Don DeLillo, Point Omega; Scribner, New York, 2010.
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The man thinks in cosmic scale. We know this.
Don DeLillo, Point Omega
El otro día uno de los administradores de la bitácora de Arcadi Espada señalaba este blog como muestra de uso de una jerga crítica incomprensible. Sinceramente creo que no es así en términos generales, pero hoy voy a disfrutar dándoles motivos de sobra. El concepto de sublime estético es uno de los más tratados desde su primera formulación, que creo realizada que por el filósofo griego Longino en su tratado Περὶ ὕψους. A pesar de su larga tradición, lo sublime no deja de reaparecer bajo las más diversas formas, disfrazado en otros tantos avatares: “sublime abstracto, sublime americano, sublime contemporáneo, sublime deconstructivo, sublime digital, sublime poético, sublime postmoderno, sublime tecnológico o sublime virtual son sólo algunos”[1], señala Domingo Hernández Sánchez a la entrada de su ameno y recomendable La comedia de lo sublime (2009), primer título de la nueva editorial independiente Quálea. Hernández Sánchez y Alberto Santamaría son dos jóvenes pensadores formados en la Universidad de Salamanca y que han hecho del concepto de sublime en su compleja relación con lo contemporáneo el eje de su investigación filosófica, imagino que influenciados por José Luis Molinuevo, quien también elabora incursiones en sus libros sobre cómo el sublime romántico ha perdurado en nuestro tiempo a través del tecnorromanticismo, residuo estético epocal que preña desde ciertas construcciones ciberfilosóficas hasta la estética del videojuego[2].
Se preguntarán qué tienen que ver estas consideraciones estéticas con la última novela de Don DeLillo, y la respuesta es todo. Para empezar, la novela se genera tras la contemplación de una obra de arte conceptual. Creo que el narrador omnisciente que cuenta el primer y el último capítulo es el propio DeLillo, amén de un personaje elíptico y secundario de la trama. En un artículo de Charles McGrath sobre el libro, DeLillo cuenta que Point Omega nace al visitar una instalación de Douglas Gordon en el MOMA en 2006, consistente en una enorme pantalla donde la película Psicosis había sido ralentizada hasta que su duración se alargaba hasta las 24 horas, convertida en un día entero. Aquí puede verse una muestra:
Esas visitas son descritas en el espléndido capítulo introductorio. A DeLillo la intervención de Gordon sobre la película le causa una viva impresión, como al narrador en off del relato, y va a verla durante cuatro días, en los cuales le sorprende el poco tiempo que aguantan los visitantes la contemplación de una cinta que parece detenida, pero que no lo está, y en la que sucede una forma de duración nueva. El novelista, que ya había visto la película en su formato común, descubre en esta lentísima proyección detalles en los que no se había fijado. Deduce que no estamos acostumbrados a mirar de verdad las cosas, y que hay todo un mundo en lo cotidiano del que prescindimos al mirarlo de pasada. Alcanza un sentimiento de “total alertness, eye and mind” (p. 101), o el personaje anónimo de su novela lo alcanza, y decide escribir sobre ello: el resultado es Point Omega, término que representa de forma simbólica el punto que está algo más allá de nuestra conciencia. Este capítulo introductorio y el final se llaman “Anonymity” 1 y 2, y da la impresión de que el propio DeLillo se ha disuelto en el anonimato del narrador.
