Si hay que soldar el imperio alemán: ¿podrán sus fragmentos unirse?Metternich[1]
1. Traducción y tradición. Tomemos esta frase de la página 319 de El viajero del siglo, formulada por el interesante personaje secundario Levin: “ningún libro es exactamente el mismo a lo largo del tiempo, los lectores de cada época van transformándolo”. Esta frase sobre la traducción puede leerse de otra forma, alterando levemente los términos: “ninguna época es exactamente la misma a lo largo del tiempo, los lectores de cada libro van transformándola”. En esa alteración, en esa aliteración, en la distancia entre esos deslizamientos del significante, reside uno de los significados profundos de El viajero del siglo.
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2. Géneros. Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) trabaja usualmente cinco géneros: novela, relato breve, ensayo, poesía, aforismo. Los cinco están presentes en El viajero del siglo. El relato breve aparece en algunas remembranzas de los personajes y en un cuento “policíaco” que aparece periódicamente en la novela; el ensayo en los largos e interesantes debates en casa del señor Gottlieb, el poema en las traducciones que hace Neuman de textos extranjeros, y el aforismo disimulado en algunas descripciones (“Entre las telarañas un insecto asistió al sueño de Hans, hilo por hilo”, p. 20; “Hans (…) padecía una inquietud perpetua, siempre como esperando una noticia que no acaba de llegar”, p. 284). En ese sentido, y en otros también, El viajero del siglo puede ser considerado la summa de la obra de Neuman.
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3. Es soberbia la escena donde Hans y Sophie se encuentran por primera vez (páginas 44 y siguientes), por la delicadeza con la que está recreada y por la impresionante precisión con que Neuman describe la psique femenina de la época, digna de un James o de una Austen.
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4. Posmodernismo encubierto, I. Neuman entra como un elefante en la Historia del XIX con la cacharrería textual posmoderna. Hasta doce tipos de formatos distintos (cartas, descripciones, conversaciones completas, conversaciones con interlocutores elididos, notas del delicioso Libro sobre el estado de las almas del padre Pigherzog, poemas, traducciones, interpolaciones de dramas como Guillermo Tell de Schiller o La vida es sueño, acotaciones a esas obras, noticias de prensa, crítica literaria disfrazada de comentario de textos, un relato detectivesco) crean un tejido enmarañado donde el concepto de fragmento lo preside todo, a pesar de la aparente vertebración. Neuman introduce la incertidumbre posmoderna a través de toda esa artillería de códigos dirigida a socavar precisamente la presunta certidumbre de la forma moderna de contar. Frente al monolitismo moderno, la dispersión monádica; frente a sus férreos puntos de vista, el perspectivismo psicológico y narrativo. Hay un narrador omnisciente, sí, pero está completado por otras numerosas perspectivas de observación y modalidades narrativas, que no convierten del todo la novela en polifónica pero sí en polisémica, poliédrica y polimórfica.
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5. En un juego que hemos visto recientemente también en Juan Trejo, los nombres de los personajes admiten sentidos ocultos u homenajes. Hans debe ir a ver a un tal Lyotard. El padre Pigherzog podría encubrir a un “duque cerdo”, si aceptamos juegos de palabras anglogermanos. Luego volveremos al nombre de Álvaro.
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6. De Gerard de Nerval dice agudamente uno de los personajes que escribe como si estuviera dormido. Neuman, por el contrario, escribe como acabara de salir de una hibernación. Con largo tiempo reflexionado por detrás y energía renovada por delante.
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7. Temporalidad. El tiempo de la novela es confuso, pero creo que es una confusión deliberada –posmoderna y relativista en cierto sentido–, para permitirle a Neuman hablar de lo que quiera. En principio, la acción de la historia se sitúa en torno al año 1816, después de la consolidación de la Cuádruple Alianza creada en Europa por distintos tratados (en la página 383 Hans y Álvaro leen un periódico que recoge la noticia del aniversario del nombramiento de Metternich como canciller; ese recorte debió de publicarse el 9 de octubre de 1810, pues Metternich había sido nombrado ministro de exteriores y canciller del Imperio austríaco por Francisco I el 8 de octubre de 1809), pero después se habla del año 1823 como algo ya pasado (p. 398). Aunque la documentación histórica de Neuman es asombrosa, se deslizan algunos anacronismos, no sé si deliberados: se habla de la segunda fase del pensamiento de Schlegel, caracterizada por su religiosidad tras su conversión al catolicismo (caso similar al de Clemens Brentano), pero el primer libro donde se atisbarían esas ideas en Friedrich, Filosofía de la historia, es de 1827. De ahí que la condición mutante del espacio narrativo establecida por Neuman, sobre la que ahora volveremos, se extienda también a la del tiempo narrativo de El viajero del siglo.
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8. La música es la madre. Este apunte es algo hermético, disculpen.
