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Un proyecto ha de tener para mí siempre este tipo de movilidad conceptual: poder ser enunciado en términos arquitectónicos, plásticos, filosóficos o tecnológicos. (…) la transversalidad, la sinergia, es para mí una condición crucial de la arquitectura. Porque la arquitectura es finalmente un acto de pensamiento.
Jean Nouvel[1]
(…) bienvenidos al distrito urbano del siglo veintiuno.[2]
El paisaje de Barcelona entró con la Torre Agbar en el siglo XXI. Sus autores, Jean Nouvel (AJN) y Fermín Vázquez (b720 Arquitectos), sufrieron numerosas críticas ya durante la construcción, pero a la luz del resultado, y con las puntualizaciones que haremos, es obvio que estamos ante un acontecimiento arquitectónico –no así ante un acontecimiento urbanístico– de gran calado. La fascinación que la Torre sigue produciendo es increíble; desde kilómetros de distancia es fácil encontrar aún gente parada, mirando el enhiesto surtidor de sombra y sueño, fotografiando el edificio desde lejos con el teléfono móvil, o simplemente contemplando su hueco fenomenal en el espacio pero, sobre todo, en el tiempo.
Caos / Orden
El aspecto del edificio es el de una catástrofe congelada, o la cristalización de una detonación cúbica. Las 4500 ventanas cuadradas, de 92 cm. de lado, no repiten en ningún momento su secuencialidad, no hay dos estructuras iguales. El desarrollo matemático de la fachada, que aparece reproducido en alguna publicación[3], parece un mensaje codificado extraterrestre, bello en su estetizante disparidad. La búsqueda de ese lugar hermético e imposible entre la ordenación y la entropía es una constante de Jean Nouvel. En el impresionante Quai Branly Museum (París, terminado en 2006 -foto de la izquierda-), que tiene un aire de familia con su ampliación del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Nouvel juega en el exterior a hacer lo contrario de un museo; según sus declaraciones, un museo es un conjunto de paredes blancas donde se cuelgan las piezas como sellos en un álbum[4]. Su propósito es alterar desde fuera esa concepción, haciendo un puzzle de 4.000 piezas, planchas de diferentes rojos combinadas con blancas, en un orden azaroso muy interesante, aunque sin llegar al paroxismo de nuestro edificio. La distribución de las piezas de la Torre Agbar, incrementado su caos por la iluminación nocturna, rotatoria, y por las posibilidades de señalética (su superficie exterior tiene 16.000 m² de espacio legible) otorgan infinitas posibilidades expresivas a un edificio cuyo estatismo sólo es físico. Es evidente que alguien debe de poner orden a todo este azar, y está claro que las nuevas tecnologías han ayudado a esta riqueza; detrás de la fantasía animada de la Torre están, por supuesto, los ordenadores:
We use computers. But we also understand that computers are not completely sufficient to create the depths of the reflections and views. You can try with the drawings to give the ideas, but when you have something so complex and with such depth it is impossible. I cannot have a perfect image, but I am sure that the reality generated will be better than the drawings.[5]
El caos y la arquitectura tienen una curiosa relación; en principio, el objeto de la construcción es evitarlo pero, como señalaba Rem Koolhaas, no es algo tan fácil como parece: “En nuestros momentos más permisivos nos hemos rendido a la estética del caos, ‘nuestro’ caos. Pero en un sentido técnico, el caos es lo que ocurre cuando no ocurre nada, nada que pueda ser técnicamente abordado o aprehendido; es algo que se infiltra; no puede ser fabricado. La única relación legítima que los arquitectos pueden mantener con el tema del caos es ocupar el lugar que les corresponde en el ejército de quienes están dedicados a combatirlo, y fracasar”[6]. Sin embargo, la Torre Agbar quizá le quite la razón a Koolhaas en esa parte de la ecuación que señala que el caos “no puede ser fabricado”. La fachada circular e inacabable de la Torre es la prueba irrefutable de que sí.
Agua
Las referencias del edificio han querido buscarse en reverberaciones simbólicas de las torres de la Sagrada Familia, con las que dialogaría en la distancia, e incluso con el Monasterio de Montserrat. También se le ha buscado parecido con la Swiss Re Tower de Foster en Londres, que aparece en la segunda –y menos interesante– parte de Instinto básico. Sin embargo, la asociación que ha presentado Nouvel ha sorprendido a muchos: un géiser, un surtidor estable de agua. En un texto explicativo, escribe Nouvel:
No es una torre, ni un rascacielos en el sentido norteamericano del término: emerge en mitad de una ciudad más bien tranquila. Tampoco es una línea esbelta vertical como las de las agujas de los campanarios que puntúan las ciudades horizontales. No, se trataría más bien de una masa fluida que hubiera perforado el suelo como un géiser permanente. La superficie del edificio evoca el agua: lisa y continua, pero también vibrante y transparente, pues la materia se lee en su profundidad coloreada e incierta, luminosa y matizada. Esta arquitectura proviene de la tierra, pero no tiene el peso de la piedra, si bien podría ser un eco lejano de algunas obsesiones formales catalanas traídas por los misterios del viento que sopla el Montserrat. Las incertidumbres de la materia y de la luz hacen vibrar el campanile de Agbar en el skyline de Barcelona.[7]
En un panorama teórico como el urbanístico, preocupado por la idea de integración, ¿qué aportación más sustanciosa que la de una torre que es capaz de hacer lo más difícil, incorporar hasta al propio mar a la urbe, ese mar convocado de día y de noche por el edificio, que hace las veces de faro? Ignoro hasta dónde lo permitirá exactamente la curvatura de la Tierra (se supone que 30 kilómetros), pero la torre Agbar debe verse desde bastantes millas náuticas mar adentro; sobre un barco el edificio parecerá, de noche y desde lejos, un faro mutante, irisado y multicolor[8].
