[Este texto es la presentación del libro Poemas de culo, de Raúl Pérez Cobo, recién publicado en e.d.a. libros; como no pude asistir por un viaje de trabajo, fue leído amablemente por Mario Cuenca]
El Suplemento Literario del Times era excelente a tal efecto, de una solidez e impermeabilidad a toda prueba. Ni los pedos lo rompían.Samuel Beckett, Molloyen los ojos de la cara suele haber por mil leves accidentes, telillas, cataratas, nubes y otros muchos males; mas en el del culo nunca hubo nubes, que siempre está raso y serenoF. de Quevedo, Gracias y desgracias del ojo del culo
El añorado Vicente Núñez nos legó que “La poesía es delito”. Deleuze dijo que escribir es algo sucio; Gerald Manley Hopkins tuvo que dejarlo porque lo consideraba incompatible con el sacerdocio; Paz en Los hijos del limo le completó al exponer que “el saber del poeta es un saber prohibido y su sacerdocio es un sacrilegio”. Pablo García Casado ha escrito sobre "eyacular el poema"; Alexis Díaz-Pimienta tiene una pieza, "Poeta en el aeropuerto", donde también compara la escritura con la eyaculación. Sus últimos versos dicen: "la diferencia está en que el hombre solo / no se lava después de la última palabra". Leopoldo María Panero ha declarado en algún sitio sentirse "cagando poemas", y José Ángel Valente escribió: "Implacable desprecio por el arte / de la poesía como vómito inane" (El inocente). Gil de Biedma decía que "El juego de hacer versos / (...) es algo / parecido en principio / al placer solitario". Monterroso tiene esto en algún sitio: "Escribir es un acto pecaminoso. Al principio, contra los grandes modelos, en seguida contra nuestros padres, y pronto, indefectiblemente, contra las autoridades". En fin, que comienzo a pensar que esto de escribir es algo bastante indecente.
Y sin embargo, como sentencia Juan Villoro en El disparo de Argón (1991), “la mierda tiene proporciones alarmantemente humanas”. El psicoanálisis se ha acercado a la relación entre lo fecal y la conformación psicológica, bastará con recordar la consideración de la defecación como oro en Freud, o la fase anal en la construcción de la psique del niño definida por Jacques Lacan; igualmente tiene un nutrido registro en psicobiografía literaria[1]. En lo tocante a la literatura también la relación con lo excrementicio es un tema universal: Hodgart, en La sátira, recuerda la “obsesión cloacal” de Swift que, a su vez, sólo seguía “una antigua tradición”[2], la cual pasa por los condenados a nadar en un mar de mierda por Dante en su Divina comedia y llega vía Satiricón y los poemas chaperos de Catulo hasta la creación del mundo a base de ventosidades en Las nubes de Aristófanes[3]. Sin embargo, es nuestro Siglo de Oro (período literario que, a juzgar por sus citas de apertura y por su blog de significativo nombre, Inculatorias[4], Pérez Cobo conoce bien) un período especialmente rico en literatura de contenido escatológico, sobre todo en dos de nuestros principales poetas, Quevedo y Góngora[5]. Ignacio Arellano critica que en su edición de las prosas del primero, Fernández Guerra eliminase “Gracias y desgracias del ojo del culo”, porque “no se trata de una ‘degradación de lo cómico’ como afirma Sánchez; es precisamente un tipo de comicidad especial, basada en la turpitudo et deformitas que aparece en todos los tratadistas áureos como la forma más eminente de lo risible”[6]. En efecto, lo que se busca en algunos poemas de Quevedo no es el sonrojo del lector, sino el del retratado en el poema, como en este soneto, de mucho parecido a algunos poemas de Pérez Cobo:
Que tiene ojo de culo es evidente,
y manojo de llaves tu sol rojo
y que tiene por niña en aquel ojo
atezado mojón duro y caliente.
Tendrá legañas necesariamente
la pestaña erizada como abrojo,
y guiñará con lo amarillo y flojo
todas las veces que a pujar se siente.
¿Tendrá mejor metal de voz su pedo
que el de la mal vestida mallorquina?
