Parece ser que en diciembre se retoma uno de los proyectos científicos que más me ha interesado en los últimos años, el Large Hadron Collider del CERN de Ginebra, que también aparece mencionado en textos de Javier Moreno o Agustín Fernández Mallo. Es un viaje al fondo de la materia, tan radical que hay científicos como Holger Bech Nielsen o Masao Ninomiya que han publicado artículos advirtiendo de que el proceso tomado para la búsqueda del Bosón de Higgs es tan aberrante que puede producir que se retroceda en el tiempo y que el colisionador de partículas no llegue nunca a producir el choque. Hay mucha información sobre esto en Internet, para posibles interesados. El caso es que la noticia de que se retoma (para bien o para mal) el experimento me recordó que aludí a él en la presentación de Tiempo que hice en Palma de Mallorca el mes pasado. Como algunas personas allí presentes me dijeron que podía ser interesante colgar aquí el texto que preparé para la ocasión, aquí lo dejo. Disculpen si puntualmente es un poco, o demasiado, personal, pero los libros son algo muy personal para sus autores.
Presentación de Tiempo
“En cualquier desierto hay dos caminos: uno lleva a la estética y otro a la moral”, escribía hace poco Manuel Vicent[1]. Yo no estoy muy de acuerdo con esto. Para mí la palabra estética, que tiene dentro de sí la palabra ética, si se fijan, es un conjunto plural de elementos que no pueden vivir los unos sin los otros. Por eso en mi visión del desierto no hay dos caminos. Tampoco hay un camino. Un desierto es un desierto precisamente porque no hay caminos, cuando los hay es un parque natural, o una reserva. Un desierto es otra cosa.
A mí el desierto me llamó desde muy pronto. Mucho antes de ir por primera vez a uno de verdad. Durante lustros alimentaba en mí la pasión de lo desértico sin entender muy bien por qué me llegaba. Creo que caí fascinado por Borges porque él también estaba fascinado con el tema, y sus relatos y poemas están plagados de arena. Había varias cosas, supongo, en mi obsesión, y muchas las he descubierto con este poemario. Otras las fui entendiendo antes. Por ejemplo, el poder de la arena como metáfora. Para Eva Lootz, una artista a cuya sensibilidad me siento muy próximo, “arena es el nombre de lo que continuamente se deshace. (…) Arena es cuanto está expuesto a las corrientes y a la caída, es lo que se encuentra tan suelto de sí que obedece a las fuerzas ajenas: arrastre, magnetismo y gravedad. Partículas erráticas donde la ley de la cohesión ha desaparecido... Arena es la incesante ramificación de las líneas simples, la permanente distracción que aleja de toda meta, la inevitable proliferación de desvíos y bifurcaciones, el resquebrajamiento de los conductos, la aparición de derrames en los sistemas”[2]. Ahí, al final, aparece el mayor punto de engarce con mi preocupación. Para mí la arena siempre ha sido la pura imagen del caos. De la entropía. Porque la arena es lo terminal, donde acaba todo lo sólido. Otro artista, Giusepe Penone, lo ha explicado bien, así que yo no lo estropearé diciéndolo mal: “para mí, todos los elementos son fluidos. Incluso la piedra es fluida: una montaña se desmorona, se convierte en arena. Sólo es cuestión de tiempo. Es la corta duración de nuestra existencia la que hace que llamemos ‘duro’ o ‘blando’ a éste u otro material. El tiempo echa a perder esos criterios”[3].
Tiempo habla de muchas cosas. Un libro escrito durante seis años, que además fueron para mí especialmente complicados, acaba siendo una summa de temas, preocupaciones, líneas de investigación intelectual, sentimientos y afectividad. Desde que lo comencé hasta este momento se han producido muchos cambios en mi vida, algunos dramáticos. Todo eso, muy oculto, laminado, hecho arena, está en este poemario. Todo ese tiempo está ahí, en las partes en blanco, disuelto entre las dudas, quiero decir entre las dunas.
