José María Micó, Clásicos vividos; Acantilado, Barcelona, 2013.
José María
Micó, Caleidoscopio; Visor, Madrid,
2013.
Si
pensara en otro posible título para Clásicos
vividos, se me ocurriría Caleidoscopio,
y si pensara en una rúbrica alternativa para este poemario no estaría muy lejos
un término que aunase la contemporaneidad vivida desde el legado de los
clásicos. Hasta ese punto están entrelazados y son coherentes estos dos libros,
si bien su raíz es distinta: Clásicos
vividos aglutina diversas lecturas de nombres del canon, desde Ausías March
a Federico García Lorca, y Caleidoscopio es
un poemario extraño, que hace honor a su título en cuanto “conjunto diverso y
cambiante” de temas, tonos y asuntos. A destacar entre esta diversidad la serie
de poemas “Momentos”, una brillante recuperación del flanêur baudelairiano desde una visión crápula y rabiosamente
actual. En Clásicos vividos, y
haciendo constar que en Micó la erudición siempre encuentra un modo de aliarse
con la amenidad, me ha parecido especialmente aguda la comparación entre el Guzmán de Alfarache y el Lazarillo; muchas veces abordada, en
pocas alcanza esta precisión conceptista: “Lázaro es un ‘pobreto’ que malvive
entre Salamanca y Toledo; con el Guzmán
de Alfarache, la picaresca se hace internacional y delictiva. A un hijo de
la desdicha lo sucede ‘un hijo del ocio’ (…); a un desarraigado, un desgarrado”
(p. 36). También se puede encontrar en estas páginas un vibrante recuerdo de Rubén
Darío y otro punto de engarce con Caleidoscopio:
una explicación del autor de la influencia de Juan Ramón en su obra, que le da
pie a un pequeño recorrido por la misma.
Luz Pichel, Cativa en su lughar / Casa pechada; Progresele, Ibiza, 2013.
El diccionario de la RAE diferencia entre reescribir, que sería volver a escribir
lo ya redactado, y rescribir, que es
“contestar, responder por escrito a una carta u otra comunicación”. La poeta
gallega Pichel (Alén, 1947) ha llevado a cabo en Cativa en su lughar una compleja operación
revisora a partir de un poemario anterior,
Casa pechada (2006); en esa operación
estarían involucradas tanto la reescritura
como la rescritura (ambos términos,
curiosamente, no están incluidos en el diccionario).
El
resultado es un libro de poemas poco convencional, puesto que la edición de la
recién nacida editorial Progresele incluye el poemario en español (con algunas
variantes léxicas) y a continuación el poemario original en gallego, separados
por unas excelentes “Notas para un poemario refeito” a cargo de la poeta y
estudiosa María Salgado, que ayudan a entender, junto al prólogo de la propia
Pichel, la compleja operación de este libro. El lector puede encontrar, amén de
una poesía telúrica y muy en contacto con lo raíz geográfica y humana del ser, un
interesante juego entre el gallego, el castellano y el castrapo, un dialecto local intermedio entre ambas lenguas. Como
explica Salgado, “usar una lengua de frontera, escribir desde donde no hay
regla pero sí hay cuerpo y diferencia, es proceder también a reescribirlo todo,
y diferente. De ahí que Casa pechada no
pudiera ser simplemente traducida y reeditada, sino escrita, otra vez” (p.
118). En ese sentido, Cativa en su lughar
es, además de una reescritura, una rescritura o respuesta al texto original, a la luz de otro idioma y del paso del
tiempo. Del mismo modo en que Juan Ramón utilizaba la j en vez de algunas gés, Pichel decide conservar en español la gheada del castrapo cambiando la g por el “gh” –de ahí el lughar del título–, que tiene una
especial pronunciación en el dialecto; igualmente mantiene algunas
particularidades de acentuación características de esa zona de Galicia
(“eramos” por “éramos”, vgr.).