Ni lo quiero probar ni lo concedo.
Su mierda es mierda y su orina, orina,
sólo que ésta es verdad y esotra enredo,
y estánme encareciendo la letrina.[7]
En el caso de Góngora, lo pestilente para algunos era la innovación y osadía de sus novedades técnicas; Juan de Jáuregui, en su impagable Antídoto contra la pestilente poesía de las Soledades, escribía: “así, las más de las veces dejan a V.m. por señor de el campo, viéndole empuñar un soneto merdoso y otro pedorro. Y al menorete un monóculo o un cagalarache”
Eduardo Lago, en su novela Llámame Brooklyn, dice que la poesía hay que buscarla “en la inmundicia, manchándote el alma. Sólo así encontrarás lo que estás buscando. Sangre, mierda y semen, no lo olvides (…) Lo que cuenta es poder rozar la eternidad, aunque sólo sea un instante. Que nos quemen. A Dios le da exactamente igual”[11]. En ese espacio de abandono teológico[12] y derrelicto constructivo la poesía desde la modernidad viene buscando su inspiración[13], y no pocas veces a través de la transgresión fecal, desde Lautréamont a Bataille[14]. Precisamente abordando la obra de Bataille, escribe Foucault: “la transgresión es un gesto que concierne al límite; es ahí donde, en la delgadez de esa línea, se manifiesta el resplandor de su paso, y tal vez también su trayectoria en su totalidad, su origen mismo (…) La transgresión se abre a un mundo brillante y siempre afirmado, un mundo sin sombra”[15], y con razón apunta a una filosofía del límite, en cuyo borde lo escatológico, como poética habitual de lo trasgresor, está siempre caminando. No es casual que otro agudo lector de Bataille, el peruano Vargas Llosa, haya escrito que para que “para que esta sublimación [del sexo al erotismo] ocurra, es imprescindible, como lo explicó George Bataille, que se preserve ciertos tabúes y reglas que encaucen y frenen el sexo, de modo que el amor físico pueda ser vivido -gozado- como una trasgresión”[16]
. En una cabal antología de la filosofía literaria del límite encontraríamos a Bataille, pero también a Sade, a Rabelais, a Pietro Aretino, a Sacher-Masoch, a Céline, a Lautréamont, a Joyce, al Apollinaire de Las once mil vergas, a Henry Miller, a Anaïs Nin, a Burroughs, a J. G. Ballard, a Camilo José Cela, a Julián Ríos, a Juan Francisco Ferré, a Manuel Vilas y, en general, a todos los psicopatólogos de la transgresión literaria que podríamos agrupar, usando un concepto de Auden, como los “Señores del límite”. El objetivo último de esta filosofía literaria del límite es la que contiene el maravilloso párrafo final de El erotismo de Bataille:
El lenguaje no se da independientemente del juego del interdicto y de la transgresión. Es por lo que la filosofía, para resolver, de ser posible, el conjunto de los problemas, debe retomarlos a partir de un análisis histórico, del interdicto y de la transgresión. Es impugnando, a partir de la crítica de los orígenes, como la filosofía, transgrediendo la filosofía, accede a la cumbre del ser. La cumbre del ser no se revela por entero más que en el movimiento de trasgresión en el que el pensamiento fundamentado, por el trabajo, en el desarrollo de la conciencia, supera al fin al trabajo, sabiendo que no puede subordinarse a él.[17]
En nuestra poesía reciente, hay algunos poetas cuyo tratamiento del tema daría para algún artículo; Pérez Estrada tiene este curioso poema en Diario de un tiempo difícil:
También había un poeta
al que habían de practicarle la cesárea,
era preciso extraerle un pedo inconmensurable,
un pedo que venía en mala postura.
Era preciso actual con diligencia,
con prisa,
con toda la prisa del mundo,
antes de que el gran pedo se malograra.
Ya un encuadernador de urgencia esperaba al pedo.
Ya un bibliófilo esperaba a aquel pedo,
no a otro.
