domingo, 23 de septiembre de 2007

Tres traducciones

Hart Crane, El puente; Trea, Gijón, 2007, 140 páginas
Billy Collins, Lo malo de la poesía; Bartleby, Madrid, 2007, 155 páginas
Siri Hustvedt, Leer para ti; Bartleby, Madrid, 2007, 83 páginas



[Publicado en nº 286 de Quimera, sept. 2007]


Si la poesía española del siglo XX, al menos en su mayoría, se explica razonablemente por influencias francesas, o al menos éstas no deberían ser olvidadas al abordar el estudio de la misma, la poesía de muy finales del pasado siglo y, desde luego, de principios del 21 debe mucho a la poesía en lengua inglesa, sobre todo norteamericana. Por supuesto que autores de los novísimos y del grupo del cincuenta, sin ir más lejos, tienen ascendentes eliotianos o deudas con Wallace Stevens, pero la poesía norteamericana está siendo, desde hace varios años, casi la única tradición no castellana que leen los poetas últimos, sobre todo los más jóvenes. Esto implica que cada nueva traducción de este legado, tan inmenso y heterogéneo como fundamental, tenga o pueda tener un impacto distinto de cualquier otra versión publicada en nuestro país. Abordaremos aquí tres de estas versiones; lo habitual en una reseña de este tipo sería partir del poemario más antiguo para llegar, según usual orden cronológico, hasta los más actuales, pero razones de piedad nos llevan a hablar de Crane en último lugar, ya que mucho nos tememos que los otros dos poetas norteamericanos no resistirían ser comentados después de El puente.


Collins y la “poesía internacional”

Viene uno detectando en los festivales internacionales de poesía cómo se hace fuerte y aplaudido un tipo de poesía caracterizado por los siguientes rasgos: poemas cortos, de veinte a cincuenta versos, escritos muy inteligiblemente, preparados para ser entendidos a pesar de cualquier traducción, sustentados en una ironía inteligente y dirigidos a provocar en el público una sonrisa o una carcajada, según la agudeza del poeta declamante. Sus temas favoritos son el sexo, el intimismo barato y, sobre todo, la poesía misma. Multitud de poetas comienzan a poblar sus poemarios de este tipo de nuevo Estilo Internacional, semejante –por lo liso y predecible– al parejo estilo internacional arquitectónico que preconizaban Roberto Venturi y compañía, y que garantiza una presencia ocasional en los citados festivales. Supongo que no es nada bueno que esta tendencia me haya asaltado una y otra vez mientras leía Lo malo de la poesía, de Billy Collins, un poemario lastrado por esas facilidades. Lamento disentir del traductor y prologuista, J. J. Almagro Iglesias, pero los poemas aquí recogidos de Collins no tienen el ingenio de O’Hara, ni cantan como Whitman, ni comparten nada con Frost, a duras penas celebran como W. C. Willians y, por supuesto, ya le gustaría recordar en algo a Wallace Stevens. El prólogo y algunas cosas que hemos encontrado en Internet
[http://video.google.com/videoplay?docid=9091439651255281857] nos animan a entenderlo como una nueva especie, el poetainment, el poeta-espectáculo que ha entendido demasiado bien la lógica mediática del mercado literario actual. La dura realidad es que Collins es un poeta menor, cuyos mejores logros se cifran en la ironía inteligente (“Presentación”, “Lo malo de la poesía”), y en ciertas dotes de observación de detalle, que sí hay que reconocerle, pero que caracterizan igual a un cuentista que a un psiquiatra o a un poeta. El hecho de que Colllins sea un autor muy vendido en Estados Unidos ratifica aquello que alguien dijo hace tiempo, creo que Benítez Reyes: “la poesía no vende y, si vende, es que no es poesía”. Benítez ponía en España el ejemplo de Antonio Gala; el de Collins no debe ser nada malo en su país de origen, donde la poesía es, desde luego, otra cosa, como luego veremos.


