Antes
de las reseñas, me gustaría hacer un par de recomendaciones; la primera es una nouvelle de Maxim Biller, titulada En la cabeza de Bruno Schulz, recién
publicada por Editorial Minúscula, con elegante traducción de Paula Kuffer.
Bajo este extraño título aguarda al lector una breve joya de tono kafkiano
cuyas nimias evoluciones presagian todo el horror que viviría el escritor
polaco Bruno Schulz, quien murió a manos de los nazis y cuya obra merecería más
atención editorial. Ojalá que el libro de Biller la impulse. La segunda
recomendación es una novela del ruso Gaito Gazdánov, El espectro de Aleksandr Wolf (Acantilado, 2015), con una excelente
traslación a cargo de María García Barris. La novela de Gazdánov, que podría
leerse como una variación exótica de Los
duelistas de Joseph Conrad, se recorre con avidez y agrado. Si tuviera que destacar
una sola cosa de ella subrayaría la habilidad del autor para construir varias
historias de la más humana y sensible de las formas. Hacía tiempo que no leía
una novela con tanta sabiduría vital, fruto quizá de la ajetreada y variopinta
experiencia del autor, huido de Rusia en 1923, acogido por Francia y que
trabajó durante mucho tiempo en Alemania. Todo ese trasiego en una época tan palpitante
(la novela fue publicada en 1948) y todo el bagaje espiritual que debió
acumular Gazdánov están lustrosa y compasivamente trasvasados a sus personajes.
El espectro de Aleksandr Wolf es una
de esas novelas breves que requieren de la sosegada destilación de varias
décadas de vida para ser escritas.
Frédéric Martel, Smart. Internet(s): la investigación;
Taurus, Madrid, 2014.
Este exhaustivo texto de Martel es interesante
si se mira como radiografía o fotografía, más que como ensayo de calado, de
algunos cambios sociopolíticos y económicos que están teniendo lugar en la
actualidad y que han de implicar profundos cambios en el futuro. Smart, como libro, es un cruce entre un trabajo sociológico y una crónica
periodística –se basa, de hecho, en entrevistas–, pero retrata tendencias que
no podemos dejar de lado si buscamos una imagen clara del mundo que están
construyendo para nosotros (o por nosotros).
Aunque la tesis medular de Smart es
que Internet es cada vez más local y que “ni disuelve las identidades
culturales, ni allana las diferencias lingüísticas, sino que las consagra” (p.
21), ofrece otras líneas de corte geopolítico. Por ejemplo, una de las
conclusiones a las que llega Martel, vía uno de sus entrevistados, John Sujit es
que China está construyendo la mayoría del hardware
tecnológico de nuestro tiempo e India el software (p. 100), y que se trata una tendencia creciente, cuyos
efectos globales veremos en los próximos años. Pensemos dónde deja eso a la
antigua primacía occidental, que todavía controla las marcas que ponen en
marcha ese funcionamiento (o parte de ellas, porque China ya tiene empresas
tecnológicas de mayor tamaño que Amazon), pero que está deslocalizando la operativa
en Asia y encuentra allí profesionales mejor formados en cuestiones
informáticas (los indios) y mano de obra infinitamente más barata y
competitiva.
Como hemos avanzado, la tesis central del
ensayo, probada sobradamente a través de las entrevistas con responsables de
medios de comunicación (televisivos, digitales, etcétera) de todo el orbe, es
que Internet se localiza a la vez que se globaliza (una tendencia que ya
sabíamos desde al menos 1998, cuando se publica Local y global de Jordi Borja y Manuel Castells), pero que parece
crecer en los últimos años, mediante el aumento de la localización territorial
de los contenidos:
China confirma paradójicamente que la televisión
continúa estando muy territorializada, a pesar de que bascule hacia Internet.
La social TV, la televisión conectada y los intermediarios del tipo Netflix no
hacen más que acentuar esos fenómenos de regionalización y a veces de
relocalización. Al convertirse en algo nuevo, más complejo, y tal vez más
interesante, al liberarse del receptor tradicional y de los varios hijos de
misión, la televisión se transforma al tiempo que permanece anclada en un
territorio. Y aunque el hermoso slogan de Youki sea The world is watching, a fin de cuentas, y paradójicamente, el
mundo no mira. (p. 309).
Los ejemplos que incorpora Martel son
numerosísimos y de su lectura salimos con la impresión de que le asisten las
razones y los hechos. Una coincidencia viene a apuntalar su hipótesis: leyendo
el prólogo que la escritora chilena Claudia Apablaza escribe para Voces -30, la antología que ha realizado
de autores latinoamericanos jóvenes, describe su propósito abarcador y
confiesa: “La distancia y las dificultades de distribución por las que pasa el
mundo editorial determinan esa variable, aunque sí, está internet, pero me
parecía que incluso en internet lo que se volvía más latente eran los
narradores chilenos y a mi vista, los que tenía más cerca”[1].
La antóloga se vio forzada a hacer un esfuerzo activo para encontrar en la propia red un margen de investigación
más amplio y comprensivo.
En ocasiones, no obstante, Martel lleva
demasiado lejos el argumento forzando su sentido, como cuando sostiene que el
uso por Facebook y Google de algunas lenguas, como el portugués (p. 83), implica una voluntad territorial,
cuando no es más que una política habitual de cualquier multinacional –algo que implica su propio nombre–. Facebook no se
ha hecho más brasileño porque admita el portugués, sino que una parte de la
sociedad brasileña se ha globalizado o glocalizado
gracias a Facebook, lo cual es algo distinto a lo que Martel argumenta.
