José María Pérez Álvarez
La soledad de las vocales; Bruguera, Barcelona, 2008
No hace mucho, un importante periódico español dedicó un artículo a escritores raros, que publican cada mucho tiempo con notable exigencia literaria, pero cuya dificultad les ha impedido llegar al gran público. Al final del artículo, el autor definía como “escritor Bartleby” al orensano José María Pérez Álvarez (1952), cuando la realidad es que Pérez Álvarez no deja de escribir y publicar regularmente desde 1988, siendo La soledad de las vocales su séptima novela, y contando con varios premios en su trayectoria. Precisamente La soledad de las vocales obtuvo el III Premio Bruguera de Novela, concedido –como es habitual en este galardón– por un jurado individual, Esther Tusquets en esta edición. Podríamos aprovechar para elaborar una hipótesis sobre la conversión natural en escritor de culto, para nuestros medios de comunicación, de todo aquel novelista que no venda más de diez mil ejemplares por novela (es decir, el 98% del total) pero me temo que esa hipótesis no interesaría a nadie, ni su desarrollo va a tener ningún efecto para cambiar las cosas. Así que nos centramos en la novela en cuestión.
Si en la penúltima novela de Pérez Álvarez, Cabo de Hornos (DVD, 2005), la casa de un hombre solitario se convierte en la pensión de un atorrante, en La soledad de las vocales la sensación metafísica de arrojamiento existencial se acrecienta convirtiendo el mundo en una pensión. La angostura vital se extrema de una a otra novela, y el espacio narrativo de la última se estrecha hasta el angustioso margen de la habitación propia, aunque el narrador, el inquilino de la habitación 9, narre algunos viajes y desplazamientos pasados que sólo acrecientan su melancolía continua. A esa sensación de claustrofobia y de angst existencial contribuye también la inteligente construcción de la novela, un monólogo compuesto por medio centenar de párrafos, aproximadamente de tres páginas cada uno. Esta continuidad estructural, así como el énfasis en la enumeración de los mismos objetos, intensifica la sensación de monotonía vital, la expresión cíclica de las mismas obsesiones del protagonista –pero qué es la existencia, sino una serie cíclica de obsesiones insatisfechas–, a las que hay que unir la del resto de personajes de la pensión Lausana, único escenario de la obra –en el sentido literal y en el metafórico de Gil de Biedma–. Esos personajes, más o menos secundarios, son: un escritor, identificable por diversas menciones con Manuel Vilas, un pintor, una mujer algo ida, un tapicero serbio, el fantasma de una suicida, el dueño de la pensión y un corto etcétera de personajes, cuyos delirios y reflexiones se van mezclando en el tapiz textual de La soledad de las vocales, tejiendo un mosaico de buenas frases, sustentadas en la variación en fuga, el name dropping y el asunto circular; un tapiz que –deduzco– busca recrear la vida, remedar con su lenguaje el propio, repetitivo, monótono, rudimentario y circular sonido de nuestra propia existencia. A ello hay que añadir que la novela es también una pensión literaria por la que van pasado numerosos escritores: Joyce, Mann, Borges, el citado Vilas o Javier Pastor, dejando rastros de su huella en la vida del autor.
En realidad, la protagonista impensada de esta novela es la vida contemporánea, la vida apagada de lo cotidiano, de las personas normales (es decir, de nosotros), reelaborada por el excelente estilo de Pérez Álvarez, que a su buen hacer literario une una ética a mi juicio irreprochable: la de la compasión real, sustentada en la preocupación lingüística y semántica, por todas aquellas personas que en algún momento sufren mucho, o que sufren poco, pero siempre. Una humanidad muy necesaria y sana recorre La soledad de las vocales, y coloca a la novela en un lugar extraño, como todas las de Pérez Álvarez, en el panorama actual. Un humanismo que emociona por su sinceridad, y por su capacidad de ponerse en la piel de quienes están solos, perdidos, cansados o al margen, en la piel de esos “millones de personas que malviven en esos espacios agobiantes y penosos –solitarios putas enfermos inmigrantes artistas-” (p. 55), capaz de hablar en nombre del largo cortejo de los invisibles. Es la única novela que me ha generado un sentimiento que ni siquiera sospechaba, hasta hoy, que pudiese tener al cerrar un libro: las ganas de darle un abrazo un autor y de decirle gracias por hacer el esfuerzo de entendernos.
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¿Un "importante periódico español"?
ResponderEliminarUmmm... ¿Sería posible saber cuál para localizar la información?
Enhorabuena por el blog.
¡Oh, Dios! ¡lo sabía! ¡Soy un escritor de culto!
ResponderEliminarBenjy, el poeta memo.
Era en El País, hará como tres semanas, creo. Saludos.
ResponderEliminarHola paisano
ResponderEliminarMe he enganchado a tu blog y me está costando el dinero. Dentro de un rato iré a adquirir La soledad de las vocales para leerlo este fin de semana. Si me permites te haré algún comentario al respecto.
Saludos de un cordobés de la Huerta de la Reina afincado en Sevilla.
Paco Galadi
A la Huerta iba yo a jugar al fútbol, con Pablo García Casado. Qué tiempos. Gracias por venir, y un abrazo, paisano.
ResponderEliminarVaya.. me siento como en casa, de otra cordobesa afincada en Sevilla. Menudas semanas culturales en Córdoba, el festival de la guitarra y el veinticico aniversario de la feria del teatro en Palma del Río. Obras realmente buenas. Si podéis no os perdáis "El espía de los grillos","Ariadna" y ,por supuesto, "Son de atar" de la Banda de la María.Con esta oferta cultural da gusto. Saludos.
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