miércoles, 4 de mayo de 2016

Mariano Peyrou y el entrelazamiento textual




Mariano Peyrou, De los otros; Sexto Piso, Madrid, 2016

Cuando analizábamos la primera obra en prosa de Mariano Peyrou, el volumen de relatos La tristeza de las fiestas (Pre-Textos,  2014), reconocíamos el talento del autor, pero reclamábamos -algo mediatizados por la brillantez de su poesía-, que su narrativa hiciese el mismo trabajo de investigación lingüística, conceptual y estilística fácil de hallar en cualquiera de sus poemarios. Pues bien, De los otros tiene, para empezar, una virtud nada fácil de poseer: es una novela de calidad y ambición similares a las de cualquiera de los libros de poemas de Mariano Peyrou.

Si en la La tristeza de las fiestas leíamos que “forma es contenido” (Pre-Textos, Valencia, 2014, p. 41), una visión que siempre hemos defendido y que suele ser malentendida como formalismo, en De los otros hallamos una declaración similar, más desarrollada: “(…) el contenido es ese siempre estuvo ahí, dentro, en la respiración del autor o de la obra, alentando la forma. (…) lo que quería decir es que la dimensión política de una obra de arte está más en su forma que en su contenido (…) Decir que viva la revolución a mí no me parece muy revolucionario, sino más bien conservador. Estéticamente es conservador. Es la manera de trabajar, no sé, lo que se trabaje, la relación entre los sonidos o entre los colores, un lenguaje, es la manera de trabajar un lenguaje, de colocarse en contra de él o de una determinada tradición o de un lugar común o de unas expectativas lo que es revolucionario” (p. 106). Es necesario ponderar, por tanto, hasta qué punto es capital en la(s) obra(s) del autor hispano-argentino este planteamiento milimétrico que ajusta lo que se quiere contar al modo en que está contado -y viceversa-.

El lector se encuentra en De los otros con varios personajes (uno de los secundarios, Bernardo, es fascinante), aunque los que soportan el grueso de la trama conversacional son Tico y Pola, dos amigos que se conocen desde la adolescencia y que coinciden en una finca o casa de campo con otros amigos para pasar un fin de semana, período de tiempo en el que se desarrolla la escasa -pero densa- acción de la novela, más mental y dialogada que performativa. Los dos personajes vienen caracterizados por su nombre: Tico lleva dentro la palabra tic, que podría resumir algunas de sus particularidades y recurrencias de pensamiento, lo que él denomina “los laberintos” (pp. 89, 119, 136); Pola, por su parte, sintetiza la polaridad en la discusión, como ahora examinaremos.

Son muchos los temas que aborda la novela de Peyrou; uno de los más importantes es el modo en que nos determina la mirada de los otros, como indica el propio título de la obra y puede apreciarse claramente en varios momentos, entre ellos la página 68: “al principio me parecía que lo que molaba era tocar el piano, pero después molaba más ser compositor. Un esclavo de la mirada de los otros” (véase también p. 110). Lo interesante es que la mirada ajena no necesariamente tiene su origen en el resto de personas, pues el protagonista sostiene que la mirada ajena puede venir también de uno mismo, de la forma en que nos contemplamos a nosotros mismos “posando” (p. 38), mirándonos desde el otro que también somos -como ya apuntase Peyrou en un espléndido poema, “Fascinación”, de su libro de poemas Niños enamorados-. Asimismo, Tico interioriza al personaje de Pola, con quien tiene conversaciones mentales cuando no puede hablar directamente con ella; esta habilidosa solución de Peyrou le permite salvar la rigidez del monólogo interior, así como mostrar su notable capacidad para escribir diálogos vibrantes y creíbles incluso cuando un personaje se encuentra a solas.

Pola, cuando se interioriza en Tico, se vuelve entonces polar, doble, permitiendo construir a las conversaciones como un imán con dos polos: “Tico ya la había incorporado a sus meditaciones matinales y ella cumplía ausente con la función que se le había asignado (…) Así es fácil ser convincente, pensó Tico, adoptando, sin proponérselo, la posición cuestionadora polar. La he incorporado tanto que la puedo manipular sin problemas (…) Y este cuestionamiento no es de Pola, es mío, es metodológico (…) Me interesa el cuestionamiento de Pola porque viene de un lugar que es ajeno, que no termino de incorporar, y que al mismo tiempo es mío” (p. 72-73). Tico necesita a Pola porque su resistencia dialéctica es la versión afectiva de la resistencia a sí mismo que encuentra en el mundo; Pola no se rinde, no se le rinde, y eso la hace especialmente valiosa para él. Tico, un auténtico Casanova, encuentra en Pola una esfera que es afectiva sin caer jamás en lo sentimental. No es que Pola sea un personaje anticlimático, sino que su función es la de presentar un en todo momento un espejo dialéctico al discurso -externo e interno- de Tico. Eso confiere a toda la novela una tensión textual muy particular, que se mantiene hasta las últimas páginas del texto.

Otra cuestión esencial de la novela es el tratamiento de la libertad y de la responsabilidad como consecuencia del ejercicio de esa libertad. Tico -en realidad, quizá todos los personajes de esta novela y, quizá, todos nosotros-intenta encontrar el equilibrio entre una soledad, para él creadora y feraz (p. 92), y la participación de los ritos sociales, un punto medio entre la individualidad y la pertenencia, entre la herencia familiar y el legado cultural (la tradición) y las posibilidades -la libertad- que esas herencias permiten. La cultura como límite y la cultura como punto de partida. El hecho de que la percepción de lo que no se hace puede afectar tanto como aquello que se lleva a cabo; o el problema de que la percepción no sólo afecte a distintas cosas vistas por distintas personas, sino a las mismas cosas observadas por la misma persona con años de diferencia (p. 117). El desajuste existencial entre la teoría y la práctica (p. 119), planteado también por Peyrou en uno de sus poemas (“Teoría”) es otra constante de la narración.

El autor expone con verdadera maestría los puntos de engarce entre todas estas cuestiones, nada baladíes, a través de los micropensamientos de Tico y de sus conversaciones con el resto de habitantes de la casa, incluyendo a unas niñas, con quienes varía apenas el tono del discurso, aunque sin ahorrarles sus perennes obsesiones. El entrelazamiento de sus ideas se transmuta en un entrelazamiento textual que mezcla aseveraciones y respuestas, preguntas e huidas, ruidos y diálogos, monólogos y estragos. Los laberintos mentales de Tico lo convierten en una factoría logomáquica volcada a la producción de deriva lingüística, estética y argumental, como un sofista implantado en el cuerpo de Plotino.

Seguiremos en otro lugar y en otro momento, pero creo que con esto es suficiente para entender de qué tipo de libro estamos hablando.



[Relación con el autor: muy cordial. Relación con la editorial: de momento, ninguna]

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