César Rendueles, Sociofobia; Capitán Swing Libros, Barcelona, 2013
Con los reparos
que luego señalaremos, no cabe dudar que Sociofobia
es un libro interesante y, como luego explicaremos, es un texto necesario
aunque se discrepe de sus tesis. Hacen falta ciertos conocimientos para
comprenderlo por entero, pero el ensayo está construido de una manera
inteligente, sembrado de símiles o ejemplos cercanos a la cultura popular, que
lograrán que el lector no versado en las profundidades de la crisis de las
ciencias sociales o en las sutilezas de la filosofía ética contemporánea no se
sienta expulsado del libro. Rendueles desarrolla dos ideas clave, la sociofobia
(una tendencia que, bajo disfraces comunitaristas, esconde a juicio del autor
un profundo odio a lo que de verdad significaría
la sociabilidad bien entendida), y el ciberfetichismo como falsa utopía digital
de nuestro tiempo. Rendueles afronta bien el problema estructural (un sistema
que hace aguas, pero que la sociedad no se atreve a cambiar por otro), y lo
hace con solvencia intelectual y con puntual contundencia.
El
ciberfetichismo, aunque Rendueles no nos brinda una definición, sino que va
exponiendo sus componentes por partes, sería una tendencia difusa que ve en
Internet la solución a muchos problemas, sin haber hecho una evaluación real de
esos problemas. Una especie de solución que viene a ser un problema mayor. “El
fetichismo de la red”, dice Rendueles, “elimina de la ecuación social los
grandes conflictos modernos y, de este modo, pretende convertir un inmenso
problema en una solución” (p. 130). Estos fanáticos de la red –lástima que
Rendueles no cita nunca a quién o quienes se refiere, y luego volveremos a este
problema de argumentación– sostendrían ideas insostenibles por completo, pero
que son bien acogidas porque su falso utopismo parece ofrecer soluciones
positivas a una realidad triste y en crisis que carece de ellas. Su presunta
“democratización” esconde en realidad, según el autor, otras tendencias muy
diversas y contradictorias, que no pocas veces tienen un inquietante aire de
familia con la desregulación neoliberal (véanse pp. 70ss). La cuestión es que
estas ideas de Rendueles no son del todo nuevas; ya sosteníamos hace siete años
que “humanidad uniformada” por las nuevas tecnologías “no es lo mismo o es lo
contrario que humanidad unida. La
interacción no implica afectividad ni ecumenismo, como no los implican las relaciones
diarias (y tan estrechas) de carcelero y preso” (Pangea; 2006, p. 219). Más adelante criticábamos la
“ciberfilosofía” (que sería la parte teórica del ciberfetichismo denunciado por Rendueles), tildándola de
“caricatura” y evidenciando su “vestidura paracientífica” (p. 250), para
criticar después los falsos utopismos que se referían a Internet como
“humanidad sin masa”, entre otros fetiches incontrastables. Otra cuestión
abordada por Rendueles, la fragmentación personal posmoderna, también estaba
tratada y criticada en el mismo lugar (pp. 58-60). Con esto no quiero decir “ya
lo vimos antes”, porque otros lo vieron mucho antes que yo, sino que estoy de
acuerdo con el diagnóstico del ciberfetichismo que hace Rendueles, pero
discrepo de su modo de argumentarlo.
A mi juicio, la
mejor forma de desactivar estas zarandajas pseudo-utópicas es mostrarlas,
reproducirlas y dejar que fenezcan de inanidad por sí mismas. Por eso entrecomillaba
en Pangea varios de estos desmanes, con
nombres, apellidos, ediciones y número de páginas. Pero en Sociofobia me he encontrado con la sorpresa de que Rendueles combate
una realidad indeterminada y difusa; no cita a qué pensadores se refiere; ignoramos
si todos los internautas son culpables de los cargos señalados, o si algunos
–como él– quedan al margen; nos quedamos sin saber quién ha sido el fenómeno
que ha sostenido, por ejemplo, que “India pasará directamente del campesinado
expropiado, aún marcado por el sistema de castas, a una sociedad igualitaria de
programadores, ingenieros, hackers y comunity
managers” (p. 35). ¿Es que tal cosa, de verdad, ha sido sostenida por
alguien? ¿Dónde, cuándo? Queremos saberlo, para leer el texto y poder sumarnos
a la sonrisa. ¿Quién en sus cabales, después de lo que pasó con la burbuja de
las puntocom en torno al año 2000, ha
defendido que “los países más favorecidos se saltarán etapas del desarrollo y
accederán a la economía libre de fricción sin tener que atravesar el purgatorio
industrial”, gracias a la revolución digital? ¿Quién exactamente cree que el reggaetón sea una pesadilla simbólica
por su sexualización y protoviolencia (p. 18)? ¿Pero qué crítica musical lee
Rendueles? ¿Pertenecen estas ideas a personas concretas, con nombre y
apellidos, o se trata de “tendencias” de pensamiento que Rendueles detecta y
resume sin concretar? Terminamos el ensayo sin saberlo. Y esto genera dos
problemas, de no poco calado: el primero es que Rendueles sostiene premisas
incomprobables, y su libro parte de presupuestos (unas veces obvios, otras no
tanto) que no pueden ser sometidos a crítica, por no ser expuestos según el
sistema natural del pensamiento discursivo: la cita o, al menos, la referencia.