Esta es la primera comunicación con los problemas estéticos, pero hay más. En el conflicto entre cierto tipo de sublime y el concepto de accidente contemporáneo se mueve buena parte de la narrativa de DeLillo y Point Omega en particular. Pensemos en el “airborne toxic event” que subvierte la vida de la pequeña ciudad de White Noise (1985, publicada en España como Ruido de fondo). Un escape tóxico a la atmósfera produce numerosos muertos y afectados, pero su resultado final son unos atardeceres inmarcesibles, unas puestas de sol de belleza tan extraña e inenarrable que los habitantes de la ciudad terminan las tardes en un paso elevado sobre la autopista, para contemplar mejor su luminosidad, olvidando que esa belleza cargada de partículas químicas tiene su antecedente en un episodio trágico (una de las más conocidas formas de lo sublime). Idéntica tensión hay en Falling Men y en otras obras del autor, y Point Omega no es una excepción. Incluso tiene su párrafo épico sobre el atardecer: “To Elster sunset was human invention, our perceptual arrangement of light and space into elements of wonder. We looked and wondered. There was a trembling in the air as the unnamed colors and landforms took on definition, a clarity of outline and extent” (p. 18). En la novela hay apenas tres personajes: el cineasta Jim Finley, el profesor y asesor militar Richard Elster, sobre el que aquél quiere rodar una película, y Jessica, la hija del profesor. La novela transcurre en el desierto californiano de Anza-Borrego (McGrath lo sitúa erróneamente en Arizona), del que mostramos unas fotos para que el lector se haga una idea del entorno, fundamental en la novela. Un lugar en el que el tiempo no se paraliza, sino que se convierte en “deep time, epochal time” (p. 72). La grandiosidad del espacio natural que rodea a la pequeña casa donde sucede la acción es el elemento anticlimático de la novela frente al discurso continuo de los protagonistas, enfrascados en conversaciones de corte metafísico que se interrumpen por la acción de la naturaleza, materializada en la rotundidad del alba, los atarcederes gloriosos, las lluvias torrenciales: “we went back to the living room and talked about what we were talking about when the sky broke open” (p. 39). Los protagonistas literalmente enmudecen ante lo natural, apenas pueden pensar (“it was hard to think clearly. The enormity of it, all that empty country”, p. 76), y precisamente aquí tenemos otra conexión con lo sublime. Dice Hegel, abordando el tema de la idea y la forma, que “la idea evoluciona en esta materia, intenta que sea su forma adecuada y apropiarse de ela. Pero dado que es aún desmesurada, no puede apropiarse de la materia natural, y hacérsela verdaderamente adecuada; por ello la trata de una manera negativa, intenta elevarla hacia ella y lo hace de una forma igualmente desmesurada, triturándola, violentándola y esparciéndose en ella. En esto consiste lo sublime”[3]. Si forzamos las palabras de Hegel y pensamos en el discurso como una de las materializaciones formales de la idea artística, podemos vertebrar una tensión que es justo sobre la que se asienta Point Omega. Una obra donde el flujo de ideas choca de frente, como en los poemas de Wordsworth, contra la grandiosidad de la naturaleza, produciendo la perplejidad absoluta y, también y como consecuencia, la incapacidad del arte para satisfacer nuestra necesidad de absoluto, como sentenció el propio Hegel en el mismo lugar[4]. En la novela de DeLillo la contemplación de la naturaleza dirige continuamente a los protagonistas al silencio, un silencio –como bien ha visto Hernández– que no debe ser confundido con la ausencia (La comedia de lo sublime, p. 194); parecidas montañas a las que dejaban perplejo al autor de The Prelude sumen en el mutismo a Jim, Richard y Jessica, como símbolo de que, en realidad, todo está ya dicho: Richard no puede contar, Jim no puede rodar, Jessica no quiere compartir. La amenaza de la naturaleza en estado salvaje es el fondo de todo, es el escenario gigantesco del que sólo se salvan cuando están dentro de la pequeña casa, donde las paredes ocultan las montañas. Entonces pueden intentar comunicarse, cuando la naturaleza no se (re)presenta en su brutal omnipotencia. En una esclarecedora imagen, el cineasta Jim se enmarca (“framed myself”) imaginariamente desde las montañas, comprobando su pequeñez, como símbolo de su carencia de importancia (p. 56). Santamaría ya explicó cómo para la estética estadounidense y su concepto de lo sublime el elemento espacial, el poder de la naturaleza, es consustancial a todo arte digno de tal nombre; a su juicio, en “el espacio cultural norteamericano desde el siglo XIX” lo geográfico es el factor más propicio a ser considerado como “lugar de apropiación de lo sublime”[5]. Casi en forma de respuesta, DeLillo escribe: “I tried not to think beyond geography, every moment defined by the desolation around us” (p. 81). Evidentemente, lo intenta pero no lo consigue.
