Una entre muchas filologías posibles
Me gustan los académicos
porque piensan de verdad que lo que hacen es importante. Sus reuniones, esas
publicaciones acartonadas que nunca nadie lee.
Katixa
Agirre, Los turistas desganados (2017)
No escasean los textos sobre la decadencia o falta
progresiva de interés de los artículos académicos y los capítulos de libro,
parte de una maquinaria mundial de papers
en rotación; una práctica que, sobre
todo en el terreno de las humanidades, ha materializado un océano de
irrelevancia publicada y de separatas entendidas como mero trámite para la
obtención de trienios, sexenios y currículum, en su mayoría vertebradas con
poca aportación original y escaso pensamiento digno del nombre[1]. En un
artículo del diario argentino Clarín,
María Luz González Gadea, investigadora del Conicet en el Instituto de
Neurología Cognitiva de Buenos Aires, apunta un dato estremecedor: “Un promedio
de un paper bastante leído es de diecisiete personas. Eso, haciendo un
pronóstico optimista: el 50% de los trabajos sólo serán leídos por los
coautores, los revisores y los editores del journal. Entonces, ¿qué estamos
haciendo?”[2]. Por no
hablar de la precariedad laboral de las últimas promociones de profesores,
comentada por Remedios Zafra en El
entusiasmo (2017), o la distorsión que en este mundo crean las predatory journals que cobran por
publicar, o las revistas que sólo publican a los amigos de los miembros del
comité científico, o aquellas que cobran por acceder a la lectura de los
artículos sin pagar un solo céntimo a sus autores. Junto a estos problemas
referidos al medio socioeconómico de implantación y transferencia de
conocimiento de la universidad, la práctica de los estudios filológicos se veía
amenazada desde dentro por otro motivo, apuntado por José Francisco Ruiz
Casanova, cuando se refería a “esta Filología que ya sólo tiene eco entre los
filólogos”, al penalizar los “asuntos nuevos”[3] y quedar
convertida en una forma de autoconsumo cultural, ajena por completo a los
intereses de la sociedad de su tiempo.
Pero lo que me gustaría abordar hoy no es el
entorno socioeconómico en que se desarrolla el trabajo de investigación en las
universidades, sino la forma de la
aportación crítica, entendiendo por tal, en sentido amplio, tanto la filología
tradicional como la crítica ensayística e incluso cierta crítica en medios. Las
instituciones son reticentes al cambio y a la evolución por su propia
conformación burocrática, lo sabemos, pero ¿no debería una mente humanística,
al escribir, resistirse en cierta medida a la institucionalización, o abrir, de
cuando en cuando, las ventanas, no sólo para refrescar el aire, sino también
para mirar más lejos? En esta dirección también se hacen notar las voces poco
complacientes; no hace mucho exponía Kevin Perromat que “tampoco es posible
descartar un cambio de paradigma que, como proponen algunos, salve los
discursos de la Crítica, aunque desprovistos quizás de pretensiones universales
u objetivas”[4],
y César Aira, en Continuación de ideas
diversas, se preguntaba “¿Por qué no existe, ni existió nunca, el ensayo
‘de vanguardia’?”[5].
Pocas páginas antes, Aira dudaba acerca de “[…] si ese rigor filológico no se
estará llevando demasiadas energías que sería más fecundo poner en el trabajo
mismo […] Quizá si dejáramos de lado el rigor y volviéramos a lo aproximativo
de una información deficiente, volvería a haber un florecimiento humanístico…
Esta hipótesis pueda probarse en los tiempos inmediatamente venideros, si
filósofos y científicos empiezan a usar la web como fuente de información” (p.
41).
En los últimos tiempos están apareciendo muestras
de otros enfoques teóricos y ensayísticos que proponen nuevos modelos, más
próximos a lo que quizá espera la sociedad de nosotros, en el marco de una
crítica entendida como activismo cultural,
en la línea marcada por Josefina Ludmer: “La crítica literaria parecía como
demasiado contemplativa o pasiva, y por eso, la tarea de este activismo
cultural parece ser la de pensar de qué modo intervenir, como convertir
discurso ya no en interpretación, sino en un modo de la acción”[6]. Se trata de pensar a fondo para quién y para qué escribimos, cuál es
nuestro ámbito de intervención, y si los trabajos académicos deben escribirse
con el objetivo central de superar exámenes de pares o deben buscar, más allá, lectores. Como ya dijo en un lejano
artículo titulado “Is Literary Studies Becoming Unpublishable?” Mary Murrell, por entonces editora
de Princeton University Press, “writing for readers and not for a committee is
what will ensure a stable book market for literary studies”[7].
