domingo, 7 de abril de 2013

Afinación


Yo sentía que el instante tenía un sentido oscuro que era preciso afinar y perfeccionar. 
Jean-Paul Sartre, La náusea


En los últimos meses han coincidido en las estanterías tres libros que tienen un elemento en común: los tres suponen una especie de afinación de los temas, tonos e intereses de sus novelas anteriores. Hay que decir que las tres novelas son excelentes y que no pueden ser más dispares o diferentes entre sí. Parecen escritas por tres escritores de tres países o mundos distintos, algo que simboliza la riqueza y variedad de la última narrativa española, que está pasando a mi modesto entender por un momento dulce.
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1. Aforismos dopados

Las mujeres suelen fijarse en los detalles. Yo también. Sobre todo me fijo en los detalles.
Javier Moreno, Alma


El primer ejercicio de afinación me ha parecido encontrarlo entre las dos últimas novelas del murciano Javier Moreno. Alma (Lengua de Trapo, 2011) y 2020 (Lengua de Trapo, 2013) están escritas desde una autoficción distanciada pero explícita. También comparten temas, sobre todo el argumento principal y último (común a su vez a las obras de Sara Mesa y Menéndez Salmón sobre las que hablaremos después): la abyección del ser humano. “Creo que el ser humano es en esencia una especie abyecta y que ese es el secreto de su éxito evolutivo. Ante la ingenuidad y la abyección, siempre me decanto por la ingenuidad. No puedo escribir la palabra abyecto sin pensar al mismo tiempo en Thomas Bernhard.” (Alma, p. 16). También hay obsesiones habituales de Moreno en ambos libros: las referencias científicas, la distancia entre copia y original, Josefine Mutzenbacher, la higiene íntima, IKEA, el ruido blanco, la moda, Google Earth como proveedor de sentido entre realidades lejanas, los pequeños detalles elevados a símbolos cósmicos, etc. Si María tiene en Alma una carpeta de fotos a la que denomina “Alma”, Gowan tiene en 2020 otra carpeta de imágenes a la que titula “Revelaciones”. Aunque parecen obras diferentes, la estructura de 2020 es similar a la de Alma, pero amplificada: los hallazgos de una línea ahora son de una frase. Los de un párrafo se hacen ahora de una página. Están más elaborados, son relámpagos en vez de fogonazos, pero la escritura se basa en el encadenamiento de destellos de inteligencia y observación. El argumento, más trabado y “legible” en 2020 sigue sin ser importante, algo sobre lo que el autor no ha dejado de ser explícito: “El argumento siempre me ha interesado más bien poco en las novelas. (…) El resto —la trama— no son sino extrapolaciones. La vida es una suma de acontecimientos carente de trama. Como mucho, podría hablarse de pequeñas convergencias que procuran la ilusión de sentido” (Alma, pp. 30-31). Del mismo modo que las lámparas LED se iluminan gracias a lo que los electricistas llaman el “silicio dopado” (semiconductor de banda prohibida indirecta en la terminología científica), Alma y 2020 se construyen a partir de aforismos dopados, destellos o fogonazos que han sido desarrollados en pequeños párrafos cegadores; haces de luz cebados destinados a iluminar las zonas en penumbra de nuestra realidad cercana. Así, de un detalle de Alma,

“—Es la primera lección del bróker. Comprar acciones a la baja y vender al alza.
—Un principio de conservación del dinero.
—Efectivamente. Una sabiduría equiparable a la de los maestros taoístas. La única apuesta segura es la apuesta por el vacío.” (Alma, p. 79).

Moreno levanta ahora una reflexión monumental sobre el ciego azar bursátil, la tiranía del dinero, la crisis económica y la virtualización de la “gran economía”, que asfixia la devaluada microeconomía individual. Aquí aprecio un gran parecido con (o un homenaje a) la novela Cosmópolis de Don DeLillo, pues tanto Gowan, el personaje millonario de Moreno, como el Eric Packer de DeLillo, se mueven por la ciudad en un coche, juegan a bolsa y llevan a veces a sus asesores dentro del vehículo con un ordenador. Desde allí ambos elaboran discursos mitad sociológicos, mitad oníricos, sobre nuestro tiempo: “no es que seamos testigos tanto del flujo de la información cuanto de un espectáculo puro, o de la sacralización de la información, ritualmente convertida en algo ilegible” (Don DeLillo, Cosmópolis; Seix Barral, Barcelona, 2003, p. 100); “el dinero es vulgar porque es todavía algo material (…) Los espíritus viajan a la velocidad de la luz, se propagan a través de ondas y fibra de carbono y se materializan en forma de cifras” (2020, p. 95). Ambos elaboran su Arte de la guerra particular, para un campo de batalla por completo desmaterializado, sin que eso signifique, por desgracia, que no haya víctimas reales.


