miércoles, 29 de octubre de 2008

Firma digital invitada: Javier Moreno


El poeta y narrador Javier Moreno (1972), sobre el que podéis ver más información aquí, me parece una de las voces últimas más interesantes, por lo distinto y ambicioso de su planteamiento creador y por la original ejecución de sus propuestas. Acaba de publicar la novela Click en Candaya y en breve sale el poemario Acabado en diamante (La Garúa), con prólogo de un servidor. Ambos son excelentes y recomendables libros, que unidos al interesante libro de versos Cortes publicitarios, del que dimos cuenta tanto en el blog como en La luz nueva, y a propuestas narrativas como La Hermogeníada (2006), nos presentan a un escritor que dará que hablar en el futuro. Lo que publicamos ahora es la original ponencia que Moreno presentó en el encuentro NEO3, recientemente celebrado en Barcelona, organizado por Eloy Fernández Porta. El texto da una muestra sobrada de la diversidad de las inquietudes intelectuales de Moreno, que bailan entre la matemática a cuya enseñanza se dedica profesionalmente, la filosofía griega y la literatura atómica. Espero que os guste.



Érase una vez, o la metáfora como principio cosmológico

Por Javier Moreno


Empezaré como empiezan casi todas las cosas, con un mito. Hay un mito de origen gnóstico según el cual el mundo, tal y como lo conocemos, procede del error cometido por un demiurgo en la copia de la escritura divina. San Agustín, no sabemos si conocedor de dicho mito (aunque para Harold Bloom una obra puede influir en el autor sin necesidad de haberla leído), insiste en el asunto con su visión del diablo como simium dei, como el simio de Dios, un imitador simiesco que le pone rostro -y pelo- al demiurgo gnóstico antes citado. No sabemos si los astrónomos saben de gnosticismo o han leído a San Agustín (puede ser, mi profesor de mecánica cuántica guardaba en el cajón de la mesa de su despacho un ejemplar del 'Cántico espiritual' de San Juan de la Cruz), pero el último grito cosmológico afirma que el universo comenzó por una violación de la simetría, cuando una partícula de materia descubrió que, ahí enfrente, no estaba su antipartícula, sino más bien otra cosa. Podemos comenzar afirmando entonces (y aquí la religión parece estar al lado de la ciencia) algo así como que 'in principium error fuit', al principio fue el error, la dislexia o, para seguir con la escuela de Yale: el misreading. El mono imita al hombre, lo simula, se hace pasar por él (recordemos muy a propósito la etiqueta de la famosa botella de anís). Entre simium y simil puede establecerse no una relación etimológica sino una deslectura. Nuestro demiurgo gnóstico lee en algún rincón de la escritura divina Simium dei y transcribe 'similar dei', semejante a dios. Al principio fue el error, ya dijimos, un error que guarda cierta semejanza con el origen, con la imagen original. Se ha producido una sustitución, la imagen real (porque hay que suponer que en el libro divino está escrita la realidad, que él mismo es la realidad) por la imagen figurada. Pero... ¿no es ésta una de las posibles definiciones del tropo fundamental, de la metáfora? Acabamos de pasar del dominio de la cosmogonía al de la retórica, que no es poca cosa. El simio, nuestro simio, sigue (re)escribiendo y anota ahora lo siguiente en su cuaderno moleskine o en su archivo de word: 'al principio fue la metáfora'. Y de ahí, nosotros, lectores, podemos sacar algunas conclusiones y alguna que otra pregunta.


Un acercamiento a la mímesis fantasmática, o por qué el poeta viene del mono


Un corolario inmediato de lo anterior rezaría que no hay "bellas metáforas", sino "errores interesantes". Una pregunta no menos inmediata podría enunciarse de la siguiente manera: ¿cómo sabemos cuándo y dónde se ha producido el error? La respuesta en principio resultaría sencilla: basta con consultar el original, la fuente, la escritura divina. Pero ahí está el problema... ¿Dónde encontrar ese paraíso textual, la lengua adánica, sueño de cabalistas y motivo de especulación de ese otro cabalista emboscado que es Walter Benjamin? Naturalmente, en ninguna parte. Y aquí es donde mi mono particular, el que transcribe, no la escritura divina -demasiado para su body- sino la del simio-diablo-demiurgo, se apunta al carro benjaminiano para decir que la única manera de conseguir algo parecido es cometer todos los errores, es decir insistir en las malas copias o, siendo más concretos, que la única manera de conocer la manzana paradisíaca es elaborar todas las metáforas posibles a partir de una sencilla manzana, de la manzana del almuerzo o de la que uno encuentra en el cajón del supermercado. Proliferación ad infinitum de las malas copias, ése es el método al que se aplica con dedicación y disciplina mi simio particular, un misreading de la musa tradicional y clásica que en mi caso se parece bastante más a uno de esos chinos estajanovistas encerrado en un estrecho cubículo, aplicado a la imitación, a la simulación de la escritura de los maestros: Borges, Cortázar, Gombrowicz, Valente, Matsuo Basho, Anne Carson, etc. Naturalmente las copias de "mi chino", como pasaré a llamarlo -con toda confianza- a partir de este momento, son "malas copias", su Borges se acaba pareciendo demasiado a Ballard o su Valente a un teorema de Heisenberg. Son "malas copias" asimismo en un sentido platónico. Casi nunca pretende la imitación fiel de lo real sino que, fiel a su infidelidad (ya hemos dicho que su método consiste en la prolija reiteración del error), insiste en el simulacro, en el phantasma que no admite parangón con un modelo real. Mi chino lee esa frase de Deleuze donde el filósofo afirma que el simulacro nace cuando uno de los términos en la serie de las copias se aleja del modelo; y (re)escribe que 'la manzana adánica es el atractor extraño de la serie de iteradas en que consiste cada una de las metáforas de la manzana de supermercado'. Como ven, un auténtico lío.