Bastarían nombres de autores, ni siquiera habría que transcribir los libros en
que exponen esas –a nuestro juicio también– barbaridades. Rendueles nos
mantiene siempre en una especie de niebla sobre las ideas que combate y sus
orígenes, algo extraño en un libro que se apoya tanto en la Historia para
argumentar las hipótesis propias, pero que la hurta cuidadosamente para identificar
las premisas ajenas. El segundo problema, consecuencia de éste, es que al
evitar el conflicto intelectual, al escamotear todo el discurso oponible al
suyo citando sólo bibliografía favorable, al difuminar al enemigo, Sociofobia cae en algunos momentos –no
en todos, claro, pero sí en algunos– en el mismo vicio que achaca al ciberfetichismo:
olvidar el conflicto subyacente, desmemoriar, hacer como si los problemas no
existieran para arrojar una luz conveniente que el lector cómplice reciba
sonriente, amparado, comprendido, protegido
–neutralizado–.
Dicho de otro
modo, el pensamiento de Sociofobia es
tan interesante –se esté o no de acuerdo con él– que merecía evitar, a
rajatabla, cualquier síntoma de estar escrito para los iguales, para quienes ya
están convencidos de lo que en él se dice. Por momentos el ensayo cae en ese
vicio, aunque en otros, los mejores, se convierte en un texto con el que se
puede y se debe discutir.
*
Uno de los
momentos discutibles es el que aborda la sociabilidad. Rendueles, que está
presente en una red social (Twitter), combate con denuedo la supuesta “sociabilidad”
de las redes sociales. Y lo hace en un sentido similar a Jorge Riechmann, cuando
expresaba en
Un mundo vulnerable que
“la opción por una tecnología socialmente definidora frente a otras implica
elegir una forma posible de vida frente a otras, optar por un tipo determinado
de sociedad frente a otros. No se trata por tanto de una decisión
intranscendente”
. A juicio de Rendueles, abandonar
el concepto tradicional de una política presencial y sustituirla por una
virtual es un error; también lo es entender que puede haber sociabilidad en línea.
Pero mientras lo primero puede parecer evidente al lector, la segunda es una
cuestión algo más problemática. Primero, porque el debate requeriría un
ahondamiento conceptual (filosófico, sociológico, o ambos) sobre lo que sería
la
sociabilidad, y que requeriría un
largo camino desde el manido
zook
politikon aristotélico a las comunidades virtuales de Rheingold, con las previsibles
paradas en Platón, Rousseau, Hobbes, Kant, Marx, Honneth, Habermas y un
interminable etcétera. Al no hacerse esto en el ensayo debemos entender que
“sociabilidad” debe entenderse de una forma intuitiva y convencional. Y
entonces comienzan los problemas. Porque, en tales circunstancias, a las
plausibles hipótesis de Rendueles cabe oponer otras. El conocido sociólogo Manuel
Castells, por ejemplo, mantenía recientemente puntos de vista muy diferentes:
-Sabemos que el tejido social en el espacio
se ha roto pero se ha recompuesto en Internet, donde hay una sociabilidad real
y verdaderamente importante (…) los movimientos sociales nacen en Internet. Se
crean ciudadanos en todo lugar de agregación libre. Y como el único lugar de
agregación libre que nos queda es Internet, pues allí están. Pero en cuanto
pueden salir a la calle y crear espacios físicos urbanos en los que se tocan
los unos a los otros lo hacen, porque somos humanos y el tocarnos es
fundamental.
