Lo esencial es todo
Juan Carlos Méndez Guédez
Hasta luego, míster Salinger; Páginas de Espuma, Madrid, 2007
De vez en cuando aparece un libro de relatos como éste que, además del valor intrínseco de los cuentos aportados, ofrece algo más, una poética de los libros de cuentos o del relato mismo, porque Hasta luego, míster Salinger es un muestrario completo de formas de narrar. Cada pieza es la demostración, la puesta en escena, de un modo distinto de acercarse a una historia, de abordar la narración, del monólogo interior al diálogo, de la narración omnisciente al fragmentarismo perspectivista. Diferentes géneros y números en el narrador, estructuras distintas, variados enfoques, alternativos métodos de contar historias parecidas: chico conoce chica y algo se envenena al final, estropeándolo. Algunos de los relatos son especialmente vívidos y subyugantes, como “Las cigarras”, un cuento desolador y hermoso donde se nos cuenta, de una manera original e imaginativa, la experiencia con los malos tratos de una mujer llamada Ángela, amenazada por su ex marido, por lo que vive en su coche, que va aparcando en sitios diferentes de Madrid cada noche. También los relatos ambientados en Caracas tienen un sabor ambiental perfectamente definido y un espíritu irónicamente crítico de la situación social de Venezuela desde los años 70:
Una mujer apareció por la tienda. Compró unos cables para el teléfono y nos dijo que los militares habían destituido al Presidente. “A lo mejor lo que viene es una guerra”, dijo la mujer. “Coño, va a empezar una guerra justo el día en que consigo trabajo”, pensé yo, y me vi de nuevo en la casa mirando la televisión y escuchando los gritos de mi mamá y de mi esposa. (p. 38)
La tragicomedia es el modo narrativo que enmarca la mayoría de los relatos, es una especie de poética general de Méndez Guédez, que cuando enfoca una historia parte de su lado chocarrero para llegar al profundo, o al revés; una relación pasajera puede acabar explorando las relaciones de un personaje con su padre (“La nova 74”), una presunta y cruel situación de infidelidad puede concluir en un relato de las miserias del mundillo editorial (“Hasta luego, míster Salinger”). Muy basado en lo atávico y lo sensual, configurado como una antología temática del deseo y como una panoplia estilística, resuelto con brillante solvencia descriptiva, urdido con un ojo siempre en el estilo literario de los mejores escritores hispanoamericanos y el otro puesto –sabiamente– en las voces de las calles de Madrid y Caracas, este libro de relatos de Méndez Guédez tiene todo lo que se le puede pedir a una colección de cuentos, y que conste que a uno le gusta pedirles bastante.
Trabajos de simetría
Miguel Ángel Maya
Últimas 2 horas y 58 minutos; Lengua de Trapo, Madrid, 2008
Esta novela tiene todos los defectos característicos de los primeros libros de narrativa de autores españoles (sobre todo, de primeros libros de cuentos) desde que se abriera la década de los ochenta. Es decir, es un libro primerizo donde el autor intenta demostrar que sabe escribir, y en general es un rosario de demostraciones parciales de lo contrario, esto es: que puede el autor llegar a ser un escritor, pero también que la cantidad de dificultades, barreras y limitaciones que se ha colocado, voluntariamente, delante de sí -para demostrar que puede ser escritor- han paralizado la que pudiera ser su real aportación. ¿A qué errores o autotrabas me refiero? Pues a la falsa experimentación (esto es, a la originalidad mal entendida[1]), a la excesiva e innecesaria metaliteratura, a las páginas en blanco (alguien debería pararse a contar cuántas páginas en blanco –las mías incluidas, que conste– se han dejado en poemarios o libros de prosa en España desde 1970, cuando es un recurso ya utilizado por Sterne en… 1760), a la excesiva sentimentalidad, a la mixtión confusa de realismo y literatura fantástica, y otra serie de desórdenes varios. Sin embargo, es una ópera prima, y no se debe ser muy duro con los primeros libros, sobre todo cuando en ellos se advierten rasgos, gestos, detalles, planteamientos narrativos, que animan a pensar que Miguel Ángel Maya puede llegar a ser un buen escritor, si él se permite serlo.