Pero no anda solo en esto, mi chino. Basta con remontarse a los griegos. Pondré algunos ejemplos. Cuando el daimon de Platón estaba a punto de transcribir a la perfección un diálogo platónico, entonces se equivocaba y terminaba por escribir un mito. Cuando el ídem de Aristóteles se aplicaba a la transcripción de la poética -tal y como debía aparecer en el texto divino-, sin saber por qué, acababa hablando de biología (¿qué es, si no, eso de géneros y especies y la tragedia entendida como un ser vivo?). Cuando Coleridge transcribía en su poema Kubla Khan la maravilla de aquel sueño de belleza perfecta alguien vino a golpearle en la puerta, un sencillo granjero de Porlock, el pueblo donde a la sazón residía el poeta, para pedirle ayuda en un asunto nada poético: el parto de una marrana. Ningún autor está a salvo de ese daimon -humano o divino- que estorba la escritura. Es preciso, pues, insistir en ello, nuestra única certeza: al principio fue la metáfora.


Imagen y metáfora, o cómo decir dos cosas al mismo tiempo


La metáfora es movimiento
El movimiento es imagen
La imagen es metáfora
Se cierra el círculo

Otra imagen
(Acabado en diamante)

La diferencia entre imagen y metáfora no es sino una cuestión de perspectiva, de paralaje. Puede decirse que la imagen no es más que una metáfora visual y que, por tanto, cumple la condición de la metáfora, la de ser una -mala- copia. Pero una mala copia, recordemos, no de un original -imposible- sino de otra mala copia, de otra mala copia, etc. Hay que evitar leer un poema con la pretensión del que busca desentrañar un mensaje cifrado -el original-, desestimar la idea de que la poesía -con todas sus metáforas- no es más que la distorsión y el encriptado de un mensaje más o menos complejo. No se trata de rascar en busca del premio escondido. Nada de eso. Si así lo pretendemos, quedaremos decepcionados por el perenne: SIGA BUSCANDO. Más bien entender un poema consistiría en poner de relieve las fuerzas que chocan y que acaban configurando la forma del poema, algo así como el plano de inmanencia del que el poema resulta la línea de fuga. Uno no comprende nunca un poema. Uno, a lo sumo, construye una constelación de sentidos (de copias que simulan ser los originales), sentidos que se desplazan en el tiempo y en los espacios (epistemológicos, subjetivos, etc). La imagen resulta entonces un pasaje (recordemos el sentido original de la metáfora como desplazamiento, como transporte) con el que viajar en el espacio y en el tiempo. Digo pasaje y mi chino -como siempre- me traiciona y copia 'interface'. La escena de la creación de la Sixtina como paradigma y epítome de desplazamiento, el que va de lo humano a lo divino, solventado a través de esa interfaz de carne y hueso llamado Miguel Ángel. Al fin y al cabo, si atendemos a la definición de la RAE de interface (o interfaz), podremos leer lo siguiente:

Interfaz: conexión física y funcional entre dos sistemas o aparatos diferentes.

De nuevo algo muy parecido a la metáfora. Del mismo modo puede afirmarse que el neurotransmisor es el interface entre el axón y la dendrita (otra vez el vacío instalado en el espacio más íntimo de la conciencia, el que separa dos neuronas). Otra vez el salto en el vacío, el desplazamiento, la metáfora, como el tránsito de lo analógico a lo digital que se produce en el cliqueo sobre el ratón. El poema, entonces, como detención, o mejor, como fijación de una 'cadena de búsqueda'.

Pero agreguemos más voces a nuestra teoría, es decir, sigamos acumulando errores.

La poeta canadiense Anne Carson dice en su 'Ensayo sobre aquello en lo que más pienso':

¿En qué consiste el placer de la metáfora?
Aristóteles dice que la metáfora hace que la mente se
experimente a sí misma
en el acto de cometer un error.
Él se imagina la mente moviéndose sobre una superficie plana
de lenguaje ordinario
cuando de pronto
esta superficie se rompe o se complica.
Lo inesperado emerge.

Y un poco más adelante:

Hay un proverbio chino que afirma,
El pincel no puede escribir dos caracteres de un solo trazo,
Y sin embargo
esto es justo lo que hace un buen error.

