viernes, 8 de mayo de 2009
Juan Trejo y El fin de la Guerra Fría
Juan Trejo, El fin de la guerra fría; La otra orilla, Barcelona, 2008
Esta novela transita por un lugar que me resulta muy atractivo, donde están incardinados algunos –no todos– de los narradores vivos que más me interesan (DeLillo, Pynchon, Coetzee, Houellebecq): esa delgada línea roja que separa los acontecimientos colectivos de los individuales, que une lo sociológico con lo psicológico, develando las cadenas de hechos que nos anudan a la sociedad y la retroalimentación afectiva que en ésta provoca nuestro comportamiento… ¿o es al revés? En realidad no importa: cualquier historia puede contarse desde ambos puntos de vista, o en los dos sentidos: del personaje hacia el resto del mundo, o de los demás hacia el protagonista. Trejo escoge el primer camino, partiendo de tres personajes (la estadounidense Dona, la china Zheng, el español Tomás) y llegando hacia la realidad sociopolítica del mundo tras el 11/S y los últimos coletazos de la Guerra Fría. La conjunción de un “reparto” internacional, una ambientación barcelonesa –cosmopolita, dentro de un orden–, y alusiones continuas a la geopolítica anterior y posterior al 2001 nos podría hacer colegir aceleradamente que estamos ante una novela global, pero no creo que sea así, y si puedo lo explicaré después. No quiero desviarme de lo esencial, la arriba citada línea psicosocial que une las particulares faltas de ajuste entre los tres personajes principales y su existencia, y la situación del mundo en estado permanente de Guerra Fría:
Contra lo que suele decirse, la Guerra Fría sí fue una contienda directa, sí tuvo lugar. Se lanzaron los misiles, fue una guerra que se libró día a día, en la mente de todos los habitantes del planeta. La Guerra Fría fue la guerra de la ansiedad. Se vivía con una horrible sensación de inminencia a la que todos acabaron por acostumbrarse. La tensión se hizo consustancial al paso del tiempo, como una especie de ruido de fondo imprescindible. (p. 237).
En esta tesitura, el estiramiento de la guerra fría provoca una situación psicológica de Zungwang, figura ajedrecística que representa el instante donde el siguiente movimiento, sea cual sea, conduce al desastre. La novela representa muy bien esa tensión ante la situación estanca, esa expectación nerviosa ante la aparición del accidente, tema al que tanto discursiva como narrativamente esta novela debe algunos de sus mejores momentos –que no son pocos, por cierto–. La mención al ruido de fondo, en un párrafo muy de Don DeLillo, no es casual, como tampoco lo son otros homenajes ocultos y parodias veladas a figuras del pensamiento y la literatura actuales. La familia disfuncional estadounidense de la que proviene Dona lleva Munro por apellido; una elección nada casual, pues ese tipo de familias es uno de los temas favoritos de la escritora Alice Munro. El efectista arquitecto esloveno Slavoj Apeyron es un trasunto del filósofo esloveno Slavoj Zizek, del que Trejo ofrece una visión no demasiado positiva. Los otros tributos espigados (Franzen, DeLillo, y otros narradores norteamericanos) son más episódicos y superficiales.
Si tuviera que buscar un narrador español a quien se parezca Trejo, elegiría sin duda a Germán Sierra, aunque Sierra es más directo y menos moroso que Trejo, quien podría quizá haber reducido algunas páginas, historias o explicaciones, que tienden al abundamiento o al innecesario detallismo. Tiene razón el autor cuando explica que “las acciones simbólicas, del signo que sean, no requieren repetición” (p. 158), pero luego contradice su propio aserto repitiendo menciones a símbolos (el trozo de esmalte de uña en la formica, los pechos como femeninos como núcleo psicológico, etc.), en un énfasis superfluo y gratuito. Es complicado saber qué es necesario y qué no en la novela, un género predispuesto a la derrota, el exceso y la “odiosa deliberación” (Borges), pero no por ello sería impertinente preguntarnos, por ejemplo, qué añade la página 182 a El fin de la guerra fría.
