Me ha gustado tanto la novela de Rubén Martínez Giráldez, Magistral (Jekyll & Jill
Editores, Zaragoza, 2016) que prefiero esperar para decir algo al respecto, de cuando
en cuando regurgito la lectura y retoco las notas que armé para un pequeño
ensayo. Me han gustado los aforismos de Ana
Pérez Cañamares en Ley de conservación del momento y
los de Luis Arturo Guichard en El
silencio escribe con tijeras, ambos publicados en La isla de Siltolá (Sevilla,
2016). Lamento decir que de la misma editorial me dejó algo frío el poemario de
Sonia Román, Pan con pan (2016), pero
me compensaron algunos fragmentos y la idea compositiva de Sesenta y cinco momentos en la
vida de un escritor de posdatas, de Álex Chico (La Isla de Siltolá, 2016).
Me ha interesado mucho el Viaje
a la nada de la poeta Elsa López
(Hiperión, 2016), una ácida reflexión sobre la nada y el vacío existencial
disfrazada crónica poética de un viaje por los países nórdicos limítrofes con
el polo norte. La nieve, la blancura y los paisajes desérticos y helados le
sirven a la autora como motivos para sacar sus propios demonios y canalizarlos
a través de dos tipos de formas: unos poemas breves o brevísimos en verso
libre, por un lado; unos pequeños poemas en prosa, que aparecen en cursiva,
complementando la visión afilada y cortante de los primeros. Destaco algún
poema donde Elsa López demuestra su capacidad para la (re)creación de imágenes:
Hay un
baile en la pista de hielo
cuando se
cruzan los aviones por el aire.
Hay una
danza parecida a otras danzas
Cuando el
timón de dirección se mueve en el encuentro
como si
fueran tiburones en un deslizamiento macabro.
Sobre la
pista sus aletas van y vienen,
se
entrecruzan y deslizan
como si el
mar fuera una imagen errónea
de una
verdad suprema, incuestionable.
Y, hablando de la editorial Hiperión, estoy
disfrutando mucho de la edición que han preparado de Los trabajos de Persiles y
Sigismunda (2016) de Cervantes, que voy degustando a
pequeños sorbos. Y me ha gustado Iconocracia (Artium / CAAM / Turner,
2016), de Iván de la Nuez, aunque
sobre este ensayo-catálogo hablaremos otro día. Y me ha gustado que la indispensable
editorial Candaya le haya dado una oportunidad a La edad media (2016), de Leonardo Cano, primera novela de un autor que nace bastante hecho,
casi maduro, diríamos, dotado de una voz propia capaz de desdoblarse con
acierto en otras voces (un relato en tercera persona, otro construido con
diálogos de chat y un tercero verbalizado a través de un acertado
“nosotros-choni”) y con franca habilidad para manejar y cruzar distintos tonos
y temas. La estructura triádica de la novela es un acierto como planteamiento,
aunque al extenderse durante toda la novela se vuelve demasiado rígida -quizá se
podría haber quebrado de algún modo en la parte final, para aliviar la
sensación de turnos inquebrantables-.
El título de la obra de Cano hace
referencia a la edad desde la que los personajes contemplan la vida y también
parte de su pasado, sin complacencia ni demasiada ilusión, en medio de una ciénaga
de microcorrupciones y de sálvese quien
pueda que recuerda mucho a la cotidianidad que nos ofrece la prensa diaria,
colmada de titulares irritantes. Los ambientes descritos por el preciso bisturí
sociológico de Leonardo Cano son tan asfixiantes como las relaciones personales
de los personajes que los habitan, y la inclemencia no está tanto en la mirada
del narrador, que también, sino en el comportamiento casi atávico de los
exitosos perdedores que retrata. Hay un detalle textovisual al término de la
novela (la composición de un mensaje amoroso en forma de listado de canciones
reales de Spotify), que muestra el sano impulso de Cano de perseguir cualquier vía
que pueda introducir capas de sentido al discurso. Como reparo, reprocharíamos a
la novela que los personajes se estancan a veces durante decenas de páginas en
las mismas actitudes y haceres, y cabría esperar otras formas más eficaces para
describir el estancamiento que la calma chicha de la acción novelesca. Pero
creo que es un demérito comprensible en un debut, y hay que insistir más en los
variados dones que contiene La edad media
que en sus escasos aspectos mejorables. Llamativa opera prima la de Cano, a quien seguiremos con expectación el
rastro.
Por último, me parece excelente Conjunto
vacío (Almadía, México D.F., 2015), la novela de la mexicana Verónica Gerber Bicecci, un brillante ejercicio
textovisual de tintes conceptuales donde la unión de texto e imagen cobra todo
el sentido y realza con ambas expresividades el discurso. Luego volveremos al
tema de la imagen, pero nos interesa ahora centrarnos en la complejidad de esta
novela aparentemente sencilla. En su página 201 se utiliza la imagen de dos
“espejos encontrados” para aludir sagazmente a dos hogares familiares que
reflejan su mutuo vacío. Cuando en La
literatura egódica explorábamos la poderosa imagen de los espejos
enfrentados, que puede rastrearse en autores tan diferentes como Amiel,
Bellatin, Gabriel Celaya o el artista Pistoletto, escribíamos: “las ideas de fraude y falta de correlación exacta con
lo real están casi siempre detrás del imaginario inconsciente del espejo, de
modo que su utilización en estos textos no deja de ser una forma de juegos de duelo, por emplear el título
de José Manuel Cuesta Abad, que acreditan el fallecimiento de un modo realista
y plano de percibir la realidad”[1]. La
imagen de los juegos de duelo es especialmente apropiada para describir un
libro como Conjunto vacío, donde lo
lúdico no es más que el presagio del dolor, narrado como un juego donde pierden
todos.
