sábado, 30 de marzo de 2024

Chamanes contra el tedio narrativo

 

Mónica Ojeda, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol. Random House, 2024.

La razón volcánica

Esta novela surge del encuentro entre dos voces o cantos, “un canto natural y otro sobrenatural” (p. 251), como dice el padre de Noa –la misma Noa que, cuando canta, lo hace también de forma dífona o diplofónica, con dos voces simultáneas–, generando una textualidad que se enrama o entrevera entre ambos registros. Acompasadas con esa duplicidad, dos capas argumentales en la novela suenan a la vez: la primera y más reconocible narra el abandono de Noa y Nicole de su espacio de violencia cotidiana en Guayaquil para participar en una fiesta ritual celebrada en los volcanes ecuatorianos. Allí sufren vivencias que cambian a Noa y la mueven a querer reencontrarse con su padre, quien la abandonó siendo niña. Mezclada con esta línea narrativa hallamos la otra capa argumental, en la que varios personajes, cada uno de ellos dotado de su propia voz en primera persona, desgranan la historia central y sus aledaños al tiempo que cuentan la suya propia, con un punto en común: la potencia telúrica de las montañas y la naturaleza, cuyas voces ancestrales van entrando en su interior y apoderándose de su mente, ya sea a través de la música y el baile, ya sea mediante la tradición oral y las drogas, o la combinación explosiva de todas esas fuerzas. 


Los mitos andinos, mesoamericanos e indígenas, los cantos rituales, la poesía (tanto la popular como la culta, encarnada en las apariciones de Adoum, Cardenal o Eielson), trazan un espacio imaginario que colisiona con el real de una forma tan brusca que todos los protagonistas se ven obligados a elegir entre la razón lógica (como Nicole) y la razón volcánica, como hacen Noa o el personaje de El Poeta. Ojeda muestra así una nueva división entre civilización y barbarie donde ambos términos quedan invertidos: la ciudad es bárbara y la naturaleza es sabia, civilizada y salvífica, lo que no significa que esté libre de violencia, como prueban los terremotos y las erupciones descritos en la novela. Se infiere de la lectura que la violencia natural no es artificial y gratuita como la humana, no es evitable como la que nosotros generamos, y los cataclismos sísmicos y las inundaciones son fenómenos telúricos involuntarios y naturales, y forman parte del mismo hecho de existir.

La primera parte de la novela, carnavalesca en el sentido bajtiniano, se hace quizá un poco larga, pero sus reiteraciones y ritornelos también nos sirven para ir aceptando el eterno retorno de los ciclos naturales y de los procesos geológicos, míticos y psicológicos, proporcionando un clima excesivo, selvático textual y argumentalmente, que nos prepara para la catarsis que vendrá después.  

Chamanes eléctricos en la fiesta del sol tiene numerosos aspectos destacables, como la tensión entre las violencias sociales y las prisiones psicológicas individuales; el diálogo entre tradición y contemporaneidad; el hallazgo del personaje de la madre taxidermista, con sus creaciones en la órbita de La isla del doctor Moreau; la solidez de los caracteres principales; la prosa magnética y poetizada, enriquecida con los sociolectos americanos; la creación de un modo de decir paralelo, puntualmente inverso, en la escritura del padre de Noa, o el acierto de la voz colectiva de las Cantoras –que tiene antecedentes, sí, pero pocos parangones–, que nos permite escuchar la entonación del mito, encarnado también en la doble voz mediúmnica de Noa.

Una belleza.

 

 

Inma Aljaro, Tedio y narración. Sobre la estética del aburrimiento en la narrativa: de James Joyce a David Foster Wallace. Madrid: Cátedra, 2024.

El tedio interesante 

Podría decirse que vivimos una época de indecisión, de demora, un tiempo aburrido.

Boris Groys[1]

 

En 1967 Marshall McLuhan dio una entrevista para la televisión en la que aparecía tumbado en un diván de psicoanalista. En ella confesaba que había desarrollado una costumbre para leer los buenos libros. Mientras que los malos los leía palabra por palabra, de los libros excelentes solo leía las páginas pares, dejando sin leer las impares, que rellenaba mentalmente de su propia cosecha. El motivo, decía, era que encontraba “an enormous redundancy” en los buenos libros.

