[Página tachada, de Fernando Millán]
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Recuerdo una época anterior,
cuando yo tenía novias o amantes —esto es, una época antediluviana; debió suceder
por la Modernidad, más o menos—, una de ellas me prestó un libro que –según me
contaba– le había impactado. Hasta que no leí ese libro no comprendí la
importancia de los subrayados que yo hacía en mis propios libros, hasta
entonces un simple gesto mecánico. Leyendo las líneas remarcadas por ella, en
tinta negra y en una novela de ciencia ficción no demasiado buena, comprendí de
golpe que los subrayados lo dicen todo de nosotros, desvelan nuestras
obcecaciones latentes y nuestras inercias intelectuales o psicológicas más
ocultas. Tuve la tentación de poner en un folio aparte todos los subrayados que
mi amante había hecho en la novela, sabedor de que esos extractos podían
constituir un relato exento, en este caso un cuento de terror, con su padre
como protagonista. Con posterioridad, descubrí durante una conversación con
ella que, en efecto, su relación de odio/terror con sus progenitores en general
y su padre en particular había estructurado, en cierto modo, su manera de
enfocar la vida y su imposibilidad para mantener cualquier relación afectiva
estable, algo que, por suerte, encajaba muy bien con la alergia que por
entonces yo desarrollaba hacia la estabilidad (de cualquier tipo). De esto debe
hacer mucho tiempo; por entonces, yo era todavía uno.
En todo caso, mi descubrimiento
fue posterior a que Salvador Elizondo escribiese un falso relato, en realidad
es una excelente digresión ensayística, titulado “En defensa de lo
desprestigiado”. Merece la pena transcribir el largo primer párrafo, porque
abunda en la importancia de los subrayados en los libros: “Cuál no sería mi
sorpresa al compulsar los subrayados de dos ejemplares idénticos de An Outcast of the Islands, leídos con
veinticinco años de diferencia, y comprobar que a todo lo largo de sus 368 páginas
no hubo un solo caso en que coincidieran. Además, la naturaleza de los
subrayados era totalmente diferente en cada ejemplar. En mi primera lectura,
hecha todavía sin malicia de escritor, señalaba los pasajes que se referían a
la profundidad de las pasiones, a la vehemencia de los sentimientos, a las
formas de vida y los parajes exóticos que el autor describe con gran maestría. [...]
Pasados cinco lustros desde entonces, los subrayados de mi relectura señalan
únicamente los procedimientos técnicos, las argucias y las convenciones
literarias con las que el autor desarrolla la trama del argumento y mueve a los
personajes en un medio palafítico inusitado [...] la misma ley que rige la
diferencia entre los subrayados compensa las actitudes o las disposiciones de
ánimo con que nos aproximamos a una obra literaria en diversas épocas de la
vida”[1].
Elizondo lo puede decir más alto, pero no más claro: quienes releen los libros son otros, en 25 años el lector cambia
drásticamente y el resultado, a modo de líneas de sismógrafo mental, son esas
líneas quebradizas extendidas en el margen de la página. Esas marcas
irregulares, trazadas sosteniendo el libro en posición vertical, sin
equilibrio, son un inquietante test de Rorschach que trasluce todo lo que
éramos en el momento de la lectura.
Por eso los subrayados son
terroríficamente delatores, por eso deberíamos cuidarnos más de eliminar los
libros que leímos (o los subrayados que dejamos en ellos) que los libros
tempranos y torpes que escribimos; los libros ajenos subrayados por nosotros son
más letales para nuestra intimidad que nuestros escritos íntimos, que los
borradores, que las cartas de amor. Los subrayados son el verdadero
autorretrato, puesto que suponen una escritura
sin el vértigo de la autoría, una emanación libidinal en estado puro, una
confesión por escrito sin revisión ni repaso corrector; nos acechan como una
marca psicológica dejada inconscientemente sobre los libros de los demás, una
proyección lineal y alineada de nuestras fantasías de perfección, nuestras
pulsiones atávicas, nuestras obsesiones privadas, nuestras ironías. Somos
nuestros subrayados. Y en los críticos literarios el mal del párrafo marcado es
todavía peor, porque es un tic profesional y delata una tacha ética imborrable. George Steiner, en Pasión intacta, escribe que “el
intelectual es, sencillamente, un ser humano que cuando lee un libro tiene un
lápiz en la mano”. Ese gesto revela, en sí mismo, nuestra escasa catadura moral:
mírennos ahí, sentados, empuñando algo afilado con lo que hendir el talento
ajeno, apuñalando líneas al borde del troquelado, esbozando patéticamente un
perecedero canon –ralo, escaso,
avaro– de lo que creemos que vale en la obra de los demás: ese gesto altanero y
repugnante ya lo dice todo de nuestra propia miseria.
