La otra historia de la nocilla
Aproximadamente en 2001 un diario de ámbito nacional publicó un artículo firmado por Vicente Verdú que inmediatamente se convirtió en un texto de referencia para mí y, por lo que pude comprobar, también para otros escritores que creíamos que al igual que en la música hay un movimiento “indie”, un movimiento independiente que cultiva la estética de lo extraño pero popular (“pop”), también eso debería existir en la narrativa y la poesía españolas. Y más si tenemos en cuenta que las grandes compañías discográficas apostaron a mediados de los años 90 por ese “indie” sin pretender desvirtuarlo, cosa que jamás ha ocurrido en la literatura de este país de una manera seria hasta hoy.
Aquel artículo de Verdú llevaba por título ¿Vivir o leer novelas? En él se venía a afirmar la inutilidad de la novela hoy frente a la potencia y “ficción de realidad” con la que nos dotan los nuevos medios de comunicación. Escribir y leer novelas sería algo así como un acto meramente folclórico, del pasado, en tanto que el folclore, por definición, nunca se presenta, sino que se re-presenta, y ése es el primer signo de una cultura en vías de extinción. Naturalmente, no pocos sectores críticos estéticamente reaccionarios pusieron el grito en el cielo; ante esa reacción, los “indies”, ni caso, seguimos trabajando. Pero ya no pudimos seguir trabajando de la misma manera, ya que Verdú estaba en lo cierto: la novela tal como la habíamos venido entendiendo hasta entonces era un producto inútil, o en terminología de Vicente Luís Mora: era tardomoderna. Había que plantearse comenzar a hacer novelas de otra manera si no queríamos caer en una ridícula esterilidad. En aquel momento pergeñé lo que después llamé Poesía Postpoética, algo que se ajustara a mi manera de entender el hecho poético. El caso es que esa sensación de inutilidad respecto a la novela (y respecto a la poesía ya ni digamos) persiste en la población lectora; no tanto en el escritor. En mi opinión, su cura pasa por entender los géneros literarios de una manera diferente: un vínculo sinergético, es decir, como un todo en el cual muchas causas se conciten para dar lugar a un efecto inédito que las supere. Reunión de causas, sí, pero no dialécticas a la manera hegeliana, sino a la manera de Baudrillard, es decir, que se seduzcan las unas a las otras. Y es que hay que decirlo ya: así como las artes plásticas hace muchos años que han dado el salto de la modernidad a la posmodernidad (posmodernidad que ya incluso es antigua), la narrativa y poesía españolas no lo han hecho salvo en casos muy aislados (de entre los autores ya muy cuajados se me ocurre Rodrigo Fresán, entre otros). Eso, para empezar, es grave. Los géneros se han vuelto muy previsibles, muy acotados, han entrado en ese camino sin aparente retorno que los clásicos llamaban “amaneramiento” y que hoy llamaríamos esclerotización: demasiado colesterol en las venas que las vuelve rígidas, que las rompe. Y es grave porque la condición necesaria, aunque no suficiente, para que un género artístico o una disciplina científica sean fecundos es, precisamente, que los límites, los lindes, de esa disciplina o género estén desdibujados, estén en continua vía de definición. Sólo en esas fronteras híbridas se da el ADN necesario para que surja vida artística o intelectual. Lo saben muy bien los científicos que se dedican a la rama de la ciencia más innovadora hoy por hoy, la física de los sistemas complejos, donde por primera vez varios ámbitos y escalas del conocimiento de solapan en una nueva frontera (física, química, biología, teoría de la información, computación, etc). Algo que está por definir, y de ahí su fertilidad. ¿Cómo se podría aplicar eso a la novela y la poesía?
En ese marco de nuevos paradigmas, una serie de narradores han surgido, se han hecho visibles (mal que les pese algunos), y se están haciendo notar. Algunos de esos críticos reaccionarios antes aludidos ponen pegas francamente débiles y a mi modo de ver, como mínimo, sorprendentes y hoy por hoy desacreditadas. Una pega típica es afirmar que ya antes existían narradores de mezclaban géneros y fragmentaban sus composiciones. Cierto pero simplista. Evidentemente antes que nosotros hubo otra generación hoy ya asentada y excelente como Loriga, Casavella, o Magrinyá, entre otros muchos, que experimento con esos conceptos, y antes que ellos, otra en los años 70, y antes que ellos otra en los 60, y mucho antes que ellos las Vanguardias, y en origen de todo ello, Homero. Pensar que todo experimentalismo es el mismo es no haber entendido un hecho fundamental: cada generación reinventa la literatura en el sentido de cómo dar forma a unos contenidos, aunque la palabra “experimentación” sea, en efecto, la misma. En términos de lógica podría decirse que lo que se mantienen son unos receptáculos vacíos, unas cajas vacías (denominados “conceptores”) en los que cada generación va introduciendo su propia construcción del mundo, sus propios “conceptos”, y después los baraja para emitir su artefacto. Pensar lo contrario responde a esa cosmovisión básicamente cristiana y newtoniana que afirma que el tiempo, y por lo tanto la propia Historia de la literatura, es una línea recta acumulativa que un día no da más de sí (dogma Creación-Apocalipsis). Más bien el tiempo es un bucle que se reinventa cada cierto tiempo de manera distinta y sinergética. Para empezar, es imposible que los narradores que hoy están innovando escriban como los que innovaron hace 10 años porque en aquel tiempo no existían un Internet generalizado ni una serie de tecnologías que configurase no ya las obras literarias sino algo mucho más medular, la propia manera de pensar. Hay una cosa que creo que hay que tener clara, y que podría resumirse en la frase: “antes se creaba desde el conocimiento, ahora desde la información”. El crítico que aborde el hecho literario sin tenerla más o menos en cuenta fracasará seguro, y no por culpa de unos autores y unos editores empeñados en fastidiarles, no, sino porque el mundo hoy es así, y patalear ante eso equivale a caer en el ridículo. Antes el autor escribía desde la intimidad y la hacía visible al mundo (mito romántico). Hoy toma los materiales directamente del mundo (información en bruto) y los maneja en una intimidad que luego emite. Ya no se edita, sino que se emite.
