Jorge Carrión
Australia. Un viaje; Berenice, Córdoba, 2008
Previa
Tengo que confesarles una cosa: me aburren extraordinariamente los libros de viajes. Siempre me ha pasado. Lo he intentado todo, he leído a los más diversos autores, pero no suelen decirme nada. Me encanta viajar, y no puedo estar muchas semanas sin conocer un sitio nuevo, pero en mi caso ese amor al viaje tiene un problema: no puedo estremecerme en cabeza ajena. Quiero ver las cosas, los edificios, los paisajes, por mí mismo, porque mostradas por otros (mediante sus textos, sus fotografías o sus vídeos) no me dicen nada. Es una intolerancia natural, como la que otros tienen a la lactosa o a las palabras con el prefijo hiper. Quiero decirles esto para explicarles que algunas partes de Australia. Un viaje, me han aburrido, pero no por culpa de Jorge Carrión, que las ha escrito muy bien, sino porque sus descripciones de los aviones o trenes que toma, las conversaciones no siempre sustanciales que mantiene con familiares o lugareños, las anotaciones de lo que come o a qué hora se levanta, me hubieran aburrido mortalmente aunque las hubieran escrito Bruce Chatwin, Magris, Sebald, Cela, Basho o un renacido Shakespeare dedicado a peregrinar por el planeta.
La literatura de viajes sólo me interesa cuando el viajero se detiene. Cuando se sienta en un sitio y se pone a observar -siempre que le asista un buen pulso narrativo y/o intelectual-, para transmitir lo que está viendo. Porque eso es lo que hace un narrador de verdad, sentarse y mirar, aunque se trate de lo que sucede en su imaginación. Entonces, puntualmente, el viaje por el libro de viajes vale la pena. El tránsito por un aeropuerto o por una estación es tan aburrido en un libro como lo es en la realidad. Háganme caso, porque mientras ustedes leen estas líneas, hoy lunes 9, yo me arrastro por cuatro aeropuertos y tres aviones, jurando en arameo, cargando peso, quitándome el cinturón y los zapatos, pasando controles de seguridad y de inmigración, respondiendo preguntas mecánicas, comiendo plástico. Frente a eso, los lugares (esto es, el fin del viaje, el destino), sí tienen, cuando bien observados, verdadero interés. La mirada de alguien que, sea en su casa de Murcia o en los muelles de Sidney, se ha sentado, ha sacado un cuaderno y se ha puesto a pensar mientras escribe, tiene un valor innegable si el escritor es bueno. Y Jorge Carrión lo es[1].
Australia
Núñez sabía tan poco de Australia como yo; uno de los descubrimientos que este libro de Carrión puede ofrecer a los legos en nuestras antípodas es que, en 1606, Pedro Rodríguez de Quirós desembarcó en las Nuevas Hébridas y rotuló el territorio descubierto como Austrialia, con una “i” de más debida a la reverencia a los Austrias. Leer es también viajar por nuestro desconocimiento, además de por nuestro conocimiento. Ampliemos la mirada, entonces. El concepto de heterotopía, planteado por Foucault en 1967, puede haber superado el encuadramiento original que le diera el pensador francés, para explicar la ciudad moderna, para encuadrar ahora, gracias a la celeridad de los medios de transporte y al tegumento de los medios de comunicación telemáticos, al globo como conjunto de espacios organizados como redes. No como árboles, ni como rizomas, sino como redes interconectadas. Ese también es el sustrato de La sociedad red, de Manuel Castells, y es un concepto que late en la escritura de Australia, de Jorge Carrión, como puede verse en el excelente “Epílego” que cierra el libro, donde la red textual es trasunto del índice de referencias, correspondencias y concurrencias de la aventura española de la emigración a Australia con la ciudad de Mataró. O de la familia entendida, con sus emigraciones y distorsiones, como heterotopía subjetiva, como psique emocional en dispersión conectada y reticular. O del sujeto como conglomerado de conexiones, neuronales, genéticas, teratológicas. O del libro, de cualquier libro, como red organizada de secuencias sígnicas. Tengo que reconocer que leí con menos dificultad La brújula (Berenice, 2005) y GR-83 (edición de autor, 2007), porque eran más breves y había menos taxis y descripciones de desayunos, y contenían, proporcionalmente, más sustancia narrativa y literaria que Australia. Pero Australia tiene muchos encantos para quienes gusten de la buena narrativa, y no digamos para quienes disfruten los libros de viajes, ya que Carrión es un auténtico experto sobre el tema, al que dedicó (examinando la obra de Sebald y Goytisolo) su tesis doctoral. La concepción de Carrión sobre su propia obra es la de ensayo en movimiento, un género nominado por Fernández Porta cuya existencia ha defendido Carrión en varios sitios:
Sin embargo, creo más ajustada para La brújula y GR-83 esa definición que para Australia, mucho más elíptico y moroso, con demasiado material de relleno sobre salidas nocturnas o transportes, y en el que hay que esperar –hablo del lector no cómplice de la literatura de viajes– a que aparezca el ensayo, la reflexión, bien sea sobre el viaje (metaviaje, gusta de utilizar Carrión), bien sobre la experiencia emigratoria de los españoles en la isla-continente, bien sobre la sociología del lugar. Cuando aquéllos aparecen el interés del libro crece enormemente, y como a esto se dedica más espacio conforme el libro avanza, Australia resulta ser un crescendo narrativo que comienza algo perdido y que, conforme se adentra su relator en el espacio australiano, va ganando en interés, resultando excepcional en sus cincuenta páginas finales.
El punto de partida del libro es la decisión de Carrión de recuperar la historia de la parte de su familia emigrada a Australia durante la posguerra española. Esa recuperación familiar no es ajena a la estructura misma de cierto tipo de libro de viajes, como es sabido: Deleuze y Guattari resumían On the Road con una breve frase: “Kerouac parte a la búsqueda de sus antepasados”. Pues eso mismo es a lo que se dedica Carrión desde hace años, a desarrollar búsquedas familiares, a salir en pos de las raíces de su familia, en este caso la desperdigada en Australia, aunque conforme avanza la narración también se convierte en una historia general de la emigración española a la isla-continente. Es innegable que esta parte del libro tiene otro interés, sociológico o histórico, que tampoco carece de importancia. Pero uno no es historiador, y lo que se debe destacar es, sobre todo, el excelente estilo literario de Carrión, que sabe bien, por ejemplo, elaborar comparaciones: “las cuadrillas se movían según soplaba el viento laboral. Como las semillas, aerodinámicas, que vuelan alrededor del árbol y se alejan por el aire y tratan de enraizarse pero sólo lo consiguen tras muchos intentos fallidos, la primera fase de la emigración se dilata, mediante migraciones internas en busca de trabajo, hasta que al fin se constituye el hogar” (p 108). Por no hablar de la fuerza que tienen pasajes como aquel donde se describe un agónico viaje a pie por el desierto cuyo resultado final se ignora (p. 143), o párrafos como éste:
La mirada tipo Google Earth de Carrión, que manejaba en GR-83 con virtuosismo y que ha defendido recientemente en el suplemento cultural del diario ABC (y luego en Argentina), resulta significativa de su modo de entender la heterotopía a la que hacíamos referencia al principio: la voluntad narrativa de entender el mundo como un Todo conectado que puede verse a vista de pájaro mecánico, con el ojo de dios del Google Earth, o desde abajo, a pie de calle, transitando el recorrido con el ojo del hombre. Su literatura es una curiosa y singular mezcla de las dos cosas a la vez, un trayecto sobre el trayecto donde el recorrido personal intenta ser desubjetivizado y objetivizado mediante diversas operaciones: a) la documentación previa al viaje, principalmente libros y textos sacados de Internet; b) la renuncia al “yo” narrativo –con las limitaciones que luego veremos– que se recupera en el “Epílego” final; c) la documentación coetánea al viaje, que incluye principalmente documentos orales: transcripciones de conversaciones y apuntes de diálogos; d) la documentación posterior al viaje, que incluye más libros, registros religiosos y civiles, cartas recibidas de los familiares emigrados a Australia, así como la lectura de las notas propias y su recreación como documentos generados en “directo” (hay una oportuna cita de Benjamin al respecto de esta conversión del diario en memorias). El viaje se transforma así en una red documental, que debe ser convertida en una red literaria, en un tejido textual, arte en el cual Carrión es un auténtico virtuoso. Incluso con esas partes, que antes definía como sobrantes por demasiado centradas en aspectos prácticos y poco interesantes del viaje, o de encuentros personales del viajero (deducimos, por ejemplo, que hay un montón de turistas guapas recorriendo Australia, aunque nos preguntamos si necesitamos, como lectores, esa información), el resto del tejido es tan variado e interesante, tan bien enlazado, que sabemos que pronto pasarán esos intersticios donde el yo del narrador se acaba, pese a sus esfuerzos, colando de rondón, para entrar en la almendra narrativa, que es precisamente la construcción de ese armazón reticular sobre la experiencia de la extranjería en cualquier lugar; por ejemplo, Australia[3]. Me parece que esa experiencia del abandono de la tierra propia, para establecerse en otra, está muy bien contada, pero temo que sea ahora mi experiencia personal la que se cuele de rondón en la crítica, y prefiero no ahondar en ello.