Pensemos en la metáfora, entonces, como en esa inesperada manera de escribir, de decir dos cosas al mismo tiempo, algo parecido a lo que ocurre con esos fotones capaces de atravesar las dos hendijas practicadas en una placa metálica. La poesía como lenguaje cuántico.

Traeremos junto a nosotros, para acabar con este apartado, a uno de los pocos autores que en nuestra lengua se han ocupado de elaborar una teoría coherente acerca de la imagen: el poeta cubano José Lezama Lima. No voy a glosar aquí su compleja poética. Simplemente recuperaré dos nociones que vienen a cuento y que emparentan con lo que se viene hablando. Lezama entiende la metáfora como modo de encuentro de los seres, una manera de mostrar las diferencias y al mismo tiempo de tender puentes entre las cosas. El poema no puede ser, sin embargo, un mero aglomerado de metáforas. Para que el poema cuaje, éstas metáforas deben apuntar a algo exterior al poema, algo que podría asociarse a la línea de fuga deleuziana y que él denomina 'imagen'. La imagen sería ese atractor extraño hacia el cual se orientan las metáforas, el imán que orquesta los fragmentos que componen el poema.


Poesía y publicidad, o por qué no todos los gatos son pardos

Naturalmente la poesía comparte no pocas cosas con la publicidad. Ambos, el poema y el anuncio publicitario, son atractores de una serie de imágenes/metáforas, fijaciones -como decíamos hace un momento- de una cadena de búsqueda (casi siempre inconsciente). La manzana de la que hablábamos, la manzana paradisíaca es también la manzana a la que aspira la publicidad (nuestras manzanas son más manzanas que las de la competencia, llevan en sí un plus de 'manzanidad', etc). Pero hay una diferencia a mi juicio esencial entre la poesía y la publicidad. Mientras que la poesía es un fin en sí misma (uno lee un poema de un autor y se da por satisfecho o, como mucho, corre a comprar el libro que lo contiene) el anuncio publicitario es un medio que persigue un objetivo ajeno a su propio entramado retórico. El lenguaje publicitario tiene algo de vicario, señala a algo nítido, algo que podemos encontrar fácilmente en el estante de un supermercado o tras el cristal impoluto de un concesionario de automóviles. La cadena de imágenes/metáforas publicitarias (la cadena de búsqueda) puede que incorpore un elevado número de influencias y conexiones culturales; el problema es que convergen demasiado rápido al objeto susceptible de ser consumido, ahorrándonos así la falta de inmediatez y, por tanto, el misterio de la poesía.


Y el verbo se hizo carne (enlatada)

El antropólogo Jean Pierre Vernant muestra en sus libros la interdependencia y la homología de las estructuras políticas y religioso-filosóficas en la Grecia antigua. Así prueba hasta qué punto la isegoría (equiparación del discurso de los ciudadanos en el ágora o plaza pública) está vinculada al nacimiento del logos filosófico. Es curioso que otro momento de resurgimiento de la filosofía (sobre todo la neoplatónica) como es el Renacimiento italiano coincida a su vez con un nuevo tipo de democratización, no ya de la palabra, sino de la visión y, con esto quiere decirse, de la perspectiva y de los tipos representados. Los pintores renacentistas combinan el retrato nobiliario con el de modestos trabajadores. El mismo Pietro Aretino llega a lamentar esta proliferación de tipos 'mediocres' en las pinturas cuando afirma que 'hasta los sastres y los carniceros aparecen vivos en la pintura'. Creo que lo que se viene denominando como cultura pop no supone sino un nuevo 'Renacimiento' en el sentido de una democratización que va más allá de los tipos y que llega a la esencia de la imagen. El paradigma de cuanto se afirma puede encontrarse en la portada del Sgt. Pepper's, de los Beatles. Recodemos la imagen: junto a los divos de Liverpool aparecen Bob Dylan, E. A. Poe, Cassius Clay, Shirley Temple, Carlos Marx, y un largo etcétera. Cuando un pintor renacentista pinta a un sastre nada impide que éste siga siendo en esencia un sastre, el pintor hace notar aquello que es un sastre y que lo distingue precisamente de otro trabajador manual o de un burgués o un cortesano. En el universo pop las esencias se desdibujan, sin embargo. Un sencillo trabajador puede convertirse en un superhéroe, tras una metamorfosis que dejaría boquiabierto al mismísimo Ovidio. Micky Mouse y Albert Einstein se abrazan y danzan al compás de Milli Vanilli, olvidando las terribles consecuencias que producen el encuentro de partícula y antipartícula.