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Addenda de 2017: http://revistapenultima.com/continuacion-de-subrayados-diversos-de-vicente-luis-mora-sobre-continuidad-de-ideas-diversas-de-cesar-aira/
Y también este microcuento de José Óscar López, Fragmentos de un mundo acelerado. Cartagena: Balduque, 2017, pág. 81:
Addendas de 2019:
1: “Has subrayado algunos versos
que yo también subrayé”[1], dice
para indicar afinidades electivas un personaje de Belén Gopegui. Luis
Rodríguez: “[...] a mí siempre me han llamado la atención los libros subrayados
por otros; busco con ansia lo subrayado. Luego pienso que es impúdico”[2].
2: Leo Trance (2018), de Alan Pauls, y en la entrada titulada “Subrayar”,
subrayo: “Eslabón de enlace entre la lectura callada (gratuita, puramente amateur)
y la lectura escrita (especializada, profesional), el subrayado, como le gusta
llamar, genéricamente, al simple goce de dejar un rastro en la nieve de lo que
lee, es quizás el único documento autobiográfico que no se atrevería a contradecir,
que reconocería y aceptaría aun cuando lo comprometiera o lo humillara, tan
fiel, preciso y no manipulable como para la vida de un árbol el dibujo de los
anillos internos de su tronco” (Alan Pauls, Trance;
Ampersand, Buenos Aires, 2018, p. 109).
[1] Belén
Gopegui, El comité de la noche;
Random House, Barcelona, 2014, p. 113.
[2] Luis
Rodríguez, El retablo de no; Tropo,
Barcelona, 2017, pp. 46-47.
Para ligar está muy bien. Si un chico guapo me deja un libro lo primero que hago es buscar lo subrayado y aprendérmelo de memoria. “Me gusta mucho cuando **** dice que *****”. “De verdad? A mí también. Qué guay tía”.
ResponderEliminarAy.
Eso sí.
Libro no subrayado, libro malo.
1) Uno intuye que Mora reivindica su condición de poeta con este ensayo: la idea de un lector 'malo' eternamente porque es profesional del 'subrayado', de la extracción de la obra de los demás es muy propia e interesante.
ResponderEliminar2) Terrorífico: que Mora nos tenga que explicar lo terrible del subrayado con los subrayados de Elizondo y Steiner. Una costumbre eterna, se intuye.
3) Lo amenazante del lector. El Tipo Que Subraya. Nunca termina de 'leer'. Acaso no hace otra cosa que 'considerar' en toda su mediocridad....
Un gran post, en fin.
Esos libros los dejé fritos de subrayados, Sr. Singer, pintorrajeados como los cuadernos de un niño. Qué placer.
ResponderEliminarPues puede que la manera de apropiarse de aquello que se ha subrayado sea precisamente no hacerlo (el subrayado). Leí mucho subrayando y un día dejé de hacerlo, y se siente uno mucho más ligero, aunque no menos dueño.
ResponderEliminarUn saludo, pero no creas a Alvy Singer, no es un gran post.
Por supuesto, celebro el amable puntito rojo hindú en la frente de Carrión y tu sádico grafito; dicho lo cual, allá va Selden revisando las teorías críticas psicologistas de Holland y Bleich: «Dos críticos norteamericanos han establecido concepciones de la teoría del lector a partir de la psicología. Norman Holland adopta una teoría específica según la cual cada niño recibe de su madre el sello de la “identidad primaria”. El adulto tiene un “tema de identidad” que, al igual que un tema musical, es susceptible de variación, conservado, sin embargo, una estructura central de identidad estable. Cuando leemos un texto, lo procesamos de acuerdo con nuestro tema de identidad, “utilizamos la obra literaria para simbolizarnos y, finalmente, para repetirnos”. Refundimos el texto con la finalidad de descubrir nuestras propias estrategias características para enfrentar los deseos y los miedos profundos que dan forma a nuestras vidas psíquicas. Los mecanismos de defensa incorporados al lector deben desactivarse para permitir el acceso al texto […] Holland hace hincapié en la interacción entre el tema de la identidad del lector y la unidad del texto: esta última es descubierta por el lector como una expresión del tema de su identidad […] [Bleich] Insiste además en que los progresos del “conocimiento” se encuentran determinados por las necesidades de la comunidad. Cuando decimos que la “ciencia” ha sustituido a la “superstición”, no estamos describiendo el paso de las tinieblas a la luz, sino simplemente un cambio de paradigma que tiene lugar cuando algunas necesidades urgentes de la comunidad entran en conflicto con las viejas creencias y piden otras nuevas. La “crítica subjetiva” se basa en el supuesto de que “la motivación más urgente de cada persona es comprenderse a sí misma”.»
