viernes, 6 de junio de 2008
Dos colaboraciones
En estos días aparecen en librerías dos libros con los que colaboro. En El lugar de Piglia. Crítica sin ficción (Candaya), un conjunto de ensayos y reseñas sobre el magnífico escritor argentino, coordinado por Jorge Carrión, incluyo un trabajo sobre las dos ediciones de La invasión (1967 y 2007), y sus interesantes diferencias.
Historia secreta de la Corporación (451 Editores) es un libro extraño; parte de una novela de Fernando Marías, Esta noche moriré (1992), donde Marías inventaba una curiosa Corporación criminal, encargada de chantajear a artistas para exigirles una obra inédita (un cuadro, una sinfonía, una novela), que pasados cientos de años aparece misteriosamente, con el precio incalculablemente elevado. Marías nos pidió a varios autores que desde el principio mostramos mucho interés por la Corporación que escribiéramos un relato imaginando nuevos casos. En mi relato, la Corporación no encuentra un edificio que Le Corbusier les dejó oculto, y contratan a Álvaro Guerra, el detective-arquitecto frustrado que aparece en varios de mis libros, que averigüe dónde puede estar el edificio perdido.
Qué siniestra la idea de "raptar" una serie de obras para que en un futuro su valor se duplique o triplique... Es algo así como eso que denominan "cápsulas del tiempo". Algunos individuos se dedican a enterrar cajas en las que previamente han colocado objetos de un tiempo determinado: un periódico, una entrada de cine... Dándole una visión pesimista podríamos pensar que es una lástima tener que esconder o enterrar cualquier obra de arte para que algún día alcance valor. Es algo así como reencontrar libros en las almonedas de aquellos autores de la bohemia que algún día se autopublicaron. Me recuerda a lo que hizo en su momento Armando Buscarini.
ResponderEliminarEsperando que Ibrahinm Berlin no se enoje, copio la entrada que escribió en su momento en su keo:
ResponderEliminarhttp://ibrahim-berlin.blogspot.com/
2008/05/discrepar-de-piglia
-sobre-lectura.html
Discrepar de Piglia: Sobre lectura, Internet & ritmos
Estoy obsesionado con cierta idea de Piglia desde que la oí por vez primera en un acto celebrado en Casa de América (Madrid, claro) en otoño del pasado año; una idea que tiene que ver con la lectura y las nuevas tecnologías y que según mi juicio, conduce, si no a una confusión conceptual, al menos sí a una lectura aberrante de su tesis. Desde entonces, me he encontrado con ella en multitud de entrevistas realizadas al argentino, un autor, según demuestra, nada apocalíptico con la relación literatura-nuevas tecnologías. Veamos de qué va el problema:
Hay que decir que la velocidad con la que se lee no ha cambiado. El lenguaje escrito tiene un tiempo para ser descifrado que no se puede cambiar. La velocidad de la lectura, más allá de los formatos y de las diferencias entre los lectores, es básicamente la misma. Como sabemos, la técnica de la lectura veloz resultó un chiste idiota. Porque la lectura establece una temporalidad que es la del cuerpo. El lenguaje define nuestra relación con la temporalidad, no solo porque la tematiza en los tiempos verbales sino porque tiene un tiempo propio que no se puede cambiar. Lo cambiaron los matemáticos, que establecieron una serie de signos para acelerar la comprensión de fenómenos muy complejos. Pero las notaciones artificiales no pueden sustituir la práctica del lenguaje. El esperanto fue otra ilusión inútil. Los jóvenes hacen cambios mínimos en ese sentido, escriben las palabras en forma simplificada, taquigráfica, y así se acercan a la criptografía. Buscan acercar el lenguaje a la imagen. Pero de ese modo no aceleran el sentido, solo lo abrevian. Quizá la poesía es la única práctica que ha logrado hacer algo con la velocidad de la significación; condensa y superpone el sentido de manera extraordinaria, de modo que nos permite una relación con el lenguaje a la vez muy lenta y muy fugaz.