Decía antes que, a pesar de las apariencias, El fin de la Guerra Fría no es una novela global. Creo que, en realidad, es una novela bastante postcatalana, entendiendo este extraño neologismo como aquel modelo de construcción narrativa que, tomando como eje narrativo la ciudad de Barcelona, intenta insertarse en una tradición posmoderna que considera la urbe como lugar inseparable del concepto de sujeto contemporáneo y, en parte, como explicadora de algunos aspectos psicológicos del mismo[1]. De esta forma la novela de Trejo se emparentaría con algunas líneas narrativas de Javier Calvo o del desaparecido Francisco Casavella, que dejan atrás la concepción de Barcelona como espacio al que llegar (característica de autores como Rodoreda, Marsé o Mendoza) para construir una tradición para la cual Barcelona es un (magnífico) lugar del que partir, mirando a otras partes del mundo (especialmente, pero no sólo, a Estados Unidos), o mirando el mundo bajo una forma nueva, como la del videojuego (véase la novela postcatalana de Gabi Martínez, Ático, o el relato de Robert Juan-Cantavella “Barcelona Arcade” en la antología Odio Barcelona, Melusina, 2008). Eloy Fernández Porta señalaba otro ejemplo cuando, hablando del relato de Quim Monzó “Dos ramos de rosas”, escribía sobre él que poseía dos modos degradados de entender la cultura, y que “esos modos no se circunscriben a una localidad catalana, sino que están a la vez en la mentalidad del ciudadano y en todas partes”[2]. La narrativa tardocatalana sería más bien endógena, siendo más exógena la postcatalana; más realista aquélla y más simbólica ésta. Si me permiten la broma, aquéllos escriben Barcelona y éstos Barna. Como la mitad de la narrativa española está hecha por catalanes o por escritores que viven en Barcelona, supongo que este será un juicio muy cuestionado, pero desde fuera de la Ciudad Condal se ven claras algunas líneas de fuga.
Como ven, El fin de la Guerra Fría da para mucho, algo muy poco frecuente tratándose de una primera novela. La edad del autor y su madurez lectora han ayudado a que sea una primera obra tardía y bien sopesada, de la que deberíamos destacar, ante todo, su solidez narrativa. Es la de Trejo una novela llena de hallazgos, como la emocionante escena final, la recreación de una familia burguesa típica tan fría como engrasada, la descripción de una arquitectura de camuflaje (p. 92), o la síntesis de nuestra época como una mezcla de velocidad y deslizamiento que impide los lazos simbólicos de unión duraderos (p. 255). En resumen, un libro ambicioso, ameno, bien escrito e inteligente, que se ha ganado el derecho a ser considerado como uno de los debuts narrativos más rotundos e inapelables de la novela última en castellano.
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Nota.
[1] Sobre este tema abundo en mi tesis doctoral, a la que me remito cuando aparezca. Léase este párrafo de Trejo: “resultó curioso que el eje central de su discurso fuese la idea de que la ciudad era en la actualidad la unidad mínima para pensar en el sujeto y la identidad”; Juan Trejo, El fin de la guerra fría; La otra orilla, Barcelona, 2008, p. 87. Y véase el interesante proyecto digital de Javier Calvo, http://www.riosperdidos.com/, que se presenta como una “vindicación de los lugares sagrados de Barcelona”.
[2] Eloy Fernández Porta, Homo sampler. Tiempo y consumo en la Era Afterpop; Anagrama, Barcelona, 2008, pp. 259-60. El subrayado es del autor.
