José Vidal Valicourt, Meseta; El Gaviero, Almería, 2015.
Es
inevitable tender lazos entre este poemario, resultado de un viaje de Vidal
Valicourt por la terrible estepa
castellana, y los que hicieron en su momento los miembros del grupo del 98
(G98). Más allá de las cuestiones formales (Vidal presenta una mezcla poderosa
de fragmentos o pequeños poemas en prosa con versículos), o de las elocutorias
(se utiliza por el autor un sugestivo tú construido
por oposición especular al yo, véase página 35), lo que más nos llama la
atención es cómo Castilla ha perdido por completo su capacidad simbólica de
reverberación de lo patrio, un tema ausente por completo de Meseta, donde están más presentes Deleuze
y Guattari que los Cid o Alvargonzález del G98. La dureza del paisaje y su
paisaje agostado son ahora imágenes de la naturaleza o del interior del
pensamiento, pero nunca de lo colectivo, o al menos lo social aparece como un
factor muy secundario. Vidal Valicourt recorre el interior de España con el
mismo juego intimidad/exterioridad con que Martín Caparrós explora las
provincias argentinas en El Interior (2006),
y lo hace con un repertorio de formas de mirar y de contar que exploran la
relación de la persona que mira con la historia contada y la del lenguaje con
ambas. El resultado es un libro astillado, áspero, asoleado, asolado, desolado,
castellano.
Stephanie
Alcantar, Coreografía del miedo;
Tierra Adentro, México D.F., 2015.
En
el proyecto de “lectura del tachado” que venimos sosteniendo desde hace varios
años, explicitado en un tablero de Pinterest creado en 2013 y del cual ya hemos
publicado alguna entrega,
tiene lugar propio el poemario Coreografía
del miedo de la mexicana Stephanie Alcantar. En este libro el tachado utiliza
sólo dos formas de expresión, pero por el sostenimiento a lo largo del texto
cobran precisa importancia: hay un tachado lineal, que deja ver lo tachado, y
otro que lo ciega por completo:
En
varios poemas el tachado parcial revela parte del “subtexto” vital que parece
mover la parte más afectiva y directa del poema, subtexto que la autora incluye y borra al mismo tiempo; por el
contrario, ignoramos lo que cubre el tachado completo, que es inaccesible, pero
que sigue presente –como espacio en negro– para recordarnos que hay algo más, algo prohibido o algo que la
memoria no permite recordar, silencios como cicatrices de un dolor que no puede
recuperarse. “Para decir olvido / al silencio” (p. 33), dice
Alcantar en cierto punto. El resultado es que en Coreografía del miedo hay tres libros: el que resulta de la
escritura no tachada, perfectamente legible per se; el que suma la escritura
normal y la parcialmente tachada, que es un texto dialógico a veces y en otras
dialéctico y tensionado consigo mismo; y, en tercer lugar, el texto resultante
de la suma de todo lo legible y lo ilegible dentro del libro, que hábilmente manifiesta
a la vez enunciados, tachados y pérdidas.
Eduardo Rabasa, La suma de los ceros; Pepitas de Calabaza, Logroño, 2015
Eduardo
Rabasa (México D.F., 1978) ha conseguido con esta notable opera prima algo nada sencillo, cual es la consecución de una potente
novela política, concepto que el autor desarrolla en todas sus posibilidades:
en la vertiente ideológica -con una elaborada reflexión acerca de los variados medios
actuales para borrar las ideologías-, en la vertiente práctica (en cuanto
describe la dinámica de hacer política instrumental, sobre la que ahora
volveremos) y en vertiente politológica, puesto que el ambicioso objetivo del
autor es llegar al fondo hobbesiano de los pilares de cualquier sistema
político y a la almendra de sus mecanismos de entronización, asentamiento y
legitimación. Para recrear el proceso y exponer su alcance práctico Rabasa levanta
una novela de tintes distópicos, ubicada en una ciudad, Villa Miserias,
trasunto de muchas ciudades norte o centroamericanas y objeto de análisis de Zizek en La revolución blanda, y explica los intentos de
llegada al poder de cuatro personas diferentes (Orquídea, González, Perdumes y
Max Michaels, el protagonista), con una parsimonia desasosegante por su
exactitud y por la sensación de falta de esperanza.