Sí, todo acaba en la arena. Pero decíamos antes que la arena es la imagen del caos, de modo que también, en cierta forma, todo empieza en la arena. Se supone que el primer animal que respiró en toda la historia del Cosmos lo hizo en una playa de este planeta. Eso fue hace 438 millones de años. Nadie piensa en este tipo de cosas, pero a mí no me dejaba dormir cuál fue el primer animal que inhaló oxígeno, que abrió sus poros (pues no tenía pulmones ni branquias), recibió el alimento del aire y pensó vaya, parece que sobrevivo. Ese animal que salió del mar del Período Silúrico y respiró por primera vez lo hizo sobre la arena. De aquél pequeño animal vino el modo de relacionarnos con la atmósfera que tenemos ahora mismo. A mí suelen preocuparme las cosas que no le interesan a nadie, en las que nadie piensa, pero que me parecen fundamentales. Por ejemplo, ¿qué animal fue aquel? ¿Alguien lo sabe? Uy, les va a encantar la imagen. No se lo van a creer. La entropía se reserva estos chistes para contárselos en el duro invierno de la antimateria, cuando se instala más allá de los agujeros negros. El primer animal con respiración aérea fue una pequeña variedad del escorpión. Ahora se entiende todo mejor, ¿verdad?
Tiempo habla mucho sobre otra preocupación que desde niño que atosiga y me deja sin dormir por las noches. El origen y sentido último de la materia. ¿Saben? Yo iba para científico. Horribles profesores de matemáticas me lo impidieron. Hicieron que las aborreciera. Pero yo hubiera sido un científico decente. Mi inclinación a la ciencia se debe a que me horroriza la incertidumbre. Hace unos días me escandalizaba cuando leía en un libro de César Aira: “lo sé ciegamente, por entero, sin fallas, como la materia se sabe sus átomos”[4]. Ay, don César, cómo puede usted decir eso. La materia ignora por completo su composición. La mayoría de las personas, por ejemplo, cree que está compuesta de células, lo que sólo es una aproximación interesada. Las células evocan algo vivo, y por eso la gente sonríe pensando en su identidad de compuestos celulares. Bueno, supongo que ustedes piensan a veces en eso, en qué son, más allá de si son hombre o mujer; porque lo que son es aquello que les forma, no aquello que les preocupa. Yo llegué un día del colegio lleno de alegría, gritándole a mi madre que era un organismo multicelular. Mi madre me miró sin comprenderme. Esa es la imagen de mi vida, creo: lo que a mí me preocupa deja a los demás indiferentes. Termino con esto: señores, ustedes no son células. Ustedes son fermiones y bosones ordenados. Estas partículas forman los átomos de carbono, oxígeno, silicio, hidrógeno, calcio, nitrógeno y fósforo que les componen en un 98’5; el resto son trazas de hierro y yodo, y minúsculas cantidades de hierro, sodio, magnesio y otros minerales. Sí, todo eso se organiza luego en células, de acuerdo. Si son más felices pensándolo así, bien, por mí perfecto. Pero no olviden que ustedes son químicamente más parecidos al desierto que a una gota de agua. Les dijeron en la escuela, como a mí, que somos un setenta por ciento de agua, ¿verdad? Otra verdad interesada. El agua es un concepto hermoso, cálido, da la vida, refresca, alivia la sed. En realidad, señores, ustedes sólo comparten dos elementos con el agua, pero casi diez con los átomos que componen el Sáhara. ¿Se emparejarían ustedes con una persona con la que comparten dos cosas en común o con otra con la que comparten esas dos mismas cosas, y otras ocho más? No se engañen, ustedes serían felices con el desierto, en el desierto, como yo lo fui. Noté que mi composición orgánica estaba en su elemento. En cierta forma, estaba en casa. Yo era otro animal de respiración aérea que llegaba a la arena, insuflaba aire y se sentía muy vivo. Vivo como pocas veces me he sentido. Es una cuestión de partículas. Era un modo de canalizar mi obsesión por los elementos subatómicos. Llevo años durmiendo mal porque no termina de despejarse la incógnita del bosón de Higgs. Estoy a punto de hacer una colecta para que se terminen los problemas económicos y de otro tipo que han paralizado las pruebas del CERN, el Laboratorio Europeo de Física de Partículas, para llegar hasta el final