-Eso
es negar de plano la famosa fragmentación que promovería Internet…
-Ese es mi problema con los medios de
comunicación. Los periodistas, salvo honrosas excepciones como la suya, no leen
a los académicos. Todos hablan de Internet como si ya supieran todo por lo que
hacen sus hijos o nietos. Existen en el mundo más de 60 institutos de
investigación dedicados al estudio empírico de las relacione entre Internet, la
cultura, la economía, la sociedad, etc. Por lo tanto, hay muchas cosas que ya
sabemos, con datos duros. Una de esas cosas es que Internet en lugar de
disminuir la sociabilidad la aumenta, en lugar de alienar contribuye a
desalienar, en lugar de deprimir contribuye a manejar mejor la depresión y el stress. Por una razón muy sencilla: un
sistema de comunicación libre e interactivo agrupa a la gente. Cuanto más
usamos Internet, más sociabilidad física tenemos.
Y uno de los
problemas de Sociofobia es,
precisamente, su carencia de datos duros.
Podemos discrepar de las lecturas de Castells, pero sus libros están llenos
de datos, sobre los cuales construye su elaboración intelectual. Con esto no
quiero decir que Castells tenga “razón” (mi postura estaría en un lugar
intermedio entre las ideas de Rendueles y las de Castells). Tampoco cito a
Castells para corregir o refutar a Rendueles, sino para hacer notar que la
cuestión de la sociabilidad de la red no es, en absoluto, una cuestión
pacífica, y que personas inteligentes e informadas pueden tener sobre ella pareceres
opuestos.
Choca, y
seguimos con los datos, que siendo Rendueles experto en teoría sociológica
escaseen en su libro los instrumentos clásicos que la Sociología utiliza como
argumentos: las estadísticas. Las pocas que hay en el libro son siempre favorables
las tesis del autor, obliterándose las que alentarían opiniones de signo
diverso. Aportaremos aquí solamente una. En un sentido similar al apuntado por
Castells, el informe anual de La sociedad
de la información en España correspondiente al año 2012 apunta que “la
mayoría de los usuarios consideran que las redes sociales han tenido una
influencia positiva en sus vidas” (p. 29). Frente al 1.9% de encuestados que
piensa que ha tenido una repercusión negativa en su vida familiar, el 41.5%
piensa que ha sido buena. Y mientras el 1.7% opina que ha empeorado sus
relaciones de amistad, el 60.5% afirma que las ha mejorado. Es sólo una estadística, sí, y en una encuesta organizada
por una multinacional, pero al menos ofrece datos y no sólo opiniones. Yo la
incluyo aunque mis conclusiones, insisto, no son ni tan negativas como las de
Rendueles ni tan favorables como las que esta encuesta parece apuntar.
*
Releo lo ya
escrito y no querría dar la impresión de que Rendueles es una especie de
luddita que arrasa con cualquier tipo de tecnología. Todo lo contrario. Recordemos
que hablamos de uno de los fundadores de
Ladinamo,
y de uno de los responsables de la excelente presencia digital de
Minerva,
la revista de arte y pensamiento del Círculo de Bellas Artes. Su crítica parte
de una comprensión global de la red, no de una ausencia de trato con la misma –ya
hemos dicho que además es tuitero–. Rendueles no es refractario a las redes
sociales, sino a su sacralización; no es contrario a Internet, sino a la
postulación de las relaciones virtuales como un medio para procurar cuidados
reales al prójimo. Aunque podríamos citar algunas excepciones que hemos
conocido a esta regla, hay que darle la razón a Rendueles en que la suya es la
regla
general, y que los cuidados sólidos
y permanentes se prestan de forma presencial en un 99% de los casos. Otra cosa,
como hemos apuntado antes, es definir qué sea la sociabilidad y su posibilidad
en línea, porque
sociabilidad es un
concepto mucho más amplio y difuso que la ética del cuidado. Pero Rendueles
sabe muy bien lo que dice y conoce a la perfección aquello de lo que habla. En
realidad, desearíamos que muchos de los apocalípticos octogenarios que
pontifican sobre Internet tuviesen la mitad de conocimiento de causa que él
tiene.