ResponderEliminarestaba yo, precisamente, el otro día mirando "el amor en los tiempos del cólera" y ¡dios mío! vaya tela con los subrayados. algunos daban vergüencita, pero otros todavía mantenían la vigencia (claro, no han pasado tantos años...). pero sí, el que quiera conocer nuestras obsesiones más oscuras, que vaya al subrayado. así que, a buscar la goma milán!
ResponderEliminar(por cierto, vicente, te llegó mi librito? me dijo diego vaya que te lo había enviado)
un abrazo
Hace poco estuve en una conferencia sobre Rilke en la que se referían los subrayados reveladores de algunas lecturas suyas, sus obsesiones con ciertos temas. Fue una forma de acercarse fascinante.
ResponderEliminarY perdón por el elogio, pero he disfrutado como un niño leyendo la entrada de hoy, con un auténtico deleite que sólo suelo experimentar con las divagaciones borgianas. Un saludo desde Buenos Aires,
Alberto
El único libro que he subrayado en mi vida fue "El perseguidor" de Julio Cortázar, y porque era una edición de estas baratuchas de 100 pesetas. Me acuerdo perfectamente de ese "esto lo estoy tocando mañana" subrayado con frenesí con un lápiz de punta roma. It blew out my mind, como dicen por ahí.
ResponderEliminarSí, Manolo, me llegó tu libro. Ya te comento. Gracias a todos, también a Hombredebarro por su sinceridad; mi intención no era hacer un "gran post" (¿alguna vez hice alguno?), sino sólo compartir algo con vosotros. Un pintor amigo mío me ha mandado por mail una frase de Antonio Saura en La escritura como pintura según la cual hasta el más mínimo garabato es un autorretrato de lo que somos. También me ha enviado este enlace, de mucho interés: http://apuntesdeclase-elgarabato.blogspot.com/2008/12/el-garabato.html. Saludos a todos.
ResponderEliminarHace muchos años, mi hermano mayor y yo teníamos que borrar los libros de texto antes de empezar el cursO. Él borraba para mí, yo para mi hermana. Borrábamos para el futuro, si se puede decir así. Antes dibujábamos y subrayábamos con bolígrafo, claro. Desde entonces, apunto notas al margen de los libros, es decir, fuera de ellos, me gusta mucho ver un libro con notas, quejas o tachones, es otro mundo sin duda, pero sólo de visita.
ResponderEliminarLa disolución del yo en los renglones del tiempo subrayado. Eso debe ser cosa del calor, Vicente. Espero que no sea tan duro el oficio ocasional de esos seres humanos, afiladores de lápices.
Un texto muy divertido dentro de sus sombras. Un saludo.
--
c.m.
Incómodo, acabo de acordarme de que le he prestado mi ejemplar de Rayuela a una chica que tampoco conozco demasiado. Voy a estar un poco paranoico cuando vuelva a verla.
ResponderEliminarPor lo demás, me gustaría subrayar eso de "De esto debe hacer mucho tiempo; por entonces, yo era todavía uno." Subrayado queda.
Saludos.
Querido anónimo de las 6.24, míralo por el lado bueno: acabas de ahorrarte años de conversaciones, llamadas telefónicas, piropos, sesiones conjuntas de cine y peleas. Si queda contigo para devolvértelo y te mira con ojos de cordero, ya sabes que tu subrayado ha causado efecto. Si recibes el libro por correo o por mensajero, ya sabes lo que nunca debes de hacer la próxima vez...
