MODERNIDAD (Y NO SE ACABA)
Andrés Sánchez Robayna, De Keats a Bonnefoy (Versiones de poesía moderna); Pre-Textos, Valencia, 2006
No abundan los libros con dudas de identidad, pero estamos ante uno de ellos. Tomado en cualquier librería, el lector hojearía el índice, vería un pequeño prólogo, y luego un centenar de poemas, correspondientes a 24 poetas, más un epílogo y unos apéndices. A la pregunta de ante qué género de libro se encuentra, hasta el menor dotado de los lectores habría de responder: “antología”. Pero nos encontramos ante el extraño hecho de que el autor o compilador del libro, el poeta, traductor y ensayista canario Andrés Sánchez Robayna, señala hasta dos veces que el presente libro “no es, no puede ser, una antología” (p. 19).
Pero lo es. Y no sólo porque los pragmáticos editores de Pre-Textos hayan editado el libro dentro de una colección precisamente llamada “Antologías”; tampoco porque a reconocerlo llame el sentido común, sino porque el mismo antólogo, lacaniana y restrictivamente, hace que el lenguaje nos hable otorgando a un simple “sin embargo” un drástico poder significativo: “todos estos poemas, sin embargo, -cada uno a su manera-, expresan la diversidad de movimientos, direcciones y estéticas que caracterizan al período literario nacido con los románticos alemanes e ingleses y que hemos dado en llamar la modernidad en poesía” (pp. 19-20). El sin embargo no se refiere a la frase anterior, sino a todo el párrafo, precisamente el que niega que De Keats a Bonnefoy sea una antología. Esto tiene una explicación: Robayna sabe que el libro, como antología de la poesía moderna, es incompleto (cualquiera lo sería, como bien dice, algo así ocuparía “varios volúmenes”), y faltan algunos nombres trascendentales para que fuese tal, como los de Rimbaud, Duccase, Wordsworth, Mallarmé, Rilke o casi todo el Surrealismo. Por ese motivo, prefiere no hablar de antología, que es una manera de decir que el libro que se presenta se cree interesante, pero que no cumple los requisitos habituales de la antología como libro.
Son ciertas ambas cosas, pero sobre todo, y esto es lo que nos importa, es cierta la primera. Estamos ante una muy necesaria antología que, en su vertiente de florilegio o presentación de poemas (“flores”, en el sentido de las Flores de poetas ilustres de Espinosa, recientemente rescatada), ofrece un amplio mapa de poesía moderna; uno de los posibles, sí: pero uno de los indispensables. Toda antología se caracteriza por tres cosas: por traslucir un concepto (y una voluntad) de canon literario, por incorporar un programa estético y, en consecuencia con ello, por delatar una ideología. Algo que ha ido dejando claro José Francisco Ruiz Casanova en sus conocidos trabajos sobre este singular género editorial. Lo del innegable programa estético es algo en lo que Robayna, respecto a otras antologías suyas (como Las ínsulas extrañas, en colaboración con otros poetas), no suele estar muy de acuerdo; pero en esta antología, por ejemplo, que parecería el fruto casual y mecánico de los diez años de trabajo del Taller de Traducción Literaria creado en la Universidad de La Laguna, hay un programa muy claro. A esta conclusión nos llevan algunos detalles: por ejemplo, el hecho de que las versiones que ya tenía el Taller “las hemos completado con otras nuevas realizadas expresamente para este libro” (p. 20), con lo cual había una idea o línea que completar. Más detalles: el subtítulo del libro reza: “Versiones de poesía moderna”, y eso, como iremos viendo y tratándose de Sánchez Robayna, está muy lejos de ser causal, primero porque el vate canario está embarcado en un proyecto estético continuador de la modernidad y minuciosamente opuesto a cualquier posmodernismo; segundo, porque las líneas de poesía moderna extranjera aquí recogidas y traducidas son las que más le han interesado e influenciado al autor de la antología.
Si, como decía Bloom, “el modernismo es tan viejo como la Alejandría helenística”, también es dable apuntar que el modernismo es tan actual como la Web 2.0 o el uso de células madre. Como apuntaba Levin hace ya treinta años en “What was Modernism?”, el modernismo se piensa a sí mismo “en el presente de indicativo, separando la modernidad de la historia” (Refractions, 1996). Junto a la posmodernidad, entendida aquí para no extendernos como la lógica cultural del capitalismo tardío (Frederic Jameson), y también junto a los primeros resabios de algo que ya no es ni posmodernismo ni Modernidad (lo que denomino lo pangeico), lo moderno tiene unas clarísimas pervivencias intelectuales, éticas y estéticas que siguen asomando su rostro en la literatura en castellano, tanto en la hispanoamericana como en la española. Como decía Robayna en un ensayo significativamente llamado “Algo más sobre la melancolía postmoderna”, “la muchacha desnuda de Marcel Duchamp callejea aún por los suburbios de la ciudad industrial y se detiene para dirigirnos un gesto obsceno”. Ese ensayo, incluido en La luz negra (1985), venía a denunciar las trampas historicistas e ideológicas que, a su juicio, intentaba asentar el posmodernismo advenedizo, citando no en vano a Habermas, el mismo filósofo que hiciese célebre la idea de Modernidad como “proyecto incompleto” y retomable. Robayna y su círculo próximo de intelectuales y poetas canarios, agrupados en torno a la magnífica revista Syntaxis, han mantenido ese ideario como una firme columna estética, en cuya cima no están, ni mucho menos, solos: allí se podrían encontrar el ensayo de Eduardo García Una poética del límite (2005) o poetas como Josep M. Rodríguez, José Luis Rey o Antonio Lucas, por citar tres nombres de poetas muy jóvenes que sostienen, esta vez con la práctica, poéticas tan actuales como innegablemente modernas.
Sí, lo moderno (al menos, lo moderno literario) está aquí para quedarse. La posmodernidad ha ofrecido nombres, técnicas y obras muy estimables, pero que salvo casos puntuales (Pynchon, Calvino, cierto Ashbery) no ha conseguido cénits literarios a la altura de los modernos. No se está diciendo que no haya poetas como los de antes, sino que los grandes poetas de finales del XX y principios del XXI tienen una muy problemática adscripción posmoderna o, como Borges o el citado Ashbery, incumplen cualquier taxonomía razonable. Como decía Paul de Man, comentando una antología de poesía moderna parecida a De Keats a Bonnefoy, “nuestra época actual (…) está desarrollando su propia modernidad, pues vuelve a ser capaz de interpretar a los modernos anteriores como parte de un proceso histórico” (“¿Qué es lo moderno?”, 1965, en Escritos críticos; en el mismo sentido Claudio Guillén define ese como el trabajo posmoderno por excelencia en la última página de Lo uno y lo diverso, 2005). A este problema de perspectiva crítica hay que añadir que, debido a su longevidad como movimiento, la modernidad está cansada, según adjetivación del filósofo Patxi Lanceros; se encuentra en una fase algo terminal donde incluso quienes sacan de ella lo mejor elaboran sobre cauces (sobre todo estróficos) demasiado conocidos y transitados. Incluso no faltan quienes creen que el posmodernismo no sería más que un tratamiento paroxístico y exhausto de los temas, esquemas y estilos modernos. No quiero caer en fatalismos fukuyámicos, pero libros como De Keats a Bonnefoy trasladan la impresión de que estamos ante un “fin de la histórica estética”, que viene a decir con Paz que toda ruptura es ya tradición y que el buen camino consiste en seguir, con más o menos transgresiones lingüísticas puntuales, los senderos ya trazados. Esperanzado en esos atisbos de nueva poesía, ya no moderna ni posmoderna, que se detectan de unos años a esta parte, creo que aún hay algo por venir, pero esa es otra historia.