Antes de que se me crucifique por mentar las extrañas relaciones que hay entre lo catalán y la literatura, donde tantas cosas y dos lenguas se mezclan, quisiera decir en mi defensa:
ResponderEliminar1) No lo he hecho por molestar; si alguien se siente molesto, créame que lo siento. Sólo creo que hay dos ramales principales de la narrativa que parte de la capital catalana (uno, de Barcelona hacia dentro; otro, de Barna hacia fuera), y me parecía pertinente señalarlo.
2) Que haya dos ramales o direcciones no significa que no haya más. El tratamiento, por lo que le he escuchado al autor, de los barrios periféricos de Barcelona en la nueva novela de Kiko Amat seguramente no puede incardinarse en ninguno de estos modelos. La Barcelona que aparece en algunos autores hispanoamericanos allí residentes también tiene características singulares; es una Barcelona "de llegada", pero no "a la que llegar". Y así hasta el infinito: una Barcelona por autor, como debe ser. Pero, después de ser leídas en su singularidad, pueden establecerse conexiones, afinidades.
3) No es una venganza por lo del 2-6 del otro día. I promise.
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ResponderEliminarSeguramente eres ajedrecista profesional y yo no, pero antes de utilizarla la busqué por si acaso. Y he encontrado más menciones a Zungwang que a Zuzgwang, como aquí: http://www.genios64.com/2009/03/15/problema-de-ajedrez-numero-621/. Pero puede ser que sea tal como tú lo dices; si es así, disculpas.
ResponderEliminarMe da algo de vergüenza que mi primer comentario en este blog-que leo con admiración creciente- sea sobre ajedrez, pero en fin: aunque el 90% de los jugadores profesionales o de open dicen-decimos- Zungwang, es "Zugzwang" (en alemán, "obligación de jugar"). Hay una novela con el mismo título, sobre el célebre torneo de San Petersburgo de 1914, firmada por Ronan Bennett. Con todo, yo habría escrito Zungwang también.
ResponderEliminarComencé a leerte hace años en el Córdoba, cuando comentabas los excesos de los relatos presentados a los certámenes literarios y concluías, ¿citando a Etxebarría?, que los aspirantes a escritor están todos locos. Naturalmente lo que escribes aquí excede las posibilidades de un periódico común, para beneficio general. ¡Cuenta siempre con un lector!
1.
ResponderEliminarAra que ho dius, que no ni ha cap autor mutante que escriga en català?
Si algú conec alguna cosa recent ... gracies.
Tinc que traure el títol de la llengua i tot el que trove es avorrit ...
Au!
Y dos:
http://www.elpais.com/articulo/arte/mujeres/solas/elpepuculbab/20090509elpbabart_8/Tes
“Me cuentan que no hubo ni un político del tripartito catalán, ni una "autoridad cultural", en ese estreno que era mucho más que un estreno: Lorca en el Nacional catalán, dirigido por Pasqual y con Espert/Sardá encabezando el reparto no es, diría yo, algo que se vea todos los días. Tampoco se dignaron enviar un representante a Alcalá cuando Marsé recibió el Cervantes, de lo que se podría deducir que ni Lorca ni Marsé son "de los suyos". Ya vamos sabiendo a qué atenernos. “ Rafael Argullol.
Los catalanes no mutamos, Jesús Andrés, como mínimo a sabiendas : )
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ResponderEliminarEstimado amigo, adoro esa misma lengua que usted tiene como natal, y respeto mucho su opinión, precisamente por eso seguí buscando posibilidades. Incluso al final añadí: "puede ser que sea tal como tú lo dices; si es así, disculpas". De modo que te vuelvo a pedir disculpas -por segunda vez-, por lo que no entiendo tu tono de enfado. Si de verdad no me importara vuestra opinión, ¿para qué iba a permitir los comentarios? ¿No ves que no tiene sentido? Venga, no vale la pena molestarse por esto. Has podido exponer tu opinión dos veces y yo te he pedido disculpas dos veces. Si quieres me azoto y lo cuelgo en Youtube, para visualizar mi arrepentimiento. No sé qué más hacer. Saludos cordiales, Leo.
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