Entrando
en el diálogo entre ambas versiones, al comparar el original gallego con la
recreación castellana diríase que la expresión se vuelve más compleja, o más
derramada. En algunos textos parece que el trabajo reescritor de Pichel a partir del poema gallego ha originado
repensamientos de ideas, en un desarrollo que motiva que algunos textos sean
más largos o más complejos en castellano que en el original. Lo que no hace a
uno mejor que otro, sino dos poemas distintos,
complementarios, y auténticas reescrituras: “una posición, otro texto” (p. 10),
acuña la autora. Además, el presente volumen incluye una colección de breves
poemas excéntricos, configurados por
las pequeñas definiciones glosadas que la autora incorpora en las páginas pares
de la versión castellana, dirigidas a explicar palabras provenientes del
castrapo. Estas glosas acaban convirtiéndose en derrames léxicos de particular
eficacia expresiva que rompen el discurso original del libro y traen a primera
línea de importancia el lenguaje con
el que aquél se escribe. Un ejemplo de estos aerolitos de filología libre: “Intrusos hay que cuélanse de costado
en lo manifiesto de una multitude. En la soledade de la plaza y comparando,
conviene lo saber. Falsos amighos son y abundan. Eso pasa con llano, que no se identifica, tú no
fíes”. O explicando el término “zoar”: “(…) todo eso son bestias zoantes en
medio de la neghranoche. Zoan/tropía,
ya es otro voc/hablo, más de cadelo, más de clan, más de poeta. Zocada precisa poco comento, es gholpe
con el zueco al rapaciño, para el aprendizaje” (p. 24). Ruptura textual,
ruptura léxica, ruptura de la secuencia poemática, ruptura acentual y, por
último, ruptura interior, clara –por oscuramente– explicada.
David Vegue, Genealogía del sueño; Sol y sombra poesía, Santander, 2013.
Ana Gorría, La soledad de las formas; Sol y sombra poesía, Santander, 2013.
Vicente Gutiérrez Escudero, En la última mano; Sol y sombra poesía,
Santander, 2013.
Para
terminar, me gustaría ponderar los tres lanzamientos de la pequeña pero cuidada
colección de plaquettes de poesía Sol
y sombra, radicada en Santander y con minúscula distribución, pero que merece
la pena seguir. En la última mano, de
Vicente Gutiérrez Escudero, es un ejercicio de apropiacionismo literario en el
que el autor ha tomado decenas de líneas de la novela de Norman Bogner Séptima avenida y las ha convertido en
un curioso poemario circular. David Vegue ha sido un descubrimiento para mí y
para otras personas, y recomiendo vivamente su diverso y sólido Genealogía del sueño, deseando poder
contar pronto con un poemario largo que recoja estos excelentes poemas. Ana
Gorría no es ningún descubrimiento; a pesar de su edad es una poeta conocida y
respetada, dueña de una o varias voces contenidas, meditadas, y capaces. En La soledad de las formas presenta un
conjunto de poemas en prosa donde la reflexión sobre el lenguaje y sus límites
se “aloja” en el cuerpo bucal, llevando a cabo un análisis a medias intelectual
y corporal sobre las relaciones menos evidentes entre boca y lenguaje, tema que
también han abordado en alguna ocasión Jesús Aguado o Peter Handke.
Acabo transcribiendo uno de los poemas de David Vegue, "Ley de la termodinámica":
Acabo transcribiendo uno de los poemas de David Vegue, "Ley de la termodinámica":
[Relación con las editoriales: ninguna. Relación con los autores: ninguna; correspondencia sobre sus libros con Ana Gorría y José María Micó].
Wii sin querer encontré tu blog! Me ha fascinado tienes muy buenas y diferentes reseñas, así como lines muy útiles!
ResponderEliminarGracias por la dedicación que le has puesto al blog, me quedo por aquí!
Saludos :)
Gracias, un saludo y nos encontraremos por aquí.
ResponderEliminarEl poema es una maravilla. Lo copio en mi muro.
ResponderEliminarEl poema es una joya. Lo pego en mi muro ahora mismo. "No estoy seguro de haberlo entendido del todo", sumado al impacto estético, del que estoy seguro, da gran obra.
ResponderEliminarMe alegro de que le guste. Saludos
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