en este tema. Desde niño me han fascinado los átomos y sus complicadas proposiciones teóricas. Y esta preocupación por las partículas subatómicas responde a una metafísica precisa, a una pregunta por el origen cabal de la realidad. Las partículas son lo incuestionable. A eso creo que se refiere el filósofo Víctor Gómez Pin cuando dice que “el electrón representa una suerte de reencuentro con lo sustancial”[5]. Aquí lo sustancial debe ser entendido en su anfibología, en su polisemia. Es la sustancia como materia, pero también lo sustancial en el sentido de lo importante, de lo fundamental. Me causa una tremenda tranquilidad saber que soy el resultado azaroso de un proceso subatómico, una explosión nuclear en miniatura, una implosión. Eso me hace entender mi combustión interna, mi inestabilidad, la radiación y el calor desprendidos inútilmente durante todos estos años. Para mí cada libro es una terapia, y Tiempo es una terapia química cuya causa original, disculpen el autoanálisis, pudo ser la quimioterapia de mi padre. Porque la muerte del padre, como ya dijo Lacan, nos deja solos ante el tiempo, nos coloca en la terrible lista de los siguientes aguardando turno ante la muerte. Ahí se sale del paraíso de la juventud y se entra en el desierto de la madurez. Tiempo habla un poco de todas estas cosas. Quizá las preguntas no les interesen, espero que al menos las respuestas sean de su agrado.
Presentación de Tiempo
“En cualquier desierto hay dos caminos: uno lleva a la estética y otro a la moral”, escribía hace poco Manuel Vicent[1]. Yo no estoy muy de acuerdo con esto. Para mí la palabra estética, que tiene dentro de sí la palabra ética, si se fijan, es un conjunto plural de elementos que no pueden vivir los unos sin los otros. Por eso en mi visión del desierto no hay dos caminos. Tampoco hay un camino. Un desierto es un desierto precisamente porque no hay caminos, cuando los hay es un parque natural, o una reserva. Un desierto es otra cosa.
A mí el desierto me llamó desde muy pronto. Mucho antes de ir por primera vez a uno de verdad. Durante lustros alimentaba en mí la pasión de lo desértico sin entender muy bien por qué me llegaba. Creo que caí fascinado por Borges porque él también estaba fascinado con el tema, y sus relatos y poemas están plagados de arena. Había varias cosas, supongo, en mi obsesión, y muchas las he descubierto con este poemario. Otras las fui entendiendo antes. Por ejemplo, el poder de la arena como metáfora. Para Eva Lootz, una artista a cuya sensibilidad me siento muy próximo, “arena es el nombre de lo que continuamente se deshace. (…) Arena es cuanto está expuesto a las corrientes y a la caída, es lo que se encuentra tan suelto de sí que obedece a las fuerzas ajenas: arrastre, magnetismo y gravedad. Partículas erráticas donde la ley de la cohesión ha desaparecido... Arena es la incesante ramificación de las líneas simples, la permanente distracción que aleja de toda meta, la inevitable proliferación de desvíos y bifurcaciones, el resquebrajamiento de los conductos, la aparición de derrames en los sistemas”[2]. Ahí, al final, aparece el mayor punto de engarce con mi preocupación. Para mí la arena siempre ha sido la pura imagen del caos. De la entropía. Porque la arena es lo terminal, donde acaba todo lo sólido. Otro artista, Giusepe Penone, lo ha explicado bien, así que yo no lo estropearé diciéndolo mal: “para mí, todos los elementos son fluidos. Incluso la piedra es fluida: una montaña se desmorona, se convierte en arena. Sólo es cuestión de tiempo. Es la corta duración de nuestra existencia la que hace que llamemos ‘duro’ o ‘blando’ a éste u otro material. El tiempo echa a perder esos criterios”[3].
Tiempo habla de muchas cosas. Un libro escrito durante seis años, que además fueron para mí especialmente complicados, acaba siendo una summa de temas, preocupaciones, líneas de investigación intelectual, sentimientos y afectividad. Desde que lo comencé hasta este momento se han producido muchos cambios en mi vida, algunos dramáticos. Todo eso, muy oculto, laminado, hecho arena, está en este poemario. Todo ese tiempo está ahí, en las partes en blanco, disuelto entre las dudas, quiero decir entre las dunas.