Y dentro de la Modernidad hay, por supuesto, varias líneas, desde la Romántica con la que comienza hasta las vanguardias históricas, que suponen su última y no poco interesante manifestación (el modernismo como estilo sigue, la Modernidad terminó); entre medias caminan postrománticos, naturalistas, modernistas, regeneracionistas, y un sinfín de ismos de diverso valor. De estas variantes, el Taller de Traducción de la Universidad de La Laguna, autor de las traducciones incluidas en este libro, “se inclinó por la elección de textos definidos por su complejidad o dificultad estética” (p. 15), lo que en román paladino quiere decir que al Taller le interesaba, de todo el movimiento moderno, aquella línea que partiendo de Wordsworth y hasta Jàbes, persigue un sublime estético caracterizado por estas notas: un grand style o expresión artística elevada, una profundidad intelectual (es decir, una poesía de la indagación, bien expresiva, bien contemplativa), una búsqueda de horizonte abismado o de asomo a la Nada del ser (véase el significativo epílogo de Ramos Rosa a la antología), un arte que ponga en crisis los medios formales de expresión para llegar más allá, y una complejidad técnica suficiente para soportar todos esos pesadísimos materiales y operar el milagro de hacerlos ligeros, esto es, legibles, bien que con cierta (o mucha, según casos) actitud intelectual por parte del lector para completar el sentido de los textos. Me arriesgo a decir que no hay ni un solo ejemplo entre los 24 poetas recogidos en la antología que se mueva un ápice de esta línea que Paul de Man llamaría de Alta Modernidad. Es cierto que faltan algunos, sobre todo germanoparlantes, pero también es cierto que la intención del libro (y del propio Taller) no es agotar, sino sumar, algo ciertamente loable y que merece todo el aplauso de un lector inteligente, que sabe de sobra que no abundan las buenas traducciones de buena poesía, y eso, sin duda alguna, es lo que ofrece este volumen. O debiéramos decir: magníficas traducciones de parte de la mejor poesía europea de todos los tiempos.
(Reseña publicada en revista Quimera, octubre 2006)
Andrés Sánchez Robayna, De Keats a Bonnefoy (Versiones de poesía moderna); Pre-Textos, Valencia, 2006
No abundan los libros con dudas de identidad, pero estamos ante uno de ellos. Tomado en cualquier librería, el lector hojearía el índice, vería un pequeño prólogo, y luego un centenar de poemas, correspondientes a 24 poetas, más un epílogo y unos apéndices. A la pregunta de ante qué género de libro se encuentra, hasta el menor dotado de los lectores habría de responder: “antología”. Pero nos encontramos ante el extraño hecho de que el autor o compilador del libro, el poeta, traductor y ensayista canario Andrés Sánchez Robayna, señala hasta dos veces que el presente libro “no es, no puede ser, una antología” (p. 19).
Pero lo es. Y no sólo porque los pragmáticos editores de Pre-Textos hayan editado el libro dentro de una colección precisamente llamada “Antologías”; tampoco porque a reconocerlo llame el sentido común, sino porque el mismo antólogo, lacaniana y restrictivamente, hace que el lenguaje nos hable otorgando a un simple “sin embargo” un drástico poder significativo: “todos estos poemas, sin embargo, -cada uno a su manera-, expresan la diversidad de movimientos, direcciones y estéticas que caracterizan al período literario nacido con los románticos alemanes e ingleses y que hemos dado en llamar la modernidad en poesía” (pp. 19-20). El sin embargo no se refiere a la frase anterior, sino a todo el párrafo, precisamente el que niega que De Keats a Bonnefoy sea una antología. Esto tiene una explicación: Robayna sabe que el libro, como antología de la poesía moderna, es incompleto (cualquiera lo sería, como bien dice, algo así ocuparía “varios volúmenes”), y faltan algunos nombres trascendentales para que fuese tal, como los de Rimbaud, Duccase, Wordsworth, Mallarmé, Rilke o casi todo el Surrealismo. Por ese motivo, prefiere no hablar de antología, que es una manera de decir que el libro que se presenta se cree interesante, pero que no cumple los requisitos habituales de la antología como libro.
Son ciertas ambas cosas, pero sobre todo, y esto es lo que nos importa, es cierta la primera. Estamos ante una muy necesaria antología que, en su vertiente de florilegio o presentación de poemas (“flores”, en el sentido de las Flores de poetas ilustres de Espinosa, recientemente rescatada), ofrece un amplio mapa de poesía moderna; uno de los posibles, sí: pero uno de los indispensables. Toda antología se caracteriza por tres cosas: por traslucir un concepto (y una voluntad) de canon literario, por incorporar un programa estético y, en consecuencia con ello, por delatar una ideología. Algo que ha ido dejando claro José Francisco Ruiz Casanova en sus conocidos trabajos sobre este singular género editorial. Lo del innegable programa estético es algo en lo que Robayna, respecto a otras antologías suyas (como Las ínsulas extrañas, en colaboración con otros poetas), no suele estar muy de acuerdo; pero en esta antología, por ejemplo, que parecería el fruto casual y mecánico de los diez años de trabajo del Taller de Traducción Literaria creado en la Universidad de La Laguna, hay un programa muy claro. A esta conclusión nos llevan algunos detalles: por ejemplo, el hecho de que las versiones que ya tenía el Taller “las hemos completado con otras nuevas realizadas expresamente para este libro” (p. 20), con lo cual había una idea o línea que completar. Más detalles: el subtítulo del libro reza: “Versiones de poesía moderna”, y eso, como iremos viendo y tratándose de Sánchez Robayna, está muy lejos de ser causal, primero porque el vate canario está embarcado en un proyecto estético continuador de la modernidad y minuciosamente opuesto a cualquier posmodernismo; segundo, porque las líneas de poesía moderna extranjera aquí recogidas y traducidas son las que más le han interesado e influenciado al autor de la antología.
Si, como decía Bloom, “el modernismo es tan viejo como la Alejandría helenística”, también es dable apuntar que el modernismo es tan actual como la Web 2.0 o el uso de células madre. Como apuntaba Levin hace ya treinta años en “What was Modernism?”, el modernismo se piensa a sí mismo “en el presente de indicativo, separando la modernidad de la historia” (Refractions, 1996). Junto a la posmodernidad, entendida aquí para no extendernos como la lógica cultural del capitalismo tardío (Frederic Jameson), y también junto a los primeros resabios de algo que ya no es ni posmodernismo ni Modernidad (lo que denomino lo pangeico), lo moderno tiene unas clarísimas pervivencias intelectuales, éticas y estéticas que siguen asomando su rostro en la literatura en castellano, tanto en la hispanoamericana como en la española. Como decía Robayna en un ensayo significativamente llamado “Algo más sobre la melancolía postmoderna”, “la muchacha desnuda de Marcel Duchamp callejea aún por los suburbios de la ciudad industrial y se detiene para dirigirnos un gesto obsceno”. Ese ensayo, incluido en La luz negra (1985), venía a denunciar las trampas historicistas e ideológicas que, a su juicio, intentaba asentar el posmodernismo advenedizo, citando no en vano a Habermas, el mismo filósofo que hiciese célebre la idea de Modernidad como “proyecto incompleto” y retomable. Robayna y su círculo próximo de intelectuales y poetas canarios, agrupados en torno a la magnífica revista Syntaxis, han mantenido ese ideario como una firme columna estética, en cuya cima no están, ni mucho menos, solos: allí se podrían encontrar el ensayo de Eduardo García Una poética del límite (2005) o poetas como Josep M. Rodríguez, José Luis Rey o Antonio Lucas, por citar tres nombres de poetas muy jóvenes que sostienen, esta vez con la práctica, poéticas tan actuales como innegablemente modernas.