Y por supuesto
hay algo evidente: confundir la “amistad” en Facebook u otras redes con la
amistad real es una estupidez que no necesitaría, en principio, demostración. Sin
embargo, muchas noticias de prensa y no pocas cosas que hemos visto invitan a
pensar que abundan las personas confundidas al respecto o que, como apunta el
propio Rendueles, hay quien piensa que el contacto en Facebook quizá sea lo
mejor que puede encontrar. Esta grave confusión ha sido rápidamente detectada
por los sismógrafos literarios, los narradores. En breve publicaremos un artículo
donde examinamos numerosos ejemplos narrativos de uso de Facebook para
construir personajes ridículos. Después de cerrar el artículo, hemos seguido
encontrando ejemplos de denuncias literarias de esta confusión entre el yo de
las redes y el yo real:
“Cuando se sentó
a la mesa reparó en que uno de los comensales era transparente. No invisible,
transparente. En cuanto tuvo oportunidad, después de la cena, se acercó al
hombre y le preguntó cómo llevaba aquello de la transparencia. A lo que el tipo
contestó que tenía sus ventajas y sus inconvenientes, como todo. Él, claro, que
de un tiempo a esta parte se había vuelto multivisible, con las prolongaciones
de sus redes sociales conectándolo con otros tantos lugares, con sus
dispositivos móviles iluminándolo como a un muñeco navideño, tan expuesto, no
veía más que aspectos positivos a aquella condición”; Juan Jacinto Muñoz
Rengel, “Visibilidad”, El libro de los
pequeños milagros; Páginas de Espuma, Madrid, 2013, p. 41.
Otro ejemplo sería
la novela Divorcio en el aire, de
Gonzalo Torné. Es curioso haberla leído al mismo tiempo que Sociofobia; en más de un momento tuve la
sensación de que ambos libros están conectados en varios asuntos: “Tanto el
altruismo como el egoísmo se pueden explicar como el resultado de un cálculo
hedónico, es decir, como el resultado de la satisfacción que obtenemos de obrar
de cierta manera” (Sociofobia, p. 96);
“No creas que lo hago por ellos, no soy tan altruista, lo hago básicamente para
mi beneficio” (Divorcio en el aire;
Mondadori, 2013, p. 144). Veamos las opiniones de Joan-Marc, el narrador de
Torné, sobre redes sociales:
“Me di de alta
en la red social pensando que iba a revolucionar mi actividad independiente (…)
y lo único que recibía (además de solicitudes de coches, bebidas y seguros)
eran inyecciones de pasado (…) Era un regreso que me incomodaba (…) ¿Qué
hacemos muchachotes de cuarenta y tantos años, maduros, sanos y fértiles,
hurgando en el pasado (¡tan reciente!) en busca de camaradas que si dejamos
atrás digo yo que sería por algo?” (p. 28).
“Me dio su
Instagram.
-Eso es lo que
hago. Con lo que estoy comprometido.
Me dijo que no me perdiera los
comentarios, lo que sus fotografías suscitaban en otros aficionados, esas
palabras eran inyecciones de energía para no caer rendido en la vida zombie, la
vida de las oficinas, la vida que llevamos los demás” (p. 46).
Por su parte,
Rendueles explica: “nadie pretenderá que un amigo de Facebook o un seguidor de
Twitter sea lo mismo que la verdadera amistad. (…) Internet no ha mejorado
nuestra sociabilidad en un entorno poscomunitario, sencillamente ha rebajado
nuestras expectativas respecto al vínculo social” (pp. 90-91).
*
*
La mejor parte
del libro es, a mi juicio, la parte central dedicada a los delicados problemas
del copyright y del copyleft, y a los contrasentidos históricos
y las ramificaciones relacionadas con el consumo que los vertebran. Cualquiera
que sea nuestra postura al respecto de la protección de la propiedad
intelectual, el análisis de Rendueles elimina algunos apriorismos discutibles y
nos pone frente a los verdaderos problemas: ¿cuál es el valor de intercambio de
los productos intelectuales? ¿Cuánto estamos dispuestos a pagar por aquello que
necesitamos? ¿Defiende la izquierda valores comunitaristas o altruistas? ¿Qué
izquierda y en qué casos? ¿Es el copyright
una auténtica defensa del creador, o de un estado capitalista de cosas? ¿Las
lógicas de la relación social son egoístas o altruistas? ¿Hay diferencias entre
ellas? ¿Cuál es el efecto de esas diferencias? Son cuestiones de bisturí
conceptual fino, pero que traen inesperadas consecuencias ideológicas y prácticas.
En este sentido, hay que agradecer que Rendueles se enfrente sin tapujos a
cuestiones por las que la izquierda suele pasar de puntillas o con el pie
cambiado, en aras de una clarificación que permita pensar en solucionar
realmente los conflictos enquistados en vez de marear la perdiz. En esta línea,
nos hubiera gustado que el autor no cortase tan bruscamente el razonamiento final,
deteniéndose más en cómo podría instrumentalizarse de forma práctica el
“postcapitalismo (…) cercano y amigable” (p. 196) que defiende como
alternativa.