Australia. Un viaje, por tanto, es un libro recomendable por grados: muy recomendable, para quienes gusten de libros de viajes o no sean reacios a esta fórmula narrativa; bastante recomendable incluso para quienes no gustan nada de ella, porque Australia es mucho más que un libro de viajes, y en las digamos 150 páginas (de las 270 totales) donde el ensayo prima más que el movimiento, el resultado es un libro excepcional de 150 páginas, algo de lo que no andamos precisamente sobrados en la literatura española actual. Y ahora discúlpenme pero, como el personaje de Carrión, también para mí la vida es hacer y deshacer maletas.
.
Notas.
[1] “Arbustos y monotonía, tan sólo rota por alguna huérfana o algún tramo de arena absoluta, espejo donde desdoblarse el espejismo de caravanas y camellos o de cadenas de colinas sin base, imposibles, evaporación de mercurio, donde las palabras rotas pierden su capacidad de significado. Tratas de leer, pero es difícil sustraerse de la nada. Todo lo envuelve el calor y el tiempo quieto de quien mira sentado, aunque en movimiento” (Jorge Carrión, Australia, p. 200).
[2] Jordi Carrión, ¿Una tradición silenciada? Hacia un corpus de la literatura nómada”; Lateral, nº 123, marzo 2005.
[3] “el fantasma que te ha llevado hasta aquí, la pregunta: por qué alguien se va a la otra punta del mundo y se queda a vivir allí” (p. 28).
Australia. Un viaje; Berenice, Córdoba, 2008
Previa
Tengo que confesarles una cosa: me aburren extraordinariamente los libros de viajes. Siempre me ha pasado. Lo he intentado todo, he leído a los más diversos autores, pero no suelen decirme nada. Me encanta viajar, y no puedo estar muchas semanas sin conocer un sitio nuevo, pero en mi caso ese amor al viaje tiene un problema: no puedo estremecerme en cabeza ajena. Quiero ver las cosas, los edificios, los paisajes, por mí mismo, porque mostradas por otros (mediante sus textos, sus fotografías o sus vídeos) no me dicen nada. Es una intolerancia natural, como la que otros tienen a la lactosa o a las palabras con el prefijo hiper. Quiero decirles esto para explicarles que algunas partes de Australia. Un viaje, me han aburrido, pero no por culpa de Jorge Carrión, que las ha escrito muy bien, sino porque sus descripciones de los aviones o trenes que toma, las conversaciones no siempre sustanciales que mantiene con familiares o lugareños, las anotaciones de lo que come o a qué hora se levanta, me hubieran aburrido mortalmente aunque las hubieran escrito Bruce Chatwin, Magris, Sebald, Cela, Basho o un renacido Shakespeare dedicado a peregrinar por el planeta.
La literatura de viajes sólo me interesa cuando el viajero se detiene. Cuando se sienta en un sitio y se pone a observar -siempre que le asista un buen pulso narrativo y/o intelectual-, para transmitir lo que está viendo. Porque eso es lo que hace un narrador de verdad, sentarse y mirar, aunque se trate de lo que sucede en su imaginación. Entonces, puntualmente, el viaje por el libro de viajes vale la pena. El tránsito por un aeropuerto o por una estación es tan aburrido en un libro como lo es en la realidad. Háganme caso, porque mientras ustedes leen estas líneas, hoy lunes 9, yo me arrastro por cuatro aeropuertos y tres aviones, jurando en arameo, cargando peso, quitándome el cinturón y los zapatos, pasando controles de seguridad y de inmigración, respondiendo preguntas mecánicas, comiendo plástico. Frente a eso, los lugares (esto es, el fin del viaje, el destino), sí tienen, cuando bien observados, verdadero interés. La mirada de alguien que, sea en su casa de Murcia o en los muelles de Sidney, se ha sentado, ha sacado un cuaderno y se ha puesto a pensar mientras escribe, tiene un valor innegable si el escritor es bueno. Y Jorge Carrión lo es[1].
Australia
Desde que el geómetra Oxley
que partió de Barhurst en 1817
-llegando incluso al valle
de Wellington- hasta ayer mismo
que me hablaste de
Australia por teléfono…
interminable lista
de colonizadores.
Aníbal Núñez, Estampas de ultramar
Núñez sabía tan poco de Australia como yo; uno de los descubrimientos que este libro de Carrión puede ofrecer a los legos en nuestras antípodas es que, en 1606, Pedro Rodríguez de Quirós desembarcó en las Nuevas Hébridas y rotuló el territorio descubierto como Austrialia, con una “i” de más debida a la reverencia a los Austrias. Leer es también viajar por nuestro desconocimiento, además de por nuestro conocimiento. Ampliemos la mirada, entonces. El concepto de heterotopía, planteado por Foucault en 1967, puede haber superado el encuadramiento original que le diera el pensador francés, para explicar la ciudad moderna, para encuadrar ahora, gracias a la celeridad de los medios de transporte y al tegumento de los medios de comunicación telemáticos, al globo como conjunto de espacios organizados como redes. No como árboles, ni como rizomas, sino como redes interconectadas. Ese también es el sustrato de La sociedad red, de Manuel Castells, y es un concepto que late en la escritura de Australia, de Jorge Carrión, como puede verse en el excelente “Epílego” que cierra el libro, donde la red textual es trasunto del índice de referencias, correspondencias y concurrencias de la aventura española de la emigración a Australia con la ciudad de Mataró. O de la familia entendida, con sus emigraciones y distorsiones, como heterotopía subjetiva, como psique emocional en dispersión conectada y reticular. O del sujeto como conglomerado de conexiones, neuronales, genéticas, teratológicas. O del libro, de cualquier libro, como red organizada de secuencias sígnicas. Tengo que reconocer que leí con menos dificultad La brújula (Berenice, 2005) y GR-83 (edición de autor, 2007), porque eran más breves y había menos taxis y descripciones de desayunos, y contenían, proporcionalmente, más sustancia narrativa y literaria que Australia. Pero Australia tiene muchos encantos para quienes gusten de la buena narrativa, y no digamos para quienes disfruten los libros de viajes, ya que Carrión es un auténtico experto sobre el tema, al que dedicó (examinando la obra de Sebald y Goytisolo) su tesis doctoral. La concepción de Carrión sobre su propia obra es la de ensayo en movimiento, un género nominado por Fernández Porta cuya existencia ha defendido Carrión en varios sitios:
La modernidad líquida ha reclamado un arte líquido en que los géneros se fecunden para relatar el viaje como lo que es: mutación, pero ya no sólo vital, sino también escrita. Nació así el meta-viaje o lo que Eloy Fernández-Porta ha llamado, a propósito de otros autores, el ensayo-en-movimiento. A mi entender, Wim Wenders, Claudio Magris, Edgardo Cozarinsky, Gao Xingjian, Miquel Barceló, W.G. Sebald, Cees Noteboom, Peter Handke o Juan Goytisolo serían algunos de los artistas más relevantes de esa tendencia posmoderna que ha logrado alumbrar obras de altísimo nivel estético e intelectual –alimentadas por el motor del viaje– cuya naturaleza formal es mutante. En sus obras, las técnicas y los géneros se metamorfosean y a menudo lo gráfico se integra a lo textual. Las películas oscilan entre el documental y la ficción; examinan ideas con la profundidad del ensayo. Los cuadros también son ensamblajes técnicos y conceptuales. En el terreno de la escritura, la crónica periodística ostenta el rigor y la osadía de la novela. El narrador se sabe siempre viajero y aunque la narración esté muy presente, el lector se queda con la duda de si no fue un ensayo lo que estuvo leyendo. Ensayo en doble movimiento: el de los pasos por el paisaje; el de la mente por lecturas e ideas.[2]
Sin embargo, creo más ajustada para La brújula y GR-83 esa definición que para Australia, mucho más elíptico y moroso, con demasiado material de relleno sobre salidas nocturnas o transportes, y en el que hay que esperar –hablo del lector no cómplice de la literatura de viajes– a que aparezca el ensayo, la reflexión, bien sea sobre el viaje (metaviaje, gusta de utilizar Carrión), bien sobre la experiencia emigratoria de los españoles en la isla-continente, bien sobre la sociología del lugar. Cuando aquéllos aparecen el interés del libro crece enormemente, y como a esto se dedica más espacio conforme el libro avanza, Australia resulta ser un crescendo narrativo que comienza algo perdido y que, conforme se adentra su relator en el espacio australiano, va ganando en interés, resultando excepcional en sus cincuenta páginas finales.
