Ganar islas
Azahara Alonso, Gozo. Madrid: Siruela, 2023.
El mejor homenaje que he hecho a este libro es retrasar la escritura de esta reseña todo lo posible, pero al final la redacto porque hacerla ya no es trabajo, sino gozo.
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En dos artículos académicos, Borja Cano ha estudiado las “escrituras improductivas” y las “escrituras ociosas”. Con estos marbetes críticos, Cano no se propone analizar novelas en las que se critique la precarización, o los rigores de los distintos sistemas laborales, sino se persigue otro tipo de acercamiento, situado más allá: el de aquellas obras narrativas planteadas como una defensa de la huida del trabajo, de la desocupación, con mayor o menor radicalidad de compromiso ideológico —porque es obvio que oponerse al régimen laboral y a la necesidad de vender la fuerza propia de trabajo conlleva una lectura social desfavorable del capitalismo—. La lista de obras no es precisamente breve; entre las escrituras improductivas Cano estudiaba en 2020 “textos de Guillermo Fadanelli, Andrés Neuman, Héctor Abad Faciolince, Vivian Abenshushan o Luigi Amara”; en 2023 se agregan más nombres a las narrativas ociosas:
“Entre la nómina de títulos que se alude a continuación destacan algunos ejemplos como Diatribas contra el trabajo (2017) de Alejandro Hosne, una suerte de diario escrito durante largas noches de insomnio debido a su labor en una oficina desde la que denuncia, en tono tragicómico, la imposición del trabajo asalariado como única vía de emancipación; o Contra la vida activa (2015) de Rafael Lemus, quien reflexiona sobre el desprestigio de la ociosidad en la cultura actual respecto a épocas anteriores, así como la escasa oportunidad para intensificar el tiempo libre en contraposición a los múltiples modos con que contamos para matarlo. Asimismo, resalto nombres como el de Vivian Abenshushan, quien en Escritos para desocupados (2013) realiza un ejercicio crossmedia en torno a la desocupación para reivindicar el ocio como respuesta al capital, o algunos títulos de María Sonia Cristoff como Desubicados (2006), Bajo influencia (2010) o Inclúyanme afuera (2014), pues en todos ellos aparecen personajes asidos por una frenética carga laboral de la que desertan por distintas vías improductivas.”[1].
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Uno de los aspectos más sugestivos de Gozo es su hibridez genérica, su mezcla de géneros textuales: crónica, apuntes, ensayo, citas, estampas costumbristas, notas autobiográficas, etcétera. Curiosamente, esta de la hibridez es una seña de identidad de los libros a favor de la ociosidad, según Borja Cano: “estas obras se desplazan cómodamente entre distintos géneros literarios– la expanden, inoculando en el texto todo tipo de materiales discursivos, anécdotas, reflexiones y largas y detenidas descripciones que no hacen sino introducir, desde su escritura, un tiempo opuesto al tiempo plural y hegemónico”. Hasta cierto punto, es lógico que en un libro como Gozo, donde el desplazamiento y la variación de la mirada son dos elementos fundamentales, la metamorfosis genérica comparezca como materialización de un modo no cerrado de entender la experiencia, incluida la experiencia literaria.
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Otra de las virtudes de Gozo es su capacidad puntual para detener el tiempo y establecer un insólito canal comunicativo entre el ahora de su escritura y el ahora de quien lee: una correspondencia facilitada por la estructura del libro -digo facilitada y minoro con ello la notable dificultad que conlleva- y que logra ubicarnos por momentos en la isla y compartir con la autora esos instantes de contemplación. Como un agujero de gusano que nos permitiese estar en nuestra casa y en Malta a la vez. Leer a Azahara Alonso: ganar islas.
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Uno de los puntos fuertes del libro es la disección analítica que realiza de dos fenómenos paralelos y que, bien mirados, no tienen absolutamente nada en común: el turismo y la vida ociosa. El turismo, como explica Alonso, es lo contrario del dolce far niente; hogaño ha devenido un quehacer agotador, basado en exprimir hasta la médula una “curiosidad adiestrada” (p. 159), que no deja de ser una forma de alienación de masas dirigidas como rebaños. “El turista es un trabajador ejerciendo su labor de días libres” (p. 53), sentencia.
La vida libre de trabajo, sobre todo lejos del trabajo por cuenta ajena, es quizá el asunto central de Gozo, y la explicación misma del título. Los fragmentos oscilan entre la descripción de la vida pausada (p. 187) de Alonso y su pareja en la isla, sin tener que trabajar la mayor parte del tiempo (feliz por excepcional), y la reflexión ensayística, apoyada en luenga bibliografía, en la maldición del trabajo y la deshumanización que supone una existencia basada en la entrega de las mejores horas de los mejores años de nuestra vida a una esclavización, no por elegida menos sangrante. Alonso entra a fondo en esa espinosa cuña que liga conceptos aparentemente inconexos (ociosidad, utilidad, inutilidad, vagancia, tiempo, aportación social, etc.), pero que, según sean conjugados y unidos, no solo ofrecen retratos ideológicos, sino también, y esto es lo valioso, vitales. Es decir, son operaciones que cada quien debe hacer, decisiones que deben tomarse individualmente.