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9. Autocrítica. En la página 406 asistimos a una curiosa lectura del poemario de Neuman Mística abajo (El Acantilado, 2008): “la cuestión es que ¿por qué los creyentes van a ser los único con derecho a hablar de espiritualidad?, ¿por qué los ateos tenemos que renunciar a lo invisible? (…) ¿por qué los ateos nos emocionamos con la música religiosa?, porque la trascendemos, mejor dicho al revés, nos la traemos abajo”.
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10. Posmodernismo encubierto, II. En medio de una época archifijada por la Historia, un período congelado y anotado por décadas de ciencia historiográfica, Neuman inserta una bomba posmoderna: Wandernburgo. Esta ciudad inventada es descrita por el autor como una ciudad móvil en el exterior (fluctúa en las fronteras entre Sajonia y Prusia) y mutante en el interior, donde calles, edificios y establecimientos cambian cada día de sitio, como en Dark City, la sugestiva película de Alex Proyas. Wandernburgo, neologismo alemán (Wandern, paseo + Burg, ciudad) que podríamos traducir como ciudad errante, es un invento genialoide de Neuman, que introduce el relativismo histórico y la fluidez en un contexto poco dado a esas alegrías y dado a la tirantez, permitiéndole esa idea al autor la flexibilidad que necesita para introducirse por las escasas y angostas rendijas de la Historia. El resultado es una asombrosa manera de hacer respirar al siglo XIX sin manipular los hechos, sólo haciendo fluctuar nuestra mirada sobre los mismos.
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La comparación del mundo con un laboratorio había despertado en él una vieja idea.
Robert Musil, El hombre sin atributos
11. Historia como laboratorio. Creo no excederme en la interpretación si afirmo que la intención de Neuman parece ser la de utilizar la historia europea del XIX como un modo de explicarnos el presente. Como si lo que (nos) ha ocurrido estuviera ya explicado o escrito entre las líneas de la Europa decimonónica. En algún lugar Hans –que a mi juicio tiene los puntos de vista más parecidos a los de Neuman–, apunta esta condición del pasado como laboratorio: “verán (…) Creo que el pasado no debería ser un entretenimiento, sino un laboratorio para analizar el presente” (p. 173). Es ésta una lectura hasta cierto punto interesada de la Historia, pero es una de las posibles, y es innegable que, bien utilizada, tiende puentes que dan mucho que pensar. Por ejemplo, fue divertido y terrible para mí leer (p. 399) cómo Hans le dice a Álvaro que teme que las recién independizadas colonias españolas en Hispanoamérica tengan su futuro hipotecado por las oligarquías locales… el mismo día que el presidente de Honduras era sacado del país por los militares. Giros de la historia, eternos retornos, uroboros paradójicos y crueles. El azar no existe, lo dijo Borges: por desgracia, esa historia es un ritornello de marchas fúnebres. También pueden verse en la novela de Neuman destacadas inercias históricas que explican la difícil complejidad territorial española, las tempranas tendencias germánicas al antisemitismo y antagonismos sociopolíticos europeos que acabarán –o no– en los tratados de Yalta y Postdam.
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12. He aquí la paradoja de estos tiempos de narradores globales: Neuman, argentino de nacimiento, es uno de los escritores “españoles” más europeos.
Pero esto no es nuevo: también Volpi es quizá el más europeo de los narradores mexicanos. Es un fenómeno sostenido, según hacíamos referencia en algún post anterior, por unas dinámicas precisas: tanto la narrativa latinoamericana como la española, y de igual modo la desarrollada en castellano en Estados Unidos (es decir, toda la narrativa hispánica o hispanoamericana) están viéndose sumidas en un proceso de globalización que tiende a unir sus partes sólo por tres elementos vinculantes: la lengua, el uso del fragmento y la común heterogeneidad. Lo del fragmentarismo es algo en lo que venimos insistiendo aquí desde hace tiempo, y Gustavo Guerrero ha apuntado también la condición fragmentaria y la heterogeneidad como elementos claves de la literatura latinoamericana esencial en un excelente artículo publicado en Letras libres en junio. A juicio de Guerrero es inviable “cualquier intento de abarcar el campo literario con una sola mirada o en una sola perspectiva”, y se ha producido un cambio que afecta, precisamente, a los narradores hispánicos de la edad de Neuman:
como buenos hijos de la postmodernidad, nuestros últimos escritores, muchos nacidos después del boom, son los primeros que viven su identidad latinoamericana no como una evidencia indiscutible e intangible, no como una esencia prácticamente sagrada, sino como un objeto histórico sujeto a cambios y variaciones, que puede construirse y reconstruirse, y que no excluye la libertad de elegir entre diversas versiones ni la posibilidad de reinventar versiones más personales o individuales. Dicho en otras palabras: hemos entrado en el tiempo de las identidades post-tradicionales, abiertas y reflexivas, en una dinámica en la que cada cual adapta de distintas formas los rasgos comunes al proceso de crearse un rostro propio y viceversa[2]