Estructura
Transcribo descripción técnica, porque para hablar de estructuras hay que ser preciso: “el edificio responde a un modelo de núcleo y perímetro exterior portantes, que transmiten las cargas de unas plantas libres de apoyos intermedios. Desde una consideración estrictamente constructiva, la edificación se trata de dos cilindros de hormigón de planta oval en los que se apoyan tramas de jácenas metálicas que soportan forjados de chapa de acero grecada y una capa de hormigón”[9]. La presencia de piel, otra constante de Nouvel desde sus primeras obras[10], la dota de un aspecto atractivo, que disimula su forma interior, radial y vanguardista. El colorismo de la decoración ha creado espacios reluctantes y algunos interiorismos que sugieren el cruce de Mondrian con un Matisse desaforado; debe resultar difícil guardar la concentración en unas oficinas tan intensamente cromáticas. Pero aun así, o quizá por eso, hay cierto morbo con el edificio; de hecho, no hace mucho fue objeto de una invasión del movimiento por una Vivienda Digna para habitar las oficinas vacías. Debo decir que no me uní a la propuesta por no enterarme a tiempo: yo de mayor también quiero trabajar dentro de la Torre. No sólo por el especial carisma del lugar; también las vistas son espectaculares, como puede comprobarse en la página web del edificio, que incluye un montaje de gran angular giratorio desde la planta 15 del mismo[11].
¿Necesidad urbanística?
Barcelona se enfrenta periódicamente a una reinvención de sí misma. Como escribía Josep Acebillo, “ha sido siempre una ciudad que se ha crecido, enfrentándose decididamente a los problemas y vicisitudes de cada época”, recordando que los abuelos de los barceloneses tuvieron que convertir “algunos de los mejores espacios agrícolas de la ciudad en un paradigma de distrito industrial europeo”[12]. Cada cierto tiempo Barcelona se pone en cuestión; mientras que Madrid ha adoptado un apacible modelo de crecimiento indefinido, Barcelona parece requerir el replanteado constante, quizá por la limitación geográfica de su posibilidad de crecer hacia lo ancho, con lo cual sólo le quedan dos resquicios: crecer hacia lo alto, o hacia lo simbólico.
En un sensato artículo, Xavier Antich defendía que el modelo de operación municipal sobre Barcelona distaba mucho de otros, más democráticos y participativos, orientándose como una intervención continua y centralizada sobre el tejido (el caso paradigmático sería el “cuchillazo” de modernidad del MACBA en el Raval), con la consecuencia de que “el discurso institucional de la transformación reciente de la ciudad opera virtualmente, hasta tal punto que casi podría hablarse de un univocismo urbanístico a la hora de entender el modelo hegemónico de la ciudad. Y univocismo quiere decir sobre todo la reducción del discurso de ciudad a sólo uno de sus aspectos: la transformación física del espacio”[13]. Nouvel, desde una entrevista de 1994, contestaba por anticipado:
Yo andaba por entonces [1968] cuestionando la legitimidad de del acto arquitectónico, por lo que me interesó aquello de las estrategias participativas como forma de incorporar la democracia al programa arquitectónico. A través de aquellas experiencias llegué a distinguir claramente entre los hechos culturales y los democráticos, para acto seguido permitirme declarar su independencia recíproca. Uno puede decidir democráticamente sobre el programa, la localización, los usos, pero el hecho estético no es negociable. La tarea de los arquitectos es precisamente la de dar una definición cultural del entorno construido.[14]
Razón por la cual Nouvel no permite a sus comitentes la posibilidad de alterar el edificio hasta después de habitarlo al menos 3 años. Parte del discurso de Antich y otros como él (recordemos al Rem Koolhaas de La ciudad genérica, que ponía a Barcelona como modelo[15]) se ha incorporado a la necesidad o no de un edificio como la torre Agbar, pero me gustaría aclarar que, en este caso, la transformación de Barcelona que ha operado la torre no tiene sólo que ver con algo físico, sino que es algo profundamente simbólico. Salvo el puntual caso de Bilbao gracias al Museo Guggenheim, quizá ninguna ciudad española haya sufrido un cambio tan drástico por culpa de un solo edificio. Barcelona ha pasado con la Torre bruscamente al siglo XXI, lo cual tiene su lado bueno… y su lado malo.
Las críticas
Porque todo es criticable. Amén de las sornas de artistas como Jordi Colomer[16], personas de gran prestigio dentro de la arquitectura española, como Josep María Montaner, han criticado por ejemplo la disgregación urbanística que provoca la Torre; a su juicio “el conjunto de las Glories es lo contrario: un depósito de objetos en el que todos pretenden ser los protagonistas y que desarrollaron su juego autista, precisamente, en torno a un nudo de circulación mal proyectado”[17]. En general, se le critica al edificio no su diseño, en general objeto de elogios, sino su ubicación, precisamente aquello que Nouvel no deja de repetir como lo más esencial en sus proyectos constructivos. Como señala Alejandro Zaera, “el suyo es un método de operación ‘por migración o desplazamiento’, por exterioridad, que multiplica las operaciones de desterritorialización y territorialización”[18]. En tal caso, parece haberse preterido la dimensión territorial por la otra. Pero –apunto medio en broma medio en serio– ¿no es lo insular, lo diferente, la característica no sólo de Barcelona, sino del buen barcelonés? ¿No habrán entendido a la perfección Nouvel y Vázquez que el alma catalana podría ser, ella misma, una afirmación antinatural sobre el espacio, una búsqueda de diferencia geográfica? Contesta Nouvel en una entrevista reciente, a la pregunta de qué le da alma a los edificios: “la relación con el lugar. Estoy en contra de la arquitectura genérica”[19]. Sólo entendiendo lugar en una acepción más amplia que la natural, más próxima a la primera definición del diccionario de la R.A.E. que a la segunda, más espacio que sitio, puede entenderse el razonamiento constructivo de la Torre Agbar.
Todas estas disquisiciones sobre su aislamiento urbano, sobre su autismo constructivo, debían de haberse planteado antes, por supuesto. Ahora, a estas alturas, ya sólo queda una serie de preguntas en pie: ¿es mejor que exista la Torre que el haberse quedado en proyecto? Sí. ¿Pudo haberse emplazado mejor, o más tarde? Seguro que sí. ¿Es mejor ciudad Barcelona por tener la Torre? No. ¿Es más especial por tenerla?