El aleph e internet, o por qué Borges no necesita levantar la cabeza

Borges imaginó el aleph, ese objeto esférico donde uno podía contemplar toda la existencia. El mismo año de la muerte del autor argentino, Tim Berners-Lee, un físico que trabajaba para el CERN, ubicado en Ginebra, anda desarrollando la World Wide Web o, lo que es lo mismo, internet, tal y como hoy lo conocemos. Borges, a su vez, nace en el momento en el que un matemático alemán, George Cantor, desarrolla su teoría de los números transfinitos. Cantor demuestra que existen dos tipos distintos de infinitos, el infinito numerable, al que denomina alef sub cero, y otro infinito, no numerable, continuo, que llama alef sub uno. Es fácil probar que ese infinito no numerable es el mismo que el que constituyen las cadenas infinitas de ceros y unos. Coincidencias en el espacio y en el tiempo. Borges es enterrado en el cementerio de Ginebra. Otra vez, como sucedía con las novelas de Verne, un objeto que nace en la imaginación del hombre, una estructura antropológica que quizás pueda rastrearse hasta las especulaciones del Museo mitológico en su perdido tratado acerca de la esfera, acaba haciéndose real. Tim Berners-Lee cumple el sueño del autor argentino. Ha surgido un nuevo ser, la red, un ser que reconfigura nuestra manera de relacionarnos y de aprender, un ser que, como el conjunto de Cantor, posee la potencia del continuo (¿qué es una página web, en el fondo, sino una sucesión de ceros y unos?). El alef sub uno de Cantor, el aleph de Borges, la WWW de Berners-Lee. Si el filósofo norteamericano Walter Watson clasifica las épocas de la humanidad en ónticas, epistemológicas y semánticas, quizás internet suponga el impulso definitivo que nos permita pasar de esta época semántica a una nueva época óntica (lo digital, en contraposición -o complementariedad- con lo analógico, sería ese nuevo ser del que estamos hablando), época que requeriría del poeta una reinvención de la analogía o, dicho de otra manera, de conexiones dentro de ese nodo de simultaneidad que es el aleph. El clickeo sobre la interface, ese nuevo tacto, se nos aparece entonces como el 'como' poético, una herramienta metafórica cuya importancia sólo empezamos a atisbar.

Observando a su vez la escritura como un modo de memoria artificial (algo de lo que ya se dio cuenta Platón), la red supone una ampliación exponencial de nuestra 'memoria', un exocerebro artificial que ofrece posibilidades casi infinitas. Obras de netart como las de Cristophe Bruno (estoy pensando, en particular, en 'fascinum', donde se nos muestra en tiempo real las 10 imágenes más vistas por los internautas en 7 países distintos -entre ellos, el nuestro-) ayudan a entender la web como un ser dotado de alguna manera de conciencia al que se pudiera por tanto psicoanalizar. Internet -junto al disco duro de nuestro PC- como una conciencia y una memoria extendida, y por tanto poetizable, novelable. Una posibilidad añadida para poetas y novelistas, sólo una posibilidad, pero, desde luego, nada desdeñable. El contenido de nuestra carpeta de 'incoming' de e-mule o nuestro listado de 'favoritos' puede decir tanto o más de nosotros que la manera como sujetamos la cucharilla del café o el contenido de nuestra biblioteca.

Pero no se alarmen los más conservadores, ni lancen las campanas al vuelo los profetas de la ultimísima vanguardia. No olviden que todo el tiempo hemos estado hablando de metáforas; de errores, por tanto. Todo esto, señoras y señores... Ustedes ahí, yo aquí, estas palabras... Todo esto no es más que un afortunado error.

Javier Moreno





domingo, 26 de octubre de 2008

Obama, la vuelta a la política real


Ayer estuve en un acto político que cambió muchos de mis puntos de vista sobre los Estados Unidos. Estuve en el mitin que Barack Obama pronunció en Albuquerque, en una llanura colindante con la University of New Mexico, donde había congregadas, según estimaciones, no menos de cincuenta mil personas. Fui con mi amigo Pablo, y ambos salimos de allí con la experiencia de haber vivido algo histórico.



Podría contar muchas cosas sobre el acto: mi alegría de que el español estuviera en todo momento muy presente, incluso con canciones en directo interpretadas en castellano, algunas ideas de los diferentes discursos de otros demócratas del Estado, etc., pero me centraré en Obama, en lo que llamaría la experiencia Obama. Después de estar allí dos horas de pie, aguantando el frío, el cansancio de hacer una hora y media de colas y controles de seguridad, y con varias rupturas de ritmo durante todo el mitin, Pablo y yo estábamos muy cansados. Yo pensaba para mis adentros que los acólitos no iban a recibir a Obama demasiado bien. Pues me equivoqué. Y cómo. Desde que anunciaron que subía los escalones del estrado, aquella multitud sufrió una transformación increíble. Los rostros agotados, ateridos y angustiados por la crisis económica generalizada se convirtieron en pantallas que retransmitían ilusión y ánimo. Y él comenzó a hablar. Y entonces comenzó la experiencia Obama.