Hustvedt

Siri Hustvedt (Minnesota, 1955) tiene algo que será a veces suerte y otras desgracia, cual es estar casado con una celebridad como Paul Auster, aunque hay que decir que en Estados Unidos la celebridad de Auster es relativa, ya que tiene mucho más éxito de crítica y público en Europa que en su propio país. Su poesía me gusta más que la de su marido, todo hay que decirlo; la hermética concepción de la poesía de Auster (véase Desapariciones, traducido por Jordi Doce para Pre-Textos en 1996) es un buen ejemplo del europeísmo mal entendido, cuando la lógica cultural norteamericana tiende más a la apertura que a la retracción. Hustvedt, de hecho, ha entendido mejor esa tradición, lo que ha dado lugar a que autores como Salman Rusdhie hayan dicho de ella que es “es una artista singular, de profunda sensualidad y una cualidad difícilmente definible para la cual sólo se me ocurre una palabra: sabiduría”. En efecto, eso es lo que transmiten los poemas de Leer para ti, una honda sabiduría humana y vital, en una prosa poética que por su complejidad y la interrelación de las piezas podríamos calificar, sobre todo en la parte “Leer para ti”, como una auténtica pequeña novela en verso sobre la infancia de sus padres en Noruega, cuya maldad naif me ha recordado algún pasaje de Alfred and Genevere, de Schuyler. Crítica de arte, autora de varias novelas como Los ojos vendados o Todo cuanto amé, casi todas traducidas en España por Circe, Hustvedt es una escritora inquietante, preocupada como Coetzee por las historias telúricas, apegadas a la tierra, y dedicada a esclarecer la parte oscura de los sentimientos. Leer para ti es un poemario extraño, maldito, aconsejable.


Crane

“El difunto Sir William Empson pensaba en Hart Crane cuando dijo que la poesía de nuestra época se había convertido en algo que no reportaba ningún provecho, en un acto de desesperación prácticamente suicida en sus consecuencias”, escribía Harold Bloom en El canon occidental
[1]. A pesar de que la tradición literaria norteamericana pueda parecer luminosa, sobre todo en sus principios, es cierto que, como ha señalado Henri Peyre en su polémico The Failure of Criticism (1944), “stigmas of stifling melancholy, a moral and imaginative morbidity, a haunting pessimism mark Poe, Hawthorne, Melville (…) and their succesors: Eugene O´Neill, Robinson Jeffers, Hart Crane, William Faulkner[2]. Hay un lado oscuro en la literatura norteamericana aural y Crane es el caso prototípico, ya que la tiniebla saltó de la obra a la vida, sentenciándola. En la introducción de Jaime Priede, autor también de la traducción (un trabajo meritorio, no es nada fácil traducir a Crane), pueden esclarecerse algunas de las incapacidades naturales de Crane para la buena relación con la existencia, pero también se nos inicia en la especialidad (¿espacialidad?) de este gran poema de Crane, El puente (1930), configurado como uno de los grandes textos poéticos norteamericanos, que parte del Puente de Broooklyn como anécdota para insertarse en la universalidad lírica y temática.

En este sentido, los propósitos estéticos de Crane, como ha señalado el mismo Bloom, no difieren demasiado de los de Walt Whitman (basta ver el poema “Cabo Hatteras”, dedicado a Whitman), salvando las obvias distancias; ambos se propusieron aquello que había demandado Emerson en una conferencia de 1837, titulada significativamente “El intelectual americano”: la creación de una tradición nueva y patria, “la consiguiente formación de un arte propiamente americano, una tradición vernácula (…) Según propone Emerson, el continente americano es un poema ante nuestros ojos, su inmensa geografía deslumbra la imaginación y no puede esperar más para ser compuesto”, según sintetiza Alberto Santamaría en El idilio americano
[3]. En efecto, El puente es un poema fundacional, si entendemos este término como referido al intento de creación de una América mítica, a través del repaso de alguno de sus mitos concretos, como Pocahontas o Rip Van Winkle, que personifican más que protagonizan algunas de las partes de este singular poemario. El intento, mesiánico, de refundar una América poética es lo que hace de El puente una obra cenital, amén de sus enormes valores líricos: “that patience that is armour and that shields / Love from despair –when love foresees the end- / Leaf after autumnal leaf / break off, / descend- / descend-” (esa paciencia de armadura que protege al amor / de la desesperación, cuando el amor intuye su final / como las hojas del otoño, que una a una / se desprenden, / se dejan caer, / caen”).