Parecidas reflexiones podemos encontrar en las últimas reflexiones de autores como Beatriz Sarlo, Ángel Esteban, Milagros Ezquerro o Francisca Noguerol, así como en estudiosos que apuntan, como Claire Taylor y Thea Pitman[3], que el uso habitual y sistemático de las nuevas tecnologías en los últimos escritores latinoamericanos (Paz Soldán, Rivera Garza, Yépez, Chiappe, Herbert, Busqued, Claudia Ulloa, Thays, Tryno Maldonado, Noemi Guzik Glantz, etc.) es una forma más de hacerles salir de su entorno local, insertarse en un espacio literario más amplio y globalizado, y prácticamente elegir el modo de escritura en que quieren desarrollarse. En 1960, un narrador latinoamericano venía muy determinado por su entorno cultural, por la biblioteca paterna, por los fondos de las bibliotecas públicas de su ciudad y por la tradición novelística de su país. Hoy no, salvo decisión propia. Internet ha acabado con esa limitación, ensanchando el espectro cultural de los últimos narradores hasta cotas insospechadas. Un estudio de campo literario de la narrativa actual –en cualquier lengua– que, intentando describir sus habitus, ignore las modificaciones suscitadas por el ciberespacio está condenado al más rotundo de los fracasos. Y el motivo central es claro: Internet, de muy diversos modos (desde el perfil listado resultante de la búsqueda de estos autores en Google, pasando por sus comunicaciones por e-mail con autores de otros países, sus blogs y muros de Facebook, hasta las entradas sobre escritores en Wikipedia), es el lugar donde estos narradores establecen la mayoría de sus acciones y relaciones de campo, por no hablar de que en algunos casos, como las novelas hiperfónicas de Chiappe, es el campo exclusivo de escritura. La identidad hoy en día no es tanto una post-identidad sino, a mi juicio, una identidad expandida, más ancha y flexible que la que se tenía hace apenas cuarenta años. Y este es un factor clave a la hora de evaluar las producciones literarias de nuestro tiempo; no en vano esos cambios subjetivos, que estudiamos in extenso en nuestra tesis, afectan por igual a escritores y lectores, reconfigurando a su vez la experiencia de la recepción.
No todo es nuevo, de acuerdo, pero nada es ya como antes.
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13. Errancia. A los apuntados hechos hay que añadir que muchos de estos narradores viven en países distintos de los suyos de nacimiento, o han tenido largas estadías fuera de ellos. Esa deriva geográfica trae también consecuencias, como apunta el propio Neuman en la novela: “Profesor, usted mismo (…) ha viajado y lo sabe, cualquiera que se haya mudado sabe que los cambios de lugar traen cambios interiores” (p. 98). El viajero del siglo, desde el título, es una novela sobre el viaje, el tránsito y el destierro, donde el autor exhuma o exorciza, según queramos verlo, su propia experiencia biográfica (“son muy inquietos esos argentinos, últimamente están por todas partes (…) Hablan de su país continuamente y nunca se quedan en él”, p. 170). Hans es, como Neuman, traductor, viajero e intelectual errante; Álvaro lleva “de paso” en Wandernburgo 10 años (p. 88), y un poco más adelante dice: “en realidad es imposible estar completamente en un lugar o irse del todo (…) casi todo el mundo vive así, ¿no?, entre irse y quedarse, como en una frontera” (p. 122). Hans vive en ese estado durante toda la novela, aunque lo que le retiene en Wanderburgo no es la ciudad, a la que nunca acaba de aceptar y entender; su identidad es Sophie, es el amor quien le impide salir de la ciudad cambiante.
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14. Álvaro, el agitado español que aparece en la novela, es uno de los personajes que más me han gustado: “¡Yo adoro España!, suspiró la señora Pietzine, ¡es un país tan cálido! Querida señora, dijo Álvaro, no se preocupe, ya lo conocerá mejor” (p. 77).
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15. Intrahistoria. Las tensiones sociopolíticas del período europeo comprendido entre 1810 y 1830 son introducidas hábilmente en la novela, por medio de detalles secundarios (piezas musicales, ediciones) e incluso de objetos. A modo de muestra, un botón: Pierre Renouvin ha explicado cómo las potencias europeas de la época (Austria, Rusia, Inglaterra y, en menor medida, Prusia) temían las ideas revolucionarias francesas y orientaban su política, tanto exterior como interior, a contenerlas[4]. Es un miedo de la época, que Neuman recrea a través del temor de los wandernburgueses al birrete jacobino de Hans, que convierte su atuendo en inquietante. Su amigo Álvaro no es el prototipo del español romántico de la época (que sería otro Álvaro, el recogido en el drama de Ángel de Saavedra, perseguido por la fuerza del sino), pero sí es el liberal próximo a las ideas revolucionarias que no llega a tiempo de participar en las revueltas de Barcelona de 1821. Este modo de diluir la historia en la peripecia de los personajes, en vez de contarla explícitamente, como hacen las novelas históricas –género al que no pertenece El viajero del siglo al plantear un modelo posmoderno de revisionismo; las novelas históricas recrean, Neuman problematiza semántica y formalmente–, me ha interesado mucho.