ResponderEliminarHum. Kafka se preguntaba en sus Diarios si era posible enamorar a una mujer por la simple correspondencia por carta. Él lo hizo un tiempo más tarde con Milena Jesenská. La pregunta sería: ¿es posible enamorar a una mujer con un subrayado deliberado, perfectamente medido para seducir, que le genere una imagen distorsionada y maravillosa de nosotros?
Si te pones a ello y te sale bien, querido anónimo, me debes unas tapas cuando nos veamos. Saludos.
...Me parece muy bueno eso de rastrear o descubrir biografía en los subrayados de los libros. De hecho, mi biblioteca es tan azarosa y omnívora porque si estoy husmeando libros en una librería de viejo basta que esté subrayado, que tenga una nota al margen, que tenga un papel, una tarjeta, un pétalo, para comprar el libro...
ResponderEliminar...Los subrayados y las notas en los márgenes de anónimos lectores encontrados casualmente en librerías de usados tienen buena culpa de mi cultura (y mis lagunas) como lector...
...Compré "Los pasos perdidos" en una librería (en moneda nacional) de La Habana porque en la primera página había una estrepitosa y encendida declaración de amor, o "Sobre una ausencia" de Homero Aridjis, porque al abrirlo por el sitio donde estaba descosido estaba subrayada esta frase: "La buena mujer sabía amar en un doble estallido de bestias que sollozan"...
...No se puede no comprar un libro donde alguien ha subrayado algo así (le puse cuerpo, ojos, manos, voz, incluso lágrimas a la desdibujada lectora -en ningún momento fantaseé con la posibilidad de que fuera un hombre -que había subrayado esa frase: sólo había subrayado una frase más: "para lo que se ha perdido, lo mismo es un segundo que un siglo"...
...Mi última adquisición en la Cuesta de Moyano fue "Tan triste como ella", de Onetti, porque dentro se habían dejado olvidada una tarjeta en la que ponía: "Alejandro de Luis y Ana Alas. Jazmín 44. Tel. 202 47 31...
...Un abrazo...
Yo siempre he pensado que el subrayar los libros es como redondear el acto comunicativo, y comenzarlo de nuevo, ya sea con otro lector al que se lo dejemos o con nosotros mismos en un futuro más o menos próximo, es como hablar con uno mismo en pasado (¿o en el mismo pasado?) pero también conocer a nuestros padres, amigos o desconocidos (benditos libros de biblioteca).
ResponderEliminarY como yo es que soy muy charlatana... :D
Fernando Millán lleva años tachando libros ajenos. Un gesto de apropiacionismo similar al subrayado del que habla Vicente (y él lo sabe, seguro, aunque no lo haya explicitado). Por lo demás la reflexión es la misma, pero también en sentido inverso, el propio retrato a través del extracto de la obra ajena o la ausencia de una identidad escritural en sentido tradicional, el borramiento, la tachadura del yo, mostrar ocultando o viceversa.
ResponderEliminarPersonalmente opino que sólo hay alguien más tonto que quien presta un libro, el que lo devuelve.
Subrayados aparte, es como ligar en un chat.
Sugerencia: cuelga una de esas páginas tachadas de Millán. Son auténticas obras de arte.
Salud.
Luis Gámez
Luis, tus deseos son órdenes.
ResponderEliminarUn nuevo modo de subrayar un libro que he descubierto por pura casualidad, y sin embargo al hilo de las reflexiones de VLM, después de mi intervención anterior.
ResponderEliminarBiblioteca Pública de Pontevedra. 860 FERMA pos, o lo que es lo mismo: Agustín Fernández Mallo Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma. Finalista Premio Anagrama de Ensayo. Mayo 2009.
Como ya queda dicho no suelo subrayar (no suelo no significa no lo hago nunca), pero el lector anterior a mí sí que tuvo en su mano un lapiz (en mi caso a veces es pereza para sostener ese lápiz, o el simple hecho de tener que buscarlo) para hacer no un subrayado, sino unos globos. En tres ocasiones:
Página 105, epígrafe 4.1 EL RESIDUO Y EL EXTRARRADIO, línea 5, la palabra culta.
Página 108, mismo epígrafe, primera línea, la palabra ese.
Página 119, epígrafe 4.2 COLISIONES EN LOS EXTRARRADIOS, línea 12, la palabra poseía.
Es decir tres erratas: culta por cultura, ese por es y poseía por poesía.
