La
línea ballardiana
Sergi de Diego Mas, E-mails para Roland Emmerich; Honolulu Books, Barcelona, 2012
Rubén Martín, Radiografía del temblor; Renacimiento, Sevilla, 2007.
Raúl Quinto, Ruido blanco; La bella Varsovia, Córdoba, 2012
Hay ruido
demasiado ruido
Javier Moreno, Cadenas de
búsqueda
Pero donde hay asombro, hay esperanza.
Rubén Martín, Radiografía del
temblor
¿No es este el tiempo de la razón ardiente?
Guillaume
Apollinaire
Aunque muchos somos los ballardianos, es
extraño ver huellas del visionario inglés en textos actuales, aunque sí parecen
rastreables en los casos de Rubén Martín (Granada, 1980), Luis Gámez (Córdoba,
1981), Raúl Quinto (Cartagena, 1978) y Sergi de Diego Mas (Barcelona, 1975),
que como puede comprobarse tienen una edad muy similar. Aunque todos ellos
tienen presente al autor británico en sus trabajos, es Sergi de Diego Mas quien
lleva a cabo en su poemario E-mails para
Roland Emmerich (2012) un homenaje en toda regla. Numerosas influencias son
rastreables en este primer poemario (de David Foster Wallace a David Lynch, de
las letras de Sonic Youth al cine de Tarkovski), pero la ballardiana destaca
sobre todas: si Ballard habla de “ese elaborado holograma llamado realidad”[1], S. de Diego Mas
completa diciendo que “la única realidad es que ya todo es ficticio” (ERE, p. 69), y cita también hologramas,
como luego veremos. Simulacro referencial, sexo degradado, residuos de la era
tecnológica y poesía devastada se encuentran remezclados en un primer libro
prometedor y diferente.
Rubén Martín, en Radiografía del temblor (2007) y Raúl Quinto en Ruido blanco (2012) llevan a cabo lo que
podría entenderse como un diálogo directo, que por la línea ballardiana
encuentra un tercer interlocutor en de Diego Mas. Entre los tres poemarios se
ven algunos puntos de contacto: la desconfianza hacia la ciudad como núcleo
humano afectivo y acogedor; la denuncia de la videovigilancia y la
deshumanización técnica, y la conversión socioeconómica de los seres humanos y
sus cuerpos en máquinas productivas: “el alma es un parásito en la maquinaria
perfecta del cuerpo” (RQ, Ruido blanco,
p. 33); “en el parque hay hologramas en blanco / y negro jugando al baloncesto”
(SDM, ERE, p. 23) “somos máquinas que
duermen su temor a sí mismas” (RM, Radiografía
del temblor, p. 29). Utilizan un ambiente descriptivo donde el tono
visionario o la razón ardiente mencionada
por Apollinaire se imponen como ejes discursivos. Además se advierte un
generalizado uso de la terminología quirúrgica, la imagen de las ondas de radio
(“tranmisiones de radio: una señal / emite todas las frecuencias”, RQ, RB, p. 11; “una emisora perdida /
retransmite lo que somos / en el limbo de las interferencias”; RM, RT, p. 40), de las estrellas muertas aún
visibles (SDM, ERE, p. 58; RQ, RB, p. 43); y de los límites entendidos
como cicatrices y las cicatrices como límites. A lo anterior hay que sumar los
denominadores comunes del tono apocalíptico, la imagen violenta, la estética televisiva,
la omnipresencia de residuos técnicos y de basura, así como la semántica de la
radiación nuclear, estilemas todos marcadamente presentes en la obra de Ballard
y casi señas de identidad de su narrativa.
Teniendo en cuenta la potencia simbólica de
la obra ballardiana, cuya recepción en la literatura en castellano (pienso en
Rodrigo Fresán, Javier Fernández[2] o Javier Calvo[3], por ejemplo,
además de en los autores citados) aún está por estudiar, entiendo que esta
línea ballardiana de la poesía española representa en la lírica, con notable
acierto, la parte más negra y desesperanzada de nuestra realidad actual, los
excesos de la tecnología y el sistema de consumo y la angustiosa sensación terminal y de fin de época que nos rodea.
