Rafael Espinosa, La regata de las comisuras; Kriller71, Madrid, 2014.
Agradezco a Kriller ediciones su trabajo francotirador
destinado a ensanchar el panorama de poesía recomendable. Tras el acceso a la
obra de Robert Bringhurst, comentado aquí hace unas semanas, la antología La regata de las comisuras me ha
permitido conocer a Rafael Espinosa (Lima, 1962), dejándome anonadado algunos
fogonazos de su lírica, a los que vuelvo una y otra vez cuando preciso dosis
de asombro: “Lo que cuenta no es
gramatical”; “En la mañana, soy refractario / a la música de las esferas”;
“Este es mi paseo, este es mi mundo / y ni él me lo puede arrebatar / ni yo me
lo puedo apoderar”, o esta maravilla:
Gusta de las calles desiertas. Resuelven
ontológicamente la oposición
campo/ciudad.
Sí, la poesía de Espinosa, capaz de hacernos ver de
pronto paisajes rurales dentro de lo urbano, es desconcertante, incluso deliberadamente
desconcertante; pero la clara fascinación que nos produce no surge en absoluto de
una oscuridad inextricable ni de una provocación gratuita, sino de una rara mezcla
de elementos: ráfagas irracionales se mezclan con menciones contundentes a lo
concreto o a las leyes científicas, de modo que nos vemos sacudidos por lo
exacto y lo delirante al mismo tiempo, casi sin solución de continuidad: “Una
sola forma de sacrificio / para veinte formas de peinarse. / Y confundir qué es
materia / y qué es mente mientras se palpa una hebra / de pelo para ser
guardada” (p. 41). Como apunta en su prólogo José Carlos Yrigoyen, Espinosa “recurre
a elementos radicalmente antipoéticos cuya fusión, en la mayoría de los casos,
produce alegorías que representan (…) situaciones y sensaciones sin renunciar a
ser claramente visibles y concretas” (p. 9), deteniendo lo invisible en su
transcurso, como la primera vez que alguien fotografió un relámpago. Las
menciones de esta lírica a la mente y al cerebro, que salpican varios textos
recopilados, demuestra un auténtico conocimiento de cómo el poeta percibe lo
real para desfigurarlo a continuación, sin olvidar su concreción material y sin
dejar de reencantar el objeto elegido
y procesarlo hacia otros modos del entendimiento. Si bien los últimos textos
recogidos en la antología tienen menos fuerza que los primeros, bastan
poemarios como Amados transformadores de
corriente (2010), incluido en esta edición por completo, para convertirlo
en lectura no sé si recomendable u obligatoria.
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[Relación con autor y editorial: ninguna]
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