Por reducción al absurdo( ese lector tuvo que leer el libro para dar con esas erratas) es un método ¿postpoético-mutante de subrayar? ¿ o sólo infantil? De cualquier forma creo que su modelo de marcar lo destacable también es a tener en cuenta, ¿no?
A lo mejor habría que subrayar los libros completos, esto es, tacharlos, como hace Millán.
Lo de que no era un gran post era una ironía, me da igual que sean grandes o pequeños.
Un saludo.
¿Volvéis sobre lo subrayado?
ResponderEliminar¿Con qué frecuencia?
¿Es sólo una herramienta instantánea de trabajo intelectual?
¿Hábito, costumbre o manía?
Buen post, Vicente.
Una chica con la que comenzaba una relacion me presto La insoportable levedad de ser y mis celos, ay, debo confesarlo, se inflamaron cuando vi subrayada la definicion de lo que el promiscuo protagonista entendia como sus "amistades eroticas".
ResponderEliminarUn arma peligrosa, el subrayado.
Al margen de mi comentario anterior, que es una broma -aunque la anecdota es cierta, para mi desgracia y mi oprobio-, que buen post: ¿a que lector no le afecta el subrayado? Todos tenemos una biografia en torno al subrayado.
ResponderEliminarMe ha pasado recientemente con los escritos autobiograficos de Thomas Bernhard: tambien hay libros tan condensadamente buenos que tienes que dejar el lapiz lejos porque acabarias subrayando todo el libro.
Los subrayados de Fernando Millan -que grande, La escritura en libertad- me han llevado a los de Jose-Miguel Ullan: convierten este acto en tecnica y estrategia de sentido, en juego y en poesia de alto voltaje.
Me voy a subrayar un rato a Benjamin -subrayado ayer, a las tres y media de la noche: "Nosotros, los muertos, que resucitamos en lo que nos sucede".
Yo casi nunca subrayo libros. A veces he hecho algunas anotaciones, otras veces incluyo un papelito donde están numeradas las páginas y una leve referencia o un autor que se cita y en el que quiero profundizar posteriormente.
ResponderEliminarNo quiere decir que no anote mentalmente lo que leo, lo que pasa es que memorizo de forma automática lo que me gusta de un libro y no me preocupo de retenerlo. Como si pusiera a prueba algo que no sé si me gusta solo por cinco minutos o si luego voy a recordar infinitamente tal pasaje o tal página.
El mejor subrayado es el de Vila-Matas con Gombrowicz. No lo leyó hasta muy tarde, pero le asoció una forma y un estilo en el que se inspiró. Forma y estilo que resultaron totalmente ajenos a los del polaco.
Me he divertido leyendo el articulo. Bueno en la lectura es así, creo que se agudiza en la lectura de poesía. Un poema se abre en sus varias lecturas y si pasa tiempo y el poema es bueno aún más. Eso es lo que a mi me parece.
ResponderEliminarYo subrayo todos los libros. Es como una marca personal es cierto.
En cuanto a la pregunta de Kafka le respondo yo misma. Si, no hay más que ver el fenomeno chat con desconocidos. Y cuanta gente ha quedado como pareja desde una relación de letras en el ordenador a través de un email o un chat.
Un saludo.
Me considero muy poco subrayador, tiendo a subrayar demasiado, más en ensayo que en literatura. Otra veces, y si el libro no es prestado, suelo dejar otras marcas sobre páginas que tienen pasajes que destaquen, normalmente doblo una esquina o dejo en la última página los números donde están esos pasajes. Durante la carrera, en una asignatura de Historia Contemporánea de Hispanoamérica tuve que leer Yo el supremo de Roa Bastos. El fin era estudiar la figura histórica del Doctor Francia, los datos que como historiador podía haber en la novela sobre la historia del Paraguay y sus relaciones durante la dictadura con el resto de sus vecinos. Tuve que tomarme demasiado en serio ese trabajo porque mi pobre ejemplar de esa obra, uno de mis libros preferidos, está machacadísimo, subrayado, tiene mil esquinas superiores e inferiores dobladas y está despastado. Pero no cambiaría ni prestaría jamás ese ejemplar, quizá por lo que tendría de exhibicionismo o desnudez.
ResponderEliminarHace unos años presté un libro, una "recomendación" que hoy me sonrojaría mucho. Se lo preste a una novia con la que apenas empezaba. No se fijó en los subrayados, sino en las esquinas dobladas que yo había usado para no perderme, creo que habían sido trece pasos.