Carlo Padial
Erasmus, orgasmus y otros problemas; Libros del Silencio,
Barcelona, 2012
No pude tener acceso a Dinero gratis, el primer libro de Carlo Padial (Barcelona, 1977),
pero voces autorizadas me hicieron saber que era un debut notable. En Erasmus, orgasmus y otros problemas, su
primera novela, Padial demuestra tener varias dotes infrecuentes: un sentido
del humor polifacético y hondo que podría emparentarle con una escogida tradición
de estilistas de la mofa (Mihura, Jardiel Poncela); una fina capacidad de
análisis social y de observación caracteriológica, e inteligencia para encarnar
ideas y ponerlas a chocar unas con otras en situaciones descacharrantes. Padial
es algo más que un humorista y el acertado capítulo final del libro, un monólogo
balbucido por un desharrapado que abandonó su vida pequeñoburguesa, le sirve
para distanciarse de su facilidad para la broma y demostrar que, ante todo, es
un escritor culto, dotado y consciente. Su ironía y corrosión no están puestos de
forma simple al servicio de una retranca avasalladora (que tiene algunos clímax
desopilantes, como la relación entre la orgasmática Karla y el “poeta español
contemporáneo”), sino que tiene un trasfondo ético, moral: la descripción del cul de sac de la sociedad europea en
general y española en particular, perfectamente simbolizada a través de la
inteligente relación que teje Padial entre la idea de Europa y las angustias
sexuales de los protagonistas. Europa como trauma sexual: una idea bergmaniana
que emparenta a Padial más con el humor exquisito de un Chesterton que con las
bromas tipo club de la comedia con
que algunos, inexplicablemente, le emparentan. El humor español está alcanzando
gracias a nuevas voces como Miguel Noguera o Carlo Padial unas saludables cotas
de excelencia y complejidad, capaces de dejarnos desnudos ante la realidad brutal
y frustrante en la que nos hemos ido introduciendo sin ser del todo conscientes
–o sí–. Padial es el narrador que con más convicción e inteligencia está
contando el Despertar del Sueño Europeo en el que hemos vivido hasta ahora. Leánle,
disfruten de su agudeza, despierten del ensueño al menos con una sonrisa.
Mario Crespo
Biblioteca Nacional; Eutelequia, Madrid,
2012.
Biblioteca Nacional es un libro atractivo para los amantes de los
estudios de campo literario, en la línea de Pierre Bordieu. Es curioso cómo en
esta novela Mario Crespo intenta desundergroundear
el underground español, tejiendo sagaces
relaciones de campo: la introducción de Vila-Matas y Jorge Carrión como
personajes de la trama, por ejemplo, o solicitando a Eloy Fernández Porta un
texto para contraportada. De esta forma se busca legitimación para que su
propia literatura y la de algunos sus amigos llegue al centro del mundo literario en igualdad de condiciones. Este es uno
de los aspectos más curiosos de esta novela, centrada en el tema del doble y
con un exceso de meta-referencias que a veces lastra, por el juego
autoficcional, la resolución literaria. Crespo narra bien, pero quizá sería
deseable más ambición compositiva y estilística. A su favor, la creación efectiva
de personajes y la ambientación de escenas, que hacen el libro legible y
creíble, lo que no es poco teniendo en cuenta que Biblioteca Nacional es una extraña especie de realismo fantástico o con pinceladas de literatura fantástica.
Bruno Galindo
El
público;
Lengua de Trapo, Madrid, 2011
Meritoria esta novela de Bruno Galindo, donde
el autor demuestra que sabe narrar y que posee unas dotes poco comunes para la
observación sociológica. La historia es interesante aunque peca de aquello que
busca denunciar: la sobreabundancia de elementos “brillantes”, que conforman su
novela como un objeto de consumo de lujo.