Sí, todo acaba en la arena. Pero decíamos antes que la arena es la imagen del caos, de modo que también, en cierta forma, todo empieza en la arena. Se supone que el primer animal que respiró en toda la historia del Cosmos lo hizo en una playa de este planeta. Eso fue hace 438 millones de años. Nadie piensa en este tipo de cosas, pero a mí no me dejaba dormir cuál fue el primer animal que inhaló oxígeno, que abrió sus poros (pues no tenía pulmones ni branquias), recibió el alimento del aire y pensó vaya, parece que sobrevivo. Ese animal que salió del mar del Período Silúrico y respiró por primera vez lo hizo sobre la arena. De aquél pequeño animal vino el modo de relacionarnos con la atmósfera que tenemos ahora mismo. A mí suelen preocuparme las cosas que no le interesan a nadie, en las que nadie piensa, pero que me parecen fundamentales. Por ejemplo, ¿qué animal fue aquel? ¿Alguien lo sabe? Uy, les va a encantar la imagen. No se lo van a creer. La entropía se reserva estos chistes para contárselos en el duro invierno de la antimateria, cuando se instala más allá de los agujeros negros. El primer animal con respiración aérea fue una pequeña variedad del escorpión. Ahora se entiende todo mejor, ¿verdad?
Tiempo habla mucho sobre otra preocupación que desde niño que atosiga y me deja sin dormir por las noches. El origen y sentido último de la materia. ¿Saben? Yo iba para científico. Horribles profesores de matemáticas me lo impidieron. Hicieron que las aborreciera. Pero yo hubiera sido un científico decente. Mi inclinación a la ciencia se debe a que me horroriza la incertidumbre. Hace unos días me escandalizaba cuando leía en un libro de César Aira: “lo sé ciegamente, por entero, sin fallas, como la materia se sabe sus átomos”[4]. Ay, don César, cómo puede usted decir eso. La materia ignora por completo su composición. La mayoría de las personas, por ejemplo, cree que está compuesta de células, lo que sólo es una aproximación interesada. Las células evocan algo vivo, y por eso la gente sonríe pensando en su identidad de compuestos celulares. Bueno, supongo que ustedes piensan a veces en eso, en qué son, más allá de si son hombre o mujer; porque lo que son es aquello que les forma, no aquello que les preocupa. Yo llegué un día del colegio lleno de alegría, gritándole a mi madre que era un organismo multicelular. Mi madre me miró sin comprenderme. Esa es la imagen de mi vida, creo: lo que a mí me preocupa deja a los demás indiferentes. Termino con esto: señores, ustedes no son células. Ustedes son fermiones y bosones ordenados. Estas partículas forman los átomos de carbono, oxígeno, silicio, hidrógeno, calcio, nitrógeno y fósforo que les componen en un 98’5; el resto son trazas de hierro y yodo, y minúsculas cantidades de hierro, sodio, magnesio y otros minerales. Sí, todo eso se organiza luego en células, de acuerdo. Si son más felices pensándolo así, bien, por mí perfecto. Pero no olviden que ustedes son químicamente más parecidos al desierto que a una gota de agua. Les dijeron en la escuela, como a mí, que somos un setenta por ciento de agua, ¿verdad? Otra verdad interesada. El agua es un concepto hermoso, cálido, da la vida, refresca, alivia la sed. En realidad, señores, ustedes sólo comparten dos elementos con el agua, pero casi diez con los átomos que componen el Sáhara. ¿Se emparejarían ustedes con una persona con la que comparten dos cosas en común o con otra con la que comparten esas dos mismas cosas, y otras ocho más? No se engañen, ustedes serían felices con el desierto, en el desierto, como yo lo fui. Noté que mi composición orgánica estaba en su elemento. En cierta forma, estaba en casa. Yo era otro animal de respiración aérea que llegaba a la arena, insuflaba