Siempre hemos oído que la
crítica literaria debe lidiar con las dos orillas sobre las que está asentada.
Por un lado, se debe al rigor intelectual; por otro, tendrá presente el público
a quien se destina (siendo diferentes en forma y propósitos, por supuesto, la
crítica académica y la crítica periodística). Pero, ¿en realidad es esto así?
¿No existen medios para ser riguroso, incluso en el más estricto sentido
académico, y, sin embargo, poder
llegar a la sociedad, poder cumplir un papel intermediador entre autor y lector,
o una no menos necesaria función prescriptora? No sé cuántos caminos hay, pero
vamos a extendernos sobre uno: la crítica creativa, aquella que, gracias al uso
de herramientas provenientes de la literatura mal llamada “creativa” —porque la
crítica, a mi juicio, es creativa y artística también—, por ejemplo de la
ficción, puede ser entendida y asimilada por lectores en principio no pensados.
Camille Paglia decía algo que me parece interesante, en este sentido: “Good
writing comes from good reading. Humanists must set an example: all literary criticism should be
accessible to the general reader. Criticism at its best is re-creative, not
spirit-killing”[8].
Son palabras algo terminantes, pero en ellas late bastante sentido
común. Porque al cabo, en los terrenos que no son de nuestra estricta
especialidad —poesía húngara, teatro australiano, narrativa keniata, crónicas
laponas, aforismos en quechua, entre otros miles de casos— nosotros somos meros lectores también. Recuerdo que
antes de cumplir la mayoría de edad, lejos aún de tener algo digno de llamarse “formación
humanística”, como mero lector disfrutaba con entusiasmo de los ensayos
literarios de Borges, Edmund Wilson o George Steiner. Antes de ser
universitario, y por lo tanto potencial “interesado por la teoría”, esos
ensayos me parecían tan apasionantes como las obras que describían —en el caso
de Borges, me fascinaban más sus extricaciones que las obras extricadas—. No
estoy poniendo como modelo ni el tono, ni la forma u orientación crítica de
estos autores, alejado de la crítica creativa que ahora se defenderá: me limito
poner como ejemplo a imitar la pasión con la que yo los leía. Me pregunto si
nuestras lecturas de las obras ajenas ilusionan de la misma forma a los
adolescentes de hoy.
La crítica
creativa
del Glas de Derrida al plexiglás de Javier García Rodríguez
no hay apenas distancia, ambos son en sus contextos una magnífica apología de
lo que podemos llamar Crítica Creativa
Cristina
Gutiérrez Valencia[9]
Aunque la crítica
creativa, repetimos para no descubrir mediterráneos, ha existido al menos desde
el romanticismo (o antes, si pensamos en el Cándido
de Voltaire como crítica creativa del pensamiento de Leibniz, por ejemplo),
da la impresión de que en los últimos años su autoconciencia ha dado una vuelta
de tuerca, quizá por ese agotamiento generalizado del mondo paper al que antes hacíamos referencia. De ser una
posibilidad más, ahora la crítica que rebasa los marbetes del análisis y el
método parece una elección más meditada y combativa que antes, una forma
metacrítica de resistencia, que puede tomar como fines la creación literaria,
la estética plástica o un sano sentido del humor. También cabe hablar de una
dirección de análisis literario dirigido a la apertura de esos marcos y la
lenta disolución de los mismos en la retórica textual de los nuevos tiempos (el
lenguaje de las redes, incluyendo incluso el código con que se diseñan y
programan esas redes), representada por el libro de Alex Saum-Pascual que
comentaremos después. En resumen: la crítica creativa entendida como una alternativa,
entre otras, de renovar los estudios literarios, orientándolos a un público más
amplio. Y en esta línea quiero apuntar el surgimiento de distintos tipos de
ensayo y de escritura académica que tienen en común una intención creativa que
desborda el límite, creo que bastante aceptado y poco discutible, de que toda
crítica es creación. Lo es, sí, pero hay creaciones más creativas que otras,
igual que hay novelas que son más novelas
que otras (novelas Cervantes frente a novelas Avellaneda, para entendernos), o
músicos que son más músicos que yo cuando tomo una guitarra y perpetro unos
acordes borrosos y discordantes.