Para terminar, y enlazando como el principio, sólo recomiendo a los jóvenes poetas que puedan estar leyendo estas líneas, buscando lecturas para inspirarse, que lean todos estos libros, que aprendan de sus diferentes estéticas, pero que luego escriban como Crane, con su ambición al menos. Ustedes me entienden.


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Notas.
[1] Harold Bloom, El canon occidental; Anagrama, Barcelona, 1995, pp. 307-308.
[2] H. Peyre, The Failure of Criticism; Cornell University Press, 1967, p. 72.
[3] Alberto Santamaría, El idilio americano. Ensayos sobre la estética de lo sublime; Ediciones de la Universidad de Salamanca, 2005, pp. 91-92.

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14 comentarios:

  1. Tras mucho leer desde la barrera, debuto para transmitirte sinceras e intensas felicitaciones por este espacio.
    Encuentro, sí, recomendable leer atentamente a menores o a fenómenos "populares" como Collins con una ambición literaria-vital por encima. Yo lo que no entiendo es la ingenuidad de (jóvenes poetas) quienes confunden la capacidad, heredada, de detectar superiores miras que por ejemplo Crane tiene (personalmente encuentro que O´Hara también), con la autoimposición de filtros de lectura asfixiantes,heredados, que
    exijan absoluto desprecio a lo "ligero"(vaya término poético puse).

    Por ello, chapeau a tu comentario final dirigido a jóvenes poetas. A él me acojo.

    Saludos y felicidades otra vez

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  2. No comparto la visión acrítica de erorraton de tu reseña (ni -Dios me libre- su peculiar manera de redactar en lengua castellana, o eso parecía ser). Voy a hablar únicamente de la parte de Collins, el cual, efectivamente, me parece un buen poeta menor. Lo que yo quiero saber en primer lugar es cuáles son esos festivales internacionales en los que has venido notando tales vicios nefandos, porque sonar suena a vacilada gratuita pero mu mu chachi. Lo segundo, que me digas si es que te has parado a contar los versos para dar unas medidas tan estrictas de lo que es la poesía mediocre, medidas que, por otra parte, suelen ser las habituales de la poesía, de la buena y de la mala; de manera que poemas de esa extensión los han escrito Eliot, Cernuda, Walt Whitman, Baudelaire, Rimbaud y tutti quanti. Pero bueno, la obsesión esa por el número de versos no es nueva y ya se mostraba en todo su esplendor en esa joya del ensayo contemporáneo (por llamarlo de algún modo) que es "Singularidades", cuya lectura recomiendo a todo el que quiera pasar un rato divertido repasando disparates varios. Pero me estoy desviando. La tercera duda se refiere al hecho de que inteligibilidad, ingenio e inteligencia (defectos que le achacas -más de una vez- a Collins) sean inconvenientes a la hora de escribir poesía, o baldones o defectos o... La cuarta, ¿cuáles son esos poetas que se acogen al llamado "estilo internacional" (ahí es nada la expresión)? Porque tal como lo cuentas parece que hay una plaga de la que el pueblo llano no nos estamos enterando y mira que nos la están metiendo doblada. Y la última (pero la última sólo por no extenderme más) se refiere a eso que dices de vender mucho en poesía, lo cual está muy mal, pero que muy mal. Es una cosa muy fea en la que actualmente incurren casi todos los poetas que cité antes y muchos más. A lo mejor el problema es ser popular o vender mucho en vida. Ese Lorca... Aysss, que no se daba cuenta que era un poeta demasiado conocido en vida como para ser auténtico...
    En definitiva, el crítico de nuestra generación (ah, se me olvidaba: tu carta blanca se ha agotado) emplea en sus reseñas de todo menos espíritu crítico, capacidad de análisis, ausencia de prejuicios, argumentación y todas esas otras minucios que deberían estar presentes en la crítica y que él critica tanto en los críticos de El País y similares.
    Dicho todo esto, me encantó conocerte en Córdoba y sólo lamento que no tuviéramos ocasión para charlar más por extenso de esto y de lo otro.
    Un abrazo muy cordial:
    JLP

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  3. Ah, perdón por el estrambote. Eliot decía que desconfiaba, y mucho, de cualquier lector de poesía que no tuviera entre sus "amores" a algún poeta menor, o a más de uno. Estoy de acuerdo.
    Abrazos.