aire y se sentía muy vivo. Vivo como pocas veces me he sentido. Es una cuestión de partículas. Era un modo de canalizar mi obsesión por los elementos subatómicos. Llevo años durmiendo mal porque no termina de despejarse la incógnita del bosón de Higgs. Estoy a punto de hacer una colecta para que se terminen los problemas económicos y de otro tipo que han paralizado las pruebas del CERN, el Laboratorio Europeo de Física de Partículas, para llegar hasta el final en este tema. Desde niño me han fascinado los átomos y sus complicadas proposiciones teóricas. Y esta preocupación por las partículas subatómicas responde a una metafísica precisa, a una pregunta por el origen cabal de la realidad. Las partículas son lo incuestionable. A eso creo que se refiere el filósofo Víctor Gómez Pin cuando dice que “el electrón representa una suerte de reencuentro con lo sustancial”[5]. Aquí lo sustancial debe ser entendido en su anfibología, en su polisemia. Es la sustancia como materia, pero también lo sustancial en el sentido de lo importante, de lo fundamental. Me causa una tremenda tranquilidad saber que soy el resultado azaroso de un proceso subatómico, una explosión nuclear en miniatura, una implosión. Eso me hace entender mi combustión interna, mi inestabilidad, la radiación y el calor desprendidos inútilmente durante todos estos años. Para mí cada libro es una terapia, y Tiempo es una terapia química cuya causa original, disculpen el autoanálisis, pudo ser la quimioterapia de mi padre. Porque la muerte del padre, como ya dijo Lacan, nos deja solos ante el tiempo, nos coloca en la terrible lista de los siguientes aguardando turno ante la muerte. Ahí se sale del paraíso de la juventud y se entra en el desierto de la madurez. Tiempo habla un poco de todas estas cosas. Quizá las preguntas no les interesen, espero que al menos las respuestas sean de su agrado.
.
Notas
[1] M. Vicent, “Sáhara”, El País, 17/05/2009, contraportada.
[2] Eva Lootz, en Arena Internacional del Arte, nº 0, enero 1989, p. 94. Citado en Mª Carmen África Vidal, “Y… ¿Después de la postmodernidad? La escritura femenina”; en Rosa María Rodríguez Magda y Mª. Carmen África Vidal (eds.), Y después del postmodernismo, ¿qué?; Anthropos, Barcelona, 1998, p. 260.
[3] Giuseppe Penone, citado en G. Didi-Huberman, Ser cráneo. Lugar, contacto, pensamiento, escultura; Cuatro Ediciones, Valladolid, 2009, p. 53
[4] C. Aira, Diario de la hepatitis; Bajo la Luna, Buenos Aires, 2007, p. 20.
[5] V. Gómez Pin, Filosofía. Interrogaciones que a todos conciernen; Espasa, Madrid, 2008, p. 84.
[1] M. Vicent, “Sáhara”, El País, 17/05/2009, contraportada.
[2] Eva Lootz, en Arena Internacional del Arte, nº 0, enero 1989, p. 94. Citado en Mª Carmen África Vidal, “Y… ¿Después de la postmodernidad? La escritura femenina”; en Rosa María Rodríguez Magda y Mª. Carmen África Vidal (eds.), Y después del postmodernismo, ¿qué?; Anthropos, Barcelona, 1998, p. 260.
[3] Giuseppe Penone, citado en G. Didi-Huberman, Ser cráneo. Lugar, contacto, pensamiento, escultura; Cuatro Ediciones, Valladolid, 2009, p. 53
[4] C. Aira, Diario de la hepatitis; Bajo la Luna, Buenos Aires, 2007, p. 20.
[5] V. Gómez Pin, Filosofía. Interrogaciones que a todos conciernen; Espasa, Madrid, 2008, p. 84.
La arena será el punto terminal de lo "sólido", pero es el comienzo a la vez de otra realidad inexplorada que se entienden hacia el mundo subatómico, todo un misterio que no sé si la CERN podrá descifrar definitivamente. Nosotros formamos parte de sólo un 4% de materia ordinaria en el universo. El resto, 72% de energía oscura, y 23% de materia oscura. Ya Pitágoras, cuando hablaba de los "no-números" talvez se refería a esa otra realidad "oscura" que aún desconocemos en un 97%.