Point Omega tiene puntos de contacto con otras novelas del autor. La reflexión sobre los haikus, especialmente importante a nuestros efectos porque los define como “human consciousness located in nature” (p. 29), recuerda a las que hacía sobre el espacio paginal de la poesía moderna el protagonista de Cosmópolis: son formas de humanizar de forma estética el espacio, de lograr ausencias reales[6] que llegan a su culmen cuando Richard, en el punto omega de Point Omega dice: “volvamos a la materia inorgánica. Esto es lo que queremos. Queremos ser piedras en un campo” (p. 53), donde la disolución inerte en la naturaleza hostil es ya absoluta. También repite DeLillo un detalle psicológico que había utilizado en White Noise: “A little later I watched Steffie in front of the TV set. She moved her lips, attempting to match the words as they were spoken” (White Noise; Penguin Books, New York, 2009, p. 84); “When she was a child, she used to move her lips slightly, repeating inwardly what I was saying or what her mother was saying” (Point Omega, p. 48, véase también p. 113). Hay un aire de familia en todos sus libros, pero Point Omega me parece –junto quizá con Body Art– la novela donde DeLillo va más lejos en el uso de la sutileza y la alusión, donde con más precisión hunde el bisturí en el decir exacto a fin de conseguir los máximos efectos con los menores recursos posibles: un desarmante y milagroso minimalismo metafísico y léxico. El crítico del New York Times habló de prosa becketiana. Imaginen el cruce exacto e imposible entre las prosas de Beckett, MacCarthy y Heidegger y por ahí está el último DeLillo.
Lo sublime ya no es lo que era. “Desde la doctrina aristotélica de la catarsis al libre juego de las facultades kantianas, o a lo bello como perfecta correspondencia entre el interior y el exterior en Hegel, la experiencia estética parece haber sido siempre descrita en términos de Geborgenheit, de seguridad, de ‘integración’ o ‘reintegración’”[7]; para Vattimo es con Heidegger y Benjamin cuando esa experiencia comienza a aparecer en los terrenos de lo no familiar, lo desarraigado, bajo la idea del extrañamiento y la “oscilación”. Cuando pienso en un novelista actual que represente a la perfección este arte oscilatorio y atento siempre a lo oscuro de nuestro interior, el nombre de Don DeLillo es el primero que acude a mi mente. La poética de DeLillo es una poética del mal, del malestar. Del desasosiego y el desequilibrio que originan la violencia y la muerte en nosotros, puesto que para DeLillo, como ya apuntase hace tiempo Eduardo Lago, el tema central es, desde luego, el del miedo a la muerte. Cada nueva novela es una sesión más de una terapia incesante para luchar contra ese miedo, que seguramente en vez de remitir se acrecienta, al ser más viejo DeLillo en cada novela. Creo que, para DeLillo, como para William Hazlitt, “hoy, lo sublime es en primer lugar una experiencia del misterio del mundo, un escalofrío metafísico, una gran sorpresa”[8].
Y su arte, es cierto, no nos sacia el ansia de absoluto. Pero casi:
“Antes de entrar en el interior Elster apretó mi hombro, diríase que de forma tranquilizadora, y yo permanecí en la terraza un rato, demasiado hundido en mi silla, en la noche misma, para alcanzar la botella de escocés. Detrás de mí, la luz de su dormitorio se proyectó hacia fuera, iluminando el cielo; y qué extraño parecía, la mitad del cielo acercándose, todas esas masas incandescentes incrementándose en número, las estrellas y constelaciones, porque alguien encendía una luz en una casa en el desierto, y yo lamentaba que él no estuviese ahí para escucharle hablar sobre esto, lo lejano y lo próximo, sobre lo que creemos que estamos viendo cuando no lo vemos” (p. 54).