Otra pega puesta por la crítica reaccionaria –que no siempre coincide con la de más edad biológica, es más, diría que, sorprendentemente, mi experiencia me dice que casi es al contrario- es que esta nueva generación posee un pretendido pathos anticomercial cuando en realidad sus integrantes están locos por vender y publicar en grandes editoriales. Francamente, jamás he visto a un escritor de mi generación decir tal absurdo. Todo el mundo quiere vender y publicar en editoriales que les den visibilidad, sean grandes o pequeñas, y afortunadamente en los últimos años pequeñas editoriales como Candaya, DVD, Berenice, La Periférica, Plurabelle, etc, están adquiriendo una presencia en el mercado gracias a un trabajo editorial excelente. La ecuación Visibilidad= Mala Literatura es insostenible hoy por hoy. Para empezar porque, como ya apuntara Baudrillard, el “crimen perfecto” se ha cometido, lo que está fuera del mercado no existe por la sencilla razón de que fuera del mercado ya no hay nada. El -si se me permite la cursilería- espíritu indie nada tiene que ver con publicar por narices en editoriales minoritarias, sino al contrario, igual que ocurrió en la música, hacer también venir a las editoriales mayoritarias a nuestro terreno, hacer que se mojen y que cambien sus filosofías de ventas maximalistas. Creo que eso ya está ocurriendo. Es este un debate que en otras artes más evolucionadas socio-economicamente, como pueden ser las visuales o la música, serían irrisorias y anacrónicas. Así nos luce el pelo.
Lo cierto, es que la hornada de nuevos narradores y poetas en este país está saliendo de bombonas de gas periféricas por una espita que cada vez es más difícil cerrar. No hay más que asomarse a la actualidad literaria para ver la cantidad de convenciones, congresos, jornadas y reuniones a los que los nuevos poetas y narradores llegan bien armados. Somos empollones, sí, dejamos para otros anacrónicos procesos de voluntaria malditización. Más que una generación –término que nos importa bien poco- yo estaría hablando de una red de personas con intereses comunes y cosmovisiones parecidas, que son radicales en el sentido etimológico, es decir, que están agarrando el problema por la raíz. De la misma manera que el Universo se expande al mismo tiempo que los humanos no paramos inútilmente de encerrar gases, clausurar espacios, acotar ríos, etc, la literatura también se expande aunque algunos traten de cerrar sus válvulas. Es más, no sólo el Universo se expande sino que ahora se ha descubierto que existe una Energía Oscura que a distancias cósmicas lo acelera. Esa Energía Oscura es muy “indie”, y la constituirían estos nuevos escritores que están tratando de “acelerar” la investigación narrativa y poética, los afterpop, como los ha llamado el crítico Eloy Fernández Porta, o los I+D, como los denominó Jorge Carrión en este mismo diario. Diría que no pocos críticos ya se están dando cuenta de que necesitan otras armas de análisis para abordar ese fenómeno; por desgracia, como recientemente hemos comprobado, otros ni se enteran.
Desde Homero, el mundo de la literatura siempre fue el reino de la “improbabilidad” o de la “probabilidad cuántica”, nunca cristiana o newtoniana. Se tira una moneda al aire, ¿qué probabilidad hay de que caiga de canto? Ante esa pregunta enmudecemos, no hay respuesta, las “newtonianas” cara y cruz se llevaron toda la probabilidad de la que disponíamos. Pareciera que hemos fracasado, pero la audacia, la pirueta “indie”, una vez más debiera venir a salvarnos haciendo oídos sordos a posturas críticas hoy por hoy desprestigiadas, porque en ese canto de la moneda, ese canto en apariencia sin probabilidad, es en donde se lo juegan todo la poesía y la novela. Abusando de la mecánica cuántica podríamos decir que existe una probabilidad real de que la moneda caiga vertical, en su filo. Y abusando aún más, diríamos que esa probabilidad finita contiene algo potencialmente infinito y proteico que no podríamos definir sin destruirlo pero que sí debiéramos autores y editores investigar. ¿Vivir o leer novelas?: la cuántica nos dice que ambas actividades son la misma cosa. El sentido común “indie” también.
Agustín Fernández Mallo.