ResponderEliminarLa era cuántica, la era espacial y ciberespacial es el comienzo de un viaje(sin retorno posible) del hombre hacia su fin o a su verdadero comienzo(aquí pienso inevitablemente en el final de 2001 Odisea del Espacio)
Creo que no se trata de que las repuestas sean o no de nuestro agrado sino que el que las está contando,lo haga con relativa franqueza y represente su necesaria realidad.En todo caso muy bien argumentado y sin nada que objetar aún cuando cada persona nos proyectemos en nuestra propia dirección de realidad.
ResponderEliminarUn abrazo en cualquier caso!
Ya se percibe que el motor del poemario es la muerte del padre.
ResponderEliminarEn todo caso, es un sentimiento bastante contenido en el texto, lo que le da mayor belleza.
Por otra parte, y sí el Big Bang no fuera la respuesta. Qué revolución más hermosa se produciría en el seno de la ciencia.
Un abrazo y cuidado con la materia oscura.
Bueno, Vicente. Se puede matizar lo de que en el desierto no hay ningún camino. Puede decirse lo contrario. Que están todos. Y tú, con tus poemas, trazas un itinerario a través de él. Un camino. Supongamos que el lenguaje es un desierto. Un buen libro sería un camino para adentrarse en él (una guía de viajes), que no para atravesarlo; porque el desierto, como el espacio einsteniano (¿como el lenguaje?), es a la vez limitado e infinito.
ResponderEliminarRazón tienes, hautor, será por eso que tanto te quiero. El lenguaje es un desierto pero, a la vez, el desierto es un lenguaje, con todas las sílabas por llenar. Saludos.
ResponderEliminarExcelente presentación, Vicente, qué pena habérmela perdido (por estar en Suecia aquellos días).
ResponderEliminarAquí había hecho un comentario sobre el libro:
http://www.alfaguara.santillana.es/blogs/elhombre/2/blog-post/396/carrion-mora-falcon-3-poemarios-+-joe-crepusculo/
Un abrazo
Agustín
Gracias, Agustín, y gracias también por aquel post. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarNo se sienta usted tan raro, amigo, que a mí también me sacude de vez en cuando esa impresión de que lo que me desvela no le interesa a nadie. Pero no es verdad. A veces basta con variar un poco el periscopio. Comparto igualmente su curiosidad apasionada por el experimento del CERN, acaso el envite más lúcido que nunca se haya planteado desde el campo de la ciencia a la teología envolvente, esa atmósfera asfixiante a la que apenas parece afectar el cambio climático. Circula por algunos foros la especie de que el fallo en los laboriosos mecanismos de enfriamiento del gigantesco anillo pudo deberse a algún sabotaje más o menos vaticano. Quizás podamos unir este chisme, por su condición risible, a ese otro ¿insensato? temor de que el experimento pueda producir un agujero negro que se lleve por delante todos los cuerpos luminosos, incluidos los nuestros.
ResponderEliminarCuánta razón tiene en correjirle la frase, y sobre todo la idea, a Vicent (ya lo había hecho mucho antes, aunque sensu contrario, el profesor Valverde cuando lo de la defenestración de Aranguren, ¿recuerda? Bueno es usted muy joven, pero seguro que lo habrá leído por algún lado). Puestos a pensar en palabras matrioskas, no hay que olvidar qué función habita en de la voz "corazón". También el lenguaje, como materia que es, está formado de partículas subsignificantes. Lo que ya no sé es si eso significa que el lenguaje copia al mundo o es al revés.
Yo también amo el desierto (incluida "su secreta desolación sin nombre", por donde me parece que empezó Valente) y me provocan entusiamo (otra matrioska, aunque en este caso griega) las heroicas flores que crecen en él.
En fin, varias razones hay de peso para leer este Tiempo suyo que tantas sincronicidades promete (incluida la experiencia de la muerte del padre). Lástima que las horas sean en verdad arena que no deja de llenar el vaso de abajo. Gracias por el disfrute que me ha proporcionado su texto y disimule si en lo que le digo asoma alguna torpe pedantería (y un poco demasiado de verborragia). Son hilos que tiran unos de otros, y tampoco se va a poner uno en plan policial.