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16. Lo hemos apuntado más arriba, pero hay que enfatizar el alto valor intelectual que tienen las numerosas páginas en que Neuman traduce y comenta poemas de la época, tanto alemanes como franceses e ingleses. No sólo las traducciones en los tres idiomas son casi exquisitas en cuanto al poema de llegada, sino que las reflexiones sobre los problemas y condicionamientos ofrecidos por los textos de partida son valiosas y sugerentes, demostrando un conocimiento de la cultura de la época que va mucho más allá de la palabra documentación. Por ejemplo, la explicación del último verso del Kublah Khan de Colerigde contenida en la página 306 es admirablemente deliciosa y malévola. Neuman ha digerido y destilado el siglo XIX europeo, y su cosmovisión alumbra un modo poco frecuente de tratar la tradición, recuperarla y retraducirla a nuestro contexto. El viajero del siglo guarda en su interior un excelente ensayo sobre la literatura del siglo XIX, de unas ciento cincuenta páginas de extensión, que añade al mérito de su inteligencia el agradecible esfuerzo de presentar todas las traducciones realizadas de propia mano. Aunque no les gustase la novela o no les guste la escritura de Neuman, sólo por esto, El viajero del siglo es un libro necesario.
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17. Posmodernismo encubierto, III. Esta novela es uno de los ejercicios literarios más ambiciosos que he visto en los últimos años. No sólo por su variedad interna, por su escritura intachable y por la sensibilidad psicológica que demuestra Neuman al describir sus personajes. El propósito de reconstruir esos fragmentos del imperio alemán de que hablaba Metternich en sus memorias era, a priori, un intento casi épico. Un propósito de autores titánicos como W. T. Vollmann o R. Musil. La Europa de principios del XIX se movía, o más bien no se movía, en una situación de “status quo” dirigida a la inmovilidad expansiva del contrario, como ha señalado Charles Zorgbibe en su conocida Historia las relaciones internacionales[5]. Ser capaz de penetrar en ese complejo sistema de alianzas estratégicas, contrapesos políticos, diplomacias de rapé, parapetos geográficos que, paradójica y lateralmente, daban cauce al principal movimiento cultural de renovación, el Romanticismo, supone una valentía narrativa e intelectual poco frecuente en nuestra narrativa. Neuman, además, ha sido capaz de disfrazar una novela rotundamente posmoderna en un hábil marco tardomoderno, presentando El viajero del siglo como una novela decimonónica cuyas fuerzas interiores de demolición sólo son visibles con una lectura atenta: El viajero del siglo es una narración omnisciente, pero preñada de perspectivismo; es una novela lineal, si bien creada a base de fragmentos narrativos y de “esemplasia coaxial” (por utiliza el complicado término de John Barth) de textualidades y géneros muy diferentes: es decir, una novela monumental, creada desde la tensión interna, la lucha de contrarios y las tendencias autodestructivas.
Como la misma Europa que retrata.
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Notas
[1] Clemens von Metternich, Metternich. The Autobiography; Ravenhall Books, London, 2004; citado en Servando de la Torre Fernández del Pozo, “Fuentes para el Estudio de la Guerra”; Cuadernos de Historia del Derecho, nº 14, 2007, p. 203.
[2] G. Guerrero, “Crítica del panorama”, Letras libres, junio 2009.
[3] C. Taylor y T. Pitman, “Introduction”, en C. Taylor y T. Pitman (eds.), Latin American Cyberculture and Cyberliterature; Liverpool University Press, Liverpool, 2007, p. 22ss.
[4] P. Renouvin, Historia de las relaciones internacionales (Siglos XIX y XX); Akal, Madrid, 1998, pp. 29ss.
[5] Cf. Charles Zorgbibe, Historia de las relaciones internacionales. 1. De la Europa de Bismarck hasta el final de la Segunda Guerra Mundial; Alianza Universidad, Madrid, 2005, p. 58.
Con estos apuntes, tan, tan interesantes este libro va a adelantar muchas posiciones en mi lista de lecturas pendientes.
ResponderEliminarLe das mucha importancia a la fragmentación, no sólo en este post. Me has hecho pensar sobre el tema.
ResponderEliminarNo sé, pero me parece que la fragmentación lleva muchos años siendo usada en narrativa fuera del contexto de internet. Pienso por ejemplo en el "Pedro Páramo"...desde Joyce o Dos Passos, hasta Bruce Chatwin...
Me surge una duda: ¿no será lo novedoso en la postmodernidad otra cosa diferente a la fragmentación en sí misma, aunque vaya acompañada de ella?.