El punto de partida del libro es la decisión de Carrión de recuperar la historia de la parte de su familia emigrada a Australia durante la posguerra española. Esa recuperación familiar no es ajena a la estructura misma de cierto tipo de libro de viajes, como es sabido: Deleuze y Guattari resumían On the Road con una breve frase: “Kerouac parte a la búsqueda de sus antepasados”. Pues eso mismo es a lo que se dedica Carrión desde hace años, a desarrollar búsquedas familiares, a salir en pos de las raíces de su familia, en este caso la desperdigada en Australia, aunque conforme avanza la narración también se convierte en una historia general de la emigración española a la isla-continente. Es innegable que esta parte del libro tiene otro interés, sociológico o histórico, que tampoco carece de importancia. Pero uno no es historiador, y lo que se debe destacar es, sobre todo, el excelente estilo literario de Carrión, que sabe bien, por ejemplo, elaborar comparaciones: “las cuadrillas se movían según soplaba el viento laboral. Como las semillas, aerodinámicas, que vuelan alrededor del árbol y se alejan por el aire y tratan de enraizarse pero sólo lo consiguen tras muchos intentos fallidos, la primera fase de la emigración se dilata, mediante migraciones internas en busca de trabajo, hasta que al fin se constituye el hogar” (p 108). Por no hablar de la fuerza que tienen pasajes como aquel donde se describe un agónico viaje a pie por el desierto cuyo resultado final se ignora (p. 143), o párrafos como éste:
Enseguida se proyecta el vídeo de la excursión aunque esta no haya acabado (el simulacro, la falsa memoria, el negocio); pero tú no acudes a la sala de la pantalla y bebes en la soledad de la cubierta, donde te imaginas a vista de pájaro o de satélite, varios kilómetros por encima de tu cabeza, a ti mismo: a babor de un barco, en la Gran Barrera de Coral, exactamente en las antípodas del contexto en que aprendiste a mirar. (p. 109-110).
La mirada tipo Google Earth de Carrión, que manejaba en GR-83 con virtuosismo y que ha defendido recientemente en el suplemento cultural del diario ABC (y luego en Argentina), resulta significativa de su modo de entender la heterotopía a la que hacíamos referencia al principio: la voluntad narrativa de entender el mundo como un Todo conectado que puede verse a vista de pájaro mecánico, con el ojo de dios del Google Earth, o desde abajo, a pie de calle, transitando el recorrido con el ojo del hombre. Su literatura es una curiosa y singular mezcla de las dos cosas a la vez, un trayecto sobre el trayecto donde el recorrido personal intenta ser desubjetivizado y objetivizado mediante diversas operaciones: a) la documentación previa al viaje, principalmente libros y textos sacados de Internet; b) la renuncia al “yo” narrativo –con las limitaciones que luego veremos– que se recupera en el “Epílego” final; c) la documentación coetánea al viaje, que incluye principalmente documentos orales: transcripciones de conversaciones y apuntes de diálogos; d) la documentación posterior al viaje, que incluye más libros, registros religiosos y civiles, cartas recibidas de los familiares emigrados a Australia, así como la lectura de las notas propias y su recreación como documentos generados en “directo” (hay una oportuna cita de Benjamin al respecto de esta conversión del diario en memorias). El viaje se transforma así en una red documental, que debe ser convertida en una red literaria, en un tejido textual, arte en el cual Carrión es un auténtico virtuoso. Incluso con esas partes, que antes definía como sobrantes por demasiado centradas en aspectos prácticos y poco interesantes del viaje, o de encuentros personales del viajero (deducimos, por ejemplo, que hay un montón de turistas guapas recorriendo Australia, aunque nos preguntamos si necesitamos, como lectores, esa información), el resto del tejido es tan variado e interesante, tan bien enlazado, que sabemos que pronto pasarán esos intersticios donde el yo del narrador se acaba, pese a sus esfuerzos, colando de rondón, para entrar en la almendra narrativa, que es precisamente la construcción de ese armazón reticular sobre la experiencia de la extranjería en cualquier lugar; por ejemplo, Australia[3]. Me parece que esa experiencia del abandono de la tierra propia, para establecerse en otra, está muy bien contada, pero temo que sea ahora mi experiencia personal la que se cuele de rondón en la crítica, y prefiero no ahondar en ello.
Australia. Un viaje, por tanto, es un libro recomendable por grados: muy recomendable, para quienes gusten de libros de viajes o no sean reacios a esta fórmula narrativa; bastante recomendable incluso para quienes no gustan nada de ella, porque Australia es mucho más que un libro de viajes, y en las digamos 150 páginas (de las 270 totales) donde el ensayo prima más que el movimiento, el resultado es un libro excepcional de 150 páginas, algo de lo que no andamos precisamente sobrados en la literatura española actual. Y ahora discúlpenme pero, como el personaje de Carrión, también para mí la vida es hacer y deshacer maletas.
.
Notas.
[1] “Arbustos y monotonía, tan sólo rota por alguna huérfana o algún tramo de arena absoluta, espejo donde desdoblarse el espejismo de caravanas y camellos o de cadenas de colinas sin base, imposibles, evaporación de mercurio, donde las palabras rotas pierden su capacidad de significado. Tratas de leer, pero es difícil sustraerse de la nada. Todo lo envuelve el calor y el tiempo quieto de quien mira sentado, aunque en movimiento” (Jorge Carrión, Australia, p. 200).
[2] Jordi Carrión, ¿Una tradición silenciada? Hacia un corpus de la literatura nómada”; Lateral, nº 123, marzo 2005.
[3] “el fantasma que te ha llevado hasta aquí, la pregunta: por qué alguien se va a la otra punta del mundo y se queda a vivir allí” (p. 28).
" El tránsito por un aeropuerto o por una estación es tan aburrido en un libro como lo es en la realidad. "
ResponderEliminarPero entonces, ¿qué haces con La entreplanta? Es broma, pero sabes por dónde va la pregunta.
Por otro lado, si se piensa "por ejemplo, que hay un montón de turistas guapas recorriendo Australia, aunque nos preguntamos si necesitamos, como lectores, esa información)", es que las hay! Seguro.
Te respondo más tarde a tu hipercrítica antipoda, hay algunos puntos sobre viajes que hablar, si te apetece. Un saludo y hasta otra.
PS:
Off topic:Si después de la recomendación de Alvy Singer sobre el V original no te ha convencido, no sé qué lo conseguirá.
--
c.m.
La entreplanta no describe el tránsito, sino la vida de su protagonista mientras sube la escalera mecánica, que es una cosa distinta. También ahí la reflexión supera (exponencialmente) el movimiento.