Llega el momento de analizar brevemente lo que
podría denominarse el dispositivo
literario de Javier García Rodríguez, una de esas rara avis de la cultura española que puede hacer una tesis sobre el
neoaristotelismo de la escuela teórica de Chicago, analizar las novelas estadounidenses
de campus, componer libros de poemas o relatos, estudiar con rigor tanto la
narrativa de David Foster Wallace como la influencia de los mitos grecolatinos
en la poesía española actual, o generar toda una serie de textos polimórficos
en los que es inútil diferenciar parte teórica y parte creativa, pues ambas
vienen indisolublemente unidas. García Rodríguez, como dije recientemente en un
congreso, se dedica al terrorismo genérico —de géneros literarios, se
entiende—, en aras de un decir otro
que comprenda o incluya todas las maneras de enunciar la literatura. En los
últimos tiempos ha publicado tres libros que tienden pasadizos entre ellos, los
ensayos creativos de Literatura con
paradiña. Hacia una crítica de la razón crítica (Editorial Delirio, 2017) y
En realidad, ficciones (Septem
Ediciones, 2017), y los relatos con momentos teóricos de La mano izquierda es la que mata (Trea, 2018). Criticar o analizar la obra creativa con otra
obra creativa es un principio romántico, como viese Walter Benjamin[10], y
quizá de un modo postromántico —muy ligado a la ironía posmoderna—, García
Rodríguez construye lo que denomina “razón crítica ficcional” en Literatura con paradiña: “Recoge este
libro algunos trabajos que ensayan una crítica de la razón crítica (que es, al
tiempo, una crítica de la razón ficcional), esto es, una problematización de
las formas hermenéuticas o analíticas tratando de expandirlas hacia espacios
menos transitados. No es ajena a esta pretensión la idea de sostener el
discurso teórico-crítico sobre la indistinción genérica entre este y el
discurso de ‘la ficción’”[11]. Un
poco más adelante, García Rodríguez añade: “Dejar que la ficción sea un
elemento más del trabajo crítico (‘quien se proponga escribir como un ensayista
ha de aceptar la inconsistencia de la dispersión, ha de aprender a
multiplicarse como sea y, si es preciso, a armarse con muchos ojos, dice
Enrique Lynch en Prosa y circunstancia)
no es más que un paso en la dinámica de no renunciar a cualquier recurso
disponible” (pp. 12-13). Y, en efecto, el volumen reúne varias piezas que están
en el límite de lo conceptual y también en el límite de lo decible, como “Lyrica®”,
un texto que fue publicado originalmente en una revista académica, aunque es la
reproducción literal del texto íntegro del prospecto del medicamento
antidepresivo homónimo. Al insertar el discurso farmacológico en un contexto
filológico-lírico genera una inquietante apertura del horizonte de expectativas
sobre el concepto de poesía y su funcionamiento psicológico (y también del
marco académico como marco neurótico; no cito el pharmakon derrideano porque ustedes ya lo habían pensado).
Como ha señalado Cristina Gutiérrez Valencia, otras
piezas de los libros de García Rodríguez que nacieron como poemas o relatos se
integran sin solución de continuidad en su discurso crítico, amparadas en la
regenerización o la repetición multiforme, en un esfuerzo que, según Jara
Calles, abraza “la ficción no solo como refuerzo semántico, sino, sobre todo,
como medio para la revisión, problematización y ampliación de las formas
hermenéuticas tradicionales”[12]. Mutatis mutandis, aparecido como libro
en 2009, es un ejercicio exploratorio de la narrativa mutante utilizando
algunos elementos retóricos de la misma, del mismo modo que “Narratología para
dummies” compila algunas ideas sobre narrativa posmoderna mediante la
reproducción de sus estrategias dispositivas y elocutivas. En una reseña sobre Literatura con paradiña, Laro del Río
Castañeda expone algo de gran interés: “el análisis del papel de la crítica y
la Academia en torno a ellas consiguen una riqueza expresiva (en el instante y
reveladora) que solo se podía hallar en la mezcla de crítica y ficción, de
creación y metacreación.”[13], en un
marco que es metafictiocrítico o metacrítico-ficticio. Algo similar sucede con La mano izquierda es la que mata (2018),
un conjunto de relatos donde sigue penetrando la teoría con naturalidad, y una
sentencia judicial y una noticia de prensa son trasvasados, sin apenas más
operación estética que la recontextualización, al discurso narrativo.