Gerber ha diseñado un cuidadoso puzle urdido
mediante la técnica de los agujeros narrativos de gusano, un mecanismo tomado
de la física especulativa que, desde su planteamiento teórico por Hugh Everet
III, está poblando las ficciones literarias y audiovisuales de finales del XX y
principios del XXI, de Fringe a Interestellar, de Borges a Juan Trejo, Mario Cuenca o Colectivo Juan de Madre,
como hemos visto en otras entradas de este blog. Además, en Conjunto vacío el concepto de Tiempo y
su circularidad no sólo marcan estructuralmente la novela, sino también le imprimen
su huella semántica, pues Gerber deja claro que el pasado está presente, de forma más o menos visible, en los acontecimientos
que suceden a los personajes de la novela (“el pasado […] se queda ahí flotando
en algún lugar y no deja de reconfigurarse”, p. 167). Al tejido de estas
sutiles injerencias de unos tiempos y unos caracteres en otros ayuda de forma
sabia y sibilina la retórica visual de la novela, sobre la que ahondamos un
poco.
El personaje en primera persona que cuenta la
historia, llamado Verónica, como la autora, confiesa en cierto momento lo
siguiente: “Yo(y), en cambio,
quería ser artista visual pero casi todo lo pensaba en palabras” (p. 35),
explicitando la condición anfibia de
la propia Gerber, que lejos de ser una debilidad o una carencia es una
fortaleza para contar esta historia de demonios familiares y carencias
afectivas. Hay momentos muy originales, como las páginas 114 a 120, en que
Alonso y Verónica sostienen una charla mientras recorren una muestra de arte en
un museo, y los diálogos se interrumpen ante las imágenes contempladas -que es
lo que suele pasar cuando uno va acompañado a ver una exposición y la calidad
de las obras enmudece a quienes las admiran-:
A lo que hay que añadir que, además, esas ilustraciones
recrean obras de pintores conocidos, en una inteligente relectura de la tradición
plástica. En Conjunto vacío, como en
las buenas novelas textovisuales que examinábamos en El lectoespectador (2012), la imagen no es una mirada añadida al texto, sino el resultado de
una mirada nueva sobre la realidad,
que se hace con dos instrumentos de observación y no con uno adulterado (no es
la mirada de un artista plástico, ni la de un escritor, sino la de la suma de
ambos). Del mismo modo, el uso de la imagen por Gerber no responde a una
carencia de lenguaje, como algunos suelen interesadamente sugerir, sino a la
presencia de dos lenguajes que multiplican
sus significados a través del cruce de significantes: Gerber es artista y
escritora y no tiene por qué elegir entre ambas posibilidades para expresarse, en
pos de la proliferación de sentidos. La prueba es que también el lenguaje
escrito se somete a juegos -asimismo juegos de duelo, porque representan otras
tantas incomprensiones o ilegibilidades-, que recuerdan a The Night (2016), la novela del venezolano Rodrigo Blanco Calderón.
Es decir: todos los lenguajes en
juego están analizados, sometidos a crítica, llevados al límite de sus
posibilidades, lo cual es lógico en una novela obsesionada con la idea de fin -véase el agujero de gusano entre
las páginas 198 y 14 y el bello diagrama de la página 211-. Basta pensar que hasta
la reversibilidad del tiempo en el que vive la protagonista está reflejada
textovisualmente en el nombre con el que siempre se refiere a sí misma: “Yo(y)”, un palíndromo que sitúa una
identidad vacía -el centro de la“o”, parejo al nietzscheano anillo de Clarisse[1]- en
el núcleo de una indeterminación, “Y”, que llega a la vez desde el pasado y el
futuro.
La habilidad de Gerber para crear efectos de este
tipo no debe hacernos pensar que estamos ante una novela efectista, que busque el
asombro del lectoespectador; en absoluto, es una obra que sólo desea presentar
a su interlocutor un mundo o conjunto de mundos en cuyos vericuetos
espacio-temporales puede perderse con la sensación de estar caminando por un
laberinto de muros hechos de inteligencia. Conjunto
vacío, resultado de la reflexión de que las relaciones afectivas son una
suma de vacíos conjuntos, puede
parecer para un lector superficial un artefacto ligero; pero leído en su aguda
complejidad, como es recomendable, resulta tan terrible como un niño que
arranca por simple curiosidad las patas a una hormiga.
[Relación del crítico con Hiperión, Candaya y Almadía: ninguna. Relación con Elsa López, Leonardo Cano y Verónica Gerber: ninguna]
[1] Véase el fantástico ensayo sobre
la disolución del yo en la narrativa en alemán del siglo XX de Claudio Magris, El anillo de Clarisse; Península, 1993.
Perdona que lo pregunte a través de este comentario. Sigo tu blog (y tus recomendaciones) pero ¿cómo puedo conseguir "Conjunto Vacío" desde España? ¿y "Un acontecimiento excesivo" de Javier Avilés? No puedo entrar ni en l web de la editorial... y ¡por San Bezos! ni siquiera están en Amazon (!)
ResponderEliminarHola, José. Pues no sé muy bien cómo conseguir el libro de Gerber, pero el de Avilés tendría que ser asequible en cualquier librería. Espero que puedas hacerte con ellos. Un cordial saludo.
ResponderEliminarEncantado de leer tus pensamientos despiertos
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