Aljaro entiende que la redundancia, ya sea involuntaria o deliberada, es una de las características que más comúnmente suelen asociarse al aburrimiento como sensación de lectura. Pero habría que realizar de inmediato varias precisiones: si el aburrimiento resulta ser lo mismo para todos, si “lo interesante” lo es para cualquier persona, si hay un mínimo común denominador de la banalidad, si el tedio es objetivo o subjetivo, etc. Porque en estas cuestiones llega rápidamente a ese momento, peligroso para una conversación productiva, en que a lo mejor no estamos hablando de los mismos fenómenos, o no con la misma intención o intensidad.


Para Aljaro, la reacción que a principios del siglo XX se produce contra las narrativas realistas decimonónicas cobra varias (e incluso opuestas) tendencias, desde la bohemia escapista del modernismo latinoamericano y español hasta las rupturas de las vanguardias históricas, pasando por el importante movimiento del modernism anglosajón, que nada tiene que ver con su casi homónimo hispano. Sobre todo para los experimentalistas anglosajones (James Joyce, Virginia Woolf, T. S. Eliot, Gertrude Stein), y para Marcel Proust, el combate contra el realismo convencional se produjo a través de una complejidad en lo formal que en ocasiones traía aparejada una visión de la vida cotidiana en términos de registro casi exhaustivo, que parodiaba o extremaba la ambientación realista. Mientras que la novela de Balzac, Emilia Pardo Bazán o Galdós se fijaba en elementos concretos para cargarlos de significado, la nueva novela reelaboraba elementos muy banales, contrarrestando esa saturación de cotidianidad con una recarga estilística, léxica o estructural. El resultado era una estética por completo opuesta a la dominante, y que encontraba, y en algunos casos sigue encontrando, resistencia por parte de los lectores. Así sucede en España, donde pese a los notables esfuerzos de Luis Martín Santos, Juan Benet, Juan Goytisolo o Julián Ríos, el dominio de la narración realista sigue haciendo complicado que el grueso de los lectores acepte otro tipo de literaturas más ambiciosas y arriesgadas (algo que explica muy bien Adolfo Rodríguez Posada en otro excelente libro del que hablaremos pronto, Post-literatura (Trea, 2023).

Y lo cierto es que el aburrimiento deliberado, el “meta-aburrimiento” que desglosa Inma Aljaro, tiene algunas ventajas. Por ejemplo, la utilización del detalle obsesivo hace que eliminemos el pensamiento de “incógnito”, nombre bajo el que el neurocientífico David Eagelman denomina todos aquellos procesos no conscientes que invisibilizan los comportamientos más habituales. Esto que normalmente no vemos es lo que suele ver hasta el detalle más obsesivo la narrativa de “aburrimiento táctico” (p. 235), precisamente con la intención de que recuperemos la vigilancia sobre aquello que habíamos mecanizado, en una suerte de desfamiliarización. Este estar atento de otro modo, este marco distinto de atención, que ya apuntó Sontag, citada por Aljaro en un par de ocasiones de Tedio y narración, es clave para obtener cierto tipo de percepción abierta, que nos convierte en una cámara de resonancia de lo real. Walter Benjamin lo explicó muy bien en su ensayo “El narrador”: “Así como el sueño es el punto álgido de la relajación corporal, el aburrimiento lo es de la relajación espiritual. El aburrimiento es el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia. Basta el susurro de las hojas del bosque para ahuyentarlo. Sus nidos -las actividades íntimamente ligadas al aburrimiento- se han extinguido en las ciudades y descompuesto también en el campo. Con ello se pierde el don de estar a la escucha, y desaparece la comunidad de los que tienen el oído atento […]” (W. Benjamin, “El narrador”, Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV. Madrid, Taurus, 1998, p. 118.)

