Jean Rolin, La cerca; Sexto
Piso, Barcelona, España, 2012.
Esta excelente obra,
a caballo entre la crónica y la ficción, tiene dos partes; cada una de ellas se
abre con un texto en cursiva donde el narrador o cronista establece el emplazamiento
elevado –una habitación de hotel– desde el cual observa o cerca el territorio geográfico para transmutarlo en narrativo. Su
posición, pues, es la del francotirador (“si dispusiera de un fusil con mira
telescópica”, p. 11), la del observador lejano y experto, profesional, aunque luego
veremos que Rolin desciende, y hasta qué punto, a ras de suelo y se mezcla con
gentes de todo pelaje y condición. La obra posee dos niveles de significación y
de trama: el primero describe las andanzas históricas del mariscal Michel Ney
las semanas antes de la batalla de Waterloo; el otro está situada en nuestros
días y en París, y resulta interesantísima: se trata de una análisis
sociogeográfico de las zonas de apertura de la ciudad estableciendo una
relación directa con las personas que la pueblan y el modo en que el espacio
(pre)determina o condiciona su vida. En los alrededores del Bulevar Ney, que
toma nombre del mariscal napoleónico, Rolin establece explícitamente (p. 29) lo
que Foucault llamaba un dispositivo, “entendiendo con este término el
conjunto de las instituciones, de los procesos de subjetivación y de las reglas
en que se concretan las relaciones de poder”[1],
según Agamben. Y en efecto, siguiendo el modelo foucaultiano, Rolin describe
narrativamente cómo el poder central y el económico, materializados en las
avenidas de circunvalación parisinas, se construyen como un brutal dispositivo
urbanístico alrededor del cual los personajes que retrata intentan desarrollar
residualmente sus existencias entre escombros, tratados como escoria o residuos
sociales. El cemento y el hormigón por el que circulan los coches a toda
velocidad es un obstáculo continuo para la habitabilidad y la convivencia, que
endurece las relaciones en torno, así como una forma de tapar errores urbanos
(p. 95). La vigilancia se desmaterializa en televigilancia (p. 81). Las
ventanas se insonorizan (p. 75) y los hombres, según Rolin, se insensibilizan. Lee las rondas de circunvalación como elementos de desestructuración social y las zonas muertas del urbanismo como pólipo; no en el sentido canceroso, sino el zoológico: como formas de acumulación de vida en ambientes inhóspitos. Es conmovedor cómo incluso en esas circunstancias los parias económicos o
sociales (inmigrantes, personas despedidas de 40 trabajos como Gérard,
prostitutas, antiguos delincuentes, etc.) que habitan estas zonas devastadas persiguen
afianzar su humanidad y encontrar resquicios de belleza en los recovecos
dejados por las inmensas carreteras: “encima del caballo en movimiento, una
chiquilla inevitablemente llena de gracia ejerce diversas figuras (…) todo ello
sin que el caballo deje de dar vueltas, el látigo de restallar y la circulación
de fluir por el periférico encima de nosotros” (p. 50). Rolin enlaza con
maestría la ambientación de Waterloo con la escenografía urbana de pesadilla,
como si el horror dinámico de las huestes napoleónicas arrasadas en la batalla
hubiese sido sustituido por el horror estático y permanente de plazas
inaccesibles para los peatones, ruidos atronadores o enclaves “con sus montones
de residuos, sus charcos de aceite de coche y otros fluidos corrosivos, sus
coches destrozados y calcinados o descuartizados y los restos desperdigados de
vidas rotas” (p. 79). El estratega urbano que recorre la ciudad (nada de flanêur,
más bien vigía) toma posiciones de observación como el ejército inglés tomaba
las colinas hoy belgas defendidas por Napoleón; su objetivo, como el de aquellos
generales, no es otro que atalayar los movimientos de los soldados/habitantes;
“a la misma hora, viniendo de La Chapelle, estaba yo procediendo a un reconocimiento
de las posiciones alcanzadas por el imperio de lo virtual al este de la avenida
Président Wilson” (p. 81). Como en toda guerra, parece decírsenos, el resultado
es el yermo final, el inhabitable campo de batalla repleto de heridos y cuerpos
destrozados. Como en todo ejército actual, la infantería de la periferia se
puebla de inmigrantes que persiguen la ciudadanía. Como en las milicias
antiguas o en los naufragios de transatlánticos, mueren primero los de tercera
clase. La impresión general es que Rolin describe, soberbia y fríamente, la
clausura (uno de los significados de Clôture,
título del libro) de la civilización europea tal y como la conocíamos hasta
ahora.
.
[Relación con autor y editorial: ninguna]
[1] G. Agamben, “Qué es un dispositivo”, Sociológica, año 26, número 73, mayo-agosto 2011, [pp. 249-264], p.
256.
Todo un descubrimiento la de este gran escritor, Vicente. He leído la obra del hermano, una novela muy interesante llamada la invención del mundo, escrita por su hermano. Espero poder encontrarla prontamente. Un abrazo desde Lima, Perú donde nos pudimos conocer gracias a la conferencia que brindaste...
ResponderEliminarEstimado Vicente:
ResponderEliminarRealmente todo un descubrimiento este genial escritor. Había tenido la suerte de leer al hermano, Olivier, en una pretenciosa y gran novela llamada "La invención del mundo". Gracias por el ensayo y un fuerte abrazo desde Lima,Perú donde tuve la suerte de conocerte en la conferencia q brindaste...
Muchas gracias. Al hermano no lo conozco yo :) Bueno, así, gracias a este puente aéreo entre Perú y España, vamos conociendo a toda la familia. Abrazos
ResponderEliminarGrandes descubrimientos estos notables escritores, y hermanos. Yo sólo he leído un poemario de un primo de ellos. Seguramente no lo conocerás, Vicente, incluso estoy dudando de que el parentesco sea demostrable. El poemario se llama "52 poemas de amor y desasosiego" y, ahora que caigo, lo he escrito yo. Además, comprendo que no tengas tiempo para leerlo.
ResponderEliminarTodo es broma. Sólo una excusa para desearte un buen año. Saludos
:) no te preocupes, Antonio. Bienvenido a la familia Rolin y feliz año para ti también.
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