Internet permite hacer contiguas cosas muy variadas, aparentemente sin relación. Por tanto, acostumbra a una enorme ampliación de las formas de conexión, unión o mezcla de los fragmentos narrativos; o visto al revés, permite un casi completo relajamiento de las tradicionales reglas de mezcla.
Lanzados a la fragmentación, quizás este pueda ser el aspecto que más veo yo que tengan que trabajar los narradores para conseguir resultados interesantes, es decir, trabajar los hilos de conexión y cohesión narrativa, por tenues que sean.
Meter fragmentos en la narración como si la narración fuera un mero saco, podría ser un gran error. Cuanto más tenues, cuanto más aparentemente azarosas las conexiones, precisamente más sutil y aguda tiene que ser la estructura, y más trabajada.
Una cosa es la “errancia” espontánea de internet, y otra cosa llevar el fenómeno a una narración, donde la apariencia de azar tendrá que ser muy pensada. Curiosamente, cuando los esquemas sociales y literarios eran más rígidos, el narrador se podía permitir “pensarlos” menos. Hoy día, abiertos a infinitas posibilidades azarosas, el “esquema de ese azar” (tras la apariencia de azar) se convierte en algo mucho más delicado y difícil.
Querido Manolo, la fragmentación se viene usando desde Heráclito... El fragmento es una técnica como cualquier otra: depende del talento del autor usarla para bien o para mal. En los últimos años se aplica con una sistematicidad sospechosa (incluso en novelas que parecen lineales, como la de Neuman o la que videoreseñamos de Morella), y en La luz nueva ya intenté explicar por qué. Es un tema en el que seguiré insistiendo próximamente, así que a las contribuciones anteriores y posteriores me remito. Saludos, Manolo.
ResponderEliminarMe has convencido (aunque ya estaba predispuesto, si bien algo renuente por el rumbo errático del premio que avala la obra): leeré la novela. Y además, la confrontaré con el «Beatus ivre», digo «El espíritu áspero», de Hidalgo Bayal, pues intuyo que entre Murania (o Casas del Juglar) y esta sugerente (por cómo la describes) Wandernburgo debe de existir algún pasadizo. Ya veremos.
ResponderEliminarSegún iba leyendo pensaba que en algún momento saldría a relucir el nombre de Stephen Zweig, que me parece podría ser un suelo adecuado para entender mejor ese concepto de «identidad expandida», que puede que tenga su prehistoria en el clima europeo de entreguerras tan bien descrito por el autor de «El mundo de ayer».
En cuanto a lo de la imposibilidad del narrador global (sólo la Muerte podría cumplir ese papel de forma eficiente, pero no habla, al menos por propia boca), me parece que también un autor como Durrell se lo planteó de forma acuciante en su «Cuarteto de Alejandría», si bien él quizás lo abordó desde una perspectiva de relatividad temporal, y Neumann, si no entiendo mal, lo enfoca desde la óptica de la indeterminación (como añadiendo al relativismo einsteinaino en que pudo inspirarse Durrell la dimensión cuántica y su sugerencia de la imposibilidad de conocer una supuesta realidad objetiva por mor de la presencia inevitable del observador).
Los apuntes sobre el carácter posmoderno (¿encubierto?) de «El viajero del siglo» también me parecen del mayor interés: que las nuevas TIC y especialmente Internet están convulsionando los modos de relación, y por tanto la cultura, sólo lo niegan a estas alturas quienes están sumidos en el sueño dogmático de la gran cultura libresca a la antigua usanza (aunque no creo que Eco, pese a la "leña" que le atizabas en alguno de tus comentarios recientes, por su escaso entusiasmo frente a algunos modernos artilugios de lectura, se encuentre entre esos «prekantianos», o sea lo que era Kant antes de leer a Hume). En fin, muchos caminos abiertos (inevitablemente entevistos como senderos del paisaje en el que uno se mueve o cree moverse), una vez más, por tus atentas críticas, que en mi opinión son un claro y cercano ejemplo de la apertura mental que suele asociarse a lectores tan socráticos como pudieran serlo Octavio Paz o G. Steiner. Gracias por el esfuerzo.
Ah, se me olvidaba, me quedo intrigado por ese apunte 8 «algo hermético» de que «la Música es la madre». De momento lo entiendo como una sugerencia de que de esos cinco territorios de expresión (el término "género" me parece obsoleto y cargado de engorrosos equívocos) en los que Neumann se mueve, el que lleva el timón es la composición poética. No sé si andaré errado..., pero la impresión que me crean tus palabras es parecida a la que experimentaba anoche viendo la reposición de las espectaculares pompas fúnebres de Jacko, en las que lo único real era la música. Un saludo.
La música siempre es la madre. Sólo por ese apunte - si esa es la sensación que te ha producido el libro- seguramente ya merece la pena su lectura. Internet es un medio sordo, por más que se disponga de micro o de recursos enlatados.
ResponderEliminarsaludos
En mi comentario anterior, como es obvio, donde dice "Neumann" (por dos veces) naturalmente debe decir "Neuman". Me haré mirar esta extraña tendencia a duplicar nasales. Sorry.