Hoy escribe el narrador chileno Ariel Dorfman un artículo en El País, donde cuenta el encuentro que tuvo con la premio Nobel Toni Morrison, y de la definición que ésta le dio de Obama como poeta. Dice Dorfman: “Toni no hablaba tan sólo de alguien elocuente, de alguien que amaba las palabras, es decir, que las consideraba amigas íntimas y carnales, sino de algo más: un ser humano animado por una visión trascendental, a visionary, nos dijo Toni”. Un visionario. Así es. Por la mañana Pablo y yo habíamos estado viendo en Santa Fe una colección de fotografías, en blanco y negro, sobre la historia de Norteamérica en la Monroe Gallery, y desde que Obama subió al estrado mi visión perdió los colores y vi la foto de Obama subido a aquella modesta plataforma como una de las posibles instantáneas históricas del futuro de este país. No sé si Obama es un poeta, pero desde luego es un visionario, un estadista, alguien que sabe conectar con el alma de este pueblo y que encuentra las palabras incluso para emocionar a quien no puede votarle, a quien ni siquiera pertenece a este país y que acaba de llegar. Pero es que Obama explicó que los Estados Unidos es la tierra de los que acaban de llegar: nuestro país, dijo, “se construyó desde su principio por personas que dejaron atrás su vida y cruzaron el mar para construir aquí un mundo mejor. Mi propia familia llegó de fuera. Pero cuando alguien llega aquí y comienza a trabajar, piensa para sí: yo no podré votar, de acuerdo, pero ahora estoy en un país donde mi hijo sí podrá votar y donde mi nieto podrá intentar llegar a ser el Presidente de los Estados Unidos”. No es una metáfora. Es su caso. Estados Unidos, en contra de lo que muchos piensan, es un país naturalmente abierto, que han cerrado –esperemos que sólo temporalmente– unos hechos terribles y ocho años de gobierno republicano. Pero ésa no es la esencia de esta tierra, y Obama dedica buena parte de sus mítines a recordar que el carácter hospitalario es parte de la naturaleza común. Para mi sorpresa, entró al trapo en el tema de la emigración ilegal de una forma tan contundente como ésta: “no se puede deportar a doce millones de personas. Es obvio que hablamos de un colectivo que ha quebrantado la ley, pero no se les puede tener eternamente en un estatus de inexistencia por ello. De alguna forma, habrá que estudiar un camino para que esas personas puedan ir siendo legalizadas e incorporarse, si trabajan y viven aquí, a una normal convivencia ciudadana”. Y el público, también para mi sorpresa, aplaudió entusiásticamente. Hay muchos estereotipos sobre Estados Unidos que se desvanecen con sólo salir a la calle en el momento adecuado. Yo no había aplaudido hasta ese momento, porque mi situación en el mitin era la de un simple y respetuoso extranjero con curiosidad. Pero ahí comencé a aplaudir.

El ambiente del momento no eclipsó mi carácter crítico. Mientras estaba allí recordaba que hace poco declaraba el lingüista e intelectual Noam Chomsky al periódico alemán Der Spiegel que entre Obama y McCain “hay diferencias, pero no son fundamentales. Nadie debiera hacerse ilusiones. Estados Unidos tiene esencialmente un sistema de partido único y el partido gobernante es el partido empresarial”. No niego que Chomsky tiene parte de razón; de hecho el proyecto electoral de Obama está respaldado, desde el principio, por un grupo de poderosos empresarios de la zona de Chicago. Pero –incluso aunque aceptáramos eso por completo– yo no escuché ayer a Obama un discurso de grandes empresas, sino de PYMES. Un discurso de clase media donde no había promesas abstractas e inconcretas, como al principio de su campaña contra Hillary Clinton por la nominación demócrata, sino realidades. No sólo habló del talante norteamericano, también habló de impuestos, de hipotecas y de préstamos de ayuda a jóvenes universitarios. Si un joven tiene un gran expediente y quiere ir a la universidad sin tener dinero para hacerlo, dijo, habrá que crear una especie de prestación social sustitoria para que devuelva a la comunidad la beca gratuita que merece tener para estudiar. Si una pequeña o mediana empresa contrata a alguien en los dos próximos años, dijo, tendrá un descuento impositivo. Si alguien no tiene ningún seguro social, se creará uno muy básico con lo que se ahorre al detener la guerra de Irak y los ¡diez mil millones de dólares al mes! que cuesta a los norteamericanos. Si ya tiene seguro social, se intentará que las compañías cumplan lo establecido en sus cláusulas (algo que no hacen, como se puede ver día a día aquí y en el documental Sicko de Michael Moore). Aquí dijo algo que, por circunstancias personales concretas, me llegó muy hondo: “La reforma del sistema sanitario no es para mí un objetivo político más. Para mí es personal. Mi madre murió de cáncer con 53 años, peleándose en el hospital con la compañía de seguros para que ésta le autorizara un tratamiento”.