Observemos una página de este libro “de cuentos”, a fin de comprobar el grado
de retorsión teórica al que se somete al discurso narrativo:
Los penaltis con paradiña o paradinha, inventados
por futbolistas brasileños como Didí o Pelé, tenían por objeto desequilibrar al
portero antes del momento del lanzamiento, postergando el chute del balón hasta
que el futbolista veía caído al arquero en el suelo. Eso garantizaba el
acierto.
Pero, si lo pensamos bien, la paradiña genera un
momento de suspensión en que el delantero contempla, libre del obstáculo natural, la portería contraria; un instante sin
tiempo en que puede ver de un modo diferente la meta (lo meta) y pensar, gracias a un gesto creativo, cuál es el mejor punto
de entrada del pensamiento, quiero decir del balón, en las redes. Pues creo que
los libros de García Rodríguez generan idéntico momento de cambio de la mirada
en el entendimiento —a puerta vacía— de lo que es la literatura en nuestro
tiempo. Del mismo modo que el delantero talentoso, que no renuncia a ningún
recurso para obtener el tanto (aunque, ay, la paradiña se ha prohibido hace poco por la FIFA), el crítico
inteligente no renuncia a ninguna de las posibilidades de la panoplia
intelectual para hacer diana.
Un segundo libro del máximo interés en este sentido
es #Postweb! Crear con la máquina y en la
red (Iberoamericana Vervuert, 2018), de la profesora y poeta digital Alex
Saum-Pascual. Desde la universidad de Berkeley, donde forma parte de un grupo
de estudio e investigación en creación digital, Saum-Pascual propone un
análisis de la narrativa española reciente desde un marco conceptual que
desafía lo establecido y que considera el tecnotexto
como el punto donde se manifiesta la tensión entre el mundo del libro
impreso (y su vertical cultura institucionalizada) y las nuevas formas de
escritura en los márgenes, portadoras de valores diferentes y de un modo
distinto de enfocar el hecho literario —desde su nacimiento creativo hasta su
distribución horizontal—. Aunque #Postweb!
puede parecer
un poco provocador, tanto desde el título como desde el índice y el esquema
dispositivo, esa sensación se diluye nada más comenzar a leerlo, pues es un
libro extraordinariamente inteligente e informado (esté uno de acuerdo o no con
los planteamientos concretos que hace la autora, que no siempre habrá consenso,
ni falta que hace). Si nos parece provocador es porque #Postweb! materializa el desiderátum al
que hacíamos antes referencia: actualizar a la contemporaneidad el lenguaje de
la crítica literaria/académica y situar las lecturas en un contexto reconocible,
mezclado con la realidad social y una perspectiva de crítica sociohistórica.
Creo que la autora lo explica mucho mejor que yo:
Su perspectiva anti-académica (no se referencian los números
de las páginas citadas, por ejemplo) y su extremo subjetivismo pueden
entenderse, además, como una forma adecuada
a un discurso alérgico a cualquier
hegemonía, un modo de encarnar en
primera persona el punto de vista. Es una perspectiva más próxima a los
estudios literarios anglosajones que a los españoles, y que conlleva sus
problemas, pero que, cuando se emplea con el debido rigor y ajeno a la uniformidad
de los Cultural Studies (no pocas veces tan pétreos e institucionalizados como
el discurso que venían a combatir), como lo hace Saum-Pascual, produce un
saludable efecto de aire nuevo. Además,
el innovador modo digitalizado (un
poco tecnotextual también, ahora que lo pienso) en que Alex organiza, amplía,
glosa y comenta sus propios textos es una perfecta traslación de sus conceptos
sobre la interfaz digital y su profundo impacto en los textos actuales (no sólo
en los que ella estudia, sino, prácticamente, en todos). #Postweb!, en consecuencia, también se
inserta en ese momento de crisis entre lo impreso y lo digital, nutriéndose de
ambas esferas, intentando la comunicación fructífera entre las dos. No
niego que el ensayo pueda suscitar cierta polémica por su ruptura abierta con
la norma académica, pero creo que esa polémica es necesaria, porque es preciso
un debate sobre las formas de la crítica académica en el siglo XXI. Intento
decir que lo importante no es si la academia debe cambiar hacia la dirección en
que trabaja Saum-Pascual, sino tomar nota de que Saum-Pascual es un buen radar de lo que sucede ahí fuera, y que la academia necesita radares para no
quedarse aislada, como aquel soldado japonés que resistió a solas en la selva a
los estadounidenses durante veinte años, sin saber que había terminado la II
Guerra Mundial.