Frente
a las antiguas construcciones sociales utópicas, como las de Fourier, Rabasa
plantea en la ficción que sucedería si se generan construcciones sociales
antiutópicas o distópicas, esto es, creadas para establecer permanentemente el
mal y no el bien de la sociedad. Mientras que para Zizek las Villas Miserias contenían la posibilidad de un sujeto transformador, el fondo mítico de la Villa Miserias de Rabasa queda
constituido a través de la figura de Selom Perdumes, el demiurgo del sistema
del “cambio perpetuo” (p. 51, no sabemos si con reminiscencias de la revolución permanente), y hábil creador
del “quietismo en movimiento”, práctica lampedusiana creada por Perdumes dirigida
al sostenimiento de un cierto estado de cosas. La fábula política creada por
Rabasa tiene una lógica interna caracterizada por la completa ilógica, algo a lo que estamos
acostumbrados en nuestro día a día y que el autor retrata a la perfección. Si la
mayor impostura imaginable sería un candidato electoral que dijese la verdad,
esa y no otra es la arriesgada opción que toma Max Michaels en su delirante
campaña: decir a los votantes que no tiene ninguna intención de reformar la
sociedad o de cambiar las cosas: “si me elijen haré todo lo posible por
perpetuar este sistema” (p. 324), incluyendo en su programa “cobrar más
impuestos a las capas inferiores” o “colocar la política al servicio de la
economía” (p. 352). El giro propuesto por Rabasa es brutal: es ahora el
emperador quien dice que va desnudo. Y sin embargo, funciona a la perfección,
porque la alternativa diseñada por Perdumes, González, se rige por los mismos
planteamientos, sólo que sin explicitarlos.
Rabasa,
editor de profesión y politólogo de formación, analiza en La suma de los ceros las relaciones de poder, tanto en un sentido
teórico (con menciones oblicuas a Foucault, p. 68, y otros muchos pensadores)
como en un sentido afectivo y sentimental, pues las relaciones de poder
aparecen también en la relación que Michaels sostiene con Nelly, así como en las
de amistad (cf. pp. 364-65), llegando el lector a la conclusión de que la nietzscheana
voluntad de poder es para el autor lo que rige cualquier dimensión de la
existencia humana. Aunque pudiera dar la impresión, por lo ya dicho, de que
estamos ante una novela ensayística, hay que destacar el pulso narrativo de
Rabasa, que elabora esta novela de ideas profundamente hispanoamericana no sólo
mediante una narrativa directa y poderosa, sino que también invita a otros
géneros, que aparecen reproducidos o imitados: poesía, teatro, artículo,
crónica, relato breve, etcétera. El resultado es un puzle variopinto y
monumental, que se enriquece gracias a esa estructura de tejido bien
consistente y armado.
Dentro
de las microhistorias, una de las más interesantes es la del artista Pascual
Bramsos, que se dedica a hacer piezas de arte con dinero (pp. 161ss); nos
sentimos tentados a decir que, aunque el detalle puede leerse de forma literal,
también cabe suponer que Rabasa esté creando a un artista contemporáneo que se
hace rico al objetualizar el dinero.
En una de las piezas de Bramsos hay un agujero, y el artista explica: “si se
asoma con cuidado, verá que en ese punto se concentra todo lo que existe en
nuestro mundo” (p. 164), lo que puede leerse como un homenaje al aleph
borgiano, o como una explicación del mundo del arte contemporáneo (o las dos
cosas). Esta posibilidad de segunda lectura es constante a lo largo del libro,
que siempre deja un espacio de indeterminación que podemos proyectar hacia arriba,
o ensanchar en horizontal hasta convertirlo en síndrome social.
En
resumen, La suma de los ceros es un
feliz debut narrativo de la mano de alguien que no sólo sabe editar buena
literatura, sino que además sabe escribirla.
_________________________________________________________________
[Relaciones con las editoriales: ninguna. Relaciones con los autores: con Vidal Valicourt, correspondencia sobre su obra; con Alcantar, cordial; con Rabasa, ninguna.]
Como siempre, gracias.
ResponderEliminarComo siempre, gracias.
ResponderEliminarSalud y buen verano.
Como siempre, gracias a ti por la lectura. Un abrazo.
ResponderEliminarcolocar la política al servicio de la economía es lo mejor que puede hacer un politico demócrata por sus conciudadanos. Lo contrario es criminal, porque lo contrario es lo que hacen todos los dictadores y populistas, fascistas y neocomunistas del mundo mundial. Ya lo hemos visto y padecido. Quien tenga ojos para ver, vea.
ResponderEliminar