ResponderEliminarAJR
La anotación hermética tenía un destinatario concreto, que ya recibió su mensaje, y otro abstracto, que también ha cobrado forma, por lo que veo. Zweig, la verdad, no me interesa mucho, no me parece un autor a la altura de otros escritores germanos de su época, aunque está claro que hay que leerlo (como a tantos otros...) Gracias por vuestras sugerencias y comentarios.
ResponderEliminarDe Zwieg, debe leerse "Carta de una desconocida" y ver después la película homónima de Max Ophuls. No debemos perdernos ese dueto, por supuesto, muy interesante, no me cabe la menor duda. Esto para empezar. Luego la Novela de ajedrez, buenísima, la recomiendo fervorosamente. Y sin olvidarnos de sus biografías, claro está. Saludos.
ResponderEliminarMuy buenos los apuntes, Vicente, mucho más certeros que las críticas y comentarios que he podido leer sobre esta novela. Es curioso, porque justo la he terminado de leer hoy.
ResponderEliminarHas dejado muy bien escritas muchas cosas que pensaba e intuía mientras la leía, sobre todo en cuanto a la construcción del artefacto narrativo, y en cómo resuelve tan bien Neuman las cuestiones sobre la identidad nacional, la traducción, el nomadismo, etc.
Pero hay algo que no me ha gustado nada en la novela, que me irritaba bastante mientras la leía, y que por ser Neuman capaz de evitar eso, me ha fastidiado mucho más: durante las discusiones en el Salón y las sesiones de traducción de Hans y Sophie, las explicaciones que daban sobre filosofía o literatura siempre parecían tener una especie de condescendencia casi didáctica, como si Hans, sobre todo, fuera el tío más “cojonudo” de todo Wanderburgo: a mí había veces que las reflexiones literarias que hacía eran muy como en voz alta, no sé si me explico, quizá ahí Neuman debería haber camuflado mejor las costuras de ese ensayo literario que tú dices esconde este libro (y creo que llevas razón).
Es como si Hans fuera un poco de listo, sobre todo a la hora de expresarse, quizá me hubiera creído más ciertas cosas si no las dijera siempre siempre Hans (o, a veces, Sophie). Es lo único que me ha irritado.
Por otro lado, el pulso narrativo de una novela tan larga, Neuman lo ha sostenido prácticamente a la perfección. Comprendo su tristeza al dejar la novela, Wanderburgo y sus personajes: el lector siente lo mismo.
Un saludo.
Bueno, Hans, yo creo que el tono de sobrao (me encanta la versión andaluza de la palabra) de tu homónimo en la novela hay que ponerlo en relación con otros elementos: 1) el hecho de que Hans nunca estudiase realmente en Jena. 2) Las "trampas bibliográficas" que Sophie detecta y que deja pasar, como la mentira sobre su titulación académica, porque lo que le interesa de Hans es otra cosa. 3) La tirria que siente Hans hacia el profesor y que proyecta en una ilusión de superioridad que sabemos ficticia: el catedrático sabe más y mejor que Hans, pero las opiniones de éste son más "modernas", y por ello nos reconocemos mejor en él que en el caduco y empolvado univer-saurio. Hans es un personaje tramposo: no sólo roba libros y escamotea lagunas curriculares, sino que sabe lo que viene detrás, conoce la modernidad que viene y ya habla desde ella. Esto no quiere decir que sea poco creíble como personaje, es sólo que Neuman lo utiliza como bisagra entre dos epistemologías: haber viajado mucho y ser políglota le permiten a Hans tener un mapa de lo que está pasando en Europa y ser capaz de proyectar. Quizá aún no sepa por dónde viene el cambio, pero lo percibe, y deduce en consecuencia que las ideas del viejo son más caducas que su cuerpo sostenido con hierbas. Tú que ya has terminado el libro me entiendes. Hans es un tramposo y un farsante intelectual, hasta cierto punto, y su actitud soberbia es uno de los detalles que lo denontan.
ResponderEliminarBueno, supongo. Saludos.
La literatura es, per se, fragmentaria: los libros desde siempre se dividen en partes, capítulos, párrafos... etc. Me parece vacuo destacar una obra por su "fragmentariedad" (no lo digo respecto a esta novela, sino más bien respecto a la idiotez reinante en sinopsis y fajas de libros). Me parece más destacable (y también menos natural) las novelas concebidas como entes de hormigón de un solo párrafo, a la Thomas Bernhard, por ejemplo.
ResponderEliminarTenía la novela en la estantería de los libros recientes para leer. Después de leer estos estupendos apuntes quién saber si ahora leeré una novela diferente de la que me esperaba. Sea comos sea, me zambullo con placer en este viaje.
ResponderEliminarTan brillante como siempre. Enhorabuena.
El Canibalibro.