Lucien Dällenbach estudiaba en un complejo ensayo, El relato especular, las diversas posibilidades de construcción especular de un libro. De entre las tres figuras esenciales que estudia, Últimas 2 horas y 58 minutos pertenecería, seguramente, a “la reduplicación simple (fragmento que tiene una relación de similitud con la obra que lo incluye)”[2]. La novela de Maya se construye con dos portadas, dos relatos especulares y dos textos largos que se colocan invertidos, de modo que ambos terminan en el centro del volumen. En teoría puede leerse comenzando por cualquiera de las dos portadas. Se preguntará el lector si esta complejidad (no podemos decir innovación, porque el procedimiento es antiguo, está sin ir más lejos en libros como Transparencias / Teatro de signos de Octavio Paz, según la edición de Julián Ríos -Fundamentos, 1974- o en Revolutions, de Mark Danielevski; incluso hay una editorial, no recuerdo ahora mismo cuál, que publica una colección entera de libros así) tiene algún sentido, y nos tememos que no más que el de “epatar” al lector, hacerle pensar que está ante una novedad narrativa, cuando en realidad lo que cuenta para definir si una obra es o no experimental (la estructura textual, el enfoque narrativo y estilístico del texto) es en Últimas 2 horas y 58 minutos bastante tardomoderna, por no decir retromoderna. Es decir, y como suele pasar en autores jóvenes o primerizos, libros construidos con una estética muy tradicional (por lo común, intimismo sentimental con toques realistas) se quieren hacer pasar, mediante dos ramalazos formales (y forzados), por el no va más de la literatura de última generación. En nuestro ensayo La luz nueva poníamos un ejemplo muy parecido, en este caso poético, de confusión entre estética y forma, que se presentan muchas veces en franca contradicción, a causa de una incontenida voluntad de parecer adelantado, mientras que el planteamiento de fondo del libro pertenece, en realidad, a lo de siempre disfrazado de lo nuevo. Lo mismo (algo con aspecto moderno que, en realidad, está ya muy visto) ocurre con la metaliteratura en Últimas 2 horas y 58 minutos, que llega a ser omnipresente, tanto como el narrador omnisciente limitado que aparece de continuo, muy consciente de sí (en un recurso que ya Papini y Unamuno agotaron simultáneamente, sin conocerse, en el mismo año: 1905). Voy a citar algunos ejemplos de las decenas posibles, pero antes tengo que aclarar cómo voy a hacer las citas, porque debido a la construcción del libro hay dos páginas 3, dos páginas 67, etc.; de modo que utilizaremos terminología de Ecdótica y hablaremos de folio recto para los que comienzan en la portada que Lengua de Trapo (por la colocación de los créditos) considera como primera -la que tiene un surtidor de gasolina en la imagen-, y de folio vuelto para la narración que comienza en la portada de la mujer en bikini. Dicho esto, vamos con algunos ejemplos de metaliteratura: “sólo hay algo peor que un narrador omnisciente: alguien enamorado de ese modo” (p. 17 recto y 13 vuelto), “ya te he dicho que aunque desde el capítulo 3 parezca un narrador omnisciente, no lo soy” (p. 47 recto), “creo que fue la primera vez que empezó a sospechar que estaba dentro de una novela” (91 recto), “Él personaje, yo escritor, y tú voyeur… Yo Tarzán, tú Jane y ella Chita” (116 recto), “el desertor no moriría ni en un punto impreciso del mar Caribe ni en el capítulo 18” (109 vuelto). En fin, creo que está clara la vocación metaliteraria del libro, y creo que no siempre está bien conseguida, por decirlo piadosamente.
