Borja Bagunyà, Los puntos ciegos. Madrid: Malas Tierras, 2022.
15 razones para leer Los puntos ciegos
1. Porque son escasas las ocasiones en que no importa el tamaño de una novela y la devoramos, arrastrados por la fuerza del estilo y por la preclara mala leche de su autor, y Los puntos ciegos es una de esas excepciones aplaudibles.
2. Porque Bagunyà (Barcelona, 1982), en su primera ficción larga —no es
su opera prima narrativa, pero menudo debut novelesco, señoría—,
demuestra que no hace falta una gran historia para levantar una gran novela. En
esta época boba donde triunfa la dictadura de “los contenidos”, Bagunyà da una
lección literaria sin molestarse en explicitarla: la literatura reside en cómo
se cuentan las cosas, con independencia de que sean interesantes o anodinas. No
contenidos, sino formas: trama, estilo, tropos, estructura, hallazgos verbales,
elección de léxico, discursividad, tensión entre coloquialismo y calidad de
página, etc. Dura colleja a las lógicas instagrameras, comerciales y morbosas:
lo que sucede a continuación no te sorprenderá. Cómo está contado, sí.
3. Porque la imaginación asombrosa de Bagunyà genera mundos fastuosos a partir de la grisura vivencial de una ginecóloga y un profesor universitario mediocre, recordando que lo imaginativo no es siempre un hallazgo, sino, las más de las veces, un extenso proceso.
4. Porque no hay dimensión de la humanidad del siglo XXI que no aparezca, de un modo u otro, inscrita, comentada o criticada en Los puntos ciegos. Con divertida inteligencia y con inteligente humor, a veces desopilante. El autor ha encontrado el perfecto “ángulo” de ataque (p. 234, recordemos que el original catalán se titulaba Els angles morts) desde el que acechar el Zeitgeist.
5. Porque hay también una riquísima fantasía psicológica, con dos tremendos personajes centrales, Morella y Sesé, de profundidad rusa, inglesa y stendhaliana, y a la vez vitalmente posmodernista.
6. Porque los recursos estilísticos de Bagunyà y su sabia dosificación muestran a las claras a un escritor mayor, y no hablo de edad.
7. Porque Bagunyà ha entendido que todo reside en el lenguaje; que, en literatura, al final todo es lenguaje (pero la connotación), y que el estilo es lo contrario al recargamiento, la verborrea y la prosa-sonajero.
8. Porque en la página 311 leemos “cómo una malformación masiva y radical podía ser del todo inocua”, y vemos ahí una especie de poética oculta del libro, y comprendemos que el tamaño y la proliferación de elementos inesperados del cuerpo textual, la repleción parentética, la bilocación de secciones y miembros discursivos en lugares inesperados, pero perfectamente funcionales -como las notas al pie-, dan como resultado un cuerpo novelesco monstruoso, cuya anomalía resulta hermosa por interesante, como la Hidra de Lerna, el hombre elefante, el cerebro atravesado de Phineas P. Cage, el planeta pensante de Solaris, Jabba el Hutt o la soprano alienígena de El quinto elemento.
9. Porque está traducida del catalán por Rubén Martín Giráldez, lo que garantiza que el estilo de llegada es, como poco, tan bueno como el de partida.
10. Porque Los puntos ciegos tiene tantas páginas memorables que las que hay que contar son las otras.
11. Porque Bagunyà es un maestro en construir símbolos contemporáneos. Un arte especialmente complicado, en el que el autor se mueve como una anguila en los recovecos de un arrecife.
12. Por la elaboradísima recreación de las pesadillas funcion(ari)ales de la universidad y la medicina patrias, así como la “aluminosis intelectual” (p. 267) de nuestros pensadores de guardia. Sus juegos te(rr)óricos comienzan con la divertida alteración del epígrafe del comienzo y ya no terminan, ni queremos que terminen.
13. Porque Los puntos ciegos tiene en común con La nostalgia de la Mujer Anfibio (Anagrama, 2022) de Cristina Sánchez Andrade dos elementos: el gusto por la malformación fisiológica como emblema de la peripecia emocional y, sobre todo, el desgarro de la otra vida nunca vivida como eje central de la propia experiencia: las opciones aparcadas como némesis existencial, la obsesión con “lo que fuese que tenía que llegar no llegaba. Ni llegaría” (Los puntos ciegos, p. 489), la preocupación por aparcar la cotidianidad gris y amorfa que se vive para romper y “empezar a vivir” (La nostalgia de la Mujer Anfibio, p. 259). Las otras existencias posibles, el horror de las decisiones vitales incorrectas, que tan inteligentemente explicase Mark Twain en El forastero misterioso (1916).
14. Porque Malastierras, con apenas 25 libros publicados, se está convirtiendo en una de las editoriales más atrevidas y valiosas de este país, y hay que apoyarla.
15. Porque este puede ser el principio de una hermosa amistad, la de Bagunyà con ustedes.
[Relación con el autor y con la editorial: ninguna]
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