Fragmento de Leer y escribir en red, entrevista a R. P. publicada en La Nación en abril de 2008.
Otra más, esta vez en la entrevista para Público que se publicó el pasado 15 de abril de este año [y en la que por cierto, también aseveró: «Estamos ante el lector salteado, es decir, alguien que lee y a la vez tiene la tele encendida y a la vez contesta el móvil»]:
Hombre, es una alegría que se hable de literatura en una época en la que todo va tan rápido. Eso sí hay que valorarlo.
En tercer lugar, y bajo el título expresionista de Elogio de la lentitud, Piglia mantiene la siguiente conversación con la periodista de Revista Eñe:
Hablábamos de circulación cultural, ¿cómo cree que la alteran el acceso masivo a la tecnología y fenómenos como Internet y la fiebre del blog?
Me parece que la circulación de lo escrito ha alcanzado una velocidad extraordinaria, pero la paradoja es que el tiempo de lectura no ha cambiado. Leemos igual que en la época de Aristóteles: seguimos descifrando signo tras signo y eso nos pone en una actitud similar a la que se tenía cuando la circulación no era tan rápida. Hudson, por ejemplo, cuenta en Allá lejos y hace tiempo, un libro de 1918 que describe su vida en la pampa, cómo les llegaban las novelas, y después de leerlas las prestaban a la chacra vecina que estaba a cinco kilómetros, y después a otra que estaba más adentro. La novela se iba alejando, a caballo...
Lo dice con cierta nostalgia...
Es que hoy todo pasa muy rápido y parece que no estar al día es un problema, pero la lentitud de la lectura es la de nuestro cuerpo, la del desciframiento. Es necesario preservar esa lentitud. Hay que escapar del vértigo de la actualidad, llegar tarde a la moda, leer los libros cuando no son novedades...
¿Siente irresoluble ese duelo entre lenguaje y velocidad?
La velocidad se asocia con la imagen. Por eso la imagen impone sus condiciones y se afirma que "vale más que mil palabras", cuando en verdad sólo "dice más rápido". Los únicos que han conseguido darle velocidad al lenguaje son los poetas. La poesía se hace cargo de la tensión entre imagen y palabra y la resuelve, logrando un sentido múltiple en el mismo tiempo en que tardamos en desentrañar una frase.
Según lo anteriormente visto, confieso que discrepo notablemente de Piglia en la identificación de lectura y lentitud: no es cierto que ninguna forma de expresión se identifique a priori con una u otra velocidad (vosotros sabéis de pelis lentas, ¿no? Incluso de películas con vetas de épica de mediados de siglo pasado que parecían intentar emular el efecto de la poesía), sino que en efecto constituye tarea del autor determinar si hace o no su trabajo a ritmo de videoclip. Tampoco es que
haya cambiado la percepción de imágenes en el ser humano, solo el método de composición. Piglia obvia el concepto de ritmo. Y precisamente hoy, de cara a esa sociedad acelerada de la que se lamenta el escritor, supone un reto trabajar con voces rápidas a fin de no condenar la literatura a un refugio aislacionista de, digamos, en un buen sentido; somnolientos. Hablo del trazo visto y no visto… acelerar y agitar al lector como si se le estuviera administrando anfetaminas… hacerle vomitar como en un parque de atracciones… que el texto lo succione como un tifón… ¿Eh, o no?
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Y también, otras reflexiones de Marcelo Figueras que ha ido colgando por entregas en
El Boomeran (enlace de la última por orden cronológico):
http://www.elboomeran.com/blog-post
/4/3806/marcelo-figueras/
el-ultimo-espectador-finis/
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c.m.
Entrevista con Piglia
ResponderEliminarhttp://www.elcultural.es/
Video/piglia/piglia.asp
Ricardo Piglia
"Estoy atado al lenguaje, no puedo salir de ahí"
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Información sobre La ciudad ausente, novela gráfica editada por Libros del Zorro Rojo:
http://librosdelzorrorojo2.blogspot.com/
http://librosdelzorrorojo2.blogspot.com/
search/label/La%20ciudad%20ausente
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c.m.