Pero entonces, preguntará algún lector, ¿merece la pena Últimas 2 horas y 58 minutos? ¿Por qué –seguirá inquiriendo el lector- no aclara a qué se refería usted antes, diciendo que hay ciertos detalles que le animan a pensar que Maya puede algún día retirar el velo de ídem que le separa del conocimiento de la realidad de la literatura? Pues contestaré sinceramente a la pregunta: creo que merece la pena leer la primera historia, la de los folios rectos. Ambas son en puridad dos formas especulares de contar lo mismo: un varón joven de orden, como se decía antes (un ejecutivo en la primera, un militar en la segunda), abandona un día, sin previo aviso ni aparente motivo, la cuadriculada vida que ha llevado hasta el momento para dedicarse a una derrota (en ambos sentidos de la palabra) constante por varias partes del mundo (mejor descritas aquéllas en que Maya ha vivido, otra característica de primer libro narrativo), cayendo en la delincuencia y en la marginalidad, para acabar teniendo una relación oblicua con una tal Laura (nada petrarquista), una de cuyas conversaciones telefónicas es un leitmotiv recurrente en la novela. Como ambas historias cuentan lo mismo, con personajes distintos, y la segunda es especialmente desafortunada, con unas demandas de suspensión de la incredulidad que ni el lector más condescendiente aceptaría, basta con la primera para tener una idea cabal de los defectos, pero también de las posibilidades narrativas de Maya. En este sentido, esa historia de un ejecutivo que, el once de septiembre de 2001, no toma la carretera que debía llevarle al World Trade Center, cuyo destino ignorará hasta el final, para comenzar una huida desesperada y tragicómica por toda Hispanoamérica, podría leerse como una metáfora del individuo contemporáneo, perdido kafkianamente en un mundo cuyas reglas no comprende y cuya realidad le supera de forma constante. Estoy leyendo un libro del colectivo francés Tiqqun donde hay una frase que expresa esa sensación metafísica de forma perfecta: “cada vez nos parecemos más al exiliado, que nunca está completamente seguro de comprender lo que ocurre a su alrededor”. Esa sensación de destierro permanente, acendrada por la condición errante del personaje, es la que Maya intenta, creo que con sostenible fortuna, reproducir en la primera parte de su libro. Y con eso nos quedamos de Últimas 2 horas y 58 minutos, una novela que demuestra que podemos esperar cosas de Miguel Ángel Maya, pero el hecho de que la esperanza se cumpla no está en nuestra generosidad de lectores, sino en sus propias manos.
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Notas
[1]Algunos de los experimentos visuales de Maya recuerdan mucho a los de Jonathan Safran Foer en Extremely Loud & Incredibily Close, que ha sido publicada en España, no recuerdo si por Mondadori o Anagrama.
[2] L. Dällenbach, El relato especular; Visor Distribuciones, Madrid, 1991, p. 48.
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Juan Carlos Méndez Guédez
Hasta luego, míster Salinger; Páginas de Espuma, Madrid, 2007
De vez en cuando aparece un libro de relatos como éste que, además del valor intrínseco de los cuentos aportados, ofrece algo más, una poética de los libros de cuentos o del relato mismo, porque Hasta luego, míster Salinger es un muestrario completo de formas de narrar. Cada pieza es la demostración, la puesta en escena, de un modo distinto de acercarse a una historia, de abordar la narración, del monólogo interior al diálogo, de la narración omnisciente al fragmentarismo perspectivista. Diferentes géneros y números en el narrador, estructuras distintas, variados enfoques, alternativos métodos de contar historias parecidas: chico conoce chica y algo se envenena al final, estropeándolo. Algunos de los relatos son especialmente vívidos y subyugantes, como “Las cigarras”, un cuento desolador y hermoso donde se nos cuenta, de una manera original e imaginativa, la experiencia con los malos tratos de una mujer llamada Ángela, amenazada por su ex marido, por lo que vive en su coche, que va aparcando en sitios diferentes de Madrid cada noche. También los relatos ambientados en Caracas tienen un sabor ambiental perfectamente definido y un espíritu irónicamente crítico de la situación social de Venezuela desde los años 70:
Una mujer apareció por la tienda. Compró unos cables para el teléfono y nos dijo que los militares habían destituido al Presidente. “A lo mejor lo que viene es una guerra”, dijo la mujer. “Coño, va a empezar una guerra justo el día en que consigo trabajo”, pensé yo, y me vi de nuevo en la casa mirando la televisión y escuchando los gritos de mi mamá y de mi esposa. (p. 38)
La tragicomedia es el modo narrativo que enmarca la mayoría de los relatos, es una especie de poética general de Méndez Guédez, que cuando enfoca una historia parte de su lado chocarrero para llegar al profundo, o al revés; una relación pasajera puede acabar explorando las relaciones de un personaje con su padre (“La nova 74”), una presunta y cruel situación de infidelidad puede concluir en un relato de las miserias del mundillo editorial (“Hasta luego, míster Salinger”). Muy basado en lo atávico y lo sensual, configurado como una antología temática del deseo y como una panoplia estilística, resuelto con brillante solvencia descriptiva, urdido con un ojo siempre en el estilo literario de los mejores escritores hispanoamericanos y el otro puesto –sabiamente– en las voces de las calles de Madrid y Caracas, este libro de relatos de Méndez Guédez tiene todo lo que se le puede pedir a una colección de cuentos, y que conste que a uno le gusta pedirles bastante.