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  4. Pues sí, José Luis, vengo notando eso en festivales internacionales -y en revistas resultado de esos festivales, que me llegan o encuentro-, lo que pasa es que no vacilo de ellos como otros del tamaño de página en babelia. Y, en efecto, hay ese "estilo" que te digo, tendrás que creerme, por lo visto. Y el número es importante en poesía, pero no porque lo diga yo, sino porque lo dijeron personas con cierta solvencia en estética, como Valéry, Ponge, Donne, los poetas rusos del Zaum, Blanchot o Mallarmé. Imagino que has oído hablar de ellos. Sobre lo de Singularidades, es normal que uno proteste después de una coz bien dada. Y sobre las ventas, ya he tenido en el blog de Manuel Rico un debate sobre el tema, y me aburre repetirme.

    Un fraternal abrazo, amigo Piquero; también fue bueno conocerte en persona y darme cuenta de que no muerdes. (De momento). Saludos.

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  5. Bueno supongo que me refería a ligas muy menores de universidades y talleres en las que se muestra tajantemente y sin establecer matices con quien merece la pena perder el tiempo, si se quiere escribir way (o+ bien llegar a algo). Igual que hace con sus lectores el Crítico de Suplemento Cultural Gordo cada sábado o domingo según editorial o casa de lo que comente.

    Por ello tb creo en Elliot y me gusta que un crítico finalice una reseña así
    saludos

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  6. Gracias por verter tus lecturas al público de manera tan divulgativa y no menos crítica y densa. Se agradecen estos consejos literarios para gente que intenta escribir poesía de una manera coherente en los tiemppos que nos tocan.

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  7. Pillín, que quieres herirme el amor propio. Yo no dije nada del tamaño de la página. Era una página normal del periódico. ¿No sabes eso de que el tamaño no importa? Pero touché. Hice mal, hice mal en presumir. Está uno tan necesitado de afecto...
    Lo de la coz de "Singularidades" ¿va por mí? Porque si es así no estuvo bien dada, puesto que no me enteré. Ahora bien, calificarlo de coz te convertiría a ti en algo que no creo que seas. Mejor: estoy convencido de que no lo eres. No lo toques ya más, que así es la cosa.
    En cuanto al "estilo internacional", no, no tengo por qué creerte. Tu obligación como crítico es, ya que haces ese tipo de informaciones, mostrarme ejemplos bien escogidos, muy claros y bien señalados, para que yo lo vea y lo compruebe. ¡Pues vaya crítico! "Señor lector: este libro es mu güeno pero que mu güeno, créame porfi, que se los digo yo, palabrita de niño Jesús". Hombre, Vicente...
    Sigues sin contestarme a lo del número de versos (te limitas a citar nombres). ¿Qué pasa con todos los poetas que te dije (y otros cien) que han escrito poemas con ese número de versos. Y lo más importante: ¿porque tal o cual número de versos convierte en bueno o malo un poema? Misterio.
    Finalmente, puedes creerme, ni muerdo ni lo haré. Mis pataditas son inofensivas y no exentas de severo cariño.
    Un abrazo:
    JLP

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  8. Ay, Piquero, qué poco ves, qué escaso sentido del humor. Dije "tendrás que creerme" para no decir "como a ti no te invitan, tendrás que fiarte". Pero no hay manera, José Luis, no hay forma de bromear contigo, obligas a la obviedad, con lo que me gusta a mí la sutileza. Pero esto -tu tosca obviedad, mi apelación a lo oblicuo y sutil- explican tantas, tantas, tantísimas cosas...

    Respecto a lo demás, lo dije una vez y lo repito: no voy a caer en tus trampas sofistas, Piquero. A mí no me vas a cansar en vano, bastante tengo en lo alto. Si quieres encontrar esos poemas, búscalos tú mismo. Si quieres que te explique lo del número, te esperas a que un día me dé la gana de explicarlo donde yo quiera. Si quiero, Piquero. Yo no escribo al dictado.

    Saludos.