Otro ejemplo de crítica creativa es el interesante
ensayo de Fernando Iwasaki, Las palabras
primas (Páginas de Espuma, 2018), un libérrimo ejercicio de estilo y mirada
atravesado por una mezcla singular de rigor lingüístico, histórico y filológico
y de sentido del humor (algo que lo emparenta con Javier García Rodríguez, por
cierto, que tampoco ahorra la mirada irónica y el descaro en sus ensayos). En
sus primeras páginas, además, Iwasaki recuerda algunos significativos párrafos
de distintos autores, desde Chesterton a Borges pasando por Monterroso, que
recuerdan la posibilidad de hacer un pensamiento irónico, que puede desactivar
el otro rigor, el mortis, que a veces
afecta a la escritura teórica. El teórico argentino Alberto Giordano, en un
ensayo titulado “La resistencia a la ironía”, señala “Para que la literatura
pueda hacer su propia teoría, la teoría deberá ser irónica y adoptar la forma
de lo paradójico, que es la de la coexistencia inestable de determinaciones
heterogéneas, incluso antagónicas: el apego a lo circunstancial y el deseo de
lo definitivo, subjetivismo radical y la busca de objetivación, la exaltación
del detalle y la voluntad totalizadora, la experiencia afectiva y el rigor
conceptual”[14].
Ironías y paradojas no faltan en el ensayo de Iwasaki, desde luego, que con un
estilo cuidado y digresivo se arroja sobre cuestiones lingüísticas e históricas
con el bisturí del estudioso y la anestesia del enamorado de todo lo relativo a
la lengua —en todos los sentidos de la palabra— y de la cultura —también en
todas sus variantes—.
Otros posibles ejemplos de una crítica creativa son
los ensayos visuales o ensayos gráficos, donde podríamos citar los conocidos
libros de Frédric Pajak, como El
manifiesto incierto (Errata Naturae, 2016), y también La rue del Percebe de la cultura y la niebla de la cultura digital (Consonni,
2015) de Mery Cuesta, Qué vemos cuando
leemos, de Peter Mendelsund (Seix Barral, 2015); la crónica-cómic Los vagabundos de la chatarra (Norma,
2014), de Jorge Carrión y Sagar, o la tesis doctoral Unflattening (Harvard University Press, 2015) de Nick Sousanis. O
algunos artículos académicos de Remedios Zafra, que pueden encontrarse sin
dificultad en la red, que renuncian explícitamente a las citas y las
referencias bibliográficas para ahondar, según la autora, en el tema tratado en
cada momento. Vega Sánchez Aparicio recuerda otras direcciones y posibilidades:
En las últimas décadas, el ensayo, o la crítica, que
se acerca a propuestas ya no solo híbridas, sino también mutantes, ha superado
un estadio de consenso y su fisonomía se asemeja progresivamente al objeto
examinado. De ahí, por ejemplo, Notas sobre conceptualismos (2009), de
Robert Fitterman y Vanessa Place, que adopta la materialidad de la escritura
conceptual, o, en una línea diferente, pero más cercana a la de Javier García
Rodríguez, los trabajos de David Foster Wallace y de Eloy Fernández Porta, este
último en el ámbito español. No es fortuito tampoco que ciertas creaciones
ensayísticas se aborden desde la crónica, como Librerías (2013), de
Jorge Carrión, finalista del premio Anagrama de ensayo, o desde la ficción y
no-ficción como en Había mucha nebrina o humo o no sé qué (2016), de
Cristina Rivera Garza.[15]
En la misma dirección podríamos citar también En la confidencia. Tratado de la verdad
musitada (2018), un revelador ensayo sobre el secreto de Eloy Fernández Porta,
siempre tan preciso como para-académico, o el Teleshakespeare (Errata Naturae, 2011) de Jorge Carrión, o incluso puede
hacerse referencia a algunos libros de poemas de Ángel Cerviño o de Julio César
Quesada Galán, donde teoría y práctica están tan unidas que separarlas es hacer
inviable la supervivencia del texto donde viven en perfecta simbiosis.