Sí, lo moderno (al menos, lo moderno literario) está aquí para quedarse. La posmodernidad ha ofrecido nombres, técnicas y obras muy estimables, pero que salvo casos puntuales (Pynchon, Calvino, cierto Ashbery) no ha conseguido cénits literarios a la altura de los modernos. No se está diciendo que no haya poetas como los de antes, sino que los grandes poetas de finales del XX y principios del XXI tienen una muy problemática adscripción posmoderna o, como Borges o el citado Ashbery, incumplen cualquier taxonomía razonable. Como decía Paul de Man, comentando una antología de poesía moderna parecida a De Keats a Bonnefoy, “nuestra época actual (…) está desarrollando su propia modernidad, pues vuelve a ser capaz de interpretar a los modernos anteriores como parte de un proceso histórico” (“¿Qué es lo moderno?”, 1965, en Escritos críticos; en el mismo sentido Claudio Guillén define ese como el trabajo posmoderno por excelencia en la última página de Lo uno y lo diverso, 2005). A este problema de perspectiva crítica hay que añadir que, debido a su longevidad como movimiento, la modernidad está cansada, según adjetivación del filósofo Patxi Lanceros; se encuentra en una fase algo terminal donde incluso quienes sacan de ella lo mejor elaboran sobre cauces (sobre todo estróficos) demasiado conocidos y transitados. Incluso no faltan quienes creen que el posmodernismo no sería más que un tratamiento paroxístico y exhausto de los temas, esquemas y estilos modernos. No quiero caer en fatalismos fukuyámicos, pero libros como De Keats a Bonnefoy trasladan la impresión de que estamos ante un “fin de la histórica estética”, que viene a decir con Paz que toda ruptura es ya tradición y que el buen camino consiste en seguir, con más o menos transgresiones lingüísticas puntuales, los senderos ya trazados. Esperanzado en esos atisbos de nueva poesía, ya no moderna ni posmoderna, que se detectan de unos años a esta parte, creo que aún hay algo por venir, pero esa es otra historia.
Y dentro de la Modernidad hay, por supuesto, varias líneas, desde la Romántica con la que comienza hasta las vanguardias históricas, que suponen su última y no poco interesante manifestación (el modernismo como estilo sigue, la Modernidad terminó); entre medias caminan postrománticos, naturalistas, modernistas, regeneracionistas, y un sinfín de ismos de diverso valor. De estas variantes, el Taller de Traducción de la Universidad de La Laguna, autor de las traducciones incluidas en este libro, “se inclinó por la elección de textos definidos por su complejidad o dificultad estética” (p. 15), lo que en román paladino quiere decir que al Taller le interesaba, de todo el movimiento moderno, aquella línea que partiendo de Wordsworth y hasta Jàbes, persigue un sublime estético caracterizado por estas notas: un grand style o expresión artística elevada, una profundidad intelectual (es decir, una poesía de la indagación, bien expresiva, bien contemplativa), una búsqueda de horizonte abismado o de asomo a la Nada del ser (véase el significativo epílogo de Ramos Rosa a la antología), un arte que ponga en crisis los medios formales de expresión para llegar más allá, y una complejidad técnica suficiente para soportar todos esos pesadísimos materiales y operar el milagro de hacerlos ligeros, esto es, legibles, bien que con cierta (o mucha, según casos) actitud intelectual por parte del lector para completar el sentido de los textos. Me arriesgo a decir que no hay ni un solo ejemplo entre los 24 poetas recogidos en la antología que se mueva un ápice de esta línea que Paul de Man llamaría de Alta Modernidad. Es cierto que faltan algunos, sobre todo germanoparlantes, pero también es cierto que la intención del libro (y del propio Taller) no es agotar, sino sumar, algo ciertamente loable y que merece todo el aplauso de un lector inteligente, que sabe de sobra que no abundan las buenas traducciones de buena poesía, y eso, sin duda alguna, es lo que ofrece este volumen. O debiéramos decir: magníficas traducciones de parte de la mejor poesía europea de todos los tiempos.
(Reseña publicada en revista Quimera, octubre 2006)
Comentarios colgados en la otra versión de la bitácora:
ResponderEliminar1. La Modernidad se acaba. Lo que no se acabará es esta "modernidad" cacareante. La publicación no es más que una apuesta sobre seguro a caballo ganador. Nada aporta, sino que se juega a ganar. No es una antología pero es una antología: ¡vaya juego más postmoderno...! Lo que más lamento es que tú juegues, Vicente, también a ganar. Realmente debiste centrarte, como reseñador, en la validez puntual de las traducciones, porque la novedad no es otra (y si es que tiene alguna). Y no lo has hecho, sino que te has limitado a balbucear utilizando el mismo juego interno marcado por el prologuista Sánchez Robayna. El taller -porque conozco su composición, ya que la mayoría son colegas míos- es uniforme y unívoco, no hay posibilidad de voz discordante en el ejercicio de estas traducciones, por lo que resulta un ejercicio de pedantería. Siendo un taller de traducción universitario no entra en sus propósitos traducciones de otros autores, por lo que no hay mirada más allá sino más acá, en la punta de la nariz de cada uno en convergencia con propios y comunales intereses, no ya esteticistas sino "estaticistas". Todos esos autores ya han sido traducidos y no había necesidad de tal boato injustificado. Como almas en pena están miles de autores, que siendo interesantes e incluso modernos, esperando y dando tumbos en estos días de Halloween en busca de un taller de traducción que no sea éste de La Laguna.
Alta Edad Media/Alta Modernidad
Baja Edad Media/Baja Modernidad
¡Vaya retroalimentación!
Toto — 30-10-2006 12:56:38
2.
Querido Toto, con el mayor de los respetos y de los cariños, ya que te molestas en visitar mi casa y dejar mensajes en ella, lo que me encanta, pues muestra curiosidad, generosidad y atención –en todos los sentidos-. Esta vez tengo un reproche que hacerte. Leo tu comentario y deduzco de él:
1) Que me dices lo que tengo que hacer. Es decir, cómo tenía que haber elaborado mi crítica.
2) Que les dices a los miembros del Taller de Traducción de la Universidad de La Laguna lo que tienen que hacer: ser menos “estaticistas” y traducir de otra manera.
Bien, con independencia de que estés en lo cierto (es decir: admitiendo que yo puedo haberme equivocado y que este Taller podría mejorar):
¿Por qué no lo haces tú?
Es decir:
1) Haz tú la crítica que yo, supuestamente, debía haber hecho. Aquí abajo tienes todo el espacio de la Red: siempre que no haya insultos en tu reseña, ya conoces las normas de la página, la publicaré.
2) Haz tú esas traducciones: a lo mejor es a ti a quien esos poetas están esperando.
Y repito: te lo digo sin maldad, sin acritud, de buena fe. Pero es un mal muy extendido en la cultura española denunciar los males y no hacer nada para combatirlos; apuntar a los huecos sin rellenarlos, disparar a los nombres conocidos sin plantear candidatos firmes y sólidos de repuesto. Es decir: no entiendo por qué hay tanta gente que sabe a la perfección lo que hay que hacer y no lo hace, tantos que ven cómo nos equivocamos los demás y no se toma el trabajo de dar la alternativa, de ser la alternativa. Yo abrí este blog intentando hacerlo. Quizá no lo he conseguido pero, de verdad, intento todos los días mejorar, y hacer una crítica literaria distinta a la que puede seguirse en suplementos. Mi reseña de Ashbery no es mejor que otras publicadas, pero creo, sinceramente lo digo, que es distinta. Creo que cuando una publicación me solicita colaborar con ella, y cada vez son más, lo que precisamente se me pide es esa visión diferente, esa perspectiva nueva con la que intento encarar los textos, los hechos, los techos.