En cualquier caso, estos excesos puntuales
de Martel no deben restar importancia a su obra, pues este vastísimo caudal de
entrevistas, comentarios e impresiones, provenientes de numerosos
representantes y agentes del mundo digital, constituyen un esfuerzo de investigación
que resiste pocas comparaciones, y que deviene casi obligatorio para los
estudiosos de la comunicación, de Internet o de la televisión. En realidad es
un instrumento útil para cualquier investigador que pretenda estar al tanto de
cómo suceden las cosas en nuestros días, y, sobre todo, de cómo se cuentan esas cosas y de quién
decide el modo en que se cuentan.
Julián Cañizares, La lealtadmantenimiento;
La isla de Siltolá, Sevilla, 2015.
Sigo desde sus
comienzos la trayectoria poética de Julián Cañizares (Albacete, 1972),
caracterizada por una mirada metafísica que forja su asiento en un lenguaje
poético singular, tan acerado como contenido. Sin embargo, aquella mirada
postromántica de Sustituir estar (2009)
o de Lugar esquema (2013) ha sufrido cambios notables en La lealtadmantenimiento, para ahondar en la
expresividad, de forma que la preocupación esencial de ese lenguaje poético es ahora
el lenguaje en sí mismo, con el propósito de encontrar, como apunta Cañizares
al final del libro, “un lenguaje propio, que actúe como espejo, reflejo del yo”
(p. 63). Con este objetivo, uno de los más propios del quehacer poético (pues
la poesía es “una crítica del lenguaje”[2],
según Meschonic, y “cuanto
más densa es la textura del lenguaje del poema, más se convierte en una cosa en
sí misma, pero más puede gesticular más allá de sí misma”[3],
a juicio de Terry Eagleton), emprende Cañizares un
arriesgado ejercicio de reconstrucción lingüística, que podría recordar a
ciertos experimentos de Oliverio Girondo, Lewis Carroll, Julio Cortázar o
Raymond Roussel, dirigidos a lograr esa expresividad
del sí mismo mediante la
dislocación, desplazamiento o retorsión del lenguaje:
La vida rasa es el corazón
de lo llegadoreo y sentir,
de lo que mespera siendo sí,
yo, estructura de almatodo. (p. 31)
La relación con
Girondo es especialmente clara, puesto que también en el poeta argentino “el cambio se da por
necesidad del yo, y no como algo impuesto (…) La palabra deviene así proceso
continuo de cambio. Proceso y no fin, dado que no se conoce la última voluntad
del yo”[4],
como viera Olga Juzyn-Amestoy. Cañizares sigue para
ello tres procedimientos: la retorsión o el desplazamiento de palabras
conocidas (vgr., “transomitir”, “rectula la curva”, “sufrerior”), la creación e
términos de nuevo cuño (“harakirimente”), y la yuxtaposición de “palabras
duales”, como el autor las llama, “formadas por dos palabras juntas que hacen
que el significado sea más completo, más identificado con un mundo personal”
(p. 64), como por ejemplo la “lealtadmantenimiento” del título. Es obvio que
los riesgos tomados no siempre están a la altura del ambicioso planteamiento. A
veces las elecciones de palabras no son afortunadas o caen en lo naif
(“newtérmicos”, p. 27), y en otras la energía del poema parece más centrada en
la producción de neologismos que en constituirlo como un texto válido. En estos
casos el sentido termina ahogado en las palabras, en vez de impulsarse gracias
a ellas. Pero, junto a estas caídas, hay que reconocer bastantes aciertos,
pudiendo encontrarse poemas redondos en los que el espíritu de este lenguaje subjetivizado ha dado de lleno en la
diana al conciliarse con el sentido del poema, como “Sentisiendo”, “Irvenir”, o
“Lugarmento”, todas ellas piezas memorables, plagadas de hallazgos, y que
dibujan un espacio exigente y necesario en nuestra poesía actual, donde
encontraríamos también el último poemario de Mario Martín Gijón, Rendicción (2013), también comentado en
este blog. Cañizares sigue con La lealtadmantenimiento
su camino de perfección; al no tratarse de un camino fácil, no podemos exigirle
que todos los pasos sean hacia adelante, aunque aquí estaremos pendientes de
cada vicisitud, porque nos gustan los autores que se lanzan sin red y porque
las voces singulares escasean y merecen leal seguimiento. Cesare Pavese
escribió: “Habla poco mi amigo y ese poco es distinto”. Pues eso.
[Relación con los autores: ninguna, salvo con Julián Cañizares, cordial. Relación con las editoriales: ninguna.]
.
[1] C. Apablaza, “Prólogo: una
estrategia de exilio permanente”, en C. Apablaza (ed.), Voces -30. Nueva narrativa latinoamericana 2014; Ebooks Patagonia,
Chile, 2014, [11-21], pp. p. 12.
[2] Henri Meschonic, “Leer la
poesía hoy”, La poética como crítica del
sentido; Mármol-Izquierdo Editores, Buenos Aires, 2007, p. 155.
[3] Terry Eagleton,
El acontecimiento de la literatura;
Península, Barcelona, 2013, p. 249.
[4] O. Juzyn-Amestoy, “Girondo
o las versiones poéticas del cambio”, Revista
Iberoamericana, LVII, n. 155-156, abril-septiembre 1991, [pp. 543-556], pp.
545-46.