07/03/2008. ¿Por qué cuando escribo para mí mismo, para recordarme algo, no puedo evitar escribir con corrección? ¿Por qué tengo que borrar todo lo que he escrito y poner ese acento que había dejado atrás, si son mensajes absurdos para recordar que tengo que escribirle un mail a alguien, o para acordarme de recoger la ropa, o comprar un repuesto de lejía, o no olvidar un cumpleaños? Si nadie va a leer esa escritura condenada al olvido inmediato (quiero decir, aún más rápidamente condenada al olvido inmediato que la otra), ¿por qué corregirse, por qué, para qué y para quién, tanto aseo?
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Reflexionar sobre esta visión que dio un indio de Nuevo México a C. G. Jung del hombre blanco:
Mira los crueles que parecen los blancos. Sus labios son finos, su nariz puntiaguda, sus rostros los desfiguran y surcan las arrugas, sus ojos tienen duro mirar, siempre buscan algo. ¿Qué buscan? Los blancos quieren siempre algo, están inquietos y desasosegados. No sabemos lo que quieren. No les comprendemos. Creemos que están locos.
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21/4/02. Esta noche he soñado un argumento buenísimo para una novela. No he podido recordarlo al despertar.
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Escribo intentando hacer del español un idioma extranjero.
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06/05/08. Veo un anuncio de Wendy’s que planifica el colmo de la productividad norteamericana: un taco de carne y queso que la protagonista se come con una sola mano… mientras trabaja con la otra.
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Refutación del elogio. Odio los piropos intelectuales hechos en persona, cara a cara, no los soporto, me colocan en una situación violentísima (con los que te mandan por escrito, siempre puedes hacer como que no los has leído). Cuando me llega un cumplido sobre mi capacidad crítica o sobre mi obra literaria (éstos bastante más infrecuentes) me abruman. Me veo de esta manera: como si alguien hubiera venido a mi casa con una tarta enorme, tan grande y pesada que apenas puedo sostenerla, e intento hablar racionalmente con el donante mientras el enorme pastel amenaza con hundirme en el suelo, sin encontrar un sitio razonable para dejarlo sin que el dador se enfade. ¿En la nevera? Demasiado grande, no cabe. ¿En el suelo? Humillante para el que regala la tarta/cumplido. ¿Dónde ponerlo?
En cambio, cuando alguien me llega con una crítica intelectual honesta, con una regañina sobre mi obra crítica (menos veces) o literaria (bastantes más), entonces tomo con sumo cuidado esa preciosa tarrina de caviar y la guardo en el lugar más escogido de la nevera, para acercarme todas las tardes a pellizcar un par de gramos; suficiente para vivir, porque ahí está el verdadero alimento.
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Tomo un avión en Michoacán, México. En la sala de espera estamos apenas quince personas, absolutamente rotos de cansancio. Son las cuatro de la mañana. No hemos dormido, no hemos desayunado y aquí estamos, destrozados, esperando. En ese momento, abro un libro de filosofía. Un complicado ensayo sobre el sujeto entendido como vacío ontológico y sobre la aniquilación de la identidad en la máscara espectacular de lo económico. Alguno pensará que hay que tener estómago para abrir un libro como ése después de haber dormido tres horas, sin ni siquiera un café en el cuerpo.
Pero es precisamente la filosofía lo que me defiende del horror. Mientras todos los demás viajeros suspiran, removiéndose en los duros asientos de plástico, rogando que acabe de una maldita vez la espera y puedan retomar el sueño a bordo, aquí sucede algo diferente: algunas frases magistrales, algunos párrafos mayúsculos, convierten la pesadilla en acontecimiento. A la media hora estoy despierto, feliz, agradecido, absolutamente pleno. El amanecer en el aeropuerto de Morelia como una de las formas de la felicidad. Los libros no sólo nos salvan del horror del viaje, también del horror de la existencia.
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En cambio, cuando alguien me llega con una crítica intelectual honesta, con una regañina sobre mi obra crítica (menos veces) o literaria (bastantes más), entonces tomo con sumo cuidado esa preciosa tarrina de caviar y la guardo en el lugar más escogido de la nevera, para acercarme todas las tardes a pellizcar un par de gramos; suficiente para vivir, porque ahí está el verdadero alimento.