Para ir concluyendo, ¿cree usted que finalmente aparecerá la evidencia de la partícula de Dios, es decir, el rastro del bosón de Higgs? Al fin y al cabo, ya Nietzsche nos enseñó que Dios era una partícula privativa. Pero, como decía el otro día Maragall (perseguido por Millás en el colorín de El País), en plena lucidez de su olvido creciente y sin duda avispado por sus experiencias de inmaterialidad física, "ser ex es cojonudo". Lo cierto es que desde que leí la frase ando dándole vueltas a la hipótesis (probablemente descabellada como mía: otra de esas sospechas del nulo interés ajeno) de si ese casi palindrómico «ser ex» (la ruta natural completa sería "ser ex eres") podría resolver, al menos lingüísticamente pero también en el orden metafísico, la falacia lógica del viejo principio de no contradicción que tan letal ha sido para el desarrollo de las artes del pensamiento y la escritura. Intuyo que ese "ex" pone al ser bajo la luz del principio de incertidumbre. El gato fantasma y su limbo cuántico, ya sabe. Releo el sermón de García Calvo para refrescar silogismos. No sé si también le pasa, pero admiro mucho a los gatos (y más en estos días en que ando siguiendo las huellas del viejo Pangur Bán). En cambio, para convivir, como es fácilmente comprobable, prefiero los perros: son compasivos.
Ya vale. Un saludo cordial.
Pero una vez que se encuentre la part
ResponderEliminarícula de Dios, habrá que desentrañarla, y eso supone ir en busca de otra partícula y así sucesivamente. El Universo es infinito y creo imposible un planteamiento teleológico de toda esta aventura cuántica. Es probable que el Universo se un huevo cósmico dentro de otro huevo cósmico dentro de otro huevo...y así sucesivamente
como una cajita china...
Hola a todos.
ResponderEliminarEsto se anima (soy el mismo cgamez de más arriba, sólo que me equivoque de cuenta y por eso no aparece el avatar). Voy a colgar mis últimas reflexiones acerca de eso de las partículas elementales, calentitas desde la lectura de Nocilla Lab, donde AFM habla, a veces con gran profundidad, sobre este tema, que también Vicente utiliza como temática en su poemario.
Vaya por delante que esto es 100% especulación. Hace ya lustros que dejé la investigación, cansado de calcular blidajes para instalaciones nucleares.
No me fío del Big Bang. Eso de que los dos posibles modelos del universo estén tan cerca de las concepciones cíclica (oriental) y lineal (judeo-cristiana-musulmana) da que pensar. O todo fue siempre La guerra de las galaxias, o los mitos no estaban tan equivocados como la razón había creído, o hay mucho de metafísica en el invento. En este sentido, me cansa la búsqueda de la enésima partícula como muy bien apunta chema. Me recuerda a las continuas correcciones del modelo ptolemaico.
La ciencia ptolemaica era compleja. Y fue considerada la fundamental en su momento (no revisitemos a Aristarco, por entonces un perdedor sin pruebas empíricas). Pero tenían varios problemas: carecían de instrumentos de medida como los que se desarrollarían después y, sobre todo, basaban su ciencia en los movimientos de los objetos (cinemática). Para ellos la masa no era importante (nótese que en castellano, lengua románica, no se diferencia entre peso y masa por la influencia aristotélica en el latín). El gran cambio conceptual de la ciencia moderna es el concepto de masa (lo de Copérnico me parece un cambio, pero en la autoridad del conocimiento), que introduce Newton diferenciándola del peso, una fuerza.
A qué el rollo anterior (porque no es más que eso). Al hecho de que me parece que ahora nos centramos exclusivamente en una visión material de física. La de las partículas elementales. Aunque Einstein dejó claro que la masa no es más que una expresión de la energía (y ese concepto lo manejan con soltura los físicos teóricos), toda la teoría parece supeditada a la búsqueda de una serie de objetos materiales (partículas, quarks, que más da) que esconden las propiedades básicas de la materia. Por ejemplo la masa, que es lo que se quiere acotar con el Bosón de Higgs Pero, ¿y si ese fuera de por sí un error conceptual? ¿Y si deberíamos explicar el universo a partir de otras categorías? La energía por ejemplo, la emisión de radiaciones, el mundo invisible de las ondas/partículas de luz y los campos cuánticos (por decir algo, no lo sé).