Este tipo de detalles, que descendían al desierto de lo real y apuntaban medidas muy concretas y palpables, me hicieron pensar que, como comentó Pablo -mientras contemplaba el escaso presupuesto del mitin, el hecho de que todos los organizadores fueran voluntarios no pagados, la ausencia de un partido político al estilo europeo y la atmósfera de espléndida improvisación- Obama había abandonado el estilo cinematográfico y mediático del Yes, we cam, que según apuntamos aquí utilizase en su nominación demócrata, para volver a la política real, para echarse a la calle sin alharacas, ni efectos de imagen, ni grandes escenarios, ni cuidadoso tratamiento icónico. Nada de eso. Un micrófono y su espléndida oratoria. Al estilo romano (salvo en lo del micro, claro). Sólo se permitió el gesto escénico de subir a la plataforma bajo los acordes de The rising, de Bruce Springsteen. De todas formas no se oía nada bajo el rugido de cincuenta mil gargantas. Mientras hablaba él yo miraba las caras de la multitud. Eran rostros llenos de pronto de vida, de ilusión por un cambio en las cosas. Un chico que estaba a mi lado se volvió a su madre y le comentó: “es esperanzador, ¿verdad?”. Obama dijo que la nación estaba en el peor momento desde la crisis de 1929. Pero que se había salido del Crack, y de los efectos de la guerra, y de Vietnam, y de la crisis del petróleo. Y que lo que había sacado del pozo a Estados Unidos era simplemente la convicción de los ciudadanos en que podían hacerlo y su voluntad de trabajar. Y de que la solución eran ellos, los que estaban allí, cada uno de ellos. Sí se puede, gritó varias veces en español. Y que él confiaba en ellos. Alguien del público desgarró lo que creo que todos estaban pensando: “nosotros creemos en ti”. Y entonces Obama dijo que este es un país donde lo sueños no se tienen, sino que se hacen, y donde los de fuera son bienvenidos porque Estados Unidos es un país hecho por pioneros e inmigrantes, y el estruendo era ya tan grande que ya no se podía oír nada. Y entonces me pasó algo que solamente me había pasado una vez escuchando a un político: se me erizó el vello y se me atoró la garganta. La otra vez que me pasó fue escuchando un discurso de Robert Kennedy, el hermano prematuramente asesinado de John Fitzgerald Kennedy. Está claro que Obama tendrá que demostrar que no es sólo brillante oratoria, que habrá que gestionar con medidas reales ese cambio, pero esta oratoria, en sí misma, ya produce efectos públicos saludables, por sí misma reordena el imaginario y establece la esperanza como proyecto político, entendida como lo que uno mismo puede hacer, como lo que debe hacer por su entorno social, según aquel memorable discurso presidencial de J.F.K. Y mientras Obama se despedía yo me preguntaba por qué mi país nunca ha tenido un político como Martin Luther King, como J.F.K., como -habrá que darle tiempo- Obama, o como Robert Kennedy, alguien que sepa entender cuál es la almendra de nuestra patria, esclarecer cuáles son las verdaderas cualidades de los españoles y convencernos, de una vez por todas, de que son esas cualidades y nuestro trabajo continuo a partir de ellas lo único que puede salvarnos.


jueves, 23 de octubre de 2008

Algo más sobre generaciones, mutaciones y nocillas

En esta entrevista en el último número de Teína:

http://www.revistateina.com/teina/web/teina19/lit6.htm


Dentro del mismo número, el interesante prólogo de Rafael Reig a su último libro, Visto para sentencia (Caballo de Troya), donde aparece citado un viejo debate que tuvimos en este blog. Reig comenta en ese prólogo también el precio que tenemos que pagar quienes escribimos sobre escritores españoles contemporáneos. Y se queda corto, a mi juicio. Algún día daré mi versión sobre estos interesantes asuntos:

1) Qué pasa con el crítico que además es escritor.
2) Qué pasa con el crítico que no se muerde la lengua hacia sus contemporáneos -en España, en Inglaterra o Estados Unidos es muy normal-, para bien o para mal, y dice lo que piensa sin ambages.
3) Qué pasa cuando el crítico encuadrable en 1) es además encuadrable en 2).

[Posible pista: ¿se va a vivir al extranjero?]

Hum.


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domingo, 19 de octubre de 2008

Derrida como pharmakon

“Considero como un acto de resistencia cultural el homenaje público a un pensamiento, a un discurso, una escritura difíciles, poco dóciles a la normalización mediática, académica o editorial, rebelde a la restauración en curso, al neoconformismo filosófico o teórico en general (no hablemos de la literatura) que aplana y achata todo alrededor de nosotros, tratando de hacer olvidar lo que fue el tiempo de Lacan, el futuro y también la promesa de su pensamiento, y por lo tanto de borrar de ese modo el nombre de Lacan; ustedes saben que hay mil maneras de hacerlo, a veces las más paradójicas (…) es posible que algunos de quienes aducen hoy el día el nombre de Lacan, y no sólo su herencia, no hayan sido los menos activos o los menos eficaces en esa operación. También en este caso la lógica del servicio prestado es de las más retorcidas; la censura, la sutura y el hormigonado ortodóxico no excluyen, sino todo lo contrario, el eclecticismo cultural de fachada. Sea que se trate de filosofía, de psicoanálisis o de teoría en general, lo que la chata restauración en curso trata de recubrir, de negar o de censurar, es que nada de lo que pudo transformar el espacio del pensamiento en las últimas décadas habría sido posible sin alguna explicación con Lacan, sin la provocación lacaniana, fuera como fuere que se la recibiera o se la discutiera”[1].