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Tomo un avión en Michoacán, México. En la sala de espera estamos apenas quince personas, absolutamente rotos de cansancio. Son las cuatro de la mañana. No hemos dormido, no hemos desayunado y aquí estamos, destrozados, esperando. En ese momento, abro un libro de filosofía. Un complicado ensayo sobre el sujeto entendido como vacío ontológico y sobre la aniquilación de la identidad en la máscara espectacular de lo económico. Alguno pensará que hay que tener estómago para abrir un libro como ése después de haber dormido tres horas, sin ni siquiera un café en el cuerpo.
Pero es precisamente la filosofía lo que me defiende del horror. Mientras todos los demás viajeros suspiran, removiéndose en los duros asientos de plástico, rogando que acabe de una maldita vez la espera y puedan retomar el sueño a bordo, aquí sucede algo diferente: algunas frases magistrales, algunos párrafos mayúsculos, convierten la pesadilla en acontecimiento. A la media hora estoy despierto, feliz, agradecido, absolutamente pleno. El amanecer en el aeropuerto de Morelia como una de las formas de la felicidad. Los libros no sólo nos salvan del horror del viaje, también del horror de la existencia.
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[Secuelas campaña electoral en EEUU, agosto 2008]
La literatura oral, el relato fantástico hecho ante una audiencia de tamaño indefinido, no ha desaparecido, sustituida por la imprenta, como muchos creen. En realidad, ha sobrevivido en la política. Un mitin político es un ejercicio de de literatura fantástica en realizado en forma verbal.
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Variación de Borges
Esta pantalla
emite para mí.
Si dejara de mirarla,
se moriría.
13/05/2007
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25/01/08. Desayuno viendo las noticias. Domingo, ocho de la mañana. Por la ventana veo cómo pasan por la calle un anciano y su hijo, paseando a un perro, hablando tranquilamente de lo divino y de lo humano.
Crecer debe ser esto: ir constatando inapelablemente todas y cada una de las cosas que ya nunca tendrás, sin saber por qué y sin poder esperar explicación, aunque tenías derecho a ellas.
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Mañana amaneceré en Gijón y dormiré en DF en un día que durará más de 24 horas y en el que ciertas horas me serán concedidas dos veces. Llevaré pertrechos de filosofía (De Man, Lukács, Foucault) y el pynchoniano Mason y Dixon (estaba ahí, aguardando a ser leído, hace una tira de años) para protegerme de los horrores de la existencia y/o del viaje, aunque a lo peor existencia y viaje son una y la misma cosa.
ResponderEliminarTus Fragmenta de hoy son espléndidos. Espero que este elogio escueto, infundado y vía silicio sea lo suficientemente impersonal como para no importunarte y lo suficientemente pequeño como para que quepa en una nevera de bolsillo.
Abrazos,
Ricardo MS
Pues ahí va un leve tartazo: éste es el mejor post que he leído desde que me paseo por aquí. La corrección, la cita, el aeropuerto, el anciano con su hijo... ¡Queremos más!
ResponderEliminarUn saludo.
Jajaja, voy a transgredir tus normas mandándote un pastel: siempre me han gustado mucho tus fragmentos de diario (o anotaciones) que he ido encontrando por ahí.
ResponderEliminarPero loados sean esos lectores pudorosos (tímidos adolescentes) que tienen su frigorífico lleno de agradecidos pasteles que no enviaron.
¿Por qué cuando escribo para mí mismo, para recordarme algo, no puedo evitar escribir con corrección?
ResponderEliminarUf, qué alivio, pensaba que sólo me pasaba a mí. Se me ocurre que quizá porque tienes el "mal de los escritores", y en realidad nunca escribes para ti.
¿Quiere que le diga lo que pienso? ¿si? pues que me encanta esa humanidad que desprende en el post de hoy -le soñaba relleno de microchips :-)- (es broma, claro, lo sabe, ¡cuídese por Dios!)
ResponderEliminarLínea directa: Variación de Borges-Alejandra Pizarnik. En mi bolso, L'Ecran global, Lipovetsky/Serroy. J'adore!!!