Trabajos de simetría
Miguel Ángel Maya
Últimas 2 horas y 58 minutos; Lengua de Trapo, Madrid, 2008
Esta novela tiene todos los defectos característicos de los primeros libros de narrativa de autores españoles (sobre todo, de primeros libros de cuentos) desde que se abriera la década de los ochenta. Es decir, es un libro primerizo donde el autor intenta demostrar que sabe escribir, y en general es un rosario de demostraciones parciales de lo contrario, esto es: que puede el autor llegar a ser un escritor, pero también que la cantidad de dificultades, barreras y limitaciones que se ha colocado, voluntariamente, delante de sí -para demostrar que puede ser escritor- han paralizado la que pudiera ser su real aportación. ¿A qué errores o autotrabas me refiero? Pues a la falsa experimentación (esto es, a la originalidad mal entendida[1]), a la excesiva e innecesaria metaliteratura, a las páginas en blanco (alguien debería pararse a contar cuántas páginas en blanco –las mías incluidas, que conste– se han dejado en poemarios o libros de prosa en España desde 1970, cuando es un recurso ya utilizado por Sterne en… 1760), a la excesiva sentimentalidad, a la mixtión confusa de realismo y literatura fantástica, y otra serie de desórdenes varios. Sin embargo, es una ópera prima, y no se debe ser muy duro con los primeros libros, sobre todo cuando en ellos se advierten rasgos, gestos, detalles, planteamientos narrativos, que animan a pensar que Miguel Ángel Maya puede llegar a ser un buen escritor, si él se permite serlo.
Lucien Dällenbach estudiaba en un complejo ensayo, El relato especular, las diversas posibilidades de construcción especular de un libro. De entre las tres figuras esenciales que estudia, Últimas 2 horas y 58 minutos pertenecería, seguramente, a “la reduplicación simple (fragmento que tiene una relación de similitud con la obra que lo incluye)”[2]. La novela de Maya se construye con dos portadas, dos relatos especulares y dos textos largos que se colocan invertidos, de modo que ambos terminan en el centro del volumen. En teoría puede leerse comenzando por cualquiera de las dos portadas. Se preguntará el lector si esta complejidad (no podemos decir innovación, porque el procedimiento es antiguo, está sin ir más lejos en libros como Transparencias / Teatro de signos de Octavio Paz, según la edición de Julián Ríos -Fundamentos, 1974- o en Revolutions, de Mark Danielevski; incluso hay una editorial, no recuerdo ahora mismo cuál, que publica una colección entera de libros así) tiene algún sentido, y nos tememos que no más que el de “epatar” al lector, hacerle pensar que está ante una novedad narrativa, cuando en realidad lo que cuenta para definir si una obra es o no experimental (la estructura textual, el enfoque narrativo y estilístico del texto) es en Últimas 2 horas y 58 minutos bastante tardomoderna, por no decir retromoderna. Es decir, y como suele pasar en autores jóvenes o primerizos, libros construidos con una estética muy tradicional (por lo común, intimismo sentimental con toques realistas) se quieren hacer pasar, mediante dos ramalazos formales (y forzados), por el no va más de la literatura de última generación. En nuestro ensayo La luz nueva poníamos un ejemplo muy parecido, en este caso poético, de confusión entre estética y forma, que se presentan muchas veces en franca contradicción, a causa de una incontenida voluntad de parecer adelantado, mientras que el planteamiento de fondo del libro pertenece, en realidad, a lo de siempre disfrazado de lo nuevo. Lo mismo (algo con aspecto moderno que, en realidad, está ya muy visto) ocurre con la metaliteratura en Últimas 2 horas y 58 minutos, que llega a ser omnipresente, tanto como el narrador omnisciente limitado que aparece de continuo, muy consciente de sí (en un recurso que ya Papini y Unamuno agotaron simultáneamente, sin conocerse, en el mismo año: 1905). Voy a citar algunos ejemplos de las decenas posibles, pero antes tengo que aclarar cómo voy a hacer las citas, porque debido a la construcción del libro hay dos páginas 3, dos páginas 67, etc.; de modo que utilizaremos terminología de Ecdótica y hablaremos de folio recto para los que comienzan en la portada que Lengua de Trapo (por la colocación de los créditos) considera como primera -la que tiene un surtidor de gasolina en la imagen-, y de folio vuelto para la narración que comienza en la portada de la mujer en bikini. Dicho esto, vamos con algunos ejemplos de metaliteratura: “sólo hay algo peor que un narrador omnisciente: alguien enamorado de ese modo” (p. 17 recto y 13 vuelto), “ya te he dicho que aunque desde el capítulo 3 parezca un narrador omnisciente, no lo soy” (p. 47 recto), “creo que fue la primera vez que empezó a sospechar que estaba dentro de una novela” (91 recto), “Él personaje, yo escritor, y tú voyeur… Yo Tarzán, tú Jane y ella Chita” (116 recto), “el desertor no moriría ni en un punto impreciso del mar Caribe ni en el capítulo 18” (109 vuelto). En fin, creo que está clara la vocación metaliteraria del libro, y creo que no siempre está bien conseguida, por decirlo piadosamente.