Indudablemente.
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Notas
[1] J. Nouvel en El croquis, “Jean Nouvel 1987-1994”, nº 65-66, Madrid, p. 18.
[2] Anuncio de Diagonal Mar en suplemento de Barcelona Informació, nº 44, noviembre 1998-enero 1999, Ayuntamiento de Barcelona.
[3] Ver el número doble de Croquis, 112-113, Jean Nouvel 1994-2002. El orden simbólico de la materia, Madrid, 2002, p. 248.
[4] J. Nouvel, entrevistado en GA Document, nº 93, Tokio, septiembre de 2006, p. 14.
[5] J. Nouvel, entrevistado en GA Document, nº 93, Tokio, septiembre de 2006, p. 8.
[6] Rem Koolhaas, ¿Qué fue del urbanismo?, Revista de Occidente, nº 185, octubre 96.
[7] J. Nouvel, “Torre Agbar”, Quaderns d’arquitectura i urbanisme, nº 240, 2004, p. 82.
[8] “una de las vistas más reveladoras de la ciudad contemporánea es la que tenemos desde un vuelo nocturno”; Jean Nouvel en El croquis, “Jean Nouvel 1987-1994”, nº 65-66, Madrid, p. 34.
[9] Texto sin atribución de autor publicado en revista On / Diseño, nº 277, 2006, p. 215.
[10] “Pero en la obra de Nouvel existe también la otra corriente: la ingeniería experimental de pieles artificiales y los mecanismos, que impregna y personaliza cada proyecto independientemente del tamaño o del presupuesto”; Norman Foster, “El sobresalto de lo nuevo”, A & V, monográfico especial Jean Nouvel 1981-1991; nº 31, 1991, p. 3.
[11] Merece la pena entrar en http://www.torreagbar.com/home.asp.
[12] Josep Acebillo, “Una nueva geografía urbana. Las cinco ideas programáticas del proyecto del Fórum”, Arquitectura Viva, nº 94-95, 2004, p. 53.
[13] X. Antich, “Urbanismo y ciudadanía”, Quaderns d’arquitectura i urbanisme, nº 240, 2004, p. 12.
[14] Entrevista para El croquis, “Jean Nouvel 1987-1994”, nº 65-66, Madrid, p. 11. El subrayado es mío.
[15] “A veces, una ciudad antigua y singular, como Barcelona, al simplificar excesivamente su identidad, se torna Genérica. Se vuelve transparente, como un logotipo”; R. Koolhaas, La ciudad genérica; Gustavo Gili, Barcelona, 2006, p. 14.
[16] Véase su proyecto Anarchitekthon en http://jordicolomer.com/anarchitekton/.
[17] http://www.clarin.com/suplementos/arquitectura/2003/05/05/a-554394.htm.
[18] A. Zaera, “Jean Nouvel. Intensificar lo real”, El croquis, “Jean Nouvel 1987-1994”, nº 65-66, Madrid, p. 45.
[19] J. Nouvel, en “Toledo será una utopía de la modernidad”, El País, 15/04/2006, p. 55.
Este artículo hubiera sido imposible sin la amabilísima colaboración del Colegio de Arquitectos de Córdoba. Gracias de nuevo.
Interesantísimo y denso artículo, Vicente. Merecedor de una relectura que haré con la luz de mañana. Espero que esto sea el inicio de un interesante debate.
ResponderEliminarNo lo descarto, porque el edificio no deja indiferente a nadie, y menos en Barcelona. Espero tu opinión, me intresa. Saludos.
ResponderEliminarEs una construcción ésta, como la de la placa fotovoltaica en la zona Fórum, que ha logrado singularizar más, si cabe, la imagen barcelonesa que queda en la retina, tanto del ciudadano de paso como del que disfruta de los balcones de la ciudad.
ResponderEliminarAmbos, de hecho, son proyectos que a pesar del debate que puedan generar (indiferencia nunca, desde luego), no han chocado frontalmente contra las necesidades sociales de los barrios, de la ciudad, como sí lo hicieron proyectos faraónicos (Maremágnum, Fórum... Protagonistas de la desagradable Barcelona de postal de diseño, de equivocada modernidad) cuyas consecuencias se perpetuarán por años.
Es muy interesante la reflexión que se lanza, sobre la ubicación de la Torre Agbar y el papel que se juega en el conjunto de la Pl. de les Glòries.
Al hilo de esta cuestión, a pesar de la juventud del anillo urbanístico que conforma la Plaza, el Ayuntamiento de Barcelona ya ha iniciado el proceso de reforma, (toda la zona lo está desde hace años: abertura de la Diagonal al mar, Distrito 22@, derribo de fábricas, reivindicaciones vecinales sobre equipamientos y protección de edificios industriales, construcción de la Zona Fórum, proliferación de hoteles-rascacielos...), no sin polémica.
En la web http://www.glories.cat/ se encuentra disponible un plano que preparó El Periódico de Catalunya en relación a la reforma del conjunto de la Pl. de les Glòries (http://www.glories.cat/imatges/futur/maqueta_el_periodico_13_mar.jpg).
El papel de la Torre Agbar, también cambiante en el futuro. El dinamismo de culo de mal asiento de la Barcelona post-moderna, ésta sí -esperemos-, la que (casi) nunca se equivoca.
Es un placer leer por aquí. Un saludo a todos.
Por supuesto que sí, Vicente. Los catalanes somos así de antinaturales. Hablamos una lengua rara, pensamos raro, pedimos cosas raras... Què hi farem! que decimos por aquí.
ResponderEliminarQuerido Logiciel, mira el comienzo del párrafo: "medio en broma, medio en serio". Saludos.
ResponderEliminarVilo, vilo, querido Vicente.