Centrarse en las versiones de los autores de De Keats a Bonnefoyes lo que han hecho otros reseñistas, y ya verás cómo seguirán haciéndolo la mayoría. He preferido centrarme justo en lo que pensé que nadie insistiría, es decir: el encaje de la propuesta poética de esa antología con el presente, su lugar en nuestras coordenadas culturales. Puedo haberme equivocado, es cierto, aunque no lo creo así. La cuestión es que éste es un país libre, o al menos este Diario de Lecturas es una página libre, de modo que ahí tienes, Toto, a continuación, todo el espacio del mundo para la alternativa. En otros sitios no te lo darían.
Un cordial abrazo, Toto, y no te enfades, como yo no me he enfadado.
vicente luis mora — 30-10-2006 17:21:28
3. Querido Vicente:
¿Cómo voy a enfadarme contigo, si precisamente me encanta lo que haces y tu manera de proponerlo? Pese a lo que contestado sobre tu reseña no voy más allá de ella, incluso va mi admiración por ella. Otra cosa es que discrepe sobre parte de su contenido y apuntalamientos, que es a lo que voy. Espero que hayas distinguido todo esto, aparte de mi carácter cínico y mi ánimo por encender los debates. No está hecho (cuidado con las apariencias), ni es mi intención, desde el desprecio. Ni a ti, ni a Sánchez Robayna (a quien le reconozco su lugar)ni a los compañeros míos que han colaborado en las traducciones. Va, en todo caso, en contra de los mensajes subliminares que esconden. Tal vez se me entienda mejor si te digo que mi esquelético comentario está ideado desde un "holzwege" (vocablo utilizado por Heidegger), uno de esos caminos del bosque que, alejados del camino central, arma el leñador. Simplemente creo que hay grandísimos problemas en la poesía, a todos sus niveles, como para venir ahora a vueltas con la "Alta Modernidad" (término clasista para colmo), y que precisamentepropuestas como ésta directa o indierectamente evitan de un plumazo afrontarlas. Ése sería mi disgusto, si es que me reconozco alguno, por dios. Estarás de acuerdo que una propuesta similar hecha por mí ni la habría publicado Pretextos ni hubiera dado para mucho debate.
Y ojo, mi crítica sobre los demás y lo demás (por dios o por quien sea, Vicente)no es enfrentamiento personal sino sobre un trabajo sacado a la luz pública y cuya confección me es cercana y conozco más entresijos que, supongo, la mayoría de este blog. Aunque no nos conozcamos personalmente, me parece que sabías de antemano qué posibilidades de arrancar células muertas tenía en potencia colgarlo aquí.Que está impecablemente escrita la reseña (pero si es que me encanta cómo la has hilvanado) no me lo niego, pero que has lavado mucha ropa sí que lo creo. Jo, qué malo soy... pero me encanta, Vicente.
Te agradezco la disponibilidad de tu blog para mis propuestas, pero con el espacio donde cabe este comentario me es suficiente. Bueno, alguno más ocuparé, depende de lo que me contestes o cuelgues.
Sabes bien que mis propuestas están donde deben estar, ahora en tus manos; y mira si soy buena gente, que por "mi bien" si fuera otro hubiera escondido la cabeza.
No me enfado, Vicente. Te agradeceré siempre este blog y tu gesto permisivo. Soy consciente de cuánta granizada te ha caído y te puede caer, y eso es de alabar al menos por mi parte. Granízame tú a mí si quieres, y verás cómo sigo siendo feliz, al menos con la misma infelicidad que todos compartimos.
Muchas gracias por permitirme entrar en tu casa cuando me apetece y sin tocar. Pero repito, no comparto esos presupuestos teóricos tan absolutos y de alguna manera amañados, y te puedo decir que de esa agua nunca beberé. De eso estoy seguro. Allá yo y mi sed.
Un abrazo y a ver más opiniones.
Toto — 30-10-2006 19:27:14
4. Vicente, hoy no sé si me levanté con la cuarta pata de las cuatro que tengo. He releído varias veces más tu reseña y he hallado más matices tuyos... Cierto, lo siento.
Y a ti como a todos recomiendo el ensayo recién salido en la editorial El Cobre de un poeta martiniqués, Edouard Glissant, una joyita. Su título "Tratado del todo-mundo".
En él encuentro esta frase: "La erranza es eso mismo que nos permite afincarnos". ¿Ves, Vicente?
Un saludo jejejeje
Toto — 31-10-2006 15:53:06
Curioso: los Formalistas Rusos rechazaron el Modernismo como producto decadente de la sociedad capitalista, tal como en este artículo se recoge que Jameson hace del Posmodernismo.
ResponderEliminarLas jerarquías existen en el ámbito de las relaciones sociales, pero no creo que ello sea aplicable a la creación artística como tal, exenta de los procesos culturales de emisión/recepción. Insisto en que hablo de las artes y no de la cultura. Quizá podríamos hablar de categorías, antes que de jerarquías, porque el “sujeto que crea” en la posmodernidad no tiene necesidad vital de verse incluido en la jerarquía, lo que hace que ésta pierda el poder que le es propio: la legitimación.
Entre otros, este proceso tiene el efecto de liberar al “sujeto que crea” de verse obligado a seguir modelos o casarse. En el Posmodernismo puedo escribir lo que quiera libremente y puedo decirle a mi jefe que voy a hacer lo que quiera en un trabajo X: le encantará. Oh, vamos, ¿acaso no habéis visto los anuncios de Coca-Cola?, seguro que está esperando. En cambio en el Modernismo podría escribir lo que quisiera y decirle a mi jefe que voy a hacer lo que quiera en un trabajo X: me amenazaría con despedirme. Por hacerle sentir peligrar su alta cultura. Si él fuera soviético (y estructuralista) además me gritaría que soy un desalmado y que no me importan el engranaje ni las relaciones sociales de mercado etc. De todas maneras yo me iría feliz a casa porque soy heroico. Aunque los dos casos convivan hoy al segundo le quedan dos días para desaparecer. Ni los jefes creen ya en la tradición.
Me cuesta creer que la Modernidad (independientemente del Modernismo) contenga aún interés: aquellos grandes valores filosóficos, sociales y políticos de una Ilustración que negó todo lo no-racional, condenándolo a un archivo vetado denominado Superstición. Ya no es posible la Historia, no es posible la Realidad, porque ha sido hermosamente simuladas en un juego CMYK.
Pero si eso ya lo sabían los modernistas, que se libraron del elitismo y las ortodoxias de la alta cultura, entonces cuál es la aportación genuina del Postmodernismo, ¿una escala mayor?¿todo tamaño Big Mac? Hassan decía que si para el Modernismo era el Arte el que se había deshumanizado, para el Posmodernismo es el Planeta. El Fin del Hombre.
Si Joyce hablaba desde el interior de un individuo insignificante y sórdido, Coupland desde el interior de un individuo insignificante y sórdido presenciando un apocalipsis nuclear. Y ahora qué viene después. Supongo que el día después de deslumbrar a tu jefe rompiendo los límites establecidos, mezclando documentos históricos y anécdotas invitadas, haciendo un pastiche enorme con tus papeles y derrocando los horarios, tienes dos opciones:
- Vuelve atrás y confórmate con ser un tipo modernista, moderadamente heroico y que intenta reconquistar a su jefe.