ResponderEliminarRespecto al cómic V de Vendetta: el sábado fui a una librería de aquí. Tuve el cómic en la mano. Me dio algo de pereza, los dibujos no terminan de interesarme, aunque la historia era, a simple vistazo, mucho más extensa y compleja que la de la película, en efecto. Pero algo me retuvo y me llevó a buscar una recomendacín que me había hecho Menéndez Salmón: "Black Hole", de Burns. Quizá el próximo día me lo lleve... Saludos.
(Exponencialmente)
ResponderEliminarPoco a poco, Vicente: primero Burns, después...
Pero hazlo, no lo intentes! Lo contrario sí que sería distinto. Es muy interesante, por otro lado, la pereza, o el inicial desinterés que comentas. Pero ya te lo comento más tarde, llego tarde a comprar tebeos. Un saludo.
c.m.
Black Hole también es muy, muy bueno, aunque después de un par de años en Seattle se nota un poco demasiado la progresía local. Pero es un cómic inteligente y bien narrado.
ResponderEliminar(aparte) Comparto tu aburrimiento, Vicente (hay excepciones: el Viaje sentimental de Sterne, pardójicamente, es de mis libros favoritos). Tuve una novia que se estaba especializando en el orientalismo en la literatura de viajes del XIX y me llevó un par de veces a ver mapas viejos. Pudieron ser las dos tardes más largas de mi vida. Casi prefiero que me lleven de compras. Bueno, no.
Hola Vicente, hace poco analicé "Australia" en Afterpost. Creo que lo más interesante es que señale únicamente lo que viene a oponerse a un par de cosas de que defiendes en tu crítica.
ResponderEliminarEl epílego me pareció que llegaba para añadir informaciones sobre temas cuyo interés ya había sido ampliamente agotado a lo largo de la novela, y por tanto se hacía algo pesado. A lo mejor hay cierta instrumentalización por tu parte del epílego, que pones a funcionar "a favor" de una teoría de la novela (y de la realidad) que vienes defendiendo en la crítica y en la práctica (que a mí me encanta, por cierto). Personalmente el epílego no me sugirió nada a ese nivel, lo cual solo viene a confirmar una vez más la multiplicidad de sentidos propia del (buen) mensaje literario.
Por otra parte me interesó mucho la narración del viaje porque me pareció que Carrión estaba nominando algo que aún se había mantenido en el terreno de lo inefable excepto por un puñado de pelis y libros: el viaje en la era de la lonely planet y el vuelo de bajo coste. La desmitificación del viaje, la renuncia al relato aventurero, al asumir que todo viaje es turismo, los diversos personajes que, de una manera u otra, trazan un crisol de tipos humanos reconocibles, propios del ámbiente del youth hostel y esa clase de entornos que, hasta ahora, no habían tenido demasiados ecos narrativos. Quizás sea este realismo "de desayuno" el correlato literario del formato TV del documental de viajes baratos. Lo dejo por ahí, un saludo.
Vicente,
ResponderEliminarDescansa, you know
Después de 4 aeropuertos: la mente sigue viajando
Regresando a la opinión formada que tienes como lector, diríase “bienintencionado, esforzado e imposible” de libros de viajes, no sé si la llave que has encontrado para disfrutar de la lectura de este libro es lo poco que se parece a lo que piensas, precisamente, de los libros de viajes, o de los viajes (los tuyos, por ejemplo) a los libros (otros más). Dudo que llegaras al final de los últimos de Thubron o Theroux. En tantas ocasiones se van por las ramas de algo que no te va a interesar que…qué mas da, al fin y al cabo:
ResponderEliminar“Tardé cinco años en conseguir un artefacto que funciona. Qué más da si es una novela de no ficción o un libro de viajes o un ensayo en movimiento.” (J.C.)
Bien sabe un viajero/turista involuntario –a esta u otra altura- cuántos taxis, caminatas o pensiones/youth hostels, se van cruzando en las líneas de la mano de un itinerario, y descubrir la almendra en el interior de una ostra, o la luz tras un incendio que oxida las colinas, es parte del juego que supongo Jorge Carrión no ha dejado de reescribir desde su regreso del viaje a la publicación del mismo. Creo que (a pesar de esa dificultad personal que expones), lo ha pensado de sobra, ha tenido buen pulso en contar lo que finalmente ha juzgado necesario para el texto.
“Te acercas a la barra y pides tres vasos de cerveza de siete onzas.”
No faltan, -otra opinión, pero no sobran-, esos momentos “tediosos”, antes al contrario, (es esa calma la que por contraste reaviva el fuego –siempre incendios, en este libro- y al final, está bien surtido de instantes más que sustanciosos). El libro es un contenedor de imágenes muy precisas, que se ven reforzadas por el contexto de lo cotidiano. Y esas imágenes se derraman sobre el carbón de los párrafos, a buen ritmo además.
Hablando del Epílego, sí me parece muy conveniente, y desde luego una parte inseparable de las dos anteriores. Entiendo que todos los hilos quedan retratados con buen trazo desde dos puntos de vista, y que es la distancia recobrada la que permite que ello suceda.
Las historias entrecruzadas, como los saltos temporales, se complementan bastante bien, y si algo echo de menos –a veces- es un mayor desarrollo de algunas. Imagino que cada uno tendrá sus preferencias, hay donde elegir, desde luego.
Por cuestiones personales, este libro me ha devuelto una serie de imágenes que casi tenía olvidadas de Noosa, Riverside Centre y otros paisajes más lejanos, lugares remotos con saltos grises a un lado de la carretera. Pero le ha dado una luz distinta, bastante diferente a los ojos con que vi esos parajes. No sé cuál será el siguiente viaje que vaya a escribir, pero me va interesar leerlo.
--
c.m.
Gran crítica. A mi lo que más me gusta de Australia es la sensación de extrañeza, de busqueda, que hay en su narrador siempre, algo muy sebaldiano supongo. Creo que lo resume cuando dice que el viaje es una lista de despedidas.
ResponderEliminarAh, y siento ser pesado pero supere lo del dibujo: V de Vendetta está muy bien. Agujero negro también,pero es otra cosa. De Charles Burns casi que me dejó más patidifuso su revisitación del noir con ese detective grandioso que es el Borbah. Para historias sobre extrañeza coja Como un guante de seda forjado en hierro de Daniel Clowes. Eso es una obra maestra sin paliativos.
ResponderEliminarY de Moore lea todo lo que pueda. Dudo que le disguste. Aunque tampoco sé qué estilo de dibujo prefiere, claro.
No eres pesado con lo del dibujo. Es algo que debe ser como lo de la tónica Schweppes en los setenta. Y según The Chronicles from Afterpost beben Gin&Tonics, verdad, Alvy?
ResponderEliminarSi fuera por similitudes, por comparar, y así quedarse más tranquilo y con menos pereza o dudas. Ahí van algunas sugerencias.Que amplíe quien quiera, hay más de uno que lee cómics por aquí.
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Alan Moore:
Lo que diga Mr. Singer
Ballardianesque:
Pizcachos de Grant Morrison
-WE3
-El Asco/The Filth
etc.
Austeriana:
La ciudad de cristal, Karasik&Mazzucchelli, Anagrama (las ediciones en inglés son mejores en papel)
Catching the Big Fish o así:
Daniel Clowes:
-Como un guante de seda forjado en hierro
Chester Brown:
-Ed el Payaso Feliz, Ed. La Cúpula
-Underwater, Drawn and Quarterly
Thomas Ott (cualquier historia)
Pulp Fictions:
-AIDP (o BPRD), Lovecraft et al según Mignola, Guy Davis.
Paul Pope (salvando muchas distancias, un ambiente un tanto Vurt, a lo Jeff Noon):
-Heavy Liquid
-100%100
No-tan-carveriana:
Adrian Tomine
-Sleepwalk
-Summer Blonde
etc.
Los Bros. Hernandez
-Love&Rockets
En fin. Todo eso SOLO si tienes tiempo, (y entre vuelo y jet lag, algún ojo tendrás que cerrar, esconder el teclado de tus manos), seguro. Un saludo.
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c.m.
De regreso a Australia, Y al sol.