ResponderEliminarClaro que la torre Agbar no es un ejemplo de desarrollo participativo - ni ninguna actuación urbanística que se lleve a cabo en Barcelona -. ¿Cómo iba a serlo si ya no quedamos nadie de menos de 80 años para participar? La intención es 'épater' a las agencias 'low-cost', a los documentales, a los amantes del diseño y los libros que venden en los kioskos de la Rambla. Es un símbolo, sí, de la especulación, del discurso estéticamente impecable pero absolutamente vacío. Bonito, eso sí.
ResponderEliminarSaludos
Si leo algun dia un ensayo sobre cine estaré ya realmente convencido de que Vicente Luis Mora es un bigbang mental, un concepto, no una persona.
ResponderEliminarJa, ja, qué cosas tienes, Alvy. Iba a poner próximamente algo sobre cine, ahora ya no puedo ponerlo, porque parecería otra cosa. Esto me recuerda que me habías prometido algo para "Firma digital invitada", Alvy. Tus fans, entre los que me encuentro, demandan tus palabras... Un abrazo.
ResponderEliminarEstuve en Barcelona hace unos pocos años, cuando la torre estaba en construcción en un barrio al que no le encontré especial encanto, a pesar de els encants. Volví en 2006 y dije ¡guau!, pero me callé cualquier opinión por no sentirme criterioso. Durante esta última visita tomé muchas fotos de la ciudad, y me ocurre que no logro hacer encajar las fotos de la torre Agbar con las demás en un mismo álbum. Claro que tampoco mi oficio es el de fotógrafo, pero de cualquier manera, me sigo guardando mi opinión, no por cobarde, sino porque no alcanzo a formularla.
ResponderEliminarCreo que la Torre es necesaria para la renovación de una ciudad que se ha estancado en su pasado esplendor minimalista. Es triste entrar en sus antaño lujosos hoteles y comprobar cómo las mesas oscuras y las paredes blancas lentamente se desconchan. Si Barcelona quiere mantener el brillo que consiguió en los noventa necesita proyectos de esta envergadura, sean o no integradores, sean o no coherentes con el espacio adyacente. Saludos.
ResponderEliminarTeoría urbanística, arquitectura, espacio, sí, lucidez, pero, literal y literario:
ResponderEliminarCuando, de visita en mi ciudad natal, paseo por mi antiguo barrio (vivía en Gran Vía esquina Lepanto, a dos minutos de ahí), y veo todas esas barreras de hormigón, y recuerdo el parque, el sonido de las pisadas en la gravilla, los pocos besos de mis padres, los partidos de fútbol con pantalones cortísimos y entre los olivos centenarios, las vías muertas del tren, el descampado-selva de los perros, los badenes de hierba descuidada, el rastro improvisado con chaquetas de polipiel a 500 pesetas, el olor de los xuxos con crema y del aceite hirviendo, los gritos de una niña gitana, las tres vueltas a la plaza de las Glorias una Nochevieja, borracho, avanzando la cabeza al resto del cuerpo, como un rompehielos de Año Nuevo... en fin, cuando vuelvo de visita y recuerdo todo aquello, y veo el gran pepino (Agbar, por cierto, "grande" en árabe, según creo), la verga máxima, el zeppelin vertical, el monolito de Kubrick pero hinchado de agua y con burgueses al pie en vez de australopithecus... me digo que ese no es mi barrio.
Luego tomo el tranvía (Dios, me encantan los tranvías, en eso transijo con cualquier burguesía) y veo a toda esa gente cargada de bolsas y cuentas en la cabeza, de centro comercial en centro comercial (uno a cada extremo de la última recta de la Diagonal), y me pregunto cuánta gente, como yo, toma el sentido contrario, ve morir las vías al final de la calle Wellington, y se enamora de ese callejón callado, cerrado al tráfico, sólo la gente y las bicicletas, o el silencio, con esa hierba entre los raíles, junto a una pared de ladrillo viejo, con los gritos de las fieras del zoo al otro lado, como una barcaza conradiana a la deriva...
En fin, hay gente que mira esas cosas que brillan, yo prefiero detenerme en las cosas que viven.
Y ahí sí reconozco Barcelona, o por eso me gusta tanto Madrid.
Un abrazo fuerte, Vicente, la rasca del quince que tiene que estar haciendo en New Mexico, nen
pd: si tienes diez minutos, échale un vistazo a los tres finalistas y al ganador del I Premio de Relato mínimo Diomedea, anda, en mi bitácora, a ver qué te parecen.
Lo miraré. Pues es verdad, ni te imaginas la que está cayendo. Hoy nos hemos levantado en medio de una tormenta de nieve. A mí me gusta, porque en Córdoba te puedes suponer que veíamos pocos paisajes nevados.
ResponderEliminarPero supongo que esto es como el gag del cubano en Pennsylvania de Gomaespuma: me molará las dos primeras semanas, pero al mes diré que estoy hasta las narices de la mierda blanca esa que cae. Saludos.
Ya he leído los relatos, Sergi, aunque sólo el ganador me hace algo de gracia. Uno de ellos, el del carnicero, es calcado a una de las escenas de la película Delicatessen (1991), de Marc Caro y Jean-Pierre Jeunet; no sé si es un homenaje o una tremenda coincidencia. Humanes tiene pulso, y se nota en su microrrelato. Un abrazo.
ResponderEliminarComo mi interés por la arquitectura es medio-bajo y mis conocimientos en dicha materia rayan la nulidad (eso sí, me gusta Iofan, qué quieren que le haga), procedo a ejecutar una crítica/ comentario neomarxista —una suerte de marxismo sin moralinas aplicado a Pangea— sobre la epistemología que caracteriza al protagonista de este blog, en un debate que con más o menos voluntad iniciamos en el artículo ‘Pangea, el nuevo mundo’.
ResponderEliminarNo se asusten, lo que voy a decir tiene algo —pero solo algo, más bien poco; una miguita, casi— que ver con este artículo.
Cuando yo era más activo políticamente y escribía en un periódico de provincias artículos sobre el debate en torno a la globalización (ni que decir tiene que mi postura era radical de izquierda, en la línea de Le Monde Diplomatique y ciertos intelectuales franceses y latinoamericanos), estaba plenamente convencido de que la legitimidad de nuestro sistema se fundamentaba en su maleabilidad, en su capacidad de camuflaje o en la heterogeneidad, llámenlo como quieran. Garnham, por ejemplo, habla de la capacidad del capitalismo para absorber productos contrahegemónicos. Ejemplo: multinacional discográfica que edita un greatest hits del punk británico.