- Elige la opción dos, pero como no seas brillante estás acabado.
Hola Vicente. Bueno, cuando hablo de Borges como posmoderno, hablo, en efecto, abusando, lo sabemos y está claro, pero yo no lo calificaría de tardomoderno, sino de "protoposmoderno" en lo que se refiere a sus publicaciones de cuentos, y de (que me perdonen los cielos) de "insoportable" en cuanto a su obra en verso. De cualquier manera, pienso que la literatura posmoderna posterior no sería lo mismo sin él.
ResponderEliminarDespués, yo no digo que vivamos en la posmodernidad; esa opinión, discutible como otra cualquiera, la he dicho aquí muchas veces, sino en una "posmodernidad tardía", o "tardoposmodernidad", o incluso como dicen algunos teóricos, en una "hiper-realidad", términos todos ellos que engloban lo que tú denominas (y que analizas magníficamente en tu libro) Pangea, dado que van más allá de lo concurrente en el ciberespacio. Pero es que incluso si admitimos que estamos en esa Pangea, no veo tan claro que existan jerarquías en el mismo sentido que existían antes. La relación de cualquier subordinado con su jefe es jerárquica, sí, pero no de la misma manera que antes. Por ejemplo, antes se admitía sin paliativos que el jefe era la persona más preparada que había, ahora no, el jefe puede, perfectamente, ser menos competente que el subordinado y sin embargo ser más eficaz a la hora de organizar tareas. Por otra parte, las cosas cada vez se hacen más en grupo, y se le da tanta importancia al técnico especializado que sólo hace una parte del trabajo como a la cabeza pensante. O por ejemplo, sin ir más lejos, antes un ciudadano burgués de clase media estaba, de facto, jerárquicamente por encima de otro de clase social más baja: tenía ciertas prebendas muy descaradas. Hoy día eso ha cambiado mucho y existen una serie de regulaciones que velan porque eso no sea así, aunque, obviamente, la picaresca humana busque su siempre el cauce por el que salir. Digamos que ahora todo eso ya no está institucionalizado, aunque siga existiendo en la esfera de lo privado; ya es un paso adelante. O el ejemplo que dices de mi relación con mi jefe (en abstracto, podría ser cualquier otro, claro), pues claro que es no es jerárquica en el sentido clásico; puedo discutirle, puedo incluso negarme a hacer algo que me imponga alegando objeción de conciencia, etc. Hay jerarquía, sí, pero es de otra naturaleza.
Pero lo que nos trae no es la dimensión social, ni económica, ni cultural, sino estética.
Y ahí está claro que las jerarquías clásicas se han barrido (aunque hayan manado otras de otro carácter). Esa no jeraquización es la que te permite llevar, por ejemplo, un traje "de vestir" (el de antes de los domingos), con un calzado deportivo. Una mezcla y rotura de jeraquías impensable hace 40 años. O la que permitió que, por volver al ejemplo del otro post, los Sex Pistols se metieran con la Reina de Inglaterra, o que, y esto es a lo que vamos, que los libros de Palahniuk no sean perores, pero tampoco mejores, que los de Proust. Eso sin hablar del cine, donde sólo desde hace no tantos años la serie B es un género tan noble (o innoble) como el gran cine clásico. Es más, que no te quepa duda alguna de que si el tocho de Proust se publicase hoy, con todo el pasado e Historia de la cultura intactas tal como la conocemos, sería infumable, y que no te extrañe que la crítica lo calificase de bodrío. Y es muy lógico, olería a cosa ya hecha, a refrito. Es como si hoy a alguien se le ocurriese pintar como Velazquez, (y digo igual no sólo en el sentido técnico, sino también en el sentido de “querer decir lo mismo con esa obra”), sería ridículo. Hoy se puede pintar como Velazquez, sí, pero para darle un giro, o un guiño, o para reinterpretarlo a luz de la vida actual. El resto es manierismo.
No sé, tengo la impresión de que aplicar las mismas categorías y metodologías a objetos tan separados en el tiempo, tan disímiles, no es la solución. Pienso que cada cosa hay que jerarquizarla en su contexto. Entonces sí que se podría, llegado el caso, establecer una lógica, pero interna al hecho moderno, para comparar libros de esa misma corriente. Por ejemplo, alguien podría establecer una teoría según la cual Kafka es superior a otro contemporáneo suyo, pero no a alguien del Siglo21. Sería como juzgar la moral de los romanos, que tenían esclavos, con las categorías de nuestra moral actual, donde esa situación de esclavitud nos parece aberrante.
En fin, un abrazo.
Agustín, hablamos de cosas diferentes, en efecto, muchas veces nos pasa eso.
ResponderEliminarAprovecho este mensaje para decirte, a ti y al resto, que tanto los posts como los comentarios se están colgando a la vez (con más trabajo todavía por mi parte) en http://vicenteluismora.blogspot.com
Saludos
Muy buena idea el tener este "mirror" del diario de lecturas, seguro que de este modo carga la página para los lectores. Me parece una moderna herramienta que complementa las publicaciones del diario.
ResponderEliminar¿Han desaparecido las jerarquías individuales en favor de unas jerarquías institucionales enaltecidas?
ResponderEliminar(Entiendo las instituciones como los lobbys de presión a los que se "enfrenta" la sociedad moderna.)
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Muy bueno lo del nuevo blog.
No es tan fácil despachar el tema de las jerarquías. Sigue habiendo canon, o mejor cánones. ¿De verdad opináis que Pynchon y Pérez Reverte valen lo mismo? ¿No podemos jerarquizarlos? ¿No se puede decir que uno es mejor que otro? ¿Es lo mismo Ashbery (o Mallamé, o Celan, o Juan Ramón, o Machado: quien queráis poner) que un ganador de flor natural de pueblos de la sierra? ¿Quién dice y por qué motivos que es insostenible decir que Machado -por utilizar un ejemplo distinto a los que siempre cito- no es infinitamente mejor que un ripioso profesional? Claro que son distintos, por supuesto, pero es que Machado es superior, y punto.
ResponderEliminarQue algunas categorías posmodernan digan que la jerarquización no es posible a mí me la trae al pairo por tres razones: primera, porque no vivimos (y nunca vivimos) en un país posmoderno; segunda, porque hay posmodernidades que sí admiten o proponen jerarquización; tercera, porque ningún sistema de ideas puede luchar contra el sentido común.
Saludos.
Porque el tema es muy opinable me atreveré a escribir algo.
ResponderEliminarPrimero:
¿Hay arte imperecedero? ¿Caduco? Luego ya no sería arte...¿o sí? ¿El arte como búsqueda del encuentro en el artista o el arte como búsqueda del encuentro entre artista y sociedad?
Otra cosa:
Yo (y la mayoría de la gente) no podemos juzgar lo que es arte o lo que no lo es: no tenemos las herramientas necesarias. Luego el arte no puede juzgarse democráticamente. Es entonces necesaria una jerarquización por parte de los "entendidos": la oligarquía artística. En este sentido, según lo que yo sé, tendría razón Vicente.
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"ningún sistema de ideas puede luchar contra el sentido común"
Muy buena.
(Variante deconstructiva)
ResponderEliminarNinguna idea común puede luchar con sentido contra el sistema
Creo que he sido malentendida.
