[Segunda entrada de los Ensayos a la intemperie.]
De
la crisis como tema a la crisis como paisaje
Sigue
sin haber nada tan terrorífico en la ficción contemporánea (ni siquiera el baño
de sangre de Cormac McCarthy o el eros sádico de Denis Cooper) como el momento
en que el narrador de Knut Hamsun en Hambre,
un joven intelectual hambriento, se mete el dedo en la boca y empieza a
devorarse a sí mismo.
James
Wood[1]
En varias novelas,
libros de cuentos e incluso poemarios publicados durante los últimos años es
perfectamente posible encontrar como tema la precarización cultural. También
Damián Tabarovsky lo comentaba no hace mucho respecto a un libro de ensayos[2].
De hecho, sin forzar demasiado las tornas, podríamos decir que existe un “cronotopo”
narrativo de España en época de crisis o de post-crisis como el espacio-tiempo
socioeconómico donde los jóvenes empiezan a trabajar gratis o con un salario
escaso, ya sea para ganar experiencia o visibilidad. A estos sujetos ha
dedicado Remedios Zafra su ensayo El entusiasmo (2017), definiéndolos de
esta forma: “Sujetos envueltos en precariedad y travestidos de un entusiasmo
fingido, usado para aumentar su productividad a cambio de pagos simbólicos o de
esperanza de vida pospuesta. Un entusiasmo que encontraría sus máximas
expresiones de júbilo forzado en trabajos culturales, creativos y cada vez más
en el contexto académico”[3].
Una de las novelas que se adapta especialmente la descripción de Zafra es la
primera narración larga de Toni Quero, Párpados (2007), donde una
artista plástica, Duna, y su novio, el innominado narrador en primera persona
de la novela, que es fotógrafo de profesión, se embarcan en un viaje a ninguna
parte a lomos de una moto custom. El viaje se financia con los ahorros
que les da la venta del equipo fotográfico de este último, un gesto simbólico
de desprendimiento de las condiciones materiales del trabajador cultural, de las
herramientas que le permitían, entre comillas, ganarse la vida. El fotógrafo es
consciente de su condición de sujeto precario, y del modo en que se han
aprovechado de su entusiasmo laboral: “[…] pensaron en mí porque sabían
que aceptarían un salario bajo para ganar experiencia”[4].
Como en la ya citada Un acto solitario (2017), de María Alcantarilla, donde
una joven que quiere ser trabajadora cultural se muda a Madrid, la experiencia
precaria pasa su factura en las relaciones familiares y afectivas; el fotógrafo
de Párpados comenta poco después: “la crisis de la prensa escrita se
llevó por delante el periódico y, en un abrir y cerrar de ojos, me encontré sin
trabajo, sin dinero y sin Duna” (Quero, p. 31).
Tanto la
novela de Alcantarilla como la Quero insisten en el retrato de una juventud en
perpetuo movimiento, que no consigue trabajos estables ni medios de
supervivencia razonables. El hecho de que se trate de las dos primeras novelas
de escritores jóvenes —nacido a finales de los 70 Quero y a principios de los
80 Alcantarilla— nos hace pensar no que sean novelas autobiográficas, sino que
la cosmovisión negativa de los autores, llegados a la edad de la emancipación
en plena crisis económica, ha impregnado la psicología de sus personajes. “Me
resigno: vivir en el Delta es todo lo que podemos permitirnos” (p. 22),
sentencia el narrador homodiegético de Quero. En estas novelas (así como en otros
textos, como Los turistas desganados de Katixa Agirre, la autoficcional Clavícula
de Marta Sanz, los relatos de Fantasía
lumpen de
Javier Sáez de Ibarra, o cuentos breves como “Siempre hay
un momento en que un escritor escribe un cuento como éste, porque todos los
escritores se ven zarandeados en algún momento por una guerra o una crisis; o
por ambas”, de Felipe R. Navarro, incluido en Hombres felices) la crisis
económica ha dejado de ser el tema de las obras o el decorado para convertirse
en parte del paisaje. Está ahí, omnipresente; explica los continuos movimientos
nacionales o internacionales de los personajes en busca de trabajo y es la
causa de la brevedad de sus contratos; pero esa crisis ya se da por supuesta,
se disuelve en la trama, se convierte en la vida misma. La precariedad es la
existencia, es el lugar donde suceden las cosas. No se contempla como un estado
a superar, ni como un espacio del que salir. Pese a que Alcantarilla, Sanz y
Quero son poetas, no hay pulsión lírica en sus obras narrativas,
deliberadamente secas, lacónicas, hueras de artificio verbal y de
ornamentos sintácticos; es como si la precariedad permease el estilo y lo
llenase de fragmentación, silencios, elipsis y sequedad discursiva y léxica. En
ellas la prosa también se viste de pragmatismo, escepticismo y eficacia, como
las vidas de sus personajes. La antaño alambicada prosa de Sáez de Ibarra también
se ha secado, en aras de un barthesiano effet du réel, y hay
cierto naturalismo en Katixa Agirre. Sólo Felipe R. Navarro utiliza un estilo
desmesurado en sus relatos, quizá para aportar un efecto de contraste ante la
devastación.