La sociedad que nos envuelve se caracteriza por haber superado aquello de “sé tu mismo”. Se trata éste de un eslogan pasado de moda. Demasiada voluntad exige, demasiado sacrificio; podríamos incluso decir que el “sé tu mismo” es propio de totalitarismos. Recuerden: ‘El triunfo de la voluntad’.
En la acutalidad, bajo la idea de que “el individuo evoluciona”, y auspiciados por los centenares de flashes publicitarios diarios, podemos compatibilizar el hecho de ser socio de 3 ONG, con apadrinar un par de niños en África y Latinoamérica y gastarnos 250 pavazos (no conozco otra forma de referirme a ello) en una cartera de Louis Vuitton. Ustedes me dirán: es un ejemplo un poco forzado, ¿no? Bueno, tal vez; pero les puedo asegurar que mi compañero de piso lo hace. Y le va bien, según parece.
La idea, en cualquier caso, la tienen ya clara: consumismos y mezclamos marcas y productos y, en consecuencia, estilos de vida que no tienen nada que ver unos con otros. El efecto de libertad es, además, bárbaro. Las democracias occidentales descansan sobre un hálito de confianza desmedido.
Añadan a esto que les estoy contando (y ya estamos próximos al objeto real de este post) los rasgos que definen las relaciones sociales; todo eso en lo que insisten sociólogos y que está a la vista de cada uno de nosotros: familias monoparentales, estadísticas que hablan de dos de cada tres divorcios al año de matrimonio, numerosas y fugaces relaciones a lo largo de la vida de un individuo…
Y así es como llegamos a la conclusión: todos estos rasgos de la sociedad de consumo ahora irrumpen en cierto espectro protegido de la cultura. VLM —que ya comentó con acierto: “Esto es la realidad, discursos mezclados, esquizofrenia de fuentes, multiplicidad, distinta información que pide, que va pidiendo, libros distintos para reflejarse”— es ejemplo de ello: su diario de lecturas, por un breve espacio de tiempo, pasa a convertirse en diario de arquitecturas, con la consecuente “infidelidad” a sus lectores, muchos de los cuales tendrán que buscar “cobijo emocional” en nuevas marcas (entiéndase el calificativo como producto de distinguida calidad).
Si te viese Riechmann, te daría un cachete.
Por otra parte, y adelantándome a poner la decoración navideña como Carrefour o incluso la Administración, dejo con todos ustedes un crismas es forma de cuento navideño:
http://ibrahim-berlin.blogspot.com/2007/12/especial-navidad-we-wish-you-merry.html
Mi estimado Ibrahim, si una vez creíste que este era un blog de literatura o de filología (?) pura, estabas equivocado. Este nunca fue un blog puro, porque nunca lo fue su autor. Y de hecho aquí alguno de los debates más encendido fue sobre filosofía (posmodernidad) y sobre música pop. Pero yendo más allá, no me interesan para nada las etiquetas (hablo como autor de blog, no como crítico), sino las búsquedas, y este es un blog abierto, que busca y se pregunta constantemente sobre su propia esencia, para responderse: gracias a dios o al caos, como prefieras, ninguna.
ResponderEliminarPor eso Riechmann no me da cachetes cuando me ve, sino consejos, en todo caso. A veces me da un abrazo.
Pero aquí nunca estuvo la cultura, como escribes, a buen recaudo o en puerto seguro. Siempre estuvo en cuestión, que es como debe estar. En perenne y exigente autoanálisis, y si no, no es cultura. Mercado, quizá, que nunca se cuestiona a sí mismo.
Un abrazo.
Muchas gracias por tu tiempo y la opinión, Vicente. Me alegra ver -por deducir que el "fallo" acierta, valga la paradoja- que más o menos coincides con el parecer de otras trece personas que juntamos letras.
ResponderEliminarPor cierto, al hilo de Ibrahim, uno de los méritos de este Diario de Lecturas, es precisamente el de no cerrar las ventanas y orear un poco la sala, y que se puedan ver otros paisajes, que no son extraños, sino motivos para la literatura (entre otras cosas). Asentir o disentir luego, pero cuestionarse como mínimo.
Esto no está parcelado, se parece más a un grupo de vasos comunicantes. Fíjate que ayer le daba vueltas a un "artículo" sobre el parkour como fenómeno que trasciende el deporte y roza lo artístico... Qué estragos hace el frío en la sesera, nen.
Un abrazo con bufanda.
pd: échale alguna foto un día de estos a cualquier crossroad, seguro que te sale un remedo de Fargo.
He estado viendo vídeos de parkour (los había visto antes, pero no sabía que ese es el nombre de este deporte) y, en efecto, son espectaculares y a veces muy plásticos, pero lo de arte habría que verlo en cuarentena. Es lo mismo que la gimnasia y la gimnasia artística. Incluso la segunda es considerada deporte, no arte. Para que el parkour sea arte tiene que estar asociado a la danza, tiene que haber un coreógrafo encargado de que los movimientos (además de coordinados y plásticos) sean expresivos, representen algo. Pero, a la vista de la flexibilidad y dominio del espacio que tienen algunos de los saltadores, creo que no sería demasiado difícil organizar algo que fuera auténtico arte.
ResponderEliminarEl parkour tiene un importante elemento arquitectónico, volviendo al tema de este artículo, Sergi, a ver qué te parece. En la página que citas en tu post (basta con teclear parkour" en Youtube para ver decenas de vídeos), habla el administrador de una especie de metafísica del "obstáculo". Da la impresión de que él (no sé si también los demás practicantes, la mayoría parecen demasiado jóvenes para tener ideales tan concretos) entiende el parkour como una forma de vencer a la civilización del cemento, de dominar a la arquitectura que nos domina, superándola o desplazándose por ella por canales no previstos por el arquitecto o prohibidos por la autoridad, debido al evidente peligro que entrañan. Hay un doble desafío, pues, que sólo me parece interesante en su primera parte, en la confrontación con las barreras arquitectónicas.
