Ben Marcus, Norteamericanas ilustres. Trad. Rubén Martín Giráldez. Madrid: Malastierras, 2021.
Gertrude Stein, Aprender a escribir. Trad. Itziar Hernández Rodilla y Paula Zumalacárregui Martínez. Pamplona: Greylock, 2021.
Hay un cuento de Jorge Luis Borges, titulado “La cámara de las estatuas”, que contiene la inquietante imagen de un libro extraordinario, un libro del que “no se pudo descifrar su enseñanza, aunque la letra era clara”. Tengo razones para creer que ese libro era de Gertrude Stein.
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“La lengua literaria es compleja porque intenta conseguir algo extraordinariamente difícil: fijar los aspectos elusivos de la maraña vital, representar la intensidad de la conciencia, producir esa clase de historias que cautivan y fascinan.”; Ben Marcus, en Ben Marcus y Rubén Martín Giráldez, Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos Pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez. Zaragoza: Jekyll & Jill, 2018, pp. 12-13.
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Hay que distinguir los textos complejos de los herméticos. Los segundos son indescifrables, total o parcialmente, por voluntad del autor. La escritura asémica, por ejemplo, practicada por algunas voces experimentales, no puede ser comprendida; son otros sus propósitos, consistente quizá en la expresión gráfica pura, de corte principalmente icónico. Algunas literaturas irracionales o surrealistas proponen contenidos horros de referencia, autotélicos, insondables; tampoco buscan ser entendidos, o no por completo. El ruidismo poético tiene su propio régimen de afectos y efectos. Otros procederes —como los desplazamientos gongorinos, los planos paralelos en Mrs Dalloway de Virginia Woolf, los retruécanos de Joyce, los deslizamientos fónicos de Roussel, la imagen poética, el cut-up de Burroughs, la retardación narrativa, el flujo de John Ashbery, la parataxis extrema de The Last Novel de David Markson o las escrituras errantes estudiadas por Julio Prieto— buscan el extrañamiento, y bien que (lo) hacen.
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Ben Marcus y Gertrude Stein pueden proponer narrativas complejas, de lenta digestión y pensamiento, pero están lejos de ser herméticos. Sus tácticas están a medio camino de la familiaridad y del asombro. Su prosa está enrarecida, como una habitación de niebla.
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Algunos lectores perezosos pueden pensar que a Stein no hay quien la entienda. Que en su literatura no hay método, sino una especie de juego, una broma destinada a emitir variaciones o permutaciones del lenguaje. Como si un mono aprendiera mil palabras y las fuese tecleando en mil máquinas de escribir, alternándolas y remezclándolas hasta el paroxismo.
A estos lectores me gustaría hacerles tres preguntas: la primera sería si han puesto en la lectura la suficiente observación, porque no han detectado la sutileza con la que Stein va generando conexiones, ecos, ritornelos, coincidencias, recuperaciones, insistencias —como explican Benito del Pliego y Andrés Fisher, Stein crea su propio método[1]—. La segunda pregunta es: si las variaciones y repeticiones no les disgustan en la música, ¿por qué sí les molestan en la literatura? Y la tercera es todavía más radical: ¿quién les dijo a ustedes que hay que entender todo lo leído? ¿Qué miserable profesor de literatura, qué canalla les dijo tal cosa?
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Planteo la hipótesis, disparatada pero estadísticamente comprobable, de que César Aira ha aprendido un truco de Gertrude Stein: diseminar a lo largo de su producción experimental las reglas de lectura de la misma. Quien lea a Stein puede tener la sensación de que el azar rige su escritura, pero estoy en completo desacuerdo. Hay una mecánica en ella, hay un proceso perfectamente calculado, del que Stein va sembrando por aquí y por allá algunas semillas, para el lector atento. Por ejemplo, parte de su poética puede leerse en la página 60 de Aprender a escribir: “agregar procesando”. Y luego Stein procesa, agregando, para cumplir su propio dictum: “agregando agregando ser amplio ampliando ampliando un bulevar una calle un pueblo”. Un crecimiento recurrente, a base de fractales sintagmáticos, que van reflejando y ampliando a escala algunos motivos. Y más adelante: “Una gramática en continuidad” (p. 260).
Su proliferación discursiva no es tumoral, sino acuática: se desborda, se desparrama cuidadosamente, en razón de las posibilidades geográficas de inundación.
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“Casi todos los libros que aprecio, y absolutamente todos los que me han servido para algo, son difíciles de leer. [...] Unos me han servido aunque eran difíciles; otros porque lo eran”; Paul Valéry, Cuadernos (1894-1945); edición de Andrés Sánchez Robayna, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2007, p. 58.
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Aprender a escribir no es un libro de escritura creativa, sino una lección de cómo escribir.
No por los resultados concretos, tan discutibles como los de cualquier otro clásico de la literatura, sino por la obsesiva y casi morbosa preocupación de la autora por la mejor manera de hacerlo.
No hace falta escribir como Stein, bastaría con tener su coraje.
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“Enemigo declarado de la ‘escritura amigable para con el público’, Marcus se coloca sin temor del lado de la dificultad: ‘senderos sintácticos completamente nuevos’, ‘una aspiración poética que tiene fe en la posibilidad de que el lenguaje cree marcos de sentido fantasmales’. Gertrude Stein, Samuel Beckett y William Gaddis se cuentan entre sus modelos precursores”; Cinthia Ozick, “Los muchachos en el callejón, lectores que desaparecen y la gemela fantasmal de la novela”, Críticos, monstruos, fanáticos y otros ensayos literarios. Buenos Aires: Mardulce, trad. Ariel Dilon, 2020, p. 26.