[Relación con el autor reseñado: ninguna.
Relación con la editorial: ninguna.
Traducciones nuestras]
[1] Domingo Hernández Sánchez, La comedia de lo sublime; Quálea Editorial, Torrelavega, 2009, p. 11.
[2] “La industria cultural tecnorromántica es la solución para ello. Mito y modernidad tecnológica se unen en la creación de un mundo encantado, donde casi todo es posible ahora y desde luego en un futuro sin final aparente. Los sufrimientos de los seres de frontera son una atracción de feria. La violencia estetizada de los videojuegos, su hiperrealismo, anida en el fondo oscuro de lo sublime que ya detectó Burke: para el individualismo de masas no hay nada más fuerte estéticamente que una ejecución en directo, en el sentido literal de la palabra. El espectáculo del sufrimiento ajeno es el mejor medio de prevenir el aburrimiento propio”; José Luis Molinuevo, Magnífica miseria. Dialéctica del Romanticismo; CENDEAC, Murcia, 2009, p. 139.
[3] G. W. F. Hegel, Introducción a la Estética; Península, Barcelona, 2001, p. 160.
[4] G. W. F. Hegel, op. cit., p. 45.
[5] Alberto Santamaría, El idilio americano. Ensayos sobre la estética de lo sublime; Ediciones Universidad de Salamanca, 2005, p. 13.
[6] Sobre esto, véase V. L. Mora, “Introducción. Las ausencias reales”, Pasadizos. Espacios simbólicos entre arte y literatura; Páginas de Espuma, Madrid, 2008, pp. 11ss.
[7] G. Vattimo, “El arte de la oscilación”, La sociedad transparente; Paidós, Barcelona, 1996, p. 143.
[8] Citado por Alberto Santamaría en “La escritura del suceso. El poema y la revisión de lo sublime”, en Antonio Notario Ruiz (ed.), Estética: perspectivas contemporáneas; Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 2008, p. 204.
Ganazas de leerla. DeLillo escribe los mejores párrafos de la literatura actual. Pero esto no es una boutade. Es una prueba. Página 304. White Noise.
ResponderEliminarOur pretense is a dedication. Someone must appear to believe. Our lives are no less serious tan if we professed real faith, real belief. As belief shrinks from the world, people find it more necessary than ever that someone believe. Wild-eyed men in caves. Nuns in black. Monks who do not speak. We are left to believe. Fools, children. Thoue who have abandoned belief must still believe in us. They are sure that they are right not to believe but they know belief must not fde completely. Hell is when no one believes. There must always be believers. Fools, idiots, those who hear voices, those who speak in tongues. We are your lunatics. We surrender our lives to make your nonbelief possible. You are sure that you are right but you don’t want everyone to think as you do. There is no truth without fools. We are your fools, your madwomen, rising at dawn to pray, lighting candles, asking statues for good health, long life.
You’ve had a long life. Maybe it works.
Todas las fotos son del desierto de Anza-Borrego, por cierto, incluida la primera del atardecer.
ResponderEliminarMe ha resultado tan placentero el paso por aquí que por un momento he conseguido olvidar el tremendo dolor de espalda que me aqueja. Lo del romanticismo de Molinuevo suena bien. Qué buena reseña, Vicente, eres el mejor!
ResponderEliminarSi llevas tiempo por aquí, RW, ya sabrás que los cumplidos me ponen nervioso. Prefiero que me digas "Mora, no tienes ni idea", que es lo que hacen los antiguos en el blog; yo sabré a lo que te refieres y los trols habituales del lugar sonreirán complacidos y no se molestarán (más de lo molestos que ya vienen de fábrica). Saludos y gracias.