De la misma manera, podemos encontrar los versos coprofágicos de Gimferrer en Mascarada (Edicions 62, 1996), el poema a un moco de Sarrión en Cordura (1999) y los poemas culifágicos y coprofílicos habituales en la obra de Leopoldo María Panero, todo él un ejercicio de transgresión permanente. Tras el boom escatológico novísimo, llegó la políticamente ultracorrecta normalidad, de extraña moral izquierdista y conservadora a un tiempo, pero parece que en estos últimos tiempos se detecta una vuelta a un cierto tono exasperado y turbio en la poesía española. Amén del ya clásico recitativo Leche de camello de Eladio Orta, podemos destacar algún poema de Enrique Cabezón
[18], le hemos leído a Chantal Maillard en Hilos: “Las heces: lo más cálido de mí”[19], y encontramos estos versos en Diego Medrano: “Caga el culo y caga el hombre / pero la mierda no caga (…) La mierda no caga, estamos seguros, / pero sabe por lo menos sabe / lo que otros ignoramos: / de dónde sale y adónde va / de donde viene y quién es”[20]. Pero seguramente se lleva la palma el libro que hoy presentamos, Poemas de culo, de Raúl Pérez Cobo, publicado por Ediciones de Aquí.
Escribe con mucha razón en su blog Pérez Cobo: “Si la mitología puede volver a escribirse desde nuestro siglo, he aquí una muestra. La ironía, la sátira, hacen posible la nueva escritura de viejos modelos. Es la eterna paradoja: ya no es posible la imitación, practica leal de los antiguos y nada deshonrosa, pues para nosotros seria poco mas que un pastiche, la falta de voz, una copia -que aun es menor que un plagio, puesto que una copia tiene un significado mas prosaico, menos hermoso, mas vulgar, sin el arte de la elegancia del plagio, de la belleza, quedándose en mera reproducción-. Pero una nueva lectura del mito posibilita una nueva escritura: le da vida, lo hace actual.” Los códigos lingüísticos del Siglo de Oro, durante un corto espacio de tiempo, permitían ciertas alegrías satíricas configuradas como código de escape o desgaste de modelos no literarios, pero sí psicológicos, despreciables. Reírse indigna(da)mente de un miserable no contaminaba al poeta con la porquería expulsada, sino que suponía volcar de un modo retórico la agresividad moral de la época, atacar a lo peor con lo peor. El resultado nos sigue sorprendiendo hoy por su dureza unas veces, por el ingenio otras, en cualquier caso por ser capaz de unir lo más humano con lo más divino, como la misma palabra escatología, que igualmente designa el católico “Conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba”, y el más procaz “Tratado de cosas excrementicias”, según nuestro imparcial DRAE. Justo en ese límite, en el de no decidirse entre ambas lides, entre la función humana y fisiológica del culo y otros posibles tratamientos, semánticos o sexuales, entre la condición de fin cabal del cuerpo y principio aleve del atrevimiento, es donde los giros retóricos sobre el trasero y su codificación poética alcanza mayor riqueza. Sabedor de ello, Raúl Pérez Cobo insiste e incide en la condición de lo cular como finis terrae mundi de lo lírico, y como principio metafísico de alcance, puesto que a él con esa trascendencia, la del espíritu de la ventosidad después de lo digestivo, según se lee en su blog, le basta. El poemario de Pérez Cobo tiene la habilidad de hacernos ver la obviedad de que lo alimentario, lo nutricio de nuestra vida, acaba en el culo; del mismo modo, y para según qué o quiénes, puede también empezar por ahí. Pérez Cobo escribe que “la vida es un proceso escatológico”, vindica el culo-en-sí e intenta recuperarlo como parte del ser humano: “el culo comprendiendo ser persona”, se lee por algún lado. Esta ontología anal, que vindica el culo como ente, como objeto de reflexión filosófica exenta, tiene pocos parangones en una poesía preocupada ocasionalmente por la basura o por la mierda (esto es, por el producto), pero rara vez distraída en el productor, en el ser causante. Pérez Cobo recupera el mito áureo (en los dos sentidos, el de Freud y el de nuestra Filología) de lo torpe, reproduciendo incluso sus códigos estróficos y métricos, sus sonetos y silvas, para darle vida de nuevo al tema que sigue siendo, pasados los siglos y siendo tan modernos como somos, aún bastante prohibidos. Durante toda esta semana, no se imaginan la cantidad de personas que me han llamado o escrito mails diciéndome: “Vicente, ¿qué es eso del culo que presentas el viernes?”. Supongo que a estas alturas Mario Cuenca, que es quien lee esto en voz alta, ya les habrá dicho que no he podido acudir por trabajo, pero no por vergüenza, seguramente porque no me queda ninguna. Pero decir “culo” en voz alta es aún en ciertos círculos como decir “caca, pedo, culo, pis”, y sigue estando mal visto, sigue estando fuera de las normas de buen gusto (salvo del gusto gay, supongo) y sigue estando prohibido. De modo que este libro de Pérez Cobo y su denuncia de la hipocresía física y moral, a pesar de su deliberado y muy consciente anacronismo, sigue estando vigente en la sociedad globalizada y casi posmoral del siglo XXI. Increíble pero cierto.