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A ver, no se equivoquen ustedes: Ben Marcus está como una regadera. Sus obras son alucinantes, porque 1, ofuscan, seducen o engañan; 2, sorprenden, asombran, deslumbran; 3, fantasean, imaginan vivamente algo; 4, padecen (y parecen) alucinaciones; 5, se confunden, desvarían (DRAE). Sus novelas sólo se parecen a un personaje de Ben Marcus, sólo lo tautológico funciona a modo de definición.
Voy al grano, porque son ustedes gente ocupada, o eso dicen. Los procedimientos de enrarecimiento narrativo de Marcus se basan en la inversión irracional, y son los siguientes:
—Resemantización de objetos y hechos.
—Deserotización del sexo.
—Proliferación de las connotaciones del lenguaje, hipostasiado hasta rozar el sinsentido.
—Extrañamiento semántico.
—Se familiarizan los vínculos entre extraños y se enrarecen los vínculos familiares.
—Se cosifican o reifican las personas (p. 95) y se personifican los objetos (p. 212).
—Se normativiza la ilógica, como el contrato del “voto de quietud”, y se desregulariza la lógica.
Es curioso que un libro sobre poder antilogomáquico del silencio, como Norteamericanas ilustres, hinche tanto la expresión y desarrolle hasta el agotamiento el lenguaje; las resemantizaciones generan códigos tan complejos y con tantas capas de significación que el aire léxico se vuelve irrespirable, de puro denso.
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In Gertrude Stein a deliberate prolixity of language gives to the words something of the capacity for repetition that music has.
Northrop Frye, Anatomy of Criticism (1971, p. 266)
How to Write fue escrita por Stein justo en el límite entre sus obras más experimentales de los años 20, muy influidas por la percepción pictórica de la época, y las obras más accesibles que vendrían después, como The Autobiography of Alice B. Toklas (1933). Aprender a escribir se parece más a las primeras. Su lector notará parecidos con fragmentos como éste de Tender Buttons: Objects, Food, Rooms (1914):
Cito de Tender Buttons: Objects, Food, Rooms. Mineola, NY: Dover Publications, 1997, p. 8.
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Hay capítulos de Norteamericanas ilustres, como “La cabeza de la nueva hembra”, que parecen el análisis antropológico de una tribu inexistente.
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“Bajo la estrategia del fantasma de la vanguardia es posible pensar a la narración, a lo narrativo, por afuera de esa fatalidad, reinventando para la lengua un estado de vacilación, de ambigüedad, en la ilusión de perforar el lenguaje, de llevarlo afuera, de sacarlo de contexto, de encoger el contexto al máximo hasta que la literatura se vuelva inmanencia: la dimensión política de la frase.”; Damián Tabarovsky, Fantasma de la vanguardia: Buenos Aires: Mardulce, 2018, p. 23.
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Estas obras no tienen traductores, sino héroes. Agradezco y valoro el esfuerzo de Iztiar Hernández Rodilla y Paula Zumalacárregui Martínez con la obra de Stein, cuya dificultad ellas mismas explican en un pequeño prólogo a la obra. Respecto al trabajo de Rubén Martín Giráldez sobre Marcus, no sólo nos permite acceder de lleno al mundo del novelista estadounidense; también creo que quien lea Norteamericanas ilustres tendrá más herramientas para entender la exigente obra narrativa del propio Martín Giráldez, muy valorada en esta casa.
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La dificultad literaria es relativa. “Gramática es lo mismo que relativo”, dice Stein (p. 258). Más que libros difíciles, hay lecturas remolonas, perezosas, “algo así como frenar la lengua mientras se habla” (Marcus, p. 103). Sacudámonos la parálisis, lancémonos al abismo. Allí, al fondo, nos aguarda la mejor versión de nosotros, la lectora o el lector que deberíamos ser.
[Relación con autores y editoriales: ninguna]
[1] B. del Pliego y A. Fisher, “Gertrude Stein: retratos, composición, repetición”, Revista Laboratorio, nº. 9, 2014, en https://laboratoriodeescrituras.udp.cl/gertrude-stein-retratos-composicion-repeticion/.
Muchas gracias, Vicente Luis. Hace unos días compre el libro de Ben Marcus, Norteamericanas ilustres, pero en inglés. Lo hice intrigado por la trama compuesta en Magistral por Rubén Martín Giráldez. El de Gertrude Stein ya lo he leído. Sin embargo, sigo tus atinadas evaluaciones de literatura que merece ser leída.
ResponderEliminarMuchas gracias, Vicente Luis. Hace unos días compre el libro de Ben Marcus, Norteamericanas ilustres, pero en inglés. Lo hice intrigado por la trama compuesta en Magistral por Rubén Martín Giráldez. El de Gertrude Stein ya lo he leído. Sin embargo, sigo tus atinadas evaluaciones de literatura que merece ser leída.
ResponderEliminarGracias a ti, Javier, por la lectura. Un cordial saludo.
ResponderEliminar“Casi todos los libros que aprecio, y absolutamente todos los que me han servido para algo, son difíciles de leer”.
ResponderEliminarEn esa frase falta un "bastante" antes de "difíciles".
"Presque tous les livres que j'estime et absolument tous ceux qui m'ont servi à quelque chose, sont livres ASSEZ difficiles à lire."
Y señalemos que eso lo escribe el escritor que más claro ha escrito en francés en el siglo XX.