ResponderEliminarDentro del registro polisémico, cuando hablas de "una esclarecedora imagen, el cineasta Jim se enmarca (“framed myself”) imaginariamente desde las montañas, comprobando su pequeñez, como símbolo de su carencia de importancia." En inglés "to frame" también quiere decir engañar, es decir, en este caso, asímmismo, se engaña. O no,¿Holderlin y el rey y el mendigo?
ResponderEliminarSupongo que será mucho más oscura que Body Art, pero me gusta mucho ese estilo tan desnudo, y parece buena, por lo que dices.
Respecto al tamaño, a la escala, recuerdo que un personaje de Los trazos de la canción, Arkady, hablaba de la tragedia para Australia que había supuesto ser colonizada por un país pequeño sin mentalidad adecuada para los espacios grandes, como los rusos.
El arte contemporáneo, con muchas excecpciones (Richard Long, Hamish Fulton, Andy Goldsworthy,etc ), es casi siempre una reflexión para urbanitas, en las que las ideas de tiempo y espacio son transformadas (y ahí Douglas Gordon es un buen ejemplo)con ejemplos de la realidad a una escala sobredimensionada para los parámetros habituales, con lo que se consigue ese extrañamiento del mundo que un contacto directo con la naturaleza suele invalidar. Pero se trata de contextos. Por lo que dices, aquí DeLillo extrae a los protagonistas de una no-vida y los enfrenta a una presencia de otro tipo de horror, del que ya eran portadores, pero que ahora ven como su propio atardecer nuclar.
Fuuuiii. Me he pasado de largo. Un saludo y hasta otra.
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c.m.
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Me han entrado unas ganas locas de leer a DeLillo, y también los libros que mencionas de Domingo y de Molinuevo, quienes, por cierto, me dieron clase en la universidad de Salamanca y, junto al Magister Musicae, Antonio Notario, hacían de la Estética algo muy muy interesante...
ResponderEliminarPD: No creo que la jerga sea incomprensible, más bien rigurosa y accesible, combinado que sin duda exige mucho esfuerzo, y eso se agradece. Discúlpame el elogio XD
No te enojes conmigo ni te pongas nervioso, Vicente, decir que eres el mejor no es más que decir que perdono tu lejanía, pero si lo prefieres así, no tienes ni idea, Mora.
ResponderEliminarPues ala, agur!
No me he enfadado, RW, disculpa si te lo ha parecido. Saludos y gracias por la reflexión, Carlos.
ResponderEliminarPues sí, tiene muy buena pinta... Deseando leerlo.
ResponderEliminar"El cruce exacto e imposible entre las prosas de Beckett, MacCarthy y Heidegger".
Leí hace poco "Ruido de fondo", en la nueva edición de bolsillo, y todavía sigo impresionado. Es una maravilla. Lo que dice Alvy Singer de que escribe los mejores párrafos de la literatura actual me parece totalmente cierto. El primer capítulo de “Falling Man” es de los textos más impresionantes que he leído en mucho tiempo. Lo puedes leer veinte veces que no pierde el misterio. Sin embargo, después el libro se me acabó cayendo de las manos. Y también me ha pasado con otros suyos, no sé por qué. Quizás requiere demasiado esfuerzo sostenido...