Eliot dijo en The Hollow Men que el mundo no terminaba con una explosión, sino con un gemido. Pérez Cobo tiene muy claro a qué tipo de gemido lastimero no termina de referirse Eliot, el mismo gemido con el que terminaba la película de Berlanga Todos a la cárcel (1993): “el mundo es un agujero, / y se extingue” (p. 56), sentencia el poeta. Así culminará, al menos desde el punto de vista físico, toda forma de vida: con una ventosidad del Universo. Desde esa gravedad corporal escribe Pérez Cobo, que desde un magnífico humor traba los temas solemnes: “humores negros forman cacas serias”, dice en persecución de Descartes, con un estilo muy personal que el lector recibe confundido: sabe que el autor está hablando, a la vez, de cosas muy altas y muy bajas, por esa dualidad esencial de lo escatológico a la que antes hacía referencia. De modo que estamos ante un libro que dará contento a todos (aquí se me ocurre un chiste, que prefiero callar), ya que tanto los metafísicos como los físicos a solas encontrarán en Poemas de culo sus diversos placeres, puestos al lado o encima los unos de los otros. Y esas mentes que puedan, como la del autor y la mía, ser capaz de aprehender ambos discursos al mismo tiempo disfrutarán, pues, el doble, “pues hay quien se define como par, / -allí donde se juntan mis mitades-” (p. 50). Sí, es cierto. “Los poetas son la mierda del barrio”, como escribía el vate cubano Alexis Díaz-Pimienta[21]. Sólo espero que esta mierda de presentación, al menos, les haya entretenido. Les dejo con Raúl Pérez Cobo.
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Escribe con mucha razón en su blog Pérez Cobo: “Si la mitología puede volver a escribirse desde nuestro siglo, he aquí una muestra. La ironía, la sátira, hacen posible la nueva escritura de viejos modelos. Es la eterna paradoja: ya no es posible la imitación, practica leal de los antiguos y nada deshonrosa, pues para nosotros seria poco mas que un pastiche, la falta de voz, una copia -que aun es menor que un plagio, puesto que una copia tiene un significado mas prosaico, menos hermoso, mas vulgar, sin el arte de la elegancia del plagio, de la belleza, quedándose en mera reproducción-. Pero una nueva lectura del mito posibilita una nueva escritura: le da vida, lo hace actual.” Los códigos lingüísticos del Siglo de Oro, durante un corto espacio de tiempo, permitían ciertas alegrías satíricas configuradas como código de escape o desgaste de modelos no literarios, pero sí psicológicos, despreciables. Reírse indigna(da)mente de un miserable no contaminaba al poeta con la porquería expulsada, sino que suponía volcar de un modo retórico la agresividad moral de la época, atacar a lo peor con lo peor. El resultado nos sigue sorprendiendo hoy por su dureza unas veces, por el ingenio otras, en cualquier caso por ser capaz de unir lo más humano con lo más divino, como la misma palabra escatología, que igualmente designa el católico “Conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba”, y el más procaz “Tratado de cosas excrementicias”, según nuestro imparcial DRAE. Justo en ese límite, en el de no decidirse entre ambas lides, entre la función humana y fisiológica del culo y otros posibles tratamientos, semánticos o sexuales, entre la condición de fin cabal del cuerpo y principio aleve del atrevimiento, es donde los giros retóricos sobre el trasero y su codificación poética alcanza mayor riqueza. Sabedor de ello, Raúl Pérez Cobo insiste e incide en la condición de lo cular como finis terrae mundi de lo lírico, y como