ResponderEliminarEn una entrevista que le hicieron en TV3, recuerdo que Jorge Carrión habla de un artista que también ha creado un híbrido personalísimo, su propio ensayo en movimiento: Peter Beard
http://www.peterbeard.com/
Lo que dices, Alvy, sobre Sebald, me ha pasado a los días de haber finalizado la lectura. La sensación de extrañeza es constante. Estaría bien hablar más del libro "sin spoilers", faltaría más; pero lo bueno ya es que el libro no ha desaparecido tras ese mes fatídico que decide el destino de las novedades. Todavía se puede encontrar.
--
c.m.
Miguel, es interesante lo que planteas; al respecto de lo del "documental del viaje real" es lo primero que digo: que es interesante para quienes estén interesados en esa nueva experiencia del relato de viaje, pero es que a mí no me interesan ni la antigua ni la nueva. Pero es incapacidad mía, no general, de modo que estoy seguro que interesará a la mayoría. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarYo me lo releí en un prolongado espacio de viajes típicos (autobuses, trenes) y la sensación es de impacto, es distinta, aunque eso me temo que sólo lo explicará algun dia Carrion himself.
ResponderEliminarC.M.
De Morrison, al titán Mora habría que recetarle todo All Star Superman, Los Nuevos X-Men y sobretodo Los Invisibles, obra de la que escribirá en el futuro. Y digo Los Invisibles porque una obra que toma a Alesteir Crowley, Dick, Pynchon, Lovecraft, el Marqués de Sade y demás como punto de partida es imposible que no le interese.
por si no tenia presion puesta por mi mismo (escribo desde un teclado sin acentos, disculpad), me mandais encima recomendaciones de comic. Ya os pillara mi novia, ya. Saludos
ResponderEliminarVicente, ya te lo recomendamos: deja de trabajar, (es decir, no dejes que tu novia nos pille)...Aunque ahora mismo no te lo parezca, un nuevo pasadizo (y Mr. Singer sabe que no exagero nada)se abrirá paso en el área de Broca. Lo dejamos para otro día.
ResponderEliminarPero no te canses, con o sin acentos, al sol, a eso de "comer plástico", -esa me ha gustado, además, por desgracia, es verdad-,aquí te esperan, cuando puedas, los epílegos austr(i)ales. Un saludo.
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c.m.
Me interesa mucho el debate intermitente que habéis desarrollado a partir de "Australia", porque precisamente en lo que escribo hay mucha influencia -espero- de Joe Sacco, Craig Thompson, Guy De Lisle, en lo que refiere a cómic de viajes de no ficción; y de Alan Moore, Beard o Sebald, en lo que respecta a la ambición de construir una narración compleja, de sobresentidos múltiples.
ResponderEliminarLa discusión entre favorables al Epílego y contrarios a este me acompaña desde que en 2004 algunos amigos leyeron el original. Me parece saludable. Pero sólo quien lea el libro en su conjunto, dentro de la tradición del viaje (Sterne, Roth, Chatwin, Goytisolo)al mismo tiempo que fuera de ella (Celan, Sebald, Borges, Lobo Antunes. McEwan, Piglia...) podrá acercarse, al menos, a la intención del autor; siempre y cuando no se olvide el aspecto generacional: el low cost, el youth hostel, la globalización, en fin, que han hecho que todo sea turismo. Hasta nosotros, ahora mismo, somos turistas de visita en el blog de VLM.
Os agradezco mucho la lectura; y el debate.
(Suponiendo que anónimo 11:59:00 AM es Jorge Carrión y no un ectoplasma –ahora mismo no recuerdo dónde aparecen, pero ocurre, en “Australia”- descendiendo sobre el rojo pedregal del Outback)
ResponderEliminar-Sobre cómics
Joe Sacco, Craig Thompson, Guy De Lisle… Hay una tradición "otra" de los viajes en la historieta, o como se la llame. Todas las vertientes, desde la batalla del mar salado a la forma más actual del reportaje a lo Sacco. Historias como War Junkie o Palestina hacen palidecer intentos de otras personas, caso de Fax from Sarajevo de Joe Kubert. En The Comics Journal, Barry Windsor-Smith explica con más detalle esta falta de verosimilitud en una obra de pretendido realismo, que falla por la fallida aproximación al asunto, lo que es algo, la aproximación, el registro apropiado de lo vivido, que parece le interesa mucho a J.C.. Lo de Craig Thompson, la verdad, lo veo menos claro, por la variedad de registros que tiene, de Chunky a Blankets y lo que le queda… Dylan Horrocks (Hicksville) me parece un artista que también ha trabajado muy bien el registro seminotarial de los cuadernos, dentro y fuera de Atlas,su actual y más reciente trabajo. Y otro fiera con los sketchbooks de viajes, ya sólo como dibujante (pero me encantaría leer lo que anota, de no ser tan pequeña la letra) es James Jean.
Dylan Horrocks
http://www.hicksville.co.nz/
James Jean
http://www.jamesjean.com/
buscar sketch: 2008 mole, 2008 linen, 2007, etc.
james jean blog
http://www.processrecess.com/
Alan Moore, Beard o Sebald. Un buen hilo que recorrer, desde luego. No sé que pensáis de las novelas o libros “deriva” de Ondaatje, pero no puedo evitar ver un vínculo con esta ambición de sobresentidos, capas o complejidades.
Y por otro lado, los libros, aunque se empiecen por la última página, son una totalidad -que flota, sujeta a supresiones y correcciones, pero una totalidad: de haber mayor cantidad de segmentos, o con una lógica fragmentaria de palimpsesto, tal vez. Pero es la ¿cuarta y final?, parte del libro. Quita eso y “Australia” cambia por completo. Personalmente, a mí me recompone el conjunto muy bien (otra opinión)
Dentro de la tradición del viaje, ignoro si es un plato del gusto (o no tanto, o casi nada) de Jorge, pero el recuerdo de Chatwin es el que más me acompañó en su lectura, y en algunos momentos, Peter Matthiessen. Fuera de esa tradición, como se añade, cabría decir que el viaje ya casi es una fractura en la que el autor reelabora su pensamiento a través de las vivencias del trayecto, a veces, casi una excusa en tiempo real para la digresión. Y aquí podría entrar hasta el Poema a la duración de Handke como viaje íntimo, y sus otros viajes.
Hace no mucho leí que si la crisis continuaba, la inercia generalizada del low cost podría verse en peligro, y resituar el aspecto generacional del youth hostel como una etapa finalmente extinguida: de todas formas, el turismo no lo permitirá, dado que ya es Todo. Cito de memoria, pero Herzog compartía con Chatwin la opinión del viaje como algo muy importante, vital: consideraban el turismo un sacrilegio.Pero claro, hasta nosotros, ahora mismo, somos turistas de visita en el blog de VLM. Uf. Un saludo.
Solvitur ambulando
--
c.m.
Una más: ¿Qué os parece El Fotógrafo?
ResponderEliminarc.m.
(en Nº 182 ¡ CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA)
ResponderEliminarPasolini viajero
Vicente Molina Foix
“Trabajo todo el día como un monje/
y por la noche doy vueltas,como un gato viejo/
en busca de amor…Voy a proponer/
a la Curia
que me haga santo”.
En junio de 1962, cuando fecha estos versos pertenecientes a su libro Poesía en forma de rosa (traducción de JuanAntonio Méndez), Pier Paolo Pasolini ya está plenamente dentro del cine, en el que venía colaborando como argumentista, guionista y actor
ocasional desde 1954. Tras su
primera película propia, Accattone
(1961), dirige al año siguiente Mamma Roma y el episodio ‘La ricotta’, perteneciente al film colectivo de episodios RoGoPaG, continuando ya de modo regular su carrera de cineasta hasta la prematura muerte en 1975, sin abandonar nunca la escritura poética, teatral, narrativa y ensayística. Gran aventurero nocturno pero también metódico y
prolífico trabajador, Pasolini fue
asimismo un constante viajero, en
su niñez obligado por los desplazamientos militares de su padre y desde la adolescencia volviendo una y otra vez al Friuli materno y abandonándolo, hasta su marcha definitiva en 1950:
“Huí con mi madre y una maleta y algunas joyas que resultaron ser falsas,/
en un tren lento como un mercancías,/
por la llanura friulana cubierta con
un manto de nieve delgado y duro./
Íbamos hacia Roma./
Habíamos abandonado a mi padre/
junto a una estufita de pobres,/ con su viejo abrigo militar,/
sus iras horribles
de cirrótico y sus síndromes paranoicos”.