Me temo que nos quedaremos con las dudas, la ciencia del siglo XXI tiene un metodo muy poco revolucionario (en el sentido de Kuhn) y hay demasiados intereses creados como para plantear una revolución conceptual del tipo que sea (no del tipo especulativo que yo propongo, eso está claro, sino con fundamentos científicos). Me temo que si no encuentran al amiguito del señor Higgs, algún teórico postulará que el error estaba en el hecho de que antes habría que encontrar un par de partículas más tal como apunta chema, y se pondrán a construir más aceleradores y a buscar los nuevos dorados del universo (una corrección que podríamos tildar de ptolemaica).
Un abrazo.
Espero encarecidamente que, llegado el momento, lamente más el hecho ineludible de pasar el testigo a mi hijo, que el de formar parte insignificante del desierto.
ResponderEliminarUn saludo
Saludos a todos y gracias por las aportaciones. Yo creo que, en realidad, el bosón de Higgs nos encontrará a nosotros.
ResponderEliminarCarlos, tu aportación la he visto después de mi comentario anterior. Si tengo tiempo te contesto después.
ResponderEliminarPor si os interesa, el filósofo José Luis Molinuevo ha hecho un interesante comentario de Tiempo en su blog:
http://joseluismolinuevo.blogspot.com/2009/10/tiempo-y-desierto.html
Saludos
Sospechosamente, la mayoría de los esquemas sobre la creación del universo, las manejaba cualquier tribu de cazadores, sin tener ni idea... el huevo cósmico, la expansión, la condensación, la división infinita... lo mismo que el final de los tiempos, el Ragnarok, el apocalipsis... así que me parece que no salimos nunca de los mismos esquemas humanos predeterminados.
ResponderEliminarY por cierto, el paso de unas medidas de ondas electromagnéticas y unas fórmulas matemáticas, a cuadros dramáticos y narraciones plásticas sobre el universo y sobre las pártículas atómicas resultan algo bastante falso que los científicos han usado para comunicar e impresionar, y nada más. Mediciones de onda y nada más..jaja
Estimado Vicente:
ResponderEliminarLlevo varias semanas sin visitarte a causa de una penosa enfermedad que me ha tenido postrada a mi pesar. Vuelvo y me encuentro, como siempre, con tan interesantes reflexiones sobre la sociedad y el mundo. A mí el desierto también me conmueve, y no vuelvas a decir eso de que lo que a ti te interesa no le interesa a los demás. ¿Acaso no ves que tus seguidores somos legión?
Un abrazo, maestro
Un poco en línea con este debate os dejo este interesante artículo:
ResponderEliminarhttp://www.tendencias21.net/El-cerebro-humano-no-puede-conocer-todos-los-universos-posibles_a3748.html
Carmen, agradezco tus palabras, pero como vuelvas a llamarme maestro te va a faltar España para correr... ;)) Saludos.
ResponderEliminarMás sobre medición de radiaciones, energía y la sugerencia de que tal vez si la iniciativa individual guía la ciencia, los resultados son más duraderos, aquí:
ResponderEliminarhttp://www.elpais.com/articulo/sociedad/telescopio/Fermi/rayos/gamma/refuerza/teorias/Einstein/elpepusoc/20091029elpepusoc_9/Tes
Mi querido y palpitante desierto:
ResponderEliminarMaravilloso texto.
Desde Cracovia, un fuerte abrazo.
Abel
Un enorme abrazo, Abel, desde el desierto (de lo) real.
ResponderEliminarDisculpa que no hable del texto de entrada ni de tu libro y que mi comentario sea completamente off topic. He visto que tienes elaborada una lista de escritores suicidas, publicada en una entrada de hace unos cuatro años. Allí se dice que Calvert Casey nació en Cuba. Casey nació en Baltimore en 1924.
ResponderEliminarSaludos.
Te agradezco el dato; la verdad es que debería actualizar esa lista, sobre la que ha ido pasando el tiempo. Quizá lo haga con motivo de la nueva novela de Álvaro Colomer, que me parece que aborda el tema del suicidio. Dentro de poco la leeré e intentaré comentarla por aquí. Saludos y gracias.
ResponderEliminar