ResponderEliminarMi mensaje intentaba buscar un paralelismo entre teorías literarias y comportamientos sociales, sin éxito por lo que veo. Intentaba crear un hilo conductor entre la fuerte conciencia grupal de una primera mitad del XX marcada por revoluciones y guerras mundiales, pasando después por el fracaso de las utopías y los grandes valores, hasta llegar a un individualismo extremo (usaré aquí la palabra posmodernismo por última vez). Ese sistema (y esa cultura, y sus consecuentes productos culturales) basado en el narcisismo y el consumismo se agota ya. Digamos que aún no es claro pero evoluciona hacia la emotividad y la comunicación con los demás, hacia la apuesta personal. En términos sociológicos es aquí donde entran los Me-Media y el Me-Virtual, ese yo que consume y se comunica por medio de archivos. Hay una tendencia literaria, o así lo creo, que ya no representa a un sujeto abstracto, sino a un sujeto concreto y único que se niega a encajar en un modelo/tipo literario, al que ya no preocupan los grandes valores (hasta donde es posible sustraerse de los Universales, claro). En el comercio esta tendencia se traduce en servicios a medida, personalizados, dirigidos a los rasgos diferenciales. Digamos que lo que Vicente llama Pangea (aún no lo han traído) sería una red que interconecta individuo a individuo, una ilusión a escala planetaria de participar de una cultura común siempre en marcha y sin conclusión, aunque se trata más bien de la interconexión de proyectos individuales: por ejemplo puede existir un colectivo de gente con el pelo verde y con cuatro dedos porque esos individuos dan importancia a esas características individuales que les diferencian.
Yo hablaba de categorías, de agrupaciones estilísticas, no de calidades. Obviamente. Hay demasiadas teorías sobre el posmodernismo (ups), obviamente, como para incluirlas en un comentario.
Y si un trabajador (o un autor) decide que su criterio merece la pena porque su punto de vista diferencial aporta un valor extra, asumiendo el riesgo y la responsabilidad, eso no supone que “diga una grosería en un anuncio” ni en su obra. Es hermoso que no todo el mundo quiera seguir a sus jefes literarios.
Un saludo.
¿Es posible que el estado que Vicente llama Pangeico y que según Eme no ha sido traído o no ha llegado aún, no sea propiamente la realización de una Pangea sino el estado previo, natural, caótico y salvaje que daría lugar a esa nueva conformación (Pangea), a esa especie de nuevo orden cultural? (Hostia..., me estoy dando miedo a mí mismo...) No, en serio: a mí me parece que en lo que respecta a la cultura, podríamos estar en un momento magmático, tectónico, terriblemente natural (e infernal, por añadidura); una especie de magma primigenio sobre el que flotan quebrándose y retorciéndose los pedazos de los antiguos continentes ya rotos pero con paisajes, restos y ruinas aún capaces de significar. Así, por ejemplo, tenemos los grandes valores humanistas. A este respecto, si no confundo categorías, yo diría que, efectivamente, el proyecto moderno sería un proyecto no terminado, un patrimonio grabado en nuestro adn, una Isla de Pascua congelada en la que cada filósofo es un careto gigante e interrogante que demanda atención.
ResponderEliminarCreo que estoy reformulando lo que Eme ha dicho en su último post. Creo que esos tipos que, efectivamente, se relacionan por un impulso individual, por una necesidad de comunicación (una tendencia natural) en este océano magmático tan salvaje, porque tienen en común el pelo verde y los cuatro dedos y dan importancia a estas características que les diferencian y hacen de ellos una afirmación, navegan ahora mismo en una pequeña placa tectónica pirata surcando el océano de magma pre-pangeico, medio a la deriva pero con la bandera de su pelo verde y sus cuatro dedos ondeando cada vez más alto. Supongo que a esta singular tripulación se van sumando individuos perdidos en pecios tectónicos que flotan sobre el magma y que si se suman al rollo del pelo verde y los cuatro dedos es porque les parece que las fiestas los “verdicuatros” son las mejores y porque se dan cuenta de que quieren vivir en un mundo de pelo verde y cuatro dedos. Puede que las fiestas de iniciación consistan en beber un elixir que se consigue con una fórmula secreta que combina elementos secretos extraídos de los antiguos continentes y de placas tectónica nuevas.
En este sentido, si es que lo de aquí arriba lo tiene, pienso que dado que nos encontraríamos en esas condiciones salvajes, la cuestión de las jerarquías, y sobre todo, de lo que apuntaba Tipo sobre el “qué es y qué no es arte” estaría resuelta (y quizá siempre lo haya estado, en realidad): sencillamente, aquellos elixires que más gusten (los más irresistiblemente adictivos) serán los mejores; no ha lugar mediación oligárquica alguna, porque, como dice Eme, ni los jefes creen ya en la tradición. Triunfará lo mejor o se irá todo al garete para siempre; o habrá un infinitamente tedioso retorno de lo mismo o el Mundo se convertirá en un guisante blanco o en un charco de agua muerta o en un peluquín verde.
En mi opinión, esa “mediación oligárquica” en el arte no es sino una usurpación. Y puede que haya sido uno de los más grandes “errores” del proyecto moderno.
Pienso que no tiene nada de particular, digamos, que entre los escritores, músicos, pintores (o lo que sea) enclavados en un estilo definible (por ejemplo, el Thrash Metal) haya unos mejores y otros peores; creo que en realidad todos sabemos que esto es y siempre ha sido así. Lo que me interesa más es la relación entre la creación de arte, de “gran arte”, si queréis, y la manera en que los grupos de seres humanos nos relacionamos o nos organizamos socio-políticamente. Es decir, ¿qué significa que en la segunda mitad del siglo XX la producción de “gran arte” (actividad metafísica superior del Hombre, según Nietzsche) haya sido claramente, digamos, “democrática”, en el sentido de que, por ejemplo, la música haya estado completamente determinada por la ¿voluntad de comunicación? de seres humanos en lo más bajo de la jerarquía social?
En el fondo de ese hablar de cosas distintas entre Agustín y Vicente, ¿no estará quizá esta pregunta?
Saludos mil.
Me temo que, en esta ocasión, me inclinaré por las jerarquías. O mejor dicho, por la existencia de rangos de análisis diferentes. Una de las trampas que, sabiamente, en mi opinión Jameson o Anderson descubren, es como detrás de la “desconcentración” postmoderna se oculta el pastiche. En una opción de “todos ganan” la disolución de categorías, de alcances críticos, de logros intelectuales, se difuminan, y de ese modo, los poderes “jerárquicos” (lo siento, mi formación es marxista) como Capital, Propiedad, Superestructura, que existen (y si no se lo preguntas a las clases desheredadas de medio mundo), se benefician de la pérdida de un enemigo fundamental. Aceptar la no existencia de jerarquías en el arte supone dar carta de naturaleza a la disolución del arte. Si todo vale, ¿para qué tratar de escribir bien? Si todo vale, ¿qué diferencia hay entre una obra que amplia sentido frente a los “Pilares de la Tierra” de Ken Follet? No digo que el postmodernismo no haya traído beneficios poniendo el dedo en la llaga de la certeza ilustrada, pero no nos pasemos de rosca convirtiéndonos en apóstoles de la desintegración. Señores, ya sé que certezas, lo que se dice certezas no hay. Pero reconozcamos que algunas aproximaciones a ellas sí. Y Machado, hoy por hoy, es una obra que amplía sentido.
ResponderEliminarHola. Permitidme intervenir.