Como se ve, parece que algo se mueve en el campo de
los estudios literarios, y creo que cualquier forma de ventilación es
bienvenida, aunque sólo sea para seguir ejerciendo esta antigua forma de arte
verbal no desde una torre de marfil, sino desde un lenguaje ensayístico y una
forma de mirar que no excluyan a los posibles lectores: nuestros semejantes,
nuestros hermanos.
[1] “Pensador no es cualquiera: hace falta
capacidad de observación, talento literario y conocimiento profundo de un
ámbito de la realidad y el suficiente de otros cuantos para trascender. Al
trabajo académico, en cambio, le basta con esconderse tras una supuesta labor
investigadora y pergeñar textos de los que ya nadie espera atractivo estético
ni mayor aportación. No hay que pensar en nombre propio para hablar de una obra
literaria, no hay que saber mirar para hablar de pintura, no hay que haber
estudiado a fondo y tener cultura suficiente para escribir sobre
literatura, arte, filosofía; con investigar, basta: recoger fuentes,
analizarlas, recopilar datos, tratarlos, recopilar estadísticas, extraer
resultados, son manera de tratar una obra de arte o el pensamiento místico. Y
con todo ello escribir un paper, citar a unos cuantos pares para que
luego nos citen ellos y publicar el resultado en una revista indexada.”; José
Antonio de Ory, “Esbozo sobre el ensayo /y II)”, Revista de Libros, 20/12/2017, en
http://www.revistadelibros.com/blogs/pasajero-en-transito/esbozo-sobre-el-ensayo-y-ii.
[2] Martín de Ambrosio, “El drama de escribir
papers para casi nadie”, Clarín,
19/07/2018, https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/drama-escribir-papers-nadie_0_Hk77ydRQX.html.
[3] José Francisco Ruiz Casanova, Anthologos: poética de la antología poética.
Madrid: Cátedra, 2007, p. 15.
[4] Kevin Perromat, “El apocalipsis que nunca
llega. Crisis y representaciones de la crítica literaria actual”, Líneas. Revue interdisciplinaire d’Etudes
Hispaniques, n.º 4, julio 2014, accesible en
http://revues.univ-pau.fr/lineas/1297.
[5] César Aira, Continuación de ideas diversas; Ediciones Universidad Diego
Portales, Santiago de Chile, 2014, p. 65.
[6] Josefina Ludmer, “De la crítica literaria
al activismo cultural”; Chuy. Revista de
Estudios Literarios Latinoamericanos, n.º 4, 2018, [pp. 52-73], pp. 60-61.
[7] M. Murrell, “Is Literary Studies Becoming
Unpublishable?”, PMLA, Vol. 116, No.
2, Mar 2001, [pp. 394-396], p. 395
[8] Camille
Paglia, “Introduction”, Break, Blow, Burn;
Pantheon Books, New York, 2005, p. xvi.
[9] C. Gutiérrez Valencia, “Javier García
Rodríguez, un homo sampler con estilete crítico”, El Cuaderno, enero 2018, https://elcuadernodigital.com/2018/01/05/en-realidad-ficciones/.
[10] Walter Benjamin, El concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán;
Península, Barcelona, 1988, p. 105.
[11] Javier García Rodríguez, Literatura con paradiña. Hacia una crítica
de la razón crítica. Salamanca: Editorial Delirio, p. 12
[12] J. Calles, “Literatura con paradiña”, EU-topías,
vol. 15 (primavera 2018), [pp. 179-183], pp. 179-180
[13] Laro del Río Castañeda, «Entre mutantes y
académicos: la criticaficción de García Rodríguez. Reseña sobre: Javier García
Rodríguez: Literatura con paradiña. Hacia una crítica de la razón crítica»,
Actio Nova: Revista de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, 1
(2017), [268-272], p. 271.
[14] A. Giordano, El pensamiento de la crítica. Buenos Aires: Beatriz Viterbo, 2015,
citado en Virginia P. Forace, “Reseña bibliográfica: Alberto Giordano, El
pensamiento de la crítica”. Estudios de Teoría Literaria. Revista
digital: artes, letras y humanidades, marzo de 2018, vol. 7, n.° 13, [pp.
177-181], p. 179.
[15] Vega Sánchez Aparicio, “Javier García
Rodríguez: Literatura con paradiña. Hacia una crítica de la razón crítica.
Salamanca, Delirio” (reseña), Pasavento.
Revista de estudios hispánicos, Vol. VI, n.º 1 (invierno 2018), pp.
239-243, p. 239.