ResponderEliminarLo que ocurre es que no sé si estos chicos (cuya flexibilidad, agilidad y potencia de salto envidio, yo nunca pasé de los seis metros en longitud) son conscientes de que su posición, de aparente libertad, se constituye como una "discapacidad negativa", porque ser libre según sus términos requiere una juventud casi adolescente y unas dotes físicas extremas, por no hablar del entrenamiento. Plantean como una alternativa de libertad algo que no está al alcance de casi nadie, que nos deja fuera instantáneamente a todos los demás. Son una especie de hackers arquitectónicos, un colectivo reducido de personas con unos conocimientos técnicos que les permite estar al margen del sistema durante un tiempo. Pero sí, les envidio. A ambos, a los practicantes del parkour y a los hackers. Lo reconozco.
Debo advertir que mi conocimiento de la arquitectura es limitado, mi formación es la de un artista plástico. Pero como tal, he dedicado bastante tiempo a la cuestión de las intervenciones en espacios públicos y he dedicado mucho tiempo a la expografía (disciplina que atiende entre otras cosas a la arquitectura pero amplía sus objetos de interés a muchas otras cuestiones). Lo que escribo a continuación, lo hago con la humildad de la especulación de alguien que no ha visto la Torre Agbar en directo.
ResponderEliminarAbsolutamente de acuerdo contigo, Vicente, cuando dices que estamos ante “un acontecimiento arquitectónico –no así ante un acontecimiento urbanístico”, y que ejerce fascinación, (la misma que el decorado de una película o un comic de ciencia-ficción). No es poco significativa la metáfora del mensaje codificado extraterrestre de la fachada (J.J. Benítez e Iker Jiménez deben andar trabajando sobre ello). “…catástrofe congelada, o la cristalización de una detonación cúbica”. Mirad qué curiosidad:
http://i274.photobucket.com/albums/jj280/azarfram/Moebius.jpg
“…el objeto de la construcción es evitar el caos (Rem Kpoolhaas)
la Torre Agbar quizá le quite la razón a Koolhaas en esa parte de la ecuación que señala que el caos “no puede ser fabricado”. La fachada circular e inacabable de la Torre es la prueba irrefutable de que sí.”
Te refieres a la irregularidad en la disposición de las ventanas. Bien. Pero el edificio en sí, ¿en que sentido evita el caos?: ¿ordena el tráfico?, ¿establece un orden mental en el ciudadano respecto de la geografía urbana? Puede ser. El caos puede ser fabricado, de hecho lo ha sido, creo yo, pero no en la Torre Agbar. Si en la fachada de la Torre se percibe un mensaje extraterrestre es porque percibimos, o intuímos, un orden en ella. Así, la física subatómica habla de un orden tan complejo que parece un caos.
“La búsqueda de ese lugar hermético e imposible entre la ordenación y la entropía es una constante de Jean Nouvel”.
Desde luego que debe ser imposible, a juzgar por lo que he experimentado personalmente en la ampliación del Reina Sofía: un ejercicio de narcisismo y falta de respeto (respecto del edificio de Sabatini), y sobre todo un monumental desperdicio de espacio y ausencia total de una conciencia expográfica respecto de las posibilidades enormes de integración de espacios artísticos en el espacio público transitable.
La definición de museo que expresa Nouvel en su proyecto del Quay Branly Museum es anticuada, Nouvel no estaba al día. La investigación de Juan Carlos Rico y su amplio equipo ya estaba en marcha, y muchos de sus estudios, publicados. Su error fue creer que la solución estaba en convertir al museo-album en una obra de arte que sigue acogiendo los sellos; lo cual, como en el caso Guggenheim, consigue que el continente sea más importante y atractivo que el contenido, relegado en ocasiones a una sucesión de rellenos “necesarios”. Ello me reafirma en mi tesis de que cada día más, la actividad del museo se parece más a la de la fábrica-almacen, un espacio de tránsito para la mercancía. Para los interesados, pronto se publicara el último trabajo de Rico, La caja de Cristal.
“…incrementado su caos por la iluminación nocturna, rotatoria, y por las posibilidades de señalética (su superficie exterior tiene 16.000 m² de espacio legible).”
“…alguien debe de poner orden a todo este azar, y está claro que las nuevas tecnologías han ayudado a esta riqueza.”
Muy acertada la expresión “incrementado su caos por la iluminación nocturna,...”. Que se lo digan a los conductores. Tiemblo al pensar en algunas posibilidades de señalética (enormes lemas electorales, quizás el rostro pixelado, o en alta definición, de algún candidato), 16.000 m2 de señalética más, como si no hubiera bastante bombardeo sobre los sitiados sentidos del ciudadano de a pie. Para poner orden a este azar habría que suprimir el 70 % (al menos) de los anuncios, banderolas, carteles, luminosos, rótulos y demás inventos de la señalética y la publicidad. Eso si se quiere humanizar las ciudades, si no, pues a seguir en esta dirección, deshumanizar a los ciudadanos. Llegará un momento en que no podamos dar un paso sin pisar un signo, una señal, un mensaje o advertencia.
“En un panorama teórico como el urbanístico, preocupado por la idea de integración…”
Idea (la integración) que no siempre es la mejor, ni debe ser un dogma en las intervenciones, pues no se revela como el mejor camino a seguir en todo caso.
En cuanto a trabajar e la Torre, sin duda debe ser difícil, sobre todo por que en todo momento, además de la dificultad de concentración, tendría conciencia de estar en un objetivo de un posible ataque terrorista, que (digámoslo) es otra de las condiciones que adquieren semejantes construcciones. Por lo que a mí respecta, no quiero trabajar en ella (bueno, todo es negociable, hablemos de números). No quiero ni pensar en un incendio en las plantas inferiores. ¿Hay paracaídas o parapentes en las plantas superiores?, ¿ha pensado alguien en esas cuestiones, o sólo se trata de ver quién hace el pepino más gordo? ¿Se piensa en algún momento que esas macroestructuras son al fin y al cabo albergues de cuerpos humanos?
