La amante de Wittgenstein (1988) de David Markson se abre con tres epígrafes. La última cita, que dice “Puedo entender muy bien por qué a los niños les encanta la arena”, está atribuida al filósofo Ludwig Wittgenstein, pero no ha sido encontrada en la obra el filósofo vienés, y tiene todo el aspecto de ser un apócrifo de Markson. De esta manera, la falsa referencia no tiene una función realmente epigráfica, sino que es la primera frase de la novela, el comienzo de la ficción. Y su contenido, con esa apelación a la arena, es la primera constancia de que la finalidad de la obra es la inconstancia: la posibilidad de rehacer todo gracias a la arena del lenguaje, la reescritura como esencia de la escritura. A quienes escriben les encanta la imagen de la arena (recordemos a Coleridge, Poe o Borges) porque con ella pueden crear mundos que después el mar (la lectura) deshace, y así volver a empezar. Es la tensión entre creación y destrucción, apelada también en otra parte de la novela de Markson a través de una obra de arte, el Erased de Kooning Drawing de Robert Rauschenberg (La amante de Wittgenstein, Sexto Piso, 2022, p. 64): el palimpsesto arenoso, remover la superficie y reescribir sobre ella. Personajes que luchan en el Helesponto y vuelven a luchar en el mismo lugar (con nuevo nombre: Estrecho de los Dardanelos) tres mil años después (pp. 12 y 254). Pasear por Troya y luego por Hisarlik. Visitar Roma y luego visitar Rome (Nueva York). Inventar y luego tomar la arena del lenguaje y reinventar después, con las mismas letras y diferentes palabras, otro castillo, otra edificación, otra cosmogonía. Por eso Kate, la protagonista y sufridora de la soledad más absoluta nunca descrita en la literatura universal, hace arder su casa en la playa y luego construye otra; por eso es incapaz de concebir un Exterior a sí misma e ignora los límites entre su imaginación y la realidad, transmutando “la metafísica en angustia” (David Foster Wallace, “La plenitud vacía”); por eso intercala sus propios óleos entre los cuadros de los museos, de la misma forma en que quienes escriben incrustan más libros entre los volúmenes de bibliotecas y librerías, porque el mundo debe crecer, porque la vida no basta (Ferreira Gullar), porque la realidad no es suficiente, porque “escribir es defender la soledad en que se está” (María Zambrano, “Por qué se escribe”), porque “hemos construido sobre la arena catedrales perecederas” (André Gide, Paludes), porque nuestra obligación es seguir jugando y construyendo hasta el final, por si acaso no hubiera un Exterior.
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[Este jueves leímos La amante de Wittgenstein en el club de lectura del Centro Cultural La Malagueta, en Málaga. Comparto a continuación las diapositivas del PowerPoint que utilicé y algunas fotos. El 21 de junio, por si quieren asistir, comentaremos juntos La señora Dalloway, de Virginia Woolf].
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Gracias por compartirlo. Markson me desconcierta, pero supongo que esa es la idea.
ResponderEliminarSí, supongo que, entre sus objetivos, se contaba el de poner en crisis nuestro horizonte de lectura. Lo cual es maravilloso. Saludos y gracias.
ResponderEliminarLectura acelerada, rota (de manicomio), enigmática y sin embargo, me tuvo siempre pendiente de un hueso como premio… que no me llegó finalmente. Desconcertante, aunque no me importó demasiado porque contaba con tus explicaciones, siempre tan didácticas.
ResponderEliminarEn general, me gustó esta amante. Intuía el dolor y la soledad. Reconozco que, a veces, también quise abandonarla. Y sin embargo, coseché varias frases maravillosas, además de arena.
Gracias por todo.
Gracias a ti, tocayo. Es un libro que no gusta a todo el mundo, pero a quienes nos gusta nos vuelve locos. Saludos.
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