ResponderEliminarun abrazo
SB
ESTO NO ES UNA TARTA:
ResponderEliminar150 g de harina.
80 g de mantequilla.
3 cucharadas de azúcar.
10 cucharadas de leche.
1 huevo.
10 g de levadura de pan.
5 peras de agua.
4 cucharadas de mermelada de albaricoque.
Un puñado de moras, frambuesas o fresas (según la época)
Un poco de azúcar molido.
Patricia
¡Excelente texto!
ResponderEliminarCoincido contigo, los libros no sólo nos salvan del horror del viaje, también del horror de la existencia.
un saludo,
retales de literatura, sin más.
ResponderEliminarMagistral.
Un abrazo (escrito)
Escribes con corrección, como todos, ¿porque te han educado para ello, para aparentar, para simular formas, para demostrar un estatus, para hacer méritos ridículos, para recibir una palmadita de tus mayores, para que te acepten en el gremio, como puntilloso ritual y demostración de habilidades, ahí se resumen nuestras aspiraciones máximas ocultas.
ResponderEliminarEn fin, educación medieval-decimonónica.
Escribes, como respiras, porque no tienes otra opción.
ResponderEliminarDice John Berger que es necesario leer, en parte, porque la relación entre la palabra escrita y la vida suele ser íntima y secreta.
ResponderEliminarHoy, leerte ha significado para mí otra clase de entendimiento, un acercamiento al autor, uno de los placeres de la lectura.
En estas impresiones que has ido desgranando me he identificado contigo. Gracias.
del horror del viaje, también del horror de la existencia.
ResponderEliminarSalúdicos.Coincido con Vd. y con Ana, los libros no sólo nos salvan
Perdón por el anticlímax: pero me interesa mucho más tu blog cuando no es "dietario". Creo que este tipo de reflexiones me interesará más leerlas, en formato libro, dentro de muchos años: si han sobrevivido.
ResponderEliminarAbrazo,
Jordi C.
A mí sí me interesa más (o quizá me agrada más) cuando es "dietario", y no cuando salen unas entradas tan largas. Sobre esto de la longitud siempre me ha llamado la atención la cantidad de líneas y páginas que emiten ustedes los mutantes. Con tanto escribir, ¿de dónde sacan tiempo para ver la televisión?
ResponderEliminarJa ja genial José Antonio, me has salvado la noche. Gracias por tu buen humor.
ResponderEliminarAhora que hemos llegado a las últimas páginas de "Singularidades", resulta tentador leer tus fragmentos a la luz del capítulo titulado "Trabajos del reconstructor (Caballero Bonald y la memoria)". Es ahí donde metes un fragmento de Bernard Wolfe, supongo que lo recordarás (por cierto, anoto esa novela, "Limbo", no había oído hablar de ella). Y también tomas posición: "Esta interacción suele saldarse a favor de la primera tensión: haciendo preceder la escritura y la lectura a la propia vida". De algún modo, la lectura que haces de otros nos ayuda también a nosotros a la hora de leer tus textos.
ResponderEliminarUn saludo,
Patricia
La novela de Wolfe, menos conocida de lo que debiera, a pesar de sus puntuales farragosidades, es un retrato colectivo del alma humana -o una lectura de la psique desde un calidoscopio- de una fuerza y una profundidad demoledoras. Es una novela impresionante. Eso sí, difícil de encontrar, me temo. Saludos.
ResponderEliminarNo, no es difícil, es fácil. Sólo tienes que entrar en IberLibro.com. Ahí aparecen varias librerías donde lo tienen.
ResponderEliminarPor si alguien también estuviese interesado.
Patricia
Gracias por tus líneas, querido Vicente. Quisiera leer más fragmentos de este cuaderno de notas (o notas de de este cuaderno de fragmentos!) en tu blog. Sé que tu generosidad te lo impide, y que prefieres dedicar este espacio a leer a los demás, pero qué diablos, date más espacio a ti mismo. Precisamente hoy he leído en la revista "Hache" (el último número, de mayo, creo) un texto tuyo en la misma línea. Estaba muy bien, creo que en realidad yo no leo (ni quiero leer) más que fragmentos. Es decir, convierto en fragmento todo lo que leo.