¿NECESIDAD URBANÍSTICA?
“Barcelona parece requerir el replanteado constante, quizá por la limitación geográfica de su posibilidad de crecer hacia lo ancho, con lo cual sólo le quedan dos resquicios: crecer hacia lo alto, o hacia lo simbólico.”
No olvidemos la arquitectura subterránea. De hecho, el metro lo es, pero no es la única posibilidad. Un ejemplo:
http://www.plataformaurbana.cl/archive/2006/11/17/beijing-habitando-el-subsuelo/.
“Uno puede decidir democráticamente sobre el programa, la localización, los usos, pero el hecho estético no es negociable. La tarea de los arquitectos es precisamente la de dar una definición cultural del entorno construido.”
Nouvel
Matización personal: la tarea de los arquitectos, y de cualquier artista que trabaje en un lugar, sitio, entorno, es la de saber escuchar al lugar, sitio, entorno y dialogar con él sin imponerle su monólogo. Luego, si estoy de acuerdo en que el hecho estético no es negociable. En estética, en arte, cualquiera se cree que por haber cambiado una bombilla, ya es electricista.
Respecto de las críticas de Montaner, al no conocer in situ el edificio y su entorno, no puedo decir mucho al respecto, pero una de las fotografías, sí evidencia una cierta carencia en el análisis perceptivo, especialmente de los conductores. Véase los semáforos en rojo, con el fondo rojo luminoso de la Torre, preveo aumento en la casuística de accidentes de tráfico en la zona. Parecen tonterías, pero no lo son. “Agente, no vi la luz roja con la puñetera torre”, “frené porque pensé que el semáforo estaba en rojo”, etc., etc.
http://www.e-sintesi.com/descargas/Agbar/olli_torre_agbar1.jpg
Como señala Alejandro Zaera, “el suyo es un método de operación ‘por migración o desplazamiento’, por exterioridad, que multiplica las operaciones de desterritorialización y territorialización”. En tal caso, parece haberse preterido la dimensión territorial por la otra.
Ignoro que quiere decir el comentario de Zaera. Pido una explicación más llana, por favor.
“Según Nouvelle, lo que da alma a los edificios es “la relación con el lugar. Estoy en contra de la arquitectura genérica”. Sólo entendiendo lugar en una acepción más amplia que la natural, más próxima a la primera definición del diccionario de la R.A.E. que a la segunda, más espacio que sitio, puede entenderse el razonamiento constructivo de la Torre Agbar.”
Creo que la acepción más adecuada sería entorno (ambiente, distribución, dominio, ámbito, contexto) puesto que el lugar (sea espacio o sitio) no se percibe como algo aislado sino en relación a; a diferencia de las postales, que enmarcan, la percepción in situ, abarca mucho más (y no sólo visualmente hablando).
Resumiendo, a la luz del actual paisaje de acontecimientos, parece que no hay ciudad que quiera quedarse atrás y todas se apuntan a un macroproyecto arquitectónico que les realce el skyline como el wonder-bra realza el busto, o como un piercing en su corpus arquitectónico. Lo importante es que quede bien la postal y que todo el mundo venga a hacerse una foto junto al mastodonte de turno o a fotografiarlo a él. Sin restar méritos estéticos a los logros puntuales de algunos arquitectos (Nouvel es uno, no vengamos a negar su talento aquí), y defendiendo la legitimidad de la estética para la creación exploratoria de las formas, estoy interesado en una arquitectura más humana:
http://www.lacalledecordoba.com/noticia.asp?id=15071
una arquitectura que no me hiciera sentir ese “temor de dios” que inspiran las grandes catedrales góticas y sus sucesoras, y también los contemporáneos espectáculos arquitectónicos (pero en otro sentido, una religión de la tecnología, se diría). La tendencia más asumida, según mi limitada apreciación, es la de que los arquitectos asumen los modos escultóricos en escala divina y se olvidan del cuerpo y de la percepción del viandante con respecto a todo lo que no sea su obra, al menos en este caso muchos otros.
Las preguntas para mí serían: ¿era necesario? Si bien es necesario el avance de las disciplinas humanas, más lo es el derecho a vivienda de todo ciudadano. ¿Era pertinente? Sí, si como afirma Danto estamos en la posthistoria del arte, el “todovale”; sin embargo, la arquitectura sigue estando obligada a aunar funcionalidad y estética, pero en al actual momento, lo pertinente parece ser que prime la estética espectacular respecto de todo lo demás (¿esculturas habitables?). ¿Eleva el nivel estético de la Barcelona arquitectónica? Sí. Rotundamente; y eso, en un momento en que el arte ya se desprendió de la estética como componente. ¿Mejora la vida de los habitantes de la ciudad que no se dedican a la hostelería ni a vender postales? Que me respondan los barceloneses (y barcelonesas, que diría un pacato político). Sergi Bellver ya ha expresado una opinión en ese sentido, y me apunto: “En fin, hay gente que mira esas cosas que brillan, yo prefiero detenerme en las cosas que viven.”
Salú-2.
Esta vez vengo, no con una, sino con DOS ideas para comentar: una a propósito de la esquizofrenia en la metodología del aprendizaje que ya comentábamos ayer, y otra sobre la nueva ensayística, que, agotada ante los temas clásicos, se lanza a tomar por objeto de estudio el parkour, cosas así… [A este paso, y como no frene mi entusiasmo por el debate que me ofrece esta casa, mi tímida Posmodern & Globalisated Turkicht Really Good Shit acabará absorbida por la multinacional Diario de Lecturas. Esperemos que no sea así.]