Instalado en Roma, Pasolini nunca alejó de su cabeza las figuras,los paisajes y hasta la lengua de aquella tierra familiar del noreste
italiano; en su obra, y sobre todo
en su cine, pervive una nostalgia
iconográfica y oral de lo arcaico, de lo pobre, de lo desvanecido, que se trasluce en esta declaración de otro poema del mismo libro citado:
“Yo soy una fuerza del pasado./ Sólo enla tradición está mi amor./ Vengo desde las ruina, desde las iglesias,/
los retablos de altar, desde los pueblos/
abandonados sobre los Apeninos
o los Prealpes/
donde vivieron mis hermanos”.
Italia no contiene su inquietud
de viajero, su ansia de salir de sí
mismo y buscarse en los otros; India,Sudán, Kenia, Nigeria, Egipto, Ghana, Israel y Jordania (viaje este último que da pie al documental Sopralluoghi in Palestina) son algunos de los países visitados en los 60,
a los que seguirán en los primeros
años de la siguiente década, última
de su vida, Marruecos, Uganda, Yemen o Tanzania, donde realiza sus
Appunti per un’Orestiade africana.
Pero no sólo el Oriente y África le
atraían. Pasolini tuvo el proyecto de un poema en imágenes cinematográficassobre el Tercer Mundo, que le habría llevado con su cámara también a Sudamérica y a los
ghettos negros de los Estados Unidos; sólo filmó, incompleta, la parte africana, si bien en 1966, cuando viaja por vez primera a Norteamérica, Nueva York le produce un formidable impacto: “Nunca me había enamorado así de un país. Sólo de África, tal vez. Pero a África yo quisiera ir para quedarme, para no matarme.
Sí, África es como una droga
que tomas para no matarte. Nueva
York, en cambio, es una guerra a la
que vas para matarte”. Pasolini fue, por tanto, muchos viajeros, casi tantos como ‘pasolinis’ hubo repartidos entre el teatro, el cine, la poesía o el panfleto periodístico.
El de Larga carretera de arena,
su breve y magnífico libro ahora editado en español (La Fábrica
Editorial, Madrid, 2007, traducción
de Olvido García Valdés), es el
paseante de incógnito, más que el
indagador, aunque en todos los
textos del escritor, no sólo en los de viaje, es fácil advertir el profundo ‘dépaysement’ reflejado en estos versos finales de otro poema de Poesía en forma de rosa:
“Y yo, fetoadulto, doy vueltas y revueltas,/
más moderno que todos los modernos/
buscando hermanos que ya
no existen”.
Larga carretera de agua tiene una
historia más larga que su contenido,
apenas cincuenta páginas escritas
por Pier Paolo a modo de diario que, en la bonita edición de La Fábrica, acompañada de fotos, preámbulo, apéndices y facsímiles del manuscrito, dan para un libro de casi doscientas. Esa historia comienza un día de 1959 cuando el
entonces únicamente literato y aún
no cineasta recibe de la revista popular Successo el encargo de relatar un viaje por las costas italianas, emprendido desde el sur al norte al volante de su pequeño Fiat 1100, siguiendo el itinerario y la idea original de un fotógrafo de prensa, Paolo di Paolo, autor de las fotografías que ilustraron los reportajes. Cuarenta años después de aquel recorrido costero, y cuando Pasolini ya lleva veinticinco años muerto,
en el 2001, el fotógrafo francés
Philippe Séclier rehace el viaje del 59 tomando fotos de los mismos
lugares entonces descritos por el
escritor, y, embarcado también en
un viaje obsesivo más allá de los
lugares precisos y las palabras, inicia una investigación que le es milagrosamente favorable: conoce a
comienzos del 2005 en París a Graziella Chiarcossi, prima de Pier
Paolo, le cuenta su viaje rememorativo, y ella acaba por confiarle el original mecanografiado, así como dos páginas escritas a mano por el poeta. Revisando todo el material,
Séclier descubre que la revista cortó considerablemente el texto pasoliniano, que él restituye, completando su pesquisa con una labor de hemeroteca (muy útil para localizar ciertos episodios conflictivos del relato) y otro encuentro afortunado, el del propio Paolo di Paolo, que le recibe en Roma y le muestra placas originales y otros documentos de aquel reportaje, así como una foto de un hombre de espaldas frente al mar de Génova. El único retrato que di Paolo tomó de Pasolini durante el trayecto.
Como se puede ver, el Pasolini
viajero no eludía ser un Pasolini
reportero; después de este encargo
de Successo, el poeta hizo entre diciembre de 1960 y enero de 1961
otro viaje, éste a la India, en compañía de Alberto Moravia y su mujer Elsa Morante, incorporada más
tarde. Fue una ocasión literariamente productiva, aunque no exenta de amigable polémica entre los dos amigos varones: Moravia escribiría después su propia Un´idea dell´India, y Pasolini, tras haber publicado
sus cuadernos de viaje en Il
Giorno, los sacaría en forma de libro bajo el título L´odore dell´India 1962); se trata, en mi opinión, de
uno de los mejores ensayos del autor, enormemente revelador, en su
brevedad, de numerosas facetas de
aquel fascinante país. En 1966, comisionado por la revista italiana El Europeo, Pier Paolo refleja también por escrito sus impresiones norteamericanas, ilustrando aquel nuevo viaje el fotógrafo Duillo Pallottelli, a quien se deben unas memorables imágenes del encuentro del escritor italiano con el legendario fotógrafo Richard Avedon.
“Estoy solo. Solo, y llevo a dar
una vuelta a mis dos ojos, más ingenuos y contentos de lo que hubiera reído”. Así escribe en Ischia Pasolini, cuando lleva un mes de recorrido automovilístico desde que, en junio de 1959, inicia en Ventimiglia, junto a la frontera francesa, el periplo que daría pie a los artículos de Successo. Los ojos del viajero no paran de dar vueltas, pero tampoco son tan ingenuos como él pretende. En San Remo, los croupiers del casino
hacen girar la ruleta y rastrillan
las fichas por el tapiz verde como
augures autóctonos: “Se ve que
piensan en sanremés, mientras en
francés, con crueldad anónima,
anuncian las fases del juego: algo así debían de ser los guardianes de los campos de concentración, cuando
entre ellos –habilitados esbirros– y las víctimas se establecía una especie de amor”. Mirada descarada o incorrecta, inoportuna a veces, a los lugares y gentes vistos, y en cada parada, en cada página, brotes de maravillosa audacia poemática,
como cuando en Rapallo, ante la
orquestina de un bar de estilo Liberty, habla de “el fuego sagrado de las noches estivales que no han tenido su Proust”, o describe, al final de lo que él mismo llama un largo traveling por el muelle de Lerici, a una muchachita sentada en una roca: “una lolita: lleva un bañador raro, gris metálico, algo sucio, o al menos descolorido por el sol, que la cubre entera salvo el seno, apenas apuntado, y los hombros; parece un bañador de la abuela, pero, aunque pobre y reformado, de una extrema
elegancia. Ella es una chiquilla del pueblo, pero casi dan miedo sus
precoces catorce años. Así transcurre la primera adolescencia de una Manon: exhibiéndose, incitante, popular, inocente y ya pérfida, ya consciente no del bien, sino del mal que hay en sus pechos que apenas apuntan, en sus cabellos rubios todavía de niña”.
Bajando por la cornisa del mar
de Liguria, Pasolini se queda encantado con Livorno, la ciudad
natal de Amedeo Modigliani, que
le parece un lugar de “gente dura,
poco sentimental; con agudeza hebraica, con buenas maneras toscanas, con despreocupación americanizante”. El escritor recorre su paseo marítimo “lleno de chicos y marineros”, y decide que Livorno es “la ciudad de Italia donde, después de Roma y Ferrara, más me gustaría vivir”. También hay un pasaje extenso sobre Capri, con una excursión detallada a la famosa
Gruta Azul, al final de la cual el escritor resume muy atinadamente la
sensación que hoy, al cabo de los
años, sigue produciendo ese supercomercializado
y asombroso punto turístico: “Una vez dentro, todo es a la vez una desilusión y un descubrimiento:
nada es tan hermoso como se espera, y todo es más hermoso de lo que se espera”. Hay a continuación unas entusiasmadas anotaciones sobre Nápoles y la costa amalfitana, en las que Pasolini se muestra de acuerdo con su antecesor Boccaccio, quien dijo que era la más hermosa del mundo, añadiendo el autor de Teorema: “Fenómeno único en el mundo, aquí la belleza produce directamente riqueza. La gente vive en una especie de bienestar sosegado, dejando que la belleza
trabaje por ellos”. ¿Todavía hoy? Son páginas, me temo, anteriores
a la fétida diseminación napolitana
de la Camorra.