El aburrimiento como forma de incrementar la atención sobre un fenómeno es uno de los supuestos de dimensiones positivas del tedio, en cuanto se producen óptimos resultados literarios. Pero en otras ocasiones ese valor es más discutible. Pensemos por ejemplo en Franz Kafka y su novela El castillo, donde acabamos exhaustos a causa de la desesperante exposición de todas las posibilidades y consecuencias imaginables de cada acción por realizar. Esto lleva al agrimensor K. a la parálisis, pues prefiere no actuar a equivocarse, o le hace arrepentirse de inmediato de su movimiento e intentar deshacerlo. En el primer caso, hablaríamos de un preaburrimiento o protoaburrimiento, previo a las posibilidades. Y luego estaría el postaburrimiento o tedio de las consecuencias, donde el resultado materializado por el, diríamos, colapso de la función de onda narrativa, es detallado de manera tan agotadora como Kafka había descrito la situación previa al acontecimiento.

Hipólito Ledesma, en un irónico artículo publicado en Jot Down y titulado “Épicas de la elitización: Ulises vs Dune en la arena del aburrimiento literario”, escribe: “Al final, tanto Dune como Ulises son testimonios de la habilidad humana para encontrar orgullo en la conquista de lo incomprensible, para revolcarse en el barro de la pretensión y emerger, no más sabios, sino definitivamente más aburridos. Y ahí yace su verdadera belleza: no en las historias que cuentan, sino en las que sus lectores cuentan sobre ellos. Así que, ya sea con una copa de vino en mano mientras se lamenta por la perdida simplicidad de la narrativa, o con una camiseta de Dune proclamando tu lealtad a los fremen, recuerda: en el reino del esnobismo literario, el aburrimiento no es un defecto, sino un distintivo de honor.”[2]. La ironía deja traslucir que hace falta cierto entrenamiento lector para disfrutar, como no pocas personas hacemos, de estos libros, pero no por esnobismo o búsqueda de distinción, sino porque realmente nos parecen fascinantes estos procedimientos de dilatación o exageración, casi surrealista por hiperdetallada, de lo real.

Uno de los puntos más fuertes del ensayo de Aljaro es la extensa bibliografía; a su exhaustivo recuento de libros se podían haber añadido Oceanografía del tedio de Eugenio d’Ors y De acedía de Antonio Martínez Sarrión, por no hablar de Juan Benet (todos esos movimientos bélicos ficticios y estrategias interminables de Herrumbrosas lanzas…) o de cierto Javier Marías, con sus meticulosas tramas oxonienses.

La idea que resulta de Tedio y narración es que la buena narrativa genera un aparente oxímoron, el “aburrimiento interesante”: ¿qué dice este texto sobre mi paciencia, sobre mi forma de recibir un discurso, un poema o una historia? Y creo que aquí es donde el ensayo de Aljaro alcanza sus mejores cotas, cuando va recorriendo la obra de muy distintos autores (desde Joyce a Juan José Saer y desde Virginia Woolf a David Foster Wallace, pasando por Beckett, Buzzati y Bolaño), exponiendo el modo en que la estética o gramática del aburrimiento va encontrando distintas metamorfosis, adecuadas a la sensibilidad y la poética concreta de cada persona, o incluso de cada obra, porque la verdadera complejidad literaria no suele parecerse a ninguna otra, a menos que haya homenaje o versión por medio. A todas esas complejidades se suma ahora la del excelente ensayo de Inma Aljaro, un libro de interés inversamente proporcional a su título. 21/03/2024



[1] Boris Groys, Volverse público. Las transformaciones del arte en el ágora contemporánea; Caja Negra, Buenos Aires, 2014, p. 87.

[2] https://www.jotdown.es/2024/03/epicas-de-la-elitizacion-ulises-vs-dune-en-la-arena-del-aburrimiento-literario/

 

[Relación con las autoras: cordial con Ojeda; a Inma Aljaro la conocí el día de la presentación del libro en librería Áncora, el pasado 21 de marzo. Relación con las editoriales: ninguna con Candaya, en Cátedra he publicado una antología de Olvido García Valdés, en colaboración con Miguel Ángel Lama]

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