principio metafísico de alcance, puesto que a él con esa trascendencia, la del espíritu de la ventosidad después de lo digestivo, según se lee en su blog, le basta. El poemario de Pérez Cobo tiene la habilidad de hacernos ver la obviedad de que lo alimentario, lo nutricio de nuestra vida, acaba en el culo; del mismo modo, y para según qué o quiénes, puede también empezar por ahí. Pérez Cobo escribe que “la vida es un proceso escatológico”, vindica el culo-en-sí e intenta recuperarlo como parte del ser humano: “el culo comprendiendo ser persona”, se lee por algún lado. Esta ontología anal, que vindica el culo como ente, como objeto de reflexión filosófica exenta, tiene pocos parangones en una poesía preocupada ocasionalmente por la basura o por la mierda (esto es, por el producto), pero rara vez distraída en el productor, en el ser causante. Pérez Cobo recupera el mito áureo (en los dos sentidos, el de Freud y el de nuestra Filología) de lo torpe, reproduciendo incluso sus códigos estróficos y métricos, sus sonetos y silvas, para darle vida de nuevo al tema que sigue siendo, pasados los siglos y siendo tan modernos como somos, aún bastante prohibidos. Durante toda esta semana, no se imaginan la cantidad de personas que me han llamado o escrito mails diciéndome: “Vicente, ¿qué es eso del culo que presentas el viernes?”. Supongo que a estas alturas Mario Cuenca, que es quien lee esto en voz alta, ya les habrá dicho que no he podido acudir por trabajo, pero no por vergüenza, seguramente porque no me queda ninguna. Pero decir “culo” en voz alta es aún en ciertos círculos como decir “caca, pedo, culo, pis”, y sigue estando mal visto, sigue estando fuera de las normas de buen gusto (salvo del gusto gay, supongo) y sigue estando prohibido. De modo que este libro de Pérez Cobo y su denuncia de la hipocresía física y moral, a pesar de su deliberado y muy consciente anacronismo, sigue estando vigente en la sociedad globalizada y casi posmoral del siglo XXI. Increíble pero cierto.
Eliot dijo en The Hollow Men que el mundo no terminaba con una explosión, sino con un gemido. Pérez Cobo tiene muy claro a qué tipo de gemido lastimero no termina de referirse Eliot, el mismo gemido con el que terminaba la película de Berlanga Todos a la cárcel (1993): “el mundo es un agujero, / y se extingue” (p. 56), sentencia el poeta. Así culminará, al menos desde el punto de vista físico, toda forma de vida: con una ventosidad del Universo. Desde esa gravedad corporal escribe Pérez Cobo, que desde un magnífico humor traba los temas solemnes: “humores negros forman cacas serias”, dice en persecución de Descartes, con un estilo muy personal que el lector recibe confundido: sabe que el autor está hablando, a la vez, de cosas muy altas y muy bajas, por esa dualidad esencial de lo escatológico a la que antes hacía referencia. De modo que estamos ante un libro que dará contento a todos (aquí se me ocurre un chiste, que prefiero callar), ya que tanto los metafísicos como los físicos a solas encontrarán en Poemas de culo sus diversos placeres, puestos al lado o encima los unos de los otros. Y esas mentes que puedan, como la del autor y la mía, ser capaz de aprehender ambos discursos al mismo tiempo disfrutarán, pues, el doble, “pues hay quien se define como par, / -allí donde se juntan mis mitades-” (p. 50). Sí, es cierto. “Los poetas son la mierda del barrio”, como escribía el vate cubano Alexis Díaz-Pimienta[21]. Sólo espero que esta mierda de presentación, al menos, les haya entretenido. Les dejo con Raúl Pérez Cobo.