*
Las
generalizaciones serían otro problema de este libro. Como apuntábamos arriba,
no sabemos si las puyas a los internautas incluyen a todos los conectados a
Internet o sólo a quienes no comparten las tesis del autor. Pongamos un
ejemplo: “cuando, gracias a Internet, los espectadores se han librado de la
tiranía de la televisión comercial y han elegido exactamente lo que han
querido, se han dedicado a consumir televisión comercial en cantidades
industriales. Incluso se han puesto a trabajar gratis, por ejemplo traduciendo
y subtitulando series de forma altruista, para poder hacerlo” (p. 177). Así
leído suena bien, irónico y agudo. Pero cuando abandonamos el terreno de la
opinión, que es donde suele moverse este ensayo, para pasar a la “realidad”,
las cosas se complican un poco. ¿De verdad es eso
todo lo que ha sucedido? El lector ajeno a la red (que no leerá
esta crítica, ahora que lo pienso) se imaginará, leyendo estas frases de
Renduales, miríadas de internautas volcados a traducir series en su tiempo
libre. Lo curioso es que no conozco a nadie –y mira que conozco gente– de quien
tenga noticia que se dedica a traducirlas. En cambio, sí tengo constancia de
cientos de personas que han aprovechado la red para generar la información que
no se veía jamás en los telediarios, para crear la reflexión sobre arte,
literatura o música que no encontraba hueco en la cadenas de TV comerciales; internautas
que utiliza YouTube o Vimeo para generar información audiovisual alternativa; canales
universitarios de TV en línea que ofrecen información humanística imposible de encontrar
en las cadenas abiertas; personas que crean
webseries
y otro tipo de miniseries alternativas a las comerciales (por citar
algunas:
Smoke and mirrors,
Dirigible Days,
Inspector Spacetime,
o las españolas
Malviviendo, Desenterrados, Preparados, Vida universitaria,
etc.); iniciativas en línea como
Notofilmfest
que han logrado “
más de 9.000 cortometrajes presentados a
concurso en diez ediciones” e incluye becas de formación y ayudas a la
producción de audiovisuales; innumerables artistas que critican la TV
en Internet o
mediante
ella; nuevas formas de creación audiovisuales complejas como los transmedias o los
ARG, que dejan atrás el estrecho marco de la TV; portales de control de la
información televisiva como el
Consell de l’Audiovisual
de Catalunya, e incluso portales como
www.zemos98.org,
que se dedican a examinar críticamente las relaciones de mediación tecnológica
con especial énfasis en la TV, proponiéndose en su página de entrada la
deconstrucción “de los mensajes dominantes”. Es curioso que en este párrafo se
citan más páginas web que en todo el ensayo de Rendueles, algo extraño para un
texto que se propone
examinar el
ciberfetichismo de Internet, sin aportar apenas ejemplos.
*
Si de forma
puntual hemos apretado las clavijas a Sociofobia
no es porque pensemos que es un mal libro, sino, en realidad, por todo lo
contrario. Es un libro importante, que profundiza en cuestiones substanciales,
en general pasadas por alto: cuáles serían las pautas de la sociabilidad en
nuestros días, qué se está haciendo con la justificación de ciertos
ciberfetichismos, cómo combatirla, qué expectativas reales tiene hoy el antiguo
ideal emancipatorio, cómo puede leerse de otro modo la protección del copyright, cuál es el origen la validez
práctica de las teorías sobre los bienes comunes, cuál es el efecto individual
y colectivo de nuestro modelo económico, por qué es tan necesaria (y lo es) la
ética del cuidado, etc. Son preguntas de fondo, trascendentales, que nos
afectan a cada uno de nosotros. Se esté de acuerdo o no con Rendueles, incluso
y sobre todo si no se está, leer este
libro es necesario y pertinente, porque obligará tanto a adversarios como a
cómplices a repensar sus ideas sobre los problemas de fondo de nuestro tiempo.
Y eso es, en sí, algo oportuno y valioso que hay que agradecer al autor, como
hago ahora.
.
[Relación con el autor y la editorial: ninguna]
Manuel Castells, “La sociabilidad real se da hoy en Internet”,
entrevista en suplemento Eñe de Clarín, 02/09/2013, accesible en
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Manuel-Castells-sociabilidad-real-hoy-Internet_0_967703232.html.