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  9. Que no, que no cuela. Vicente, mi niño, que eso de echar balones fuera está muy feo.
    No te he puesto ninguna trampa de sofista. Creo que he hecho preguntas muy claras y yo (y espero que algunos otros lectores de este blog) queremos que las contestes sin irte de rositas. Que es muy fácil hablar al sabor de la boca y luego si te he visto no me acuerdo. Tú eres un crítico, vas de crítico, has publicado crítica y tu obligación, especialmente cuando haces afirmaciones dudosas o discutibles, es aportar respuestas y argumentos, no decir: "Ah, lo siento, ahora no me apetece". Creo que el problema es que estás acostumbrado a que no te discutan, no te rebatan, no haya debate y, en cambio, se den por buenas las cosas que dices tan bien adornadas de ilustres nombres propios. No escribo aquí para tocar los cojones a nadie, aunque lo parezca; mi tiempo (como el tuyo) es oro. Te he hecho preguntas muy sencillas y te he planteado cuestiones muy directas. No te evadas. Coño, no te he preguntado la fórmula de la bomba de neutrones. He ido a temas que tú mismo sacaste a relucir... ¿O será que el rey está desnudo?
    Por lo demás, no me des lecciones de ironía, y menos de ironía tardía, que no vale ahora decir: "No, si yo eso lo decía en broma, no tienes sentido del humor". Y si lo que querías era picarme con lo de los festivales internacionales, no voy a caer en anteriores errores, pero en eso mejor no digas nada porque a lo mejor te puedo callar la boca (uys, cómo ha sonao esto. No es una amenaza violenta sino sólo decirte que por ese camino no sigas para no meter la pata).
    En fin, que desde mi "tosca obviedad" y con algo de ironía y de mosca cojonera, me he limitado a invitarte a debatir tus afirmaciones. No: a que las expliques, simplemente. Si me dices: "He visto un burro muy extraño", y yo te pregunto: "¿Cómo era?", tú no puedes decir: "Ah, búscalo tú mismo, yo no sé nada". Por supuesto, como tú dices, puedes explicarte "cuando te de la gana y donde quieras". Faltaría más: este es un país libre. Pero entonces me quedaré con la sensación (y espero que algunos más también) de que tiras la piedra y escondes la mano, de que, efectivamente, el rey está desnudo.
    Un abrazo siempre cordial:
    JLP
    PS: Por supuesto, es fácil librarse de todo esto: basta con "censurar" mis intervenciones. Además, nadie se enteraría. Pero, aparte de que eso estaría muy feo, especialmente viniendo de ti tras esa encuesta tan chula, el asunto seguiría ahí para el debate. ¿O no? ¿O este es el reino de la impunidad "intelectual"?

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  10. Pues nada, hijo, otro abrazo para ti. Yo lo he intentado pero veo que aquí sólo se debate con los acríticos, con los que no ponen en apuros al "gran crítico de esta generación", al rey desnudo.
    Seguiremos atentos, de todos modos, para irlas coleccionando.
    Un abrazo muy cordial.

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  11. Acabo de encontrar tu blog por casualidad y me detengo aquí, a comentar contigo, la revista “Paralelo Sur”. Me parece que Javier Cubero, Jordi Gol y Fernando Clemot han hecho un gran trabajo, sobre todo en poesía. Las entrevistas y comentarios de narrativa están bien, pero el área de poesía, la elección, me parece sobresaliente. Hay poetas que ya les conocía (Eduardo Moga, Rafael-José Díaz, Marcos Canteli, Carlos Jiménez Arribas, Jordi Doce o Eduardo García, por ejemplo); siguen sin convencerme nada ni Agustín Fernández Mallo ni Pablo García Casado ni Mariano Peyrou; sin embargo, a otros los acabo de descubrir: Mateo de Paz –su poema-prólogo me parece excepcional, ¿para cuándo un libro suyo?- Joseph M. Rodríguez –muy bueno, de verdad, es una lástima que no publicara más poemas en la revista, me sabe a poco-, José Luis Gómez Toré –he buscado sus libros y ha sido una grata sorpresa leer “He heredado la noche”). ¿Qué te parecen a ti estos tres últimos poetas que he nombrado?
    Un saludo,
    Diego de Benito

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  12. De los tres que citas, siempre me ha interesado mucho Josep M. Rodríguez. Pero me han interesado igualmente Peyrou, Mallo y García Casado, lamento que no coincidamos -pero sobre gustos...-. Un saludo y bienvenido.

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