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Notas
.[1] Maurice Molho, en Semántica y poética (Crítica, Barcelona, 1977), encuentra en cierta literatura picaresca la relación “con fantasías ligadas a la fase anal de la formación del individuo” (p. 116). Janine Chasseguet-Smirgel advierte contra el peligro de extremar sus posibilidades en “A propósito de El año pasado en Marienbad: para una metodología de la aproximación psicoanalítica a la obra de arte”, en VVAA, Psicoanálisis y crítica literaria, Akal, Madrid, 1981, p. 124.[2] M. Hodgart, La sátira; Guadarrama, Madrid, 1969, p. 27.[3] Es curioso ver http://elrincondelalfarero.blogspot.com/2007/01/aproximacin-la-literatura-_116903621843278039.html.[4] http://www.raulperezcobo.blogspot.com.[5] Y sin embargo, falta por escribir, como se ha dicho en algún lugar, una monografía completa y compleja sobre este asunto, común en nuestro Siglo de Oro; según Joaquín Roses, en términos no reducibles sólo a Góngora, “el objetivo central de ese último encuentro era llamar la atención sobre una faceta esencial de la poesía de Góngora que, por extraño que parezca, sigue carente de una atención más detenida y estudios más profundos”; Joaquín Roses, “Góngora prohibido”, en Joaquín Roses (ed.), Góngora Hoy VIII. Góngora y lo prohibido: erotismo y escatología; Diputación de Córdoba, Colección de Estudios Gongorinos, Córdoba, 2006, p. 13.[6] I. Arellano Ayuso, Poesía satírico burlesca de Quevedo. Estudio y anotación filológica de los sonetos; Universidad de Navarra / Iberoamericana / Vervuert, Madrid, 2003, p. 73.[7] Edición de I. Arellano Ayuso, op. cit., pp. 566-567.[8] Véase la edición de José Manuel Rico García para la Universidad de Sevilla en 2002. El término “cagalarache” aparece en el poema jocoso de Góngora a la toma de Larache.[9] M. Bajtín, La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento; Alianza, Madrid, 1995, p. 38.[10] Mercedes Blanco, “Góngora o la libertad del ingenio”, en Joaquín Roses (ed.), Góngora Hoy VIII. Góngora y lo prohibido: erotismo y escatología; op. cit., p. 34.[11] E. Lago, Llámame Brooklyn; Destino, Barcelona, 2006, p. 310.[12] Juan Goytisolo, en “Quevedo: la obsesión excremental”, Disidencias; Seix Barral, Barcelona, 1977, sitúa el discurso escatológico del autor del Buscón en la trama espiritual y sociológica de su época, como un odio al cuerpo consecuencia de la situación religiosa.[13] Véase Claudio Guillén, “La expresión total: literatura y obscenidad”, Múltiples moradas; Tusquets, Barcelona, 1998, pp. 235ss; Julián Jiménez Heffernan, “Derelictos: materiales para una poética”, epílogo a la antología de César Antonio Molina, El rumor del tiempo, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2006, p. 303ss; y del propio C. A. Molina, confróntese Regresar a donde no estuvimos, Península, Barcelona, 2003, p. 301.[14] En los Cantos de Maldoror, aparece la transgresión extrema en aquel momento: la defecación en la cara de Dios.[15] Michel Foucault, “Prefacio a la transgresión”, Obras esenciales, I. Entre filosofía y literatura; Paidós, Barcelona, 1999, pp. 167-169.[16] M. Vargas Llosa, “El sexo frío”, Piedra de Toque, Caretas nº 1.506, 05/03/1998. Véase también el prólogo de Vargas Llosa a la edición de 1978 de Tusquets de Historia del ojo de Bataille, una novela cuyo tema esencial es la escatología como mística no trascendente.[17] G. Bataille, El erotismo; Tusquets, Barcelona, 1985, 4ª ed., p. 378.[18] E. Cabezón, Dios cabalga a lomos de las muchachas; El Árbol Espiral, Béjar, 2005.[19] C. Maillard, Hilos; Tusquets, Barcelona, 2007, p. 95.[20] D. Medrano, “La mierda no caga”, El viento muerde; La Garúa, Santa Coloma de Gramenet, 2007, p. 131.[21] Alexis, Díaz-Pimienta, Yo también pude ser Jacques Daguerre, Pre-Textos, Valencia, 2001. p. 77.