Los guiños posmodernos, el cuidado diseño, la fría y brutal autoconsciencia con
que la obra está escrita son piezas de relumbrón que tejen un collar suntuoso
junto a hallazgos de lenguaje y de descripción colectiva. Un ajuar esplendente
que acaso deslumbra más que cautiva. Dejando de lado esta inquietante
contradicción, El público es una
novela notable, bien escrita y construida (quizá demasiado construida, hubiera sido deseable que los engranajes de
la ficción permaneciesen más invisibles), con caracteres reconocibles pero
nunca estereotipados, que será más que útil en el futuro para entender la
sociedad de principios del siglo 21. Muy recomendable por su mirada fresca y
diferente y por su voltaje discursivo.
Lina
Meruane
Las
infantas (Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2010)
Sangre en el ojo (Caballo de Troya, Madrid, 2012)
Dos de las narradoras en castellano que más
me gustan son chilenas; una es la enorme Diamela Eltit; la otra es una de sus
sucesoras naturales, Lina Meruane. He leído con bastante retraso Las infantas (Eterna Cadencia, 2010,
publicada en Chile en 1998), que me ha interesado mucho por su hibridez
genérica, su visión enfermiza y degradada de la sexualidad y su cuidada
escritura en carne viva. Aunque está presentada como un conjunto de cuentos,
por el tono común y la presencia repetida de las dos hermanas lúbricas e
incestuosas puede ser entendida también como una novela “rota”, sincopada, que
resiste una lectura desde las narrativas
oposicionales de Ross Chambers, en cuanto re-cuento alternativo de viejas
historias y mitos avistados desde una feminidad muy diferente a la tradicional.
Algunas de sus partes son soberbias.
Sangre
en el ojo es una autoficción dura, con momentos devastadores, donde la presencia
de Eltit es más perceptible. Pero a diferencia de la clásica deshumanización que
se ha apuntado como característica de Eltit, Meruane rehumaniza el dolor y dota
de sentimentalidad al cuadro clínico presentado (una tremenda dolencia ocular),
hasta rescribir desde la afectividad una vida entera a través del sufrimiento.
Supongo que esta imagen habrá sido usada hasta la saciedad para este libro,
pero la ceguera puntual de Meruane le obliga a ver, a verse, de un modo mucho
más minucioso y completo, sub aespecie
universalis, revisando cuidadosamente su realidad desde todos los ángulos y
bajo diversas lentes, percibiendo con todo el cuerpo. Sangre en el ojo es una novela spinoziana, de pulidora no ya de
lentes sino de retinas, con una habilidad asombrosa para unir extremos y objetos
y sentimientos aparentemente lejanos dentro del mismo relato. He aquí un
párrafo magistral donde describe su sensación ante el Palacio de la Moneda, el
lugar donde fue abatido Allende: “le dije también que estaba pensando en las
esquirlas del golpe, tantas esquirlas carcomiendo el hormigón con su ácido. Y
pensé también, pero esto ya no se lo dije, que esos muros lo habían presenciado
todo pero estaban ahora vendados por una gruesa capa de hollín que se
desprendía, apenas, cada muchos años, durante los terremotos” (p. 77). Esta
obra está llena de hallazgos como éste. Es una joya consistente, hecha de
sangre y vísceras como un ojo, pero que como un ojo nos ayuda a mirar.
[Relación del crítico con todos los autores reseñados: ninguna o mera correspondencia sobre sus libros. Relación con las editoriales: ninguna]
[1]
J. G. Ballard, Fiebre de guerra;
Berenice, Córdoba, 2008, p. 151.
[2]
Javier Fernández (Córdoba, 1972), no sólo muestra influencias de la obra
ballardiana en Cero absoluto (2005),
sino que además ha sido editor y traductor del narrador británico.
[3]
Manuel Vilas y Albert Fernández han visto el legado ballardiano en el escritor
barcelonés; confróntense http://manuelvilas.blogspot.com/2008/11/el-texto-de-javier-calvo-en-odio.html
y http://www.go-mag.com/es/cultura/libros/javier-calvo_r2457/.
Hola.
ResponderEliminarCreo que es muy interesante el contenido, imaginado desnudo (aunque esto sea de hecho imposible), de su crítica; y creo que es muy interesante que el propósito de anunciar belleza termine siendo una autoconstrucción tan bella como aquello a lo que alude.
Un saludo.