He subido a Academia.edu este artículo sobre José Ángel Valente de hace unos años, por si os interesa:
https://www.academia.edu/102580640/Desierto_contra_espejo_Jos%C3%A9_%C3%81ngel_Valente
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La amante de Wittgenstein (1988) de David Markson se abre con tres epígrafes. La última cita, que dice “Puedo entender muy bien por qué a los niños les encanta la arena”, está atribuida al filósofo Ludwig Wittgenstein, pero no ha sido encontrada en la obra el filósofo vienés, y tiene todo el aspecto de ser un apócrifo de Markson. De esta manera, la falsa referencia no tiene una función realmente epigráfica, sino que es la primera frase de la novela, el comienzo de la ficción. Y su contenido, con esa apelación a la arena, es la primera constancia de que la finalidad de la obra es la inconstancia: la posibilidad de rehacer todo gracias a la arena del lenguaje, la reescritura como esencia de la escritura. A quienes escriben les encanta la imagen de la arena (recordemos a Coleridge, Poe o Borges) porque con ella pueden crear mundos que después el mar (la lectura) deshace, y así volver a empezar. Es la tensión entre creación y destrucción, apelada también en otra parte de la novela de Markson a través de una obra de arte, el Erased de Kooning Drawing de Robert Rauschenberg (La amante de Wittgenstein, Sexto Piso, 2022, p. 64): el palimpsesto arenoso, remover la superficie y reescribir sobre ella. Personajes que luchan en el Helesponto y vuelven a luchar en el mismo lugar (con nuevo nombre: Estrecho de los Dardanelos) tres mil años después (pp. 12 y 254). Pasear por Troya y luego por Hisarlik. Visitar Roma y luego visitar Rome (Nueva York). Inventar y luego tomar la arena del lenguaje y reinventar después, con las mismas letras y diferentes palabras, otro castillo, otra edificación, otra cosmogonía. Por eso Kate, la protagonista y sufridora de la soledad más absoluta nunca descrita en la literatura universal, hace arder su casa en la playa y luego construye otra; por eso es incapaz de concebir un Exterior a sí misma e ignora los límites entre su imaginación y la realidad, transmutando “la metafísica en angustia” (David Foster Wallace, “La plenitud vacía”); por eso intercala sus propios óleos entre los cuadros de los museos, de la misma forma en que quienes escriben incrustan más libros entre los volúmenes de bibliotecas y librerías, porque el mundo debe crecer, porque la vida no basta (Ferreira Gullar), porque la realidad no es suficiente, porque “escribir es defender la soledad en que se está” (María Zambrano, “Por qué se escribe”), porque “hemos construido sobre la arena catedrales perecederas” (André Gide, Paludes), porque nuestra obligación es seguir jugando y construyendo hasta el final, por si acaso no hubiera un Exterior.
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[Este jueves leímos La amante de Wittgenstein en el club de lectura del Centro Cultural La Malagueta, en Málaga. Comparto a continuación las diapositivas del PowerPoint que utilicé y algunas fotos. El 21 de junio, por si quieren asistir, comentaremos juntos La señora Dalloway, de Virginia Woolf].
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Max Power, Fuck Data. Granada: Sonámbulos, 2022.
El nombre de Max Power es, por supuesto, un pseudónimo, perteneciente a un escritor español que ha decidido dar un giro a su interesante pero poco conocida trayectoria mediante un nom de plume diferente. Pero eso en realidad no importa demasiado.
Lo destacable es el valor esta novela crítica de anticipación, especulativa, a medio camino entre la ciencia-ficción y la distopía política, así como la oportunidad de su aparición justo en este momento —aunque escribir un empeño ambicioso como Fuck Data ha debido llevar años—, al tratarse de una obra que ahonda críticamente en el transhumanismo tecnológico, en el escepticismo producido por los deepfakes y la opacidad oligárquica de las corporaciones dedicadas a convertir el mundo en simulacro. Y lo hace con una profundidad desusada que, sin caer en el ensayismo ni en el cólico informativo —defectos frecuentes en numerosas narraciones especulativas actuales— penetra hasta la médula en los asuntos que aborda, sobre todo en las complicaciones psicológicas y hasta psicoanalíticas que puede traer consigo el desarrollo transhumanista de la personalidad humana. En este aspecto psíquico, la novela contiene algunas de las mejores páginas que he podido leer sobre este asunto, y recordemos que es un tema sobre el que han escrito autores como Kazio Ishiguro, Michel Houellebecq o Ian McEwan, entre otros.
Fuck Data tiene elementos muy novedosos, y otros más clásicos, como el uso —obviamente actualizado— del manuscrito encontrado como recurso de partida para organizar la trama (los 27 capítulos se corresponden con otras tantas “transcripciones”). Pero, a partir de ahí, el narrador demuestra virtuosismo a la hora de organizar la información que va recibiendo quien lee, un lector que poco a poco va comprendiendo un argumento bastante complejo, sin ser consciente de cómo se almacenan en su memoria lectora las capas narrativas. Los diversos marcos de conciencia que se proponen en la novela se corresponden a la perfección con la entrada y salida de una primera persona verbal, cuyo desarrollo es parte clave para entender el sentido de la historia. Sin adelantar nada de esta, no me resisto a citar este párrafo de un ensayo reciente sobre psicología cognitiva:
“Imagina que una versión futura de mí mismo, tal vez no muy lejana en el tiempo, te ofrece el trato de tu vida: puedo sustituirte el cerebro por una máquina que sea igual a él en todos los sentidos, de tal forma que, desde fuera, nadie puede notar la diferencia. […] Pero […] no te puedo garantizar que vayas a tener experiencias conscientes si aceptas esta oferta. Tal vez las tengas si la conciencia depende únicamente de la capacidad funcional, del poder y la complejidad de los circuitos del cerebro, pero quizá no las tengas si la conciencia depende en realidad de un material biológico específico (las neuronas, por ejemplo). Por supuesto, como tu cerebro-máquina produce comportamientos idénticos a los anteriores en todos los sentidos, cuando le pregunto a tu nuevo tú si estás consciente, tú nuevo tú dirá que sí. Pero, ¿y si, a pesar de esa respuesta tuya, la vida -para ti- ya no es una experiencia en primera persona?” (Anil Seth, La creación del yo. Una nueva ciencia de la conciencia. Sexto Piso, 2023, p. 16)
En ese sentido, Fuck Data guarda cierto parecido con una novela no demasiado transitada, la habilidosa Génesis de Bernard Beckett (Salamandra, 2009), que en su momento planteaba una especie de diálogo platónico sobre inteligencia artificial.
Otro de los aspectos relevantes de la obra es su tratamiento del tiempo, tanto del narrativo como de la experiencia cronológica en general, un asunto que en las manos del autor se llena de sutilezas y de mañosas vueltas de tuerca conceptuales. Y, conectado con esto, agregaremos el hondo entendimiento de nuestro tiempo, de esta época, sobre la que hay, como en toda buena distopía, diagnósticos implacables (p. 145).
Lo que consigue el autor presentado como Max Power es una eficaz mezcla de anticipación, presentismo y crítica psicosocial, pasada por un tenue tamiz teórico y metaliterario que apoya y refuerza la narración sin aprisionarla. Sorprendente, distinta y radicalmente libre, Fuck Data tiene, como casi todas las novelas, aspectos mejorables —comenzando por el título—, pero merece ser atendida y entendida, y creo que gustará no solo a los aficionados a la ciencia ficción, sino también a los partidarios de la buena narrativa.
[Relación con autor y editorial: ninguna]