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Han dejado comentarios:
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Carlos
Antonio Jiménez Morato
Vicente Luis Mora
Estoy asustado.
ResponderEliminarHay algo de paradójico en el higiénico aparato crítico -por usar otra metáfora sexual: el paquete teórico- y los bomboncitos de hez que envuelve. Algo así como cacas en cajitas de nolotil.
No he leído de Pérez Cobo más que el... truño que seleccionas, y me parece tan lejos de Sterne como la tortilla de patatas de la tortilla de patatas del hipercor. Los mismo pienso de Valente. Es decir: a similar recurso, abismo epocal.
Para el paso de la cultura gástrica, organicista, o como se quiera decir, a la asepsia visual de nuestro tiempo, gramática de la visión o yo qué sé, recomiendo libro importantísimo: La religión de Rabelais, de Fevbre.
Ahí se puede ver -metáfora visual- el cambio irreversible de mirada -otra- sobre la realidad de algo que en Quevedo y Sterne todavía... coleteaba.
Hablar de escatología hoy es puro rousseau-onanismo, es caca que no huele.
Hombre, escatológico es el formato del post. Yome cargaba lo de justificar el texto, que tiene su razón de ser en un libro, pero no en un blog. A diferentes soportes, diferentes normas, creo yo.
ResponderEliminarMacho, no hay manera de acertar. Nada más comenzar a publicar en este nuevo formato, recibí un post cañero de un lector diciéndome que cómo se me ocurría no justificar los posts, que le parecía poco serio. Ahora, después de hacer un esfuerzo -porque no es nada fácil justificar en blogger, el sistema te lo altera cuando le da la gana-, resulta que justificar es escatológico. Antonio, piedad, que bastante trabajo me lleva esto como para daros gusto a todos...
ResponderEliminarUn abrazo.
"Las heces: lo más cálido de mí" en un libro titulado Hilos...
ResponderEliminarMe la imagino.
Hola,
ResponderEliminarParece que en el panorama literario patrio comienzan a pasar cosas. Esto es muy buena noticia ya que salvo excepciones y durante décadas no ha pasado nada. Pero no todo lo nuevo que sucede es bueno. Y como decía en otro comentario un buen libro no hace obra, hay que dejar que las publicaciones futuras hablen por sus autores.
De todas formas siguen pasando más cosas y mucho más interesantes al otro lado del atlantico...
Alguien ha leído a Julián Herbert? Especialmente "Cocaína. Manual..."
Es un libro de cuentos y poesía. Son textos en torno al uso de la coca. El autor pasa de un género al otro con una frescura poco habitual para un tipo que está en la treintena.
Los cuentos tienen una potencia devastadora. Están escritos con un lenguaje preciso y eficaz que le entra al lector como un tiro.
En fin, cuando empecé a preguntar por el mundillo editorial si alguien conocía a J.Herbert -allá por los meses de octubre o noviembre- me pareció un poco extraño que ningún librero, ni editor, ni crítico pangeicos tuviera la más mínima idea. Más tarde supe que Lolita Bosch incluirá un cuento suyo en una antología de literatura mexicana que en breve publicará Mondadori. Y ya en 2007 de la Nuez le dedicó una crítica elogiosa en el Babelia, que volvió a pasar sin pena ni gloria.
Pero
Alguien ha leído a Herbert?
No se lo pierdan.
Vitorino
Realmente interesante tu blog. Cosa rara en estos días.
ResponderEliminarPronto te nombraremos en nuestro blog.
Saludos desde Barcelona