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(Un apunte al margen. ¿Se han dado cuenta del elevado y aterrador número de personas que enferman o fallecen a las pocas semanas o meses de jubilarse?)
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La riqueza, lo deja claro Azahara Alonso, es el tiempo, tener tiempo, para poder prestar atención (p. 67), para deambular, para pensar o para no pensar, para sentir la existencia en su plenitud (y, acaso, en su tedio). Ella dedica su tiempo en Gozo a contemplar y también a examinar, como entomóloga curiosa, a los habitantes de la isla, mezcla de varias culturas y lenguas, próximos y lejanos a la vez a cualquier otra persona mediterránea. Y ahí surge una brecha; Alonso se da cuenta de que hay una barrera final, un muro, que nunca va a traspasar, precisamente porque su estancia es transitoria, porque, aunque no sea turista, nunca va a ser local, pase el tiempo que pase. Porque no es como ellos, aunque es difícil esclarecer —y tampoco es necesario— qué sea ser maltés, a menos que se haga un estudio antropológico, lo que no es el caso. Pero esta falta de pertenencia, ligada a la incomprensión parcial de la lengua isleña, coordenadas que recuerdan a las de Roland Barthes en Japón, producen riqueza a la hora de observar: esa distancia de la ajenidad también procura una perspectiva objetiva de análisis, a la que la autora extrae mucho partido.
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En consecuencia, el no trabajar de Alonso no se resuelve en un no hacer, sino en hacer cosas que no tienen valor para los malteses, pero que le valen a ella. Y, por ende, nos valen mucho a quienes la leemos.
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Porque, como decía Montaigne (Ensayos, III, c. I) y recuerda Nuccio Ordine, en la naturaleza nada es inútil, “ni siquiera la inutilidad misma”.
José Vidal Valicourt, La hora del lobo. Palma de Mallorca: Sloper, 2023.
Sin embargo, La hora del lobo es un libro que no se parece nada más que a libros anteriores de Vidal Valicourt, a quien ya hemos abordado en esta bitácora, cuyos libros personalísimos están escritos en una posición de francotirador crítico, sobre todo consigo mismo. Con algunos fragmentos escritos en una estética similar a La hora del lobo (Vargtimmen, 1968, dirigida por Ingmar Bergman), pero regido más bien por el espíritu de Nietzsche, Deleuze o Blanchot, dioses tutelares habituales de Vidal Valicourt, los fragmentos de distinto signo que componen el volumen tejen y destejen la experiencia propia con las lecturas de numerosas voces (Margerite Duras, Valéry, Pessoa, etc.), y, sobre todo, se diluyen y despersonalizan a través de la observación de los machadianos acontecimientos consuetudinarios de la rúa, acechados mientras se mueve a velocidad antropométrica, caminando o en bicicleta: “Mientras uno pedalea es imposible estar triste o preocupado. El mundo transcurre cinematográficamente, y eso es ya para mí un consuelo” (p. 57). Una vindicación de la lentitud que también se vuelve, en algunas piezas, como “La poesía es un trabajo”, una poética de la escritura.
Los textos de Vidal Valicourt miran a través de una lente de aumento que a su vez es telescópica, intentando elevar lo físico a una antimetafísica desolada, que no desencantada: Vidal Valicourt confía en que la literatura —propia y ajena— sea un catalizador que consiga sacarnos de nuestros demonios interiores, de nuestras caídas saturnianas, de nuestros brotes negros (Eloy Fernández Porta), de nuestros maelströms interiores, en aras de una vida reencantada y más plena. El resultado es un libro breve que resulta aún más corto porque se devora con ansia en una o dos felices sentadas, dejándonos varias piezas brillantes (entre otras, las tres tituladas “La isla”, o “El sueño europeo”, o “Tras el muro”), esquirlas dotadas de imágenes poderosas que funcionan como la performance en parte filosófica, en parte lírica y en parte fotográfica de una voz que quiere dejar de ser paciente para convertirse en “poeta itinerante” (p. 15).
Carlos Robles Lucena, Cerbantes Park. Barcelona: Navona, 2022.
[Relación con los autores reseñados y las editoriales: ninguna]
[1] Borja Cano Vidal, «La rebelión de los ociosos: escrituras contra el trabajo en la última literatura latinoamericana», Cuadernos LIRICO [En línea], n. 25, 2023, en http://journals.openedition.org/lirico/13735.
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