ResponderEliminarLas doce tesis:
1. Me sorprende que se diga que algo (una cosa, una idea, una fuerza, una línea, una teoría) no es posmoderna, como si hubiera una sola concepción de lo posmoderno. La corrosión es consustancial a cierto posmodernismo norteamericano, pero no siempre es rastreable en el europeo de Klossovski, Calvino, Gadda y compañía. Los juegos con las estructuras (narrativas, ontológicas y epistemológicas) que hacen estos últimos no se ven casi en los norteamericanos, con la notable excepción de Gaddis y cierto Barth. Y por ahí.
2. El problema básico de la Posmodernidad es que, a día de hoy, sigue siendo casi inaprensible. Hay una por autor o tratadista. Yo la considero un conjunto de líneas estéticas o culturales más que cualquier otra cosa: desde luego, no es una época: nadie entró, y nadie saldrá de ella. Las ideas, las personas y las teorías la atraviesan como los coches por un túnel de lavado.
3. Por lo común, el agua se seca rápido.
4. Lo pangeico no está por llegar: ha llegado; donde está por llegar es al Todo, es decir, al resto de la realidad contingente, dejando claro que ni ésta última es del todo definible (en el sentido de tener contornos claros), ni todo lo pangeico es irreal o virtual. Ésa es justo su fuerza: la relación difusa de continuidad con el concepto de realidad que teníamos hasta 1996.
5. Me doy cuenta de que estamos en la primera época histórica que tiene, de manera clara y con una distancia mínima, conciencia de su propio nacimiento, y una fecha exacta (la invención de la WWW por Tim Berners Lee, el nuevo descubridor de la Rueda / R(u)ed(a) / Red). Si en vez de un período cronológico fuésemos un robot, seríamos un Hal 9000, un ser capaz de tomar conciencia de sí mismo.
6. No os angustiéis con las jerarquías, de verdad: ellas se preocuparán por vosotros y colocarán en el tiempo las obras que escribamos. No dependen ellas de nosotros, sino nosotros, por desgracia, de ellas.
7. Hay canon, pero no está fijo: es un canon in progress. Porque si hemos de descartar la idea de progreso (hablo en términos sociológicos, ojo), mejor vayámonos a un barranco y tiremos en él nuestro conformismo con nuestro cuerpo.
8. No tengo tiempo de llegar a doce tesis. El domingo sigo. Saludos.
Hay algo en esta discusión que no me convence, sobre todo teniendo en cuenta de dónde ha partido y qué le ha dado pie.
ResponderEliminarVistos e interiorizados los post, uno descubre que un hecho/gesto/acción literario (no el texto primero colgado por Vicente, sino la edición que lo originó) puede llegar a ser tan maquiavélico como para quedar indemne, sin que se hable de la acción misma y nos teledirija sonámbulos a complicarnos la vida "inocentemente" y destrozárnosla "inmerecidamente".
Algunos me podrán decir: precisamente es su valor.
Pero yo pregunto: ¿cuál su trampa?
Soy de los que creen que queda pendiente una discusión primera más básica y que por arte de magia queda en suspenso. Propongo, por tanto, retorno al origen. Cuando a su vez se editan tantos libros, ¿dónde reside la importancia de éste? Donde apenas se atiende pública y críticamente tantas novedades, ¿qué hace que se le dedique tanta atención a éste? Donde tan poco espacio hay para reseñas, ¿qué conlleva que esta ocupe una? De todos los libros sobre la “modernidad” que salen, ¿por qué merece éste tanta atención? Donde tantos comités de redacciones se preocupan tan poco por escoger entre las apariciones novedosas, ¿quién le pide a Vicente llevar a cabo una reseña sobre este libro?
¿Quién, por qué y para qué?
¿Cómo, dónde, cuándo?
¿Por qué lo llamamos amor cuando queremos decir sexo?
¿O ustedes son de los que les gusta que cuando el jefe les convoque a una revisión de salario en la reunión se trate de todo menos de eso?
Saludos a todos
Qué gracia me hace que digáis que no hay jerarquías; eso es lo que más le gusta a la lógica histórica capitalista (la lógica de mercado), que todo parezca "natural" e "invisible", que parezca que no existe. Parecéis todos señoritos: ¿de qué jefes estáis hablando? ¿de los de las cajeras del Carrefour? ¿De los de la gente que trabaja en los McDonalds? Decidle a Bush que no hay jerarquías... y decídselo también a los inmigrantes y a los africanos que se mueren de hambre. Me hace gracia también que alguien hable del "arte" como de algo ajeno al resto de manifestaciones sociales... ¿de dónde os habéis caído?
ResponderEliminarVicente: en todo caso, no es esta (si es que lo es) la primera época histórica con conciencia de sí misma... Hay muchas que lo han tenido, desde el Renacimiento a la Ilustración. Y hay muchos cánones ( el libro de Pozuelo Yvancos sintetiza las principales teorías).
La posmodernidad se da sobre todo entre los mandarines de departamentos universitarios que viven cómodamente al margen de lo que pasa a su alrededor, teorizando sobre sus ombligos (e incluso allí hay "jerarquías", y cómo).
rafayiyo — 04-11-2006 00:50:30
Bueno, querido Anónimo, esa es una pregunta que tendrías que hacerle a los directores de las publicaciones, no a mí (pero es una pregunta, concuerdo contigo, muy interesante). En el caso de la antología de Robayna & Cia., elaboro la reseña porque me la piden, aunque yo puedo sugerir libros, también. En el caso de la de Ashbery, nadie me la indica ni me la pide: para eso abrí el blog, para poder hacer crítica sin encargos ni condicionantes previos.
ResponderEliminarVarias veces en este blog cuando se ha hablado de "posmodernidad" se han mezclado varias cosas. De manera muy esquemática:
ResponderEliminara) La posmodernidad como una época histórica donde lo posmoderno sería una matriz de rasgos sociales, políticos, económicos, ideológicos, etc. La literatura posmoderna sería aquella literatura hecha en la posmodernidad y que como tal refleja esa matriz y al tiempo es el resultado de esa matriz. En ciertos términos, y discúlpenme que me lance a la piscina si mirar si está llena, sería un inconsciente ideológico que nos constituye querámoslo o no. Pienso en el trabajo de Juan Carlos Rodríguez quien, desde el marxismo althuseriano, ha elaborado una serie de conceptos que yo creo muy valisos en torno a estos asuntos de la literatura que nos ocupan.
b) Por otro lado se habla también muchas veces de posmodernidad como si fuera un género literario. Desde este punto de vista habría una literatura posmoderna, una moderna, poesía lírica, novela de detectives, etc., etc. Aquí parece que es una de la muchas opciones que puede elegir el autor. Determinar que características tiene ese (teórico) género posmoderno sería cuestión de agotar obras y realizar un catálogo exhaustivo. Si aceptamos esto podríamos aceptar que los cuentos de Borges son posmodernos y su poesía no porque Borges eligió géneros diferentes para una u otra cosa. Tal la querella entre una poesía moderna (defendida) por Sánchez Roabayna y una poesía posmoderna (olvidada por Sánchez Robayna).
A mí modesto entender sólo la primera opción es útil ya que la segunda sería perfectamente explicable si pudieramos entender bien esa matriz ideológica, económca, política, cultural, etc. Multiplicar las etiquetas es confundir al personal. Que cada autor tenga un concepto diferente de lo posmoderno es el resultado de cómo funciona el saber dentro de ese "inconsciente ideológico" que podemos llamar posmoderno. Hablar de la posmodernidad no es ni celebrarla ni condenarla. Simplemente describirla.
PD: Otra variante de la frase (con permiso): variante a lo Toni Negri:
Ninguna idea que no sea común puede ir contra el sistema.
(Ánimo Mora, ésto que usted hace no está pagado).