ResponderEliminar1.- Habiendo puesto en relación la metodología de VLM con el neoliberalismo económico desde una visión crítica —no me negarán lo glamoroso que hay en todo intelectual de izquierdas, ¿eh?—, procedo a vincular ahora al autor con la situación de la universidad actual, al menos en el caso español. Y por cierto, amigos, he de matizar que soy yo el primero que ve en los intelectuales de izquierda una traslación política de aquéllos otros estudiosos psicoanalistas que ven —discúlpenme los modales— pollas por doquier. (Véanse las investigaciones sobre publicidad de E. Dichter). Máxima expresión de lo que digo es el ‘Para leer al Pato Donald’ de Mattelart, según el cual… bueno, a mí me da vergüenza explicarlo, así que mejor será que investiguen.
Como digo, en relación a cómo se imparten y estructuran las Humanidades y Ciencias Sociales en la Universidad —y salvo algunas honrosas excepciones como las que representa el caso de Fernández Porta—, me resulta francamente subversivo el retorno al ‘Renacimiento’ de Mora. Quiero decir que, en una época en la que parece haber solo cabida para la especialización del conocimiento (como si las humanidades y las ciencias sociales —sospecho que en las ciencias físicas debe ocurrir algo similar— hubiesen alcanzado una densidad tal que no permitiesen “distracción” alguna por parte de sus investigadores), VLM viene a demostrar que existen otras formas de discurrir igualmente productivas, un tanto menos endogámicas y, por tanto, recomendadas por cualquier profesional de la salud.
2.- (Sobre la nueva ensayística y la deriva de los estudios culturales). ¿Qué les parece si cuento un par de anécdotas? Bien, pues la cosa es que recientemente estaba yo en una gran superficie comercial comparando una bolsa de fritos con otros snacks homólogos —no bromeo, no. Esto NO es ninguna ironía de las mías—; y yo me preguntaba: ¿por qué el diseño de la bolsa tiende al cuadrado?, ¿acaso esta figura geométrica, sugeridora de robustez, se vincula con el “way of life” de los vaqueros norteamericanos, al igual que sucede con el diseño de los paquetes de Marlboro anchos (Marlboro Wides)?, etcétera. Y ustedes me dirán —mi padre, de hecho, me lo dijo con rotundidad—: “vaya chorrada, ¿no?” Pero no, caballeros; sospecho que los nuevos estudios culturales irán encaminados a este tipo de productos, familiares en nuestros hábitos, y cuyo diseño, además, no están dejado en modo alguno al azar. Al contrario: detrás del diseño de las bolsas de Fritos trabaja una legión de expertos en packaging, diseño gráfico e imagen de marca. Así que no, no es ninguna broma.
(Me viene a la cabeza el último post de hautor: http://peripatetismos2.blogspot.com/2007/12/un-objeto-est-causando-furor-entre-la.html)
A estas alturas, interpretar el comic como ya hizo Eco hace más de cuatro décadas es casi un ejercicio de desagradable esnobismo.
En cuanto al Parkour, Vicente, me descoloca la misma duda que tú planteas: “la mayoría parecen demasiado jóvenes para tener ideales tan concretos”. Esto, claro, hace que la lectura del parkour desborde con mucho sus pretensiones originales. Sea como fuere, Berlín —me digo—, puestos a disertar, ¡qué carayo!, dotemos, en una época jalonada por el plástico y el usar y tirar, del don de lo sublime a las costumbres y objetos más peregrinos. Hay una sensibilidad artística y cierto sentimiento de nostalgia descomunales en este ejercicio.
Saludos.
Estimado Ibrahim, te ruego que consideres la posibilidad, que mi madre no sólo no ha descartado, sino que sostiene rotundamente, de que se me haya ido la olla por completo. Pero ojo: una cosa es opinar sobre el parkour en un comentario, y otra dedicarle un post o incluirlo como objeto "ensayable" dentro de un libro de crítica.
ResponderEliminarLo del grafiti es otra cosa, porque al interesarme por él he descubierto a Banski, del que volveré a escribir otra vez, y que me parece uno de los artistas plásticos más fascinantes y profundos de los últimos tiempos. He comprado aquí un libro sobre él que me ha dejado sin habla, algo que no me sucedía con un libro desde hace mucho tiempo.
Sobre lo del packaging y el márketing de las tiendas, a ver si termino de una vez una crítica que estoy preparando sobre un libro de David Weinberger, que te deparará alguna sorpresa. En efecto, ni es ninguna tontería ni está libre de manipulaciones mercadotécnicas detrás, has dado en la diana.
Saludos. También plantéate si el frío que estoy pasando (la máxima prevista para hoy aquí es ¡¡cero!!) puede haber afectado a mis meninges, bastante deterioradas por años de lectura de ciertos críticos españoles, de invariable procedencia universitaria, catedrática o catedralicia, según casos.
Fram habla de catedrales y de museos. El Centro Pompidou y la pirámide del Louvre en su momento también hicieron correr mucha tinta, pero el tiempo ha quitado la razón a detractores y escépticos y, pese al paso de los años, ambos edificios han logrado integrarse con éxito en el paisaje urbano de París - aunque algunos sigan considerándolos algo 'kitch'- . Pero el caso de la torre Agbar es sustancialment diferente. Es un edifio de oficinas de una compañía cuyo mayor accionista es La Caixa. ¿El paradigma de la posmodernidad para mayor gracia de Dios?
ResponderEliminar¿Y si simboliza un menhir?
ResponderEliminarCulto antepasados. Dios muerto hace ya...ni se sabe. Su sucesor, dios Razón Mercado, se otorga las mismas funciones y promesa: mira mi cuerpesito, esperanza de vida eterna en otro planeta.
No recuerdo, ¿vino Carlinhos Brown cuando se inauguró? Cuando el Fórum sí, el alcalde bailaba, mucha gente bailaba. Yo bailé. ¿Por qué? Supongo que porqué Carlinhos es Satanás.
No, en serio, supongo que bailé como manera de evitar un más que probable dolor de cabeza producto de esas interminables percusiones. Pude haber cambiado de canal, pero no podía. Estaba bailando, no podía dejarlo. Dejar de bailar y dolor de cabeza. Bailando en casa. Sin poder apagar la tele. Carlinhos, Carlinhos de Hamelín
Más parkour:
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=KwDjijmCm7U&feature=related