En cuanto al tema de lo sublime, no puedo evitar poner unos párrafos de Kant que me gustan mucho y que creo que vienen a cuento:
"La vista de una montaña cuyas nevadas cimas se alzan sobre las nubes, la descripción de una tempestad furiosa, o la pintura del infierno por Milton producen agrado, pero unido a terror; la contemplación de campiñas floridas, valles con arroyos serpenteantes, cubiertos de rebaños pastando, y la descripción del Elíseo o la pintura del cinturón de Venus en Homero, proporcionan también una sensación agradable, pero alegre y sonriente. Para que aquella primera impresión ocurra en nosotros con fuerza apropiada debemos tener un sentimiento de lo sublime; para disfrutar bien de la segunda es preciso el sentimiento de lo bello. […]
La noche es sublime, el día es bello. En la cama de la noche estival, cuando la luz temblorosa de las estrellas atraviesa las sombras pardas y la luna solitaria se halla en el horizonte, las naturalezas que posean un sentimiento de lo sublime serán poco a poco arrastradas a sensaciones de amistad, de desprecio del mundo y de eternidad. El brillante día infunde una activa diligencia y un sentimiento de alegría. Lo sublime conmueve, lo bello encanta. [...]
Un largo espacio de tiempo es sublime. Si corresponde al pasado, resulta noble; si se le considera un porvenir incalculable, contiene algo de terrorífico. Un edificio de la más remota antigüedad es venerable. La descripción hecha por Halles de la eternidad futura infunde un suave terror; la de la eternidad pasada, un asombro inmóvil.”
(Kant, “Lo bello y lo sublime. La paz perpetua”, Espasa-Calpe, Madrid, 1946, pp. 13-14.)
Un saludo.
Me ha fascinado la descripción de cómo DeLillo encuentra la inspiración al contemplar la película ralentizada de psicosis. Me pregunto por qué encontramos más bello aquello que trasncurre lentamente que lo veloz.
ResponderEliminarEsos personajes me dan una sensación terrible de incapacidad e inutilidad. Tienen el paisaje delante y no saben hacer nada en él, nada más que contemplarlo y teorizar neuróticamente. Pura impotencia; da pena.
ResponderEliminarTal problema no lo tienen los personajes de Macarthy, quienes sí saben qué hacer. Chatwin también sabía qué hacer, Theroux, Hemingway, Herzog... La naturaleza hay que penetrarla; lo cual requiere un aprendizaje; saber perdido para los urbanitas, que conlleva la impotencia. También es curioso cómo sirve la terminología sexual para el caso.
Paul Auster se nota es otro que tampoco sabe qué hacer en el paisaje, ni sus personajes por mucho que lo intentan, sea en Central Park (El Palacio de la luna) o en el desierto de Nuevo México (El libro de las ilusiones); otros inútiles..jeje...; de ahí igualmente su lloriqueo permanente y el de sus personajes.
Creo que la "inutilidad" de los personajes de DeLillo tiene muy poco que ver con la de los personajes de Auster. De todas formas, quizás debieras esperar a leer el libro para juzgar tan duramente a sus caracteres, Manolo. Saludos.
ResponderEliminarEste blog es clarividente, la crítica literaria aquí se desgrana, para el que quiera entender.
ResponderEliminarNo es un cumplido, si te pones nervioso, tómate un valium Vicente.
Seguro que llamas "trolls" a los que entran y te dicen verdades que no te agrada escuchar ;)
ResponderEliminarUn poco, pero hay trolls y trolls... ;)
ResponderEliminarVicente, ¿sabrías cuándo se publicará esta novela en España? De momento no la he encontrado por ningún lado, lo que me hace pensar que no se ha traducido aún. Saludos paisano.
ResponderEliminarTengo entendido que se publica a lo largo del año en Seix Barral, paisano. Un abrazo.
ResponderEliminarCreo que alguien que no hubiera visto en su formato "normal" la película -24 fotogramas por segundo– hallaría más matices nuevos si la ve así después de verla en el formato de las 24 horas que no a la inversa.
ResponderEliminarPingüe
Esta sí que es una bella reseña. La explicación de lo sublime y todas las referencias culturales que aportas enriquecen y elevan este post a la categoría de arte, y lo digo en serio, Vicente.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, gracias.
Pues muchas gracias, María José. No te pierdas el libro cuando aparezca en septiembre en España traducido por Seix Barral.
ResponderEliminarLa leeré, seguro. Gracias
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