Interesante comentario, Blixa. No creo que las cosas sean tan terminantes como dices (la historia del fragmento y la linealidad es pendular y periódica, como la del clasicismo y la vanguardia o como la del minimalismo y el barroco), pero sugiere una dimensión distinta del problema.
ResponderEliminarGracias, Canibalibro. Y enhorabuena por el excelente diseño gráfico y tipográfico de vuestro blog.
Pues si con seguridad la fragmentación no es algo nuevo, entonces a lo mejor lo sea cierta forma nueva de mantener unidas en la narración cosas muy heterogéneas. Son tolerancias, leyes y reglas, muchas veces invisibles, y muy de nuestro tiempo (seguramente con una gran caducidad), que dan sentido y sostienen conexiones que antes no eran posibles. Pero a su vez, esto no significa que todo valga, porque sigue habiendo infinitas conexiones que no serían aceptables (lo mismo que en la narrativa tradicional rígida), como en cualquier otra forma de orden.
ResponderEliminarPara mi, estas leyes- que aparentan no estar ahí- son la clave para el narrador que trabaja con fragmentos. ¿Cuantos escritores posmodernos despistados no son conscientes de esto?. No hay ningún manual que enumere esas leyes, tan etéreas, tan misteriosas, y si no se trabaja este aspecto pasa lo que dices, que en el fondo tenemos o narraciones muy clásicas y lineales con aparato fragmentario, o batiburrillos de fragmentos.
Como en el folletín decimonónico había unas leyes no escritas sobre lo que se podía ir sucediendo en la narración... el encuentro con la dama, la ofensa al honor, el duelo, las trabas a la felicidad de los enamorados, la separación, el suicidio etc... en la narración postmoderna se pueden ir sucediendo cosas como el anuncio de detergente, la vida del boxeador, la teorización sobre la cuántica, la soledad del personaje anónimo de Nueva York, la reflexión sobre arte y publicidad, las penas del camionero finlandés...etc etc
ResponderEliminarNos manejamos intuitivamente dentro de un gama de posibilidades sobre lo que está permitido y lo conveniente dentro de lo cual nos parece que somos muy libres, pero ahora bien, es mucho más difícil ser conscientes de lo que no estaría permitido, ya que la gama y los límites se establecen a partir de lo ya previamente practicado, y por eso creemos que en la postmodernidad todo está permitido, y no hay un orden ni casi límites.
En fin, con todo esto quiero decir que a lo mejor la narrativa postmoderna se convierte en una ortodoxia y una tradición tan ordenada como la narrativa tradicional que quiere dejar atrás. ¿Me equivoco?
Hace tiempo que dejé de utilizar el posmodernismo para escribir, Manuel, pero volviendo por un corto momento a aquella juventud, te diría: ante las dos opciones, un sistema basado en la libertad (el posmoderno) y otro basado en la castración (el clasicismo, porque volver a lo moderno es ya imposible, ya no estamos allí, hemos madurado: hemos visto guerras globales, hemos visto los cuadros blancos de Malévitch llenarse de sangre, hemos visto caer las torres), prefiero y preferiré siempre las rígidas reglas de la libertad a las rígidas reglas de la castración.
ResponderEliminarPero quizás el folletinista escribiendo de sus damas, adulterios y duelos se sentía en un mundo de infinitas posibilidades y de increible libertad creativa, lo mismo que el postmoderno.
ResponderEliminarCualquiera, en su época, se siente con esas posibilidades, Manuel; el error es intentar continuar en esta época utilizando técnicas del XIX, como hacen muchos. Saludos.
ResponderEliminarla periferia demanda blogueros que dejen comentar. el que no deja comentar es tonto. merci VLM que dejas comentar.
ResponderEliminarno entiendo esas licencias de permiso para publicar los comentarios. creo que eres una persona suficientemente inteligente como para dejar libertad para que cualquiera opine aquí. elimina los filtros. no tengas miedo: hay gente que está de tu lado
ResponderEliminarEstimad@ periferi@, bienvenido a esta página destinada, por vocación y convencimiento, a los márgenes y a esa periferia que usted defiende.
ResponderEliminarDejaría los comentarios abiertos si no hubiera gente tan maleducada, aviesa y estúpida en el Centro, que a su natural de troles errantes y babosos unen el terrible don de tener demasiado tiempo libre. Saludos y bienvenido.
Entiendo sus palabras, querido VLM
ResponderEliminarLas técnicas (en cualquier sentido que se le de a la palabra, todos finalmente intrumentales) son lo de menos: el hueso que lanza el mono contiene la Estación Espacial Internacional; y además, en cierto modo, se imponen solas. Lo importante son las miradas (o como se quiera llamar a la conexión neuronal que hace posible un orden/desorden en el el relato o en la fijación de un instante en el discurrir del mundo).