ResponderEliminarUn abrazo, J12
muy interesante
ResponderEliminarSi los hubiera escrito yo valdrían una mierda, etc.
ResponderEliminarquerido anónimo, respeto tu opinión pero no la comparto; tu argumento tendría sentido si yo fuera Vargas Llosa, Pamuk, García Márquez o alguien archiconocido, pero no es el caso. Valen o no valen exactamente lo mismo que si lo hubieras escrito tú, puesto que nuestro nivel de celebridad es similar (cercano al 0, seguramente por fortuna). Saludos.
ResponderEliminarMe quedo con el texto de "Refutación del elogio". Lo hubiese titulado "Refugio del elogio"
ResponderEliminarEres conocido también por tu literatura, por lo menos para mi que es lo que me vale.
Saludos.
A estas alturas, Blumm, y como decía el poema de Carver, lo único que pido es tiempo soleado.
ResponderEliminarSaludos.
Vicente, la verdad es que tu obra literaria la desconozco, pero en lo que tiene que ver con tu obra crítica te debo mucho, has escenificado mi pensamiento. La tarta la quires para llevar...
ResponderEliminargreek student, málaga, 2006.
Keep on!
Gracias, anónimo; curiosamente, los griegos antiguos escenificaron el mío ;)
ResponderEliminarSaludos.
Hey, habla el "mutante enlatado". Saludos men.
ResponderEliminarIngenioso, men(sic), ingenioso! Seguro que te ha costado sacar ese pedazo de frase del ombligo.
ResponderEliminarSalût
Vicente, te envío ahora un comentario después de citarte en mi último post, que veo que has enlazado ya. La escena que describiste me pareció muy evocadora y por eso la cité in extenso, pero nada me gustaría más que saber "quién" era el filósofo cuya lectura te permitió escapar al horror. Un saludo.
ResponderEliminarEstimado Pablo, los enlaces los hace Blogger automáticamente, no yo, pero me alegro que la Red haya tejido automáticamente ese camino entre tu blog y el mío. Precisamente tu post abunda en eso, la existencia de redes y azares que dirigen las lecturas unas hacia las otras, y es bonito que así sea.
ResponderEliminarNo era un autor, sino autores: el colectivo francés de filósofos Tiqqun, sobre el que publicaré un largo artículo en Quimera creo que en noviembre, bajo el título "El comité invisible". Tienen dos libros publicados en la editorial Melusina.
Un abrazo, Pablo,
Off topic: Si lo tiene a mano y no es mucha molestia, ¿sería tan amable de citar el poema de Carver al que hace referencia más arriba? (En traducción española, si es posible).
ResponderEliminarMuchas gracias por el blog. (Y por la cita, si la encuentra.)
Pues lamento decirle que no tengo aquí el libro de Carver, lo dejé en Córdoba. Carver fue un amor veinteañero, y como tal lo recuerdo con mucho cariño. Creo que el poema pertenecía a "Un sendero nuevo a la cascada", editado por Visor. Si no es de ese libro da igual, porque ahí hay poemas absolutamente impresionantes, como "El televisor de Jean": "por su parte, él me enseñó a beber"... que influyeron mucho en varios escritores jóvenes cordobeses, por ejemplo, Pablo García Casado, Javier Fernández, Antonio Luis Ginés (que saca próximamente libro en Bartleby) o un modesto servidor. Bueno, jóvenes entonces, claro. Saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias por la aclaración (yo utilizo Wordpress y creo que el sistema de enlaces es un poco diferente) y la referencia del libro. No conozco al colectivo, pero intentaré localizar los libros (y leer el artículo). Respecto a mi post, intentaba llevar la reflexión (y la emoción que provoca desde el punto de vista artístico) al aspecto del impulso creativo. La red permite que este intercambio sea prácticamente inmediato. Antes, para personas que vivían en dos continentes diferentes, una comunicación así podía llevar años o ser fruto del puro azar. Esto es para decir: gracias por tus fragmentos y críticas (no quiero importunarte con elogios excesivos, pero éste puedes tomártelo a la ligera; después de todo viene de "un cero a la izquierda" (Robert Walser)).
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