Como no podía ser menos tratándose
del relato de un gran escrutador
de rostros, Larga carretera de
arena contiene estupendos retratos
en esbozo, tanto de pescadores o
camareros como de figurones entrevistos; destacan entre estos últimos el de Roberto Rosellini, con “su nariz y su boca, hinchadas, animales, iluminadas por la sensualidad, su rostro de frailote pío”, y el encuentro en Ischia con Luchino Visconti, muy jactancioso ante su joven amigo de haber descubierto ese pequeño paraíso marítimo: “¡Vengo desde hace catorce años!”. Sorprende por otro lado (sólo un poco: los artículos estaban destinados a un público lector de semanario) que el conocido depredador sexual no comparezca nunca en los episodios descritos, algunos muy movidos; en Venecia, Pasolini cita al pintor Santomaso en sus quejas sobre la falta de vida nocturna en la ciudad lagunar (y eso sí que no ha cambiado en cincuenta años), y
sólo en una ocasión, precisamente
tras pasear por el puerto de Ischia, histórico centro en el siglo xx del más refinado turismo homosexual, hay un enigmático apunte entre un listado de impresiones rápidas: “Michele (3000 liras)”.
El viaje y el libro acaban en
Trieste, pero no el recuento de las
peripecias. Pasolini, siempre descarnado en su honradez, refleja en un capítulo de Larga carretera de arena el encuentro con unos campesinos del pueblo de Cutro, en
Calabria, sin omitir lo que les escucha acerca de crímenes y chantajes, añadiendo el escritor sus propias reflexiones sobre la “forma alegre, chillona” en la que la omertà impone el terror en ese “país de los bandidos”. Al publicarse en Successo el reportaje en cuestión, la prensa calabresa
y sobre todo la alcaldía de Cutro protestaron airadamente, en una exhibición de “susceptibilidad
meridional, incultura, patriotismo
calabrés, orgullo, restos de retórica fascista [mezclados] con las disputas municipales, con la antigua rivalidad entre el norte y el sur, con la agresión política a la izquierda, característica de aquellos años”, en palabras de la actriz Laura Betti, íntima amiga y albacea de Pasolini. Un apéndice de la edición recoge esas incidencias y la carta que Pasolini escribió al director de Paese Sera; otro ejemplo de la vivacidad incansable, lúcida, incomodadora, de este aguijoneador que nunca se estuvo quieto en ningún sitio.
--
c.m.
Cuando vas leyendo viajes, llegado el final guardas silencio. Miras: estás dentro, sigues ido. [Eso te pasa por haber escrito]
ResponderEliminarSobre lo dicho por Anónimo 11:59:00 AM, precisamente ahora estoy con Ingarden, un filosofo que entendía que la crítica debía identificar los lugares de indeterminación de la obra que debían ser neutralizados, mientras otros debían quedar indeterminados. Con ello quería desbaratar la idea, tan aplaudida por la modernidad, de que la obra abierta permite cualquier tipo de lectura. Como crítico (o aprendiz, si se quiere) yo ignoré manifiestamente la tradición de los libros de viajes para acercarme a "Australia". Así que de forma consciente mantuve en mi lectura espacios de indeterminación que consuetudinariamente una crítica de un libro sobre viajes debería haber neutralizado.
ResponderEliminar"Pero sólo quien lea el libro en su conjunto, dentro de la tradición del viaje (Sterne, Roth, Chatwin, Goytisolo)al mismo tiempo que fuera de ella (Celan, Sebald, Borges, Lobo Antunes. McEwan, Piglia...) podrá acercarse, al menos, a la intención del autor"
Estas palabras me parecen significativas porque aclaran, al menos, que la obra pretendía incluir a los citados como parte de su sentido. Anónimo 11:59:00 deja claro que hay un deseo de que los citados signifiquen para la obra, que guien nuestra lectura y nuestra hermenéutica, con la consecuente pérdida de libertad que eso supone.
"Libertad" ¿Un término sobrevalorado? Llegamos a principios del siglo XXI en una vorágine contradictoria. Por un lado, nunca fue tan masiva la producción literaria acerca de la biografía de los escritores (recuperamos el sub-género "vidas de santos" XD)Por otro, nunca estuvo tan denostada la interpretación que se hace de la obra a partir de su autor. Cuando la obra nos es dada, deja de pertenecer al autor. El autor, si acaso, es un crítico más que lucha con los otros críticos por apoderarse del sentido de sí mismo. Algunos echarán de menos los viejos tiempos, cuando el autor, su biografía y su biblioteca, tenían la última palabra. Ingarden decía que aclarar determinados espacios de indeterminación es esencial para capturar "la excelencia" de la obra. En este caso, anclar "Australia" a esa tradición que marca Anónimo 11:59:00 quizás sea la vía obligada para identificar lo que en ella hay de excelente. Y quizás le pase a muchas más obras, sometidas a un exceso de imaginación por parte de sus lectores. O Quizás no. Quizás, defintivamente, la mayor excelencia de una obra consista en su capacidad para multiplicarse en el mayor número de lecturas posibles. O quizás algo que está en medio de ambas posturas.
Por cierto, supongo que ya lo habrán citado, pero el Marquis de Guy Davis contiene una de las mejores caraterizaciones del infierno que he visto en toda mi vida, pinacotecas incluídas.(Algo de eso hay en AIDP).
Un saludo a todos.
Qué miedo, Miguel, qué pavor me dan las teorías críticas contrarias a la apertura y postulantes (de una manera más o menos oblicua) del "close reading", la mayor peste crítica e intelectual que ha dejado el siglo XX. Tu propia forma de abordar los textos, por lo que te vengo leyendo en Afterpost, es en realidad -o así me lo parece- bastante contraria a lo propuesto por Ingarden, que vive, como denuncia su apellido, en el jardín de las delicias formalistas. Pero bueno, supongo que explicarás esta pequeña atracción fatal que te ha entrado. ¡Sal de ese libro, por dios, que te come!. Saludos.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAnónimo era Jordi C., perdón por no firmar, fue sin querer.
ResponderEliminarRepito lo de siempre: lean a Jean Bollack, Poesía contra poesía. Celan y la literatura (Trotta).
Abrazo,
Jordi C.
(Este libro también es buen caldo de cultivo para emociones y reflexiones)
ResponderEliminarCOLECCIÓN: Libros del último hombre
JEAN BOLLACK
Piedra de corazón Un poema póstumo de Paul Celan
ISBN: 84-95897-03-2
Año: 2002
Páginas: 160
Formato: 149 x 220 mm
Precio con IVA: 12 €
Libros del último hombre, 7
Traducción de Arnau Pons
«Aquí tienen, como recuerdo de su amistad y de su hospitalidad, este poema recogido en Baneuil, cerca de Baneuil. Lo acompaño de una mirada serena, libre.»
Paul Celan
«No se podrá decir que el poeta vive en una torre, su propia torre. Sólo existe aquella, la de “al lado”, en la que se encuentra, en la que no vive, y contra la cual ha acogido mil años de no-torre.»
Jean Bollack
«Para un poeta cuyos padres han sido muertos en campos alemanes y que afirma su judeidad como lo hace Celan, ni Auschwitz ni los horrores nazis son, como piensa Holthusen, un “tema” que se trataría en un poema y en otro no. Celan contradice la frase, tan a menudo citada, de Adorno, según la cual después de Auschwitz ya no se pueden escribir más poemas, y lo hace con una obra lírica en la que Auschwitz se encuentra presente incluso donde Holthusen no ve “el tema” tratado “de un modo expreso”.»