Bueno, la cuestión es que no puedo repetir siempre las mismas cosas, y esa distinción pertinente que usted hace la hemos sostenido hasta la saciedad en este blog (quiero decir en el "original", el de http://vicenteluismora.bitacoras.com. La cuestión es que ambas categorías quedan claras en mi artículo sobre el tema, al que puede usted acceder en http://www.vicenteluismora.com/postmodernidad.htm. Gracias y un saludo, amigo granadino (mucho JCRodríguez tiene usted a las espaldas, lo de "inconsciente ideológico" es definitivo).
ResponderEliminarMÁS COMENTARIOS DEL BLOG ORIGINAL:
ResponderEliminar1) TOTO
Vaya, no me desagrada este amigo anónimo. Creo que apunta aclarando. Hay algo de lo que dice que me interesa.
No sé... pero desde esa óptica sencilla y didáctica -básica y clarita- no es moderno ni postmoderno aquel de se autoproclama tal o cual. Lo es el que lo demuestra sin consciencia -es decir sin premeditación-. Serlo uno u otro no depende del que escribe sino del que lee.
Vuelvo a lo mismo: ¿qué interés hay en declararse moderno o postmoderno? ¿No les parece que hablar y hablar tanto de modernidad/postmodernidad no suprime de alguna manera hablar de literatura/no hablar de literatura? Me parece todo excesivamente pendiente de etiqueta, pero eso mismo me llama la atención entre tanto literato...
Jejejeje... ¿seré yo postmoderno por plantear cuestiones de esta índole?
Tengo un amigo que dice: "la poesía es mala o buena; la poesía es poesía no no es poesía". Y yo le siempre le he aplaudido. ¿Seremos ambos payasos, mi amigo y yo?
Saludos (y ánimo, Vicente, con el traquineo de tus páginas)
Toto — 07-11-2006 23:37:44
2) VICENTE LUIS MORA
No, Toto, tu amigo y tú sois escritores, y las categorías de moderno/posmoderno no son creativas, sino críticas. El problema es que en el blog va entrando gente que escribe, gente que hace crítica, y gente que hace o hacemos las dos cosas. Pero te comento algo: al menos yo, cuando hablo de esas categorías, estoy hablando de literatura (aunque en ocasiones se mezclen, porque en la propia literatura están mezclados, conceptos socioeconómicos, políticos, tecnológicos, etc.) y es la literatura lo que me interesa. Lo importante es que, vgr., Rodrigo Fresán escriba, supongo que estaremos de acuerdo; luego, ya nos pelearemos los críticos por ver si es moderno o posmoderno. ¿Quita eso a Fresán de escribir? No. Y arroja luz, o eso creo, porque para decidirse por una u otra "etiqueta" (aunque la mejor etiqueta aplicable a Fresán sea, precisamente, su especificidad, su radical singularidad), hay que leer profundamente lo que dice, sus influencias, sus coetáneos, sus preferencias, sus estructuras narrativas, su estilo, sus personajes... es decir: hay que saturarse de la literatura de Fresán. ¿Es eso antiliterario, o es el mejor homenaje a la literatura, sea a la literatura de alguien o a la Literatura en general?
Saludos, Toto.
vicente luis mora — 08-11-2006 08:51:36
3) TOTO
Este último comentario por tu parte me vale, vicente, y lo entiendo perfectamente lo que dices. No tengo objeción ninguna.
Pero -y no te lo digo a ti sino a todos donde te incluyo y me incluyo- es que en casi todo lo que has colgado no se hace más que hablar de lo mismo, plantéese lo que se plantee, y es lo que no entiendo. Y, por mi parte, en mi tierra (Canarias) he intentado huir de eso, que ha sido puesto de moda tan interesadamente y de forma partidista. Claro, las consecuencias es que me quedo fuera de todo, porque el "todo" y lo "único válido" es esa discusión continua y no hay más y yo me quedo en treintaytrés, pues me llega a parecer insoportable y dramáticamente empobrecedor. Me abro nuevas vías, “hacia toda esta España”, al asomarme aquí por ejemplo y me encuentro lo mismo, pero pareciéndome peor por la sencilla razón de que había supuesto que donde más gente hay más opiniones o novedades puedo encontrar, más diversidad de opiniones o puntos de mira… Y no, y me parece como si asomándome aquí estuviera hablando con mi vecino –entiéndase sin nombrar a nadie- y sin ninguna posibilidad de quitármelo de encima. Entonces es cuando puedo decir que me estoy ahogando, convirtiéndome en un perfecto atragantado, asunto que otros dirían que es porque eres canario y lo de la isla y mucha agua por todas partes y aislado y tal y cual. Pero no, me ahogo en plena llanura de la península ibérica, señoritos. Para nada me lo esperaba. ¡Dios, qué pena me doy!
Ya no me queda más remedio que soltar este grito lastimero en forma de interrogación: ¡Poetas del mundo, ¿qué coño se está haciendo con la poesía?, ¿de qué vais?!
Nota: Miro los textos que Vicente ha colgado sobre libros que han salido y que son muy muy de agradecer (bueno alguno no jeje) y es donde menos comentarios hay (¡matemático!), de lo que se desprende que a nadie le interesa lo que hace el otro. Jajajaja: ya no vale aquello de Bécquer de “qué es poesía” / “poesía eres tú” (el otro). No, porque Poesía es Modernidad/Postmodernidad.
Saludos sin acrtitud/tud/tud
Toto — 08-11-2006 13:39:54
Queridos todos:
ResponderEliminarHe leído con detenimiento, en ocasiones he tenido que releer, los comentarios que aquí se aportan. Me encanta la literatura pero una matización ¿no creéis que teorizáis demasiado? Es sólo una opinión, claro, pero ¿puede uno enfermar de teoría? La verdad es que cuando comienzo a leer tantos post, me vienen a la mente tacos y tacos de post-it. Pienso que el post-modernismo está ya más pasado que la pana.Post eso.
Anabel
Bueno, Anabel, tienes la ventaja de que tienes todos los suplementos literarios, donde apenas se teoriza, y luego libros y blogs donde sí se piensa, con mayor o menor fortuna.
ResponderEliminarMe interesa lo que dices de que el posmodernismo está superado. ¿Qué es lo que hay después?
Saludos y gracias por venir.
¿Qué hay después del posmodernismo?
ResponderEliminara) Según Lipovetsky, el hipermodernismo. Este blog NO es hipermoderno porque ni lo encontramos en un hipermercado ni pagamos por él, ¿no? Lo cual hace que en la relación de transferencia que sus lectores establecemos con su autor pueda entrar tanto el amor como el odio. Abajo Lacan y arriba Mora. Me encanta este blog, de verdad.
b) Según Foster Wallace, con su característico humor socarrón, el pos-posmodernismo, y aquí entra Anabel con sus post-it.
c) Según Fresán, el fin del mundo a cámara lenta y, citando a R.E.M., "I feel fine".
d) Según este humilde posteador, el café de-después-de-levantarse, que no es una coña acerca de la poesía de la experiencia sino algo mucho más serio, me parece, creo, no sé, es decir, hum...
Tropovski
Toto:
ResponderEliminarClaro, Anabel y Vicente.
Anabel, realmente todos estamos enfermos. Los que lo estamos de teoría es porque ya padecíamos el mal de la literatura.
Y a ti, Vicente: ¿qué hay despues del postmodernismo? Libros, lo mismo que había antes.
Abrazos pa los dos. También para un tercero/a que tras la pantalla nos lee pero no se manfiesta: nuestro médico de cabecera.
Toto — 04-01-2007 22:29:28