Mariano Peyrou, De los otros; Sexto Piso, Madrid, 2016
Cuando analizábamos la primera obra en prosa de Mariano
Peyrou, el volumen de relatos La tristeza
de las fiestas (Pre-Textos, 2014),
reconocíamos el talento del autor, pero reclamábamos -algo mediatizados por la
brillantez de su poesía-, que su narrativa hiciese el mismo trabajo de
investigación lingüística, conceptual y estilística fácil de hallar en
cualquiera de sus poemarios. Pues bien, De
los otros tiene, para empezar, una virtud nada fácil de poseer: es una
novela de calidad y ambición similares a las de cualquiera de los libros de
poemas de Mariano Peyrou.
Si
en la La tristeza de las fiestas leíamos
que “forma es contenido” (Pre-Textos, Valencia, 2014, p. 41), una visión que
siempre hemos defendido y que suele ser malentendida como formalismo, en De los otros hallamos una declaración
similar, más desarrollada: “(…) el contenido es ese siempre estuvo ahí, dentro,
en la respiración del autor o de la obra, alentando la forma. (…) lo que quería
decir es que la dimensión política de una obra de arte está más en su forma que
en su contenido (…) Decir que viva la revolución a mí no me parece muy
revolucionario, sino más bien conservador. Estéticamente es conservador. Es la
manera de trabajar, no sé, lo que se trabaje, la relación entre los sonidos o
entre los colores, un lenguaje, es la manera de trabajar un lenguaje, de
colocarse en contra de él o de una determinada tradición o de un lugar común o de unas expectativas lo que es revolucionario” (p. 106). Es necesario
ponderar, por tanto, hasta qué punto es capital en la(s) obra(s) del autor
hispano-argentino este planteamiento milimétrico que ajusta lo que se quiere
contar al modo en que está contado -y viceversa-.
El
lector se encuentra en De los otros con
varios personajes (uno de los secundarios, Bernardo, es fascinante), aunque los
que soportan el grueso de la trama conversacional son Tico y Pola, dos amigos
que se conocen desde la adolescencia y que coinciden en una finca o casa de
campo con otros amigos para pasar un fin de semana, período de tiempo en el que
se desarrolla la escasa -pero densa- acción de la novela, más mental y dialogada
que performativa. Los dos personajes vienen caracterizados por su nombre: Tico
lleva dentro la palabra tic, que
podría resumir algunas de sus particularidades y recurrencias de pensamiento,
lo que él denomina “los laberintos” (pp. 89, 119, 136); Pola, por su parte,
sintetiza la polaridad en la discusión, como ahora examinaremos.
Son
muchos los temas que aborda la novela de Peyrou; uno de los más importantes es
el modo en que nos determina la mirada de los otros, como indica el propio
título de la obra y puede apreciarse claramente en varios momentos, entre ellos
la página 68: “al principio me parecía que lo que molaba era tocar el piano,
pero después molaba más ser compositor. Un esclavo de la mirada de los otros”
(véase también p. 110). Lo interesante es que la mirada ajena no necesariamente
tiene su origen en el resto de personas, pues el protagonista sostiene que la
mirada ajena puede venir también de
uno mismo, de la forma en que nos contemplamos a nosotros mismos “posando” (p.
38), mirándonos desde el otro que
también somos -como ya apuntase Peyrou en un espléndido poema, “Fascinación”,
de su libro de poemas Niños enamorados-.
Asimismo, Tico interioriza al
personaje de Pola, con quien tiene conversaciones mentales cuando no puede
hablar directamente con ella; esta habilidosa solución de Peyrou le permite
salvar la rigidez del monólogo interior, así como mostrar su notable capacidad
para escribir diálogos vibrantes y creíbles incluso
cuando un personaje se encuentra a solas.
Pola,
cuando se interioriza en Tico, se
vuelve entonces polar, doble, permitiendo
construir a las conversaciones como un imán con dos polos: “Tico ya la había
incorporado a sus meditaciones matinales y ella cumplía ausente con la función
que se le había asignado (…) Así es fácil ser convincente, pensó Tico,
adoptando, sin proponérselo, la posición cuestionadora polar. La he incorporado
tanto que la puedo manipular sin problemas (…) Y este cuestionamiento no es de
Pola, es mío, es metodológico (…) Me interesa el cuestionamiento de Pola porque
viene de un lugar que es ajeno, que no termino de incorporar, y que al mismo
tiempo es mío” (p. 72-73). Tico necesita a Pola porque su resistencia dialéctica
es la versión afectiva de la resistencia a sí mismo que encuentra en el mundo;
Pola no se rinde, no se le rinde, y
eso la hace especialmente valiosa para él.
Tico, un auténtico Casanova, encuentra en Pola una esfera que es afectiva
sin caer jamás en lo sentimental. No
es que Pola sea un personaje anticlimático, sino que su función es la de
presentar un en todo momento un espejo dialéctico al discurso -externo e
interno- de Tico. Eso confiere a toda la novela una tensión textual muy
particular, que se mantiene hasta las últimas páginas del texto.
Otra
cuestión esencial de la novela es el tratamiento de la libertad y de la
responsabilidad como consecuencia del ejercicio de esa libertad. Tico -en
realidad, quizá todos los personajes de esta novela y, quizá, todos
nosotros-intenta encontrar el equilibrio entre una soledad, para él creadora y
feraz (p. 92), y la participación de los ritos sociales, un punto medio entre
la individualidad y la pertenencia, entre la herencia familiar y el legado
cultural (la tradición) y las posibilidades -la libertad- que esas herencias
permiten. La cultura como límite y la cultura como punto de partida. El hecho
de que la percepción de lo que no se
hace puede afectar tanto como aquello que se lleva a cabo; o el problema de que
la percepción no sólo afecte a distintas cosas vistas por distintas personas,
sino a las mismas cosas observadas por la misma persona con años de diferencia
(p. 117). El desajuste existencial entre la teoría y la práctica (p. 119),
planteado también por Peyrou en uno de sus poemas (“Teoría”) es otra constante
de la narración.
El
autor expone con verdadera maestría los puntos de engarce entre todas estas
cuestiones, nada baladíes, a través de los micropensamientos de Tico y de sus
conversaciones con el resto de habitantes de la casa, incluyendo a unas niñas,
con quienes varía apenas el tono del discurso, aunque sin ahorrarles sus perennes
obsesiones. El entrelazamiento de sus ideas se transmuta en un entrelazamiento textual que mezcla aseveraciones y respuestas, preguntas e huidas, ruidos y diálogos, monólogos y estragos. Los laberintos mentales de Tico lo convierten en una factoría
logomáquica volcada a la producción de deriva lingüística, estética y
argumental, como un sofista implantado en el cuerpo de Plotino.
Seguiremos
en otro lugar y en otro momento, pero creo que con esto es suficiente para
entender de qué tipo de libro estamos hablando.
[Relación con el autor: muy cordial. Relación con la editorial: de momento, ninguna]
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