ResponderEliminarAJR
Después de leer Bariloche estigmaticé un poco a Neuman, porque no me gustó, una técnica aséptica y sin emoción demasiado ensalzada por los medios. Pero me gusta tu crítica y creo que me la voy a leer, es bueno ser relativo en todo, porque la realidad es compleja y fragmentaria, ya es muy fragmentaria Rayuela y es mi novela favorita. En fin, lo interesante es saber disfrutar con las cosas buenas
ResponderEliminarPor cierto, tus videos-críticas o video-poemas son increibles me encantan
¿no crees que a veces vas demasiado lejos en tus interpretaciones de los libros?
ResponderEliminar¿no piensas que algunos autores se guían más por su instinto narrativo y menos por su intención de querer hablar de lo que no hablan?
Me parece obvio que Neuman no habla del siglo XIX... ¿alguien lo duda?
Ciprés acortado.
No, no lo creo.
ResponderEliminarCreo que hay que intentar siempre ir lejos. Los escritores cuando escriben y los críticos cuando analizan.
Para una crítica corta, de no andar lejos, de andar por casa, siempre hay tiempo. Tienes cientos de revistas y suplementos donde elegir, ciprés acortado. Por cierto, apropiado nombre. Saludos.
Qué paradoja:
ResponderEliminarEse o esa que pide la eliminación de los filtros en los comentarios es por sí solo una razón casi suficiente para mantenerlos.
Aprovecharé el verano para leer la novela de Neuman y descansar de tanto y tanto libro de relatos.
Que pases un buen verano, Vicente. Que lo paséis todos bien.
Tengo curiosidad por leer esta novela. Conocía Bariloche, a la que Bolaño le dedicó una reseña (de hecho, estuvo en el jurado que la colocó como finalista en el Premio Herralde, si no me equivoco).
ResponderEliminarBariloche puede parecer aséptica y llana, pero es solo una ilusión. El mérito de esta novela está en la integridad que conserva un lenguaje tan heterogéneo. Si van mirando palabra por palabra, se darán cuenta de que existen muchas fluctuaciones. El material suele ser el mismo, pero las texturas suelen ir variando de capítulo en capítulo. Es posible que la historia nos resulte simplona, de película argentina, sensiblera, sí. Pero al terminar la última página ya tenemos todo el mosaico que Neuman se propuso ponernos en la cabeza.
Muchas gracias, Vicente Luis, por sus generosas aportaciones.
ResponderEliminarHe leído 'El viajero del siglo' en la edición de Punto de Lectura, que viene acompañada por un extracto de este largo y enriquecedor post. Y por lo tanto, mi propia mirada sobre la novela ya ha estado desde el principio filtrada y alterada (creo que de forma positiva) por estas reflexiones. Quiero decir que no he hecho una lectura de 'El viajero del siglo' virgen o ingenua, sino que sobre las revisiones y reinterpretaciones de Neuman yo ya he aplicado una visión reconducida por sus apuntes postmodernos.
Como decía, creo que esa alteración de mi mirada ha sido positiva, porque me ha permitido ver más cosas de las que quizá habría visto de otro modo (aunque todas nuestras miradas van a ser ya siempre necesariamente globalizadas y postmodernas). Y en efecto, he disfrutado del perspectivismo y la actualidad de la obra, en el mismo sentido que también lo hice con otras como la también gigantesca 'Contraluz' de Thomas Pynchon, o el libro de relato 'De mecánica y alquimia' de M.Rengel (con los que gocé incluso más del placer de estos aspectos de hibridismo múltime y de revisión), por lo que no puedo estar sino de acuerdo con sus conclusiones. Creo que, en general, todo esto es lo que hace que cuando un gran autor se acerca a otra época histórica, desde Eduardo Mendoza a Coetzee, haga gran literatura, y cuando lo hacen autores mediocres, dan a luz eso que se llama 'novela histórica', y que publican a mansalvan editoriales como Roca Editorial, o Martínez Roca, o Planeta (que vendederán mucho, pero que se habrán olvidado dentro de cuatro o cinco años).
Un saludo,
Javier Sebastián García
Gracias a usted, Javier, por su comentario. Nunca es tarde si la dicha es buena, bienvenido. Un cordial saludo.
ResponderEliminarQuizá se difumine un poco el "hermetismo" del punto 8, si tienes en cuenta que la madre de Newman era violinista y que murió. Precisamente en un microrrelato de su libro Hacerse el muerto encontrarás la clave del valor de esa metáfora. "El tiempo nos deja huérfanos, la música nos adopta." La madre es la música.
ResponderEliminarEn esta página web he encontrado referencia a ello, en una entrevista
"Soñar con la madre violinista, en el último escenario donde tocó el violín, en el auditorio de Granada, y observar cómo sonríe con placidez cuando desafina, se transforma en una lección medular: aprender a disfrutar de los errores. Las pérdidas pueden condensarse en un estribillo epifánico: “El tiempo nos deja huérfanos. La música nos adopta”"
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-30897-2013-12-24.html
Lo sé. Y lo sabía entonces. El comentario era hermético porque no quería descender a esos terrenos personales. Un saludo.
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