Respecto a la
precarización en el “contexto académico” que comenta ácida y acertadamente Remedios
Zafra en El entusiasmo, puede encontrarse un ejemplo en la novela de
Aixa de la Cruz La línea del frente (2017), donde se habla de “esos
novecientos euros al mes”[5]
que cobran los investigadores becados, como la protagonista; o en la nouvelle
de Urbano Pérez Sánchez Trieste (2017), donde se comentan sus
deambulares como investigador incipiente en el extranjero. Esta semana leí que
hay universidades donde buena parte del profesorado se compone de profesores
asociados (para que la universidad se ahorre los costes sociales de los
trabajadores), que cobran entre 450 y 650 euros al mes.
Hace poco leíamos
la noticia real que la
Universidad de Utah había creado un espacio cerrado para que los estudiantes
puedan llorar en época de exámenes. ¿Para cuándo un espacio similar para
profesores precarios?
[Próxima entrega: 17 de mayo.]
[1] J. Wood, Los mecanismos de la ficción. Madrid:
Gredos, 2009, p. 169.
[2] Según Damián Tabarovsky, que comenta La collection (2014), de Luc Boltanski y Arnaud Esquerre, “Describir
a los intelectuales ya no como portadores de una verdad última, de una
conciencia social, de un saber universal, sino como un nuevo tipo de
proletariado, un estrato precarizado económica y socialmente es, evidentemente,
acertado. No es posible pensar el auge de las industrias ‘creativas’ (que
incluyen la publicidad, el marketing, la gastronomía ligada a la cultura, el
coleccionismo de arte, las nuevas tendencias del consumo, los objetos de lujo
como formas de arte y acumulación de status, las grandes ferias y encuentros
internacionales, los festivales de cultura y afines, el turismo cultural, y
etc., etc., etc.) sin percibir también que ese sistema funciona a partir de
este nuevo proletariado que ofrece sus ideas y conceptos –sus mercancías– en el
mercado. Luc Boltanski y Arnaud Esquerre agregan que lo propio de estos nuevos
objetos de enriquecimiento es que “la narratividad forma parte de su manera de
estar en el mundo’”; Damián) Tabarovsky, “Un libro a leer”, Perfil, 21/04/2018, http://www.perfil.com/noticias/columnistas/un-libro-a-leer.phtml.
[3] Remedios Zafra, El entusiasmo. Barcelona: Anagrama, 2017,
p. 14.
[4] Toni Quero, Párpados. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2017,
p. 30.
[5] Aixa de la Cruz, La
línea del frente. Madrid: Salto de Página, 2017, p. 44.
Qué bien!
ResponderEliminar¿Y cuánto cobra un albañil que se la juega en el alambre o un camarero que se deja la salud en el trabajo y además tiene que pagar, con sus impuestos, el sueldo del profesor quejumbroso o del funcionario absentista que le roba literalmente al Estado, es decir, a los que pagan impuestos para que se mantenga esa gigantesca máquina extorsionadora? Los funcionarios son privilegiados vistos desde el punto de vista de los que se la juegan en el tajo, ya que tienen derechos que los otros no pueden ni soñar
ResponderEliminarCreo que con el "yo estoy peor" o "y tú más" no progresamos demasiado. Cada colectivo debe reivindicar sus derechos. Aquí se mezclan dos profesiones, escritor y profesor, que tienen realidades diferentes y problemas diferentes. Pero los profesores asociados que cobran cuatrocientos y pico euros al mes NO son funcionarios, tampoco los becarios ni los contratados (ayudantes y contratados doctores). Funcionarios son sólo profesores titulares y catedráticos, y no es de ellos de los que se habla aquí.
ResponderEliminarUn saludo.