Pero entonces, preguntará algún lector, ¿merece la pena Últimas 2 horas y 58 minutos? ¿Por qué –seguirá inquiriendo el lector- no aclara a qué se refería usted antes, diciendo que hay ciertos detalles que le animan a pensar que Maya puede algún día retirar el velo de ídem que le separa del conocimiento de la realidad de la literatura? Pues contestaré sinceramente a la pregunta: creo que merece la pena leer la primera historia, la de los folios rectos. Ambas son en puridad dos formas especulares de contar lo mismo: un varón joven de orden, como se decía antes (un ejecutivo en la primera, un militar en la segunda), abandona un día, sin previo aviso ni aparente motivo, la cuadriculada vida que ha llevado hasta el momento para dedicarse a una derrota (en ambos sentidos de la palabra) constante por varias partes del mundo (mejor descritas aquéllas en que Maya ha vivido, otra característica de primer libro narrativo), cayendo en la delincuencia y en la marginalidad, para acabar teniendo una relación oblicua con una tal Laura (nada petrarquista), una de cuyas conversaciones telefónicas es un leitmotiv recurrente en la novela. Como ambas historias cuentan lo mismo, con personajes distintos, y la segunda es especialmente desafortunada, con unas demandas de suspensión de la incredulidad que ni el lector más condescendiente aceptaría, basta con la primera para tener una idea cabal de los defectos, pero también de las posibilidades narrativas de Maya. En este sentido, esa historia de un ejecutivo que, el once de septiembre de 2001, no toma la carretera que debía llevarle al World Trade Center, cuyo destino ignorará hasta el final, para comenzar una huida desesperada y tragicómica por toda Hispanoamérica, podría leerse como una metáfora del individuo contemporáneo, perdido kafkianamente en un mundo cuyas reglas no comprende y cuya realidad le supera de forma constante. Estoy leyendo un libro del colectivo francés Tiqqun donde hay una frase que expresa esa sensación metafísica de forma perfecta: “cada vez nos parecemos más al exiliado, que nunca está completamente seguro de comprender lo que ocurre a su alrededor”. Esa sensación de destierro permanente, acendrada por la condición errante del personaje, es la que Maya intenta, creo que con sostenible fortuna, reproducir en la primera parte de su libro. Y con eso nos quedamos de Últimas 2 horas y 58 minutos, una novela que demuestra que podemos esperar cosas de Miguel Ángel Maya, pero el hecho de que la esperanza se cumpla no está en nuestra generosidad de lectores, sino en sus propias manos.
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Notas
[1]Algunos de los experimentos visuales de Maya recuerdan mucho a los de Jonathan Safran Foer en Extremely Loud & Incredibily Close, que ha sido publicada en España, no recuerdo si por Mondadori o Anagrama.
[2] L. Dällenbach, El relato especular; Visor Distribuciones, Madrid, 1991, p. 48.
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Enhorabuena a Maya y a Méndez por sus libros. Me sabe mal que los comentarios se queden a cero.
ResponderEliminarHola Vicente. Una editorial que hace lo que comentas (libros que se leen desde ambas cubiertas hasta el centro) es Norma.
ResponderEliminarGracias por tus valiosas reflexiones, con las que tanto aprendemos y disfrutamos.
Gracias, no me acordaba. Como puedes comprobar, el que más aprende aquí soy yo. Gracias, Armorius.
ResponderEliminarLa portada es bonita.
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