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2. Panópticos corporales

Ah, las cuatro paredes de la celda…
Sara Mesa, Un incendio invisible

Cuatro por cuatro (Anagrama, Barcelona, 2012) tiene varios puntos en contacto con Un incendio invisible (Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2011), la anterior novela de la poeta y narradora sevillana Sara Mesa. En ambas un personaje masculino en crisis vital, con leves problemas oculares (miopía en Cuatro, astigmatismo en Un incendio; si apunto la anécdota es porque creo que la autora la emplea como metáfora de la imposibilidad de los protagonistas de acceder íntegramente a la experiencia), con una mujer clavada en el recuerdo (la loca Lola, Elena), y con total desgana por su nuevo trabajo, llega a una institución (un geriátrico, un college), que bajo una capa de normalidad encubre numerosos y terribles secretos. Buena parte de la historia en ambas novelas transcurrirá describiendo cómo el personaje aprende las nuevas y extrañas reglas, se diluye en ellas con total inanidad y desinterés, con la sensación de estar dentro de una obra de teatro (Cuatro, p. 241; Un incendio, p. 191), mientras que va descubriendo oscuras relaciones entre los habitantes y los trabajadores. Ambas instituciones acaban siendo cárceles de vigilancia y control absoluto más que lugares donde sanarse o aprender. Y hay más: esas instituciones están ubicadas en ciudades inexistentes (Vado, Cárdenas), con ligero parecido a ciudades reales, y la sociedad es distópica en ambos casos: Vado está siendo abandonada por sus habitantes sin que se conozca el motivo, Cárdenas se desangra en una incontrolable serie de disturbios sociales. Los espacios vacíos, las ruinas, las zonas muertas en que los escasos habitantes viven relaciones casi selváticas, animales, son una constante en ambas obras, así como las relaciones de poder, sometimiento y crueldad entre los personajes, el sexo enfermizo o disfórico, la sensación de fin d’époque, la sensación de amenaza, la “violencia sorda, conflictos de poder, jerarquías, sumisiones” (Cuatro por cuatro, p. 136), “torturas, encierro, locura, enfermedad” (p. 130), temas estos últimos que comparte con La calera de Thomas Bernhard, una referencia explícita de Mesa. Cuatro por cuatro es mucho más redonda que Un incendio invisible, está mejor escrita (sobre todo en su última parte) y la alternancia de hasta cuatro narradores diferentes demuestra la ambición narrativa creciente de la autora. Sólo reprochar la excesiva linealidad interna de cada parte, algo monótonas en el modo de ir aportando información, y algunas construcciones mejorables: “casi estoy corriendo cuando llego” (p. 119), “pero yo igual me llamo ahora de otra forma” (p. 127). Por lo demás, Cuatro por cuatro es una novela agudamente anclada en las zonas de sombra del ser humano y de su hobbesiano comportamiento, y un ejercicio literario consistente y recomendable.

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3. Lo inefable a la vista

Un hombre es lo que ha visto.
Ricardo Menéndez Salmón, La luz es más antigua que el amor

La última novela de Menéndez Salmón, Medusa, sobre la que no nos extendemos porque próximamente hablaremos de ella en otra parte, tiene igualmente numerosos puntos de contacto con La luz es más antigua que el amor. Aparece otra vez un álter ego del autor (Bocanegra, seguramente), se construye sobre un artista ficticio (Prohaska), del mismo modo que la anterior se levantaba en parte sobre Adriano de Robertis y Vsévolod Semiasin, y sus temas principales tienen que ver con la abyección humana, el mal y la relación entre el artista y el poder. Amén de ello hay coincidencias aún más estrechas. En ambas se pone en cuestión el género de la biografía (Medusa, p. 99; La luz es más antigua que el amor, p. 153), aparece en ambas el tema de la autodestrucción de la obra (Semiasin se come sus pinturas, Prohaska “arrojó al mar todos y cada uno de sus dibujos”, p. 27), en ambas se ahonda –con notable perspicacia y profundidad– en el topos de la imagen, y entre las dos aparecen prácticamente todos los horrores históricos del siglo XX, de Hiroshima a Dachau, de Stalingrado a la Guerra Civil española. Capturar el horror es uno de los asuntos centrales no sólo de estas dos obras, sino quizá de toda la narrativa de Menéndez Salmón. Derek Walcott escribió sobre la última obra de Ossip Mandelstam que “Mandelstam, en su agonía, trata de escribir un buen poema, y este esfuerzo salva el texto para nosotros. El triunfo de escribir una buena obra no elimina el sufrimiento vivido, pero es asombroso que la belleza nazca de una situación de horror. Por eso no cabe hablar de pesimismo u optimismo; la poesía es su propia verdad”. Prohaska explica los motivos para abandonar el arte, después de su última y terrible fotografía: “mi viaje (…) ya había cumplido su cometido, pues lo único inacabable en el mundo es el horror. El horror es el único combustible que jamás se agota, la materia prima más y mejor repartida en el universo” (pp. 134-35). De este modo, salvar el horror, regresar del viaje al que se partió para dar forma artística a lo inefable, es el objetivo de los artistas ficticios de Menéndez Salmón, que pagan un alto precio vital por sus propósitos estéticos.

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4. Conclusión

Alguna mente malpensada puede decir que estos autores han llevado a cabo sus respectivos ejercicios de afinación a la vista del buen resultado que les depararon sus anteriores novelas. No podemos negarlo tajantemente, pues ignoramos qué se mueve en la mente de los otros escritores –y quizá es mejor así–, pero nuestro optimismo antropológico y la confianza en la trayectoria de estos tres autores, que han demostrado sobradamente su competencia en el género novelesco y en otros, nos hace pensar que la afinación puede ser también un ejercicio de modestia. Del mismo modo que la reescritura constante de Juan Ramón Jiménez supone, frente a la soberbia que le achacan sus detractores, un evidente modo de humildad en la persecución de la mejor forma posible del poema, Moreno, Mesa y Menéndez Salmón intentan pulir su propia obra en busca de la mejor novela de que son capaces, aprendiendo de sus propios errores pero también de sus aciertos. De hecho, son los aciertos los que están desarrollados en estas nuevas obras: Mesa escribe mejor y con más ambición; Moreno ahonda en personajes y estructuras, y Menéndez Salmón ha crecido en su capacidad de ligar la anécdota vital de una persona con su periplo artístico. Podría decirse que han salido ganando, sí, pero lo importante es que quienes hemos salido victoriosos, al final, hemos sido sus lectores.


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[Relación con las editoriales: ninguna con Anagrama, ninguna con Lengua de Trapo, Seix Barral es mi editorial habitual. Relación con los autores: cordial en los tres casos]

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