Peter Szondi
«Le Périgord», el poema cuyo pormenor se analiza en Piedra de corazón, se escribe con ocasión de una visita de Paul Celan en agosto de 1964 al castillo de Baneuil, en el Périgord. Se trata del testimonio de un encuentro, difícil y fecundo, entre aquel que había «venido de lejos», tal como dice el poema, de la lejana y desgraciada Bucovina, antaño rumana, hoy ucraniana, y un viejo país de civilización meridional, de colinas, de viñas, de castillos y de campos de tabaco. Un viejo país marcado, a ojos del poeta, por la estancia de Hölderlin en 1802. En «Le Périgord» no es difícil oír un eco voluntario del «Andenken» de Hölderlin, compuesto en honor a esta región; aunque se trata, a decir verdad, de un eco crítico, ya que Celan lo asocia inevitablemente a la cultura alemana de la Heimat, que lleva a su vez también inevitablemente a Heidegger.
Jean Bollack expone con la atención del amigo («Le Périgord» está dedicado a su mujer y a él) y del filólogo los diferentes estratos que su hermenéutica permite encontrar en cada una de las palabras-metáfora, palabras-frase, palabras-cristal de Celan, oscuros condensados de experiencia. «El pasado en el que se arraiga el origen de la destrucción de los judios se lee en los robles y en la “piedra”, y en la estrella que centellea encima», escribe Bollack. Esta oda nos permite asistir, pues, a la transfiguración del familiar paisaje del Périgord en «Péri-gord» («piedra de corazón»), en donde el poeta lleva siempre el duelo de los muertos en los campos de concentación : «El canto se ve importado a un país de sol, pero permanece marcado por el duelo. La tierra abrasada toma un color de ceniza».
En este libro se entrelazan las informaciones de tipo personal con el método filológico atribuido tanto a Jean Bollack como a Peter Szondi. Un método que no se contenta con generalidades acerca de la condición humana, sino que se dedica a a señalar la importancia de las alusiones biográficas o de las circunstancias, que suelen considerarse el “afuera” del texto: «La comprensión de la “hermenéutica” reposa en la acepción de esa continuidad, escritura de un único texto o “libro” que se reescribe y se hace explícito desde dentro, de un poema a otro».
La edición original francesa de Piedra de corazón apareció en 1991. De aquella edición a la presente castellana el texto ha aumentado considerablemente, fruto del trabajo conjunto del traductor, Arnau Pons, con el propio Jean Bollack. Colaboración de la que se puede decir que ha nacido un nuevo libro.
--
c.m.
Bueno, Juan Carlos, pues dí tu algo.
ResponderEliminarPiedra de corazón es una obra menor, aunque muy importante, centrada sobre todo en un poema. La opera magna de Bollack es Poesía contra poesía. Es casi el único hermeneuta que defiende un sentido principal, el que el autor dipositó en su texto. La botella de Celana.
ResponderEliminarAbrazo
Jordi C.
perdón: de Celan.
ResponderEliminarJeje, bueno, mi atracción fatal por Ingarden se debe a que forma parte del temario de "teoría del lenguaje literario", una de las asignaturas de las que me examino en breve. Afortunadamente, el temario también incluye a Iser, que consideraba esos lugares de indeterminación como espacios vacíos que el autor deja conscientemente sin rellenar para estimular la participación del lector (una visión mucho más positiva del asunto, desde luego). Un abrazo
ResponderEliminarIser y Schleiermacher mucho mejor, desde luego. Cuando leí, en su momento, "El silencio de la escritura" de Lledó, me pareció un poco retrógrado (va en la senda de los dos citados), pero ahora, a la vista de las circunstancias, me doy cuenta de que seguir esa veta de apertura crítica era casi un movimiento de resistencia heroica, con la que estaba (y sigue) cayendo. Saludos, Miguel.
ResponderEliminarHola Vicente, hace ya mucho que esta línea se cerró, pero es que precisamente me he hecho con V de Vendetta y le he visto algo de utilidad a esas teorías de Ingarden, por lo menos según las explicaciones y textos parciales que he trabajado del autor. Resumiendo mucho, el villano de Vendetta vuela el Parlamento de Londres (esto pasa en las primeras páginas, no lo estoy destripando). Además, viste de una determinada manera y recita unos versos populares. Tanto su vestimenta, como las estrofillas, como su acción terrorista aluden clarísimamente dentro del imaginario anglosajón a Guy Fawkes, el personaje histórico que en 1605 conspiró contra Jaime I y las cámaras del Parlamento, lo que se conoce como “el complot de la polvora”. Desde ese momento, el 5 de noviembre se celebra en Inglaterra la quema de un muñeco de trapo que representa a Guy Fakes.
ResponderEliminarEsta información es facilitada en la versión española de “V de vendetta” por una nota del traductor pasadas unas páginas, y para mí, que había ignorado todas aquellas analogías hasta que leí dicha nota, la lectura del libro se iluminó entonces, al ganar el claro componente alegórico.
Trasladándolo a la terminología de Ingarden, quizás sí existan determinados espacios de indeterminación que resulta obvio que el crítico debe aclarar de forma objetiva, dejando de lado cualquier creatividad. Ciertamente podríamos hacer una crítica de V de Vendetta en la que pasemos completamente de la analogía, pero lo cierto es que el villano ha sido diseñado para significar en gran medida por sus resonancias de Guy Fawkes, ese personaje histórico. En ese sentido, creo que una determinada interpretación de Ingarden es más aprovechable que, por ejemplo, la dicotomía de Eco entre obra abierta/obra cerrada, ya que la teoría de este último nos obliga a considerar toda la obra como una cosa o la otra, mientras Ingarden llama la atención sobre “cerrar” la interpretación de determinados aspectos (aspectos que yo reduciría a cosas muy concretas como la del Villano, por supuesto) y dejar otros abiertos dentro de la misma obra. Lo que ahora me pregunto es si, en el abordaje de cada obra, uno no debería ocuparse también de identificar esos espacios de indeterminación que es necesario aclarar de la forma más objetiva posible. Creo que esto sí es aprovechable de Ingarden si lo entendemos de una forma comedida y bien delimitada. Y que conste que lo digo a sabiendas de que se trata de la clase de cosas que en su versión extremista defendían mis profesores de filología y que a mí me sacaban de quicio. En fin, quería compartir este lío, un saludo.
Las líneas no se cierran nunca, Miguel, incluso el blog antiguo recibe, de vez, en cuando, comentarios, después de haber sido abandonado hace un año.
ResponderEliminarEntiendo tus preocupaciones sobre la indeterminación parcial de algunas obras. Yo no estoy en contra de adoptar puntualmente, y así lo hago, determinadas opciones de filología estricta. Lo que me gustaría, simplemente, es que los filólogos amigos del close reading se animaran, siguiera puntualmente, a utilizar formas de lectura abierta. Ese es el asunto. Por lo demás, Ingarden me parece tan válido como cualquier otro estudioso, pero prefiero otros, eso es todo. Estamos en un momento en que comienza a operarse un movimiento ultraconservador dentro de la filología. Acabo de leer, aterrado, en www.salonkritik.net, un artículo contra la deconstrucción, titulado "Suave terror" que me ha producido un terror nada suave. En algunos foros se da por acabado el uso de la deconstrucción... ¡antes de que empiece a usarse en España de modo sistemático, como alternativa crítica! Apenas Asensi y cuatro gatos más se han preocupado de elaborar tesis de alcance sobre su aplicación en España. La tónica es matar a las ideas antes siquiera de comenzar a aplicarlas, Miguel. ¿Cómo espolear las teorías que defienden ese tipo de prácticas? Bastante hago con no combatirlas, limitándome cívicamente -en parte, para no cometer sus mismos errores de maximalismo y tiranía- a explorar otros caminos críticos. La crítica literaria es la suma de todos esos procesos de lectura, los abiertos y los cerrados, o quizá es incluso más -por ponerme puntualmente postestructuralista, pido perdón- que la suma de sus partes. Los reduccionismos teóricos me recuerdan el modus operandi de los fascismos: luchar contra la inteligencia. Se me ha ido un poco la olla, pero ya sabes por dónde voy. Abrazos.