
algún caso puntual (los dos últimos relatos, por ejemplo), pero que tienen en
común algunos elementos: la ambientación en un futuro próximo que posibilita tecnologías
biomecánicas, micoelectrónicas o biodigitales aún lejanas (por fortuna); la
consideración de la vida como un continuo deslizante entre la técnica y varios
reinos de la naturaleza (animal, fungi, vegetal y monera); la forma monstruosa
como un modo de abandonar la norma social, y por tanto una posibilidad de vida
al margen; la consideración del cuerpo como algo esencialmente mejorable y,
sobre todo, la inversión de la antigua relación entre huésped y parásito a favor
de lo parasitario, quitando al huésped parasitado su condición privilegiada.
Los largos relatos de
Barragán Castro presentan un mundo que tiene antecedentes en la ciencia
ficción, por supuesto, pero cuya creatividad reside en la riqueza de los
detalles y también en el modo en que la tensión entre lo humano, lo tecnológico
y lo natural se recontextualizan para simbolizar otras esferas. Algunos cuentos
son eróticos, otros metalingüísticos, otros se centran en los artefactos –ingeniosamente
dibujados por Barragán, que también es creador gráfico, al final de cada pieza–,
pero todos ellos plantean modos sugerentes de acercarse a problemas personales,
como la soledad, la incomunicación o la posibilidad de colmar el deseo, o de
cercar problemas sociales y políticos, como las dictaduras, la imagen propia, las
desapariciones, el comercio de datos privados, el narcotráfico, la corrupción,
etc. Por ejemplo, los renacidos de “Tinnitus” pueden ser una parábola de los
desaparecidos políticos, pero también pueden leerse como el símbolo de hasta qué
punto nos coartan las convenciones sociales y nuestra dificultad para liberarnos
de ellas.
El sufrimiento psicológico
suele presentarse mediante la metáfora del cuerpo imperfecto, correlato de una
experiencia vital frustrante, que intenta sanarse mediante la infección o
completarse mediante los biocultivos, la cirugía, los implantes biomecánicos o
los parásitos electrónicos. En estas páginas hallamos personas que ya no aman,
porque están conectadas a deidades ancestrales; pilotos que ya no necesitan
socializar, porque pueden conectarse prostáticamente con su nave; conductoras criticadas
por su físico que deciden vivir en el interior de coches construidos como hambrientos
crustáceos gigantes; parásitos que simbolizan la adicción, delincuentes que venden
información como droga, relatos que unen la leyenda del anticristo con la
llegada de la singularidad de la inteligencia artificial, etc.
Algunos relatos son realmente
espléndidos, como “Centípode azul” –un cuento bello y terrible donde la
posibilidad de editar los propios recuerdos gracias a un ciempiés biomecánico
incrustado en el cerebro da lugar, al mismo tiempo, a la más hermosa
plasticidad literaria y al encuentro brutal con el trauma–; “Parásitos perfectos”
–una pieza de imaginación fastuosa donde los cuerpos se dejan habitar por toda
clase de infecciones, parásitos y hongos como forma de embellecimiento físico,
que acaba alegorizando el amor como infección contagiosa–, o el excelente “Simbiosis”,
que sirve como pieza cumbre del libro y como poética expandida del mismo.
Como los relatos son bastante
largos, recomiendo leer Parásitos perfectos a sorbos, alternándolo con
otros libros de otros géneros, para ir disfrutando poco a poco su contenido. Desde
ahora, este volumen se incorpora a mi conciencia expandida, como una forma tan
placentera como monstruosa de exocerebro.
[Relación con autor y editorial: ninguna]