Un saludo.
Las marcas en las esquinas de los libros es un tema aparte. ¿O es que a nadie le resulta inquietante encontrar en las bibliotecas un libro de gran formato, de más de mil páginas, y ver una sola marca de lectura, más allá de la mitad del volumen? Uno rápidamente se imagina a un lector que se mantiene despierto durante días a base de estimulantes, o a un grupo de lectores que se pasan el libro de mano y mano y hacen una lectura fragmentaria, continuándolo donde el otro lo deja y convirtiéndolo en una discontinuidad de relatos largos...
ResponderEliminar"Se admiran solamente aquellos paisajes que ya hemos admirado. De eslabón en eslabón nos remontamos a un cuadro, a una exclamación, a un signo, con el que otro nos lo ha escogido y propuesto (10 de febrero, 31 de Agosto de 1942). Naturalmente llega un momento en que, adiestrados por una larga costumbre, escogemos nosotros paisajes como si tuviesen el apoyo de un signo ajeno"
ResponderEliminarCesare Pavese, 'El oficio de vivir', 4 de Octubre. La traducción es la de Ángel Crespo para Seix Barral en 1992.
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ResponderEliminarAFÁN INTELECTURAL.
SALÚDICOS.
No soporto los subrayados en un libro. Condicionan la lectura.
ResponderEliminarBuena reflexión, a pesar de todo.
saludos
Posible prueba para comprobar lo que resulta "válido de un libro". Comprar diez ejemplares del mismo libro. Cada década, leer y subrayar uno. En la vejez más extrema, cotejar todos los volúmenes y rescatar las líneas que no han sido subrayadas. Ahí está lo que cuenta. Entresacar de ellas la línea esencial y llevársela a la tumba.
ResponderEliminarUn post excelente. No me gusta subrayar los libros de literatura:novela, cuento, etc. la razón coincide con la de Logiciel: condicionan la lectura y la relectura. Si algo me gusta puedo poner un "post-it" o anotar algo que me ha impactado en una libreta.
ResponderEliminarEn los libros de ensayo, académicos subrayo un poco y si hago alguna anotacion es muy minimalista: una palabra, un asterisco.
Suscribo lo que dice Ana,y respecto a la lectura fragmentada me ha venido el recuerdo de una experiencia personal.
ResponderEliminarTengo dos hijos,adultos ya,grandes lectores aunque el pequeño no siempre lo fué.
Cuando tuvo que empezar a leer literatura por obligación en clase (hasta ese momento su relación con los libros era a golpe de "gusto",pero estaba acostumbrado a tenerlos en las manos desde casi bebé)le propuse, para que no se le hiciera interminable y al mismo tiempo que no hiciera trampa,lo siguiente: "tú lees un capítulo y me lo cuentas por escrito,luego hago yo lo propio y hacemos una lista con los personajes que vayan saliendo y su relación con lo leído" y ¡¡funcionó!!
Los "mamotretos"que se lee hoy en día...
Saludos
Creo que si subrayara cada vez que leo un libro, primero sería muy incómodo, y luego no me enteraría de la misa la mitad sólo buscando citas. Quien tenga que estudiar tendrá la maldición de tener que subrayar, pero para disfrutar de un libro...? Creo que no he subrayado uno que me gustara de verdad en mi puta vida.
ResponderEliminarY no creo que diga necesariamente mucho de unos mismo lo que subraye, en la mayoría de casos indicará lo que la persona quiera proyectar de sí mismo, que suele ser distinto... (Y abajo los puntos de página, se pueden doblar las puntas perfectamente; los libros están para leerlos; qué manía con convertirlo todo en un fetiche...)
Vicente, me ha encantado tu entrada.
ResponderEliminarCuando leo un libro y me gusta, necesito subrayar esos párrafos que parecen estar escritos especialmente para mí. Si no tengo un lápiz al lado doblo la esquina de la página y cuando vuelvo a buscarlo, a veces no lo encuentro. Con los libros prestados, intento resistirme, hago una pequeña marca y luego copio en mi cuaderno.
No he vuelto a releer los libros que subrayé hace años. Y de ahora en adelante me pensaré sobre prestar mis libros después de lo que decís a cerca de la desnudez del lector.
Abrazos
Gracias, L.P, un fuerte abrazo
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