Este asombroso párrafo no puede ser de otra persona más que de Jacques Derrida, y está cargado de razón de principio a fin, pero sobre todo fijémonos en el principio, en la descripción del panorama cultural -¿francés?-, y en la confrontación, la puesta como ejemplo, de ciertas escrituras como modos intrínsecos de resistencia ante ese estado cultural de cosas. Esa normalización cultural, descrita por el filósofo francés en una conferencia de 1992, está hoy más presente que nunca. Darío Villanueva escribía esta semana en una reseña: “Aquel viejo empeño zolaesco de escribir la novela con palabras tan transparentes y limpias que remedasen la sutileza de un vaso de vidrio, para no entorpecer el acceso de nuestra mirada a la realidad descrita, se cumple finalmente al pie de la letra en la mayoría de las novelas de éxito, caracterizadas por algo así como un deliberado no-estilo”. Las escrituras que toman como referencia al mercado son desustanciadas, son no escrituras. Frente a ese modo de entender la ¿cultura?, la postura intelectual de Derrida me parece ejemplar. Últimamente, y en diversos lugares, he visto algunos artículos que hablan, creánselo, de algo así como del "declinar" del pensamiento derrideano, de su pérdida de influencia una vez desaparecido el autor, y de la decadencia de la deconstrucción. Me hace gracia que se diga algo así, cuando la deconstrucción, salvo raras y exquisitas excepciones (Cuesta Abad, Asensi, Jiménez Heffernan, Brea y algunos otros), apenas sí ha sido bien conocida y, sobre todo, utilizada en España, de modo que mal puede declinar lo que, en términos generales, apenas ha dado sus primeros pasos. El pensamiento de Derrida no puede declinar, como no ha entrado en decadencia el de Demócrito o el de Plotino. Los grandes pensamientos se alinean con los demás y forman con ellos estructuras dialécticas que sobreviven al paso del tiempo. Derrida, desde muchos años antes de morir, y por derecho propio, está en ese escasísimo teatro de la mente, y la deconstrucción es sólo uno de sus méritos. Su pensamiento lingüístico, su modo de leer la tradición, la originalidad de su enfoque, la forma de discutir las cosas importantes como minucias y las minucias o migajas discursivas como cosas importantes -como el lugar donde las cosas suceden realmente, según sus palabras-, su curiosidad universal, su inteligencia abrumadora y, además, la deconstrucción, le hacen constituirse como un referente innegable. Esto quiere decir que Derrida puede y debe ser discutido, porque no hay pensadores indiscutibles y Derrida, por vocación, menos todavía: yo me agarro unos cabreos tremendos a veces cuando le leo, porque su provocación intelectual es constante. Puede y debe ser discutido, insisto, pero lo que no puede ser es ignorado, actitud intelectual muy española (o, mejor dicho, actitud típica española nada intelectual), porque ignorar los pensamientos importantes impide entender ese teatro dialéctico universal en que la filosofía consiste. Por eso me hace mucha gracia cuando alguien pone a parir a Derrida sin haber leído –enterándose, digo– ningún libro del francés. O solo un libro. Hay quien se lee el brevísimo y tangencial Universidad sin condición y cree que ya puede tener una imagen cabal del pensamiento derrideano, algo que sólo se podría hacer tras repasar, como poco, las más de 1.000 páginas que supondrían La carte postale, De la grammatologie y La dissémination, y aun sería poco comenzar. Los muertos que mata el “mundillo” cultural español también gozan de buena salud. Es cierto que, de la misma manera que Derrida señala para Lacan, algunos de sus seguidores han cometido excesos de oscuridad deliberada y puramente imitativa que han perjudicado –otro tanto ha pasado con Heidegger- la imagen del maestro, cuyo aparente hermetismo se debe a la complejidad de la construcción, y no a una voluntad opacadora. Hasta cuando es más oscura, la prosa de Derrida es como la poesía de Mallarmé l’obscure: lo que intenta es arrojar luz sobre los temas tratados, crear imágenes que expliquen, aunque sea retorcidamente, el sentido oculto de las cosas, operar por desvelamiento. Algunos de sus discípulos lo que hacen es arrojar sombra, un espeso tejido conceptual que deja el o los sentidos más enterrados de lo que estaban. Pero eso no es culpa de Derrida.

Pero además, entiendo que reivindicar en cualquier momento, pero especialmente ahora, el pensamiento derrideano, es ejecutar el mismo acto de resistencia intelectual que en su momento plantease Derrida con Lacan: demandar la necesidad de un pensamiento denso y alternativo en medio del pensamiento único; de una escritura difícil en el centro de las escrituras fáciles, de una actitud del pensar que sea, en sí misma y estructuralmente, todo lo contrario de lo que se lleva, lo que se vende, lo que se quiere. Derrida como pharmakon, veneno y remedio a la vez, en el sentido platónico, contra la sanísima podredumbre de la claridad inane. Por eso creo que, haciendo un ejercicio escolarmente derrideano, el párrafo de Derrida sobre Lacan se puede rescribir de esta manera:

“Considero como un acto de resistencia cultural el homenaje público a un pensamiento, a un discurso, una escritura difíciles, poco dóciles a la normalización mediática, académica o editorial, rebelde a la restauración en curso, al neoconformismo filosófico o teórico en general (no hablemos de la literatura) que aplana y achata todo alrededor de nosotros, tratando de hacer olvidar lo que fue el tiempo de Derrida, el futuro y también la promesa de su pensamiento, y por lo tanto de borrar de ese modo el nombre de Derrida; ustedes saben que hay mil maneras de hacerlo, a veces las más paradójicas (…) es posible que algunos de quienes aducen hoy el día el nombre de Derrida, y no sólo su herencia, no hayan sido los menos activos o los menos eficaces en esa operación. También en este caso la lógica del servicio prestado es de las más retorcidas; la censura, la sutura y el hormigonado ortodóxico no excluyen, sino todo lo contrario, el eclecticismo cultural de fachada. Sea que se trate de filosofía, de psicoanálisis o de teoría en general, lo que la chata restauración en curso trata de recubrir, de negar o de censurar, es que nada de lo que pudo transformar el espacio del pensamiento en las últimas décadas habría sido posible sin alguna explicación con Derrida, sin la provocación derrideana, fuera como fuere que se la recibiera o se la discutiera”.


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[1] Jacques Derrida, “Por el amor de Lacan”, Resistencias del psicoanálisis; Paidós, Buenos Aires, 1997, p. 72.

lunes, 13 de octubre de 2008

Fragmenta

07/03/2008. ¿Por qué cuando escribo para mí mismo, para recordarme algo, no puedo evitar escribir con corrección? ¿Por qué tengo que borrar todo lo que he escrito y poner ese acento que había dejado atrás, si son mensajes absurdos para recordar que tengo que escribirle un mail a alguien, o para acordarme de recoger la ropa, o comprar un repuesto de lejía, o no olvidar un cumpleaños? Si nadie va a leer esa escritura condenada al olvido inmediato (quiero decir, aún más rápidamente condenada al olvido inmediato que la otra), ¿por qué corregirse, por qué, para qué y para quién, tanto aseo?

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Reflexionar sobre esta visión que dio un indio de Nuevo México a C. G. Jung del hombre blanco:

Mira los crueles que parecen los blancos. Sus labios son finos, su nariz puntiaguda, sus rostros los desfiguran y surcan las arrugas, sus ojos tienen duro mirar, siempre buscan algo. ¿Qué buscan? Los blancos quieren siempre algo, están inquietos y desasosegados. No sabemos lo que quieren. No les comprendemos. Creemos que están locos.


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21/4/02. Esta noche he soñado un argumento buenísimo para una novela. No he podido recordarlo al despertar.

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Escribo intentando hacer del español un idioma extranjero.

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06/05/08. Veo un anuncio de Wendy’s que planifica el colmo de la productividad norteamericana: un taco de carne y queso que la protagonista se come con una sola mano… mientras trabaja con la otra.

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Refutación del elogio. Odio los piropos intelectuales hechos en persona, cara a cara, no los soporto, me colocan en una situación violentísima (con los que te mandan por escrito, siempre puedes hacer como que no los has leído). Cuando me llega un cumplido sobre mi capacidad crítica o sobre mi obra literaria (éstos bastante más infrecuentes) me abruman. Me veo de esta manera: como si alguien hubiera venido a mi casa con una tarta enorme, tan grande y pesada que apenas puedo sostenerla, e intento hablar racionalmente con el donante mientras el enorme pastel amenaza con hundirme en el suelo, sin encontrar un sitio razonable para dejarlo sin que el dador se enfade. ¿En la nevera? Demasiado grande, no cabe. ¿En el suelo? Humillante para el que regala la tarta/cumplido. ¿Dónde ponerlo?

En cambio, cuando alguien me llega con una crítica intelectual honesta, con una regañina sobre mi obra crítica (menos veces) o literaria (bastantes más), entonces tomo con sumo cuidado esa preciosa tarrina de caviar y la guardo en el lugar más escogido de la nevera, para acercarme todas las tardes a pellizcar un par de gramos; suficiente para vivir, porque ahí está el verdadero alimento.

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Tomo un avión en Michoacán, México. En la sala de espera estamos apenas quince personas, absolutamente rotos de cansancio. Son las cuatro de la mañana. No hemos dormido, no hemos desayunado y aquí estamos, destrozados, esperando. En ese momento, abro un libro de filosofía. Un complicado ensayo sobre el sujeto entendido como vacío ontológico y sobre la aniquilación de la identidad en la máscara espectacular de lo económico. Alguno pensará que hay que tener estómago para abrir un libro como ése después de haber dormido tres horas, sin ni siquiera un café en el cuerpo.

Pero es precisamente la filosofía lo que me defiende del horror. Mientras todos los demás viajeros suspiran, removiéndose en los duros asientos de plástico, rogando que acabe de una maldita vez la espera y puedan retomar el sueño a bordo, aquí sucede algo diferente: algunas frases magistrales, algunos párrafos mayúsculos, convierten la pesadilla en acontecimiento. A la media hora estoy despierto, feliz, agradecido, absolutamente pleno. El amanecer en el aeropuerto de Morelia como una de las formas de la felicidad. Los libros no sólo nos salvan del horror del viaje, también del horror de la existencia.

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[Secuelas campaña electoral en EEUU, agosto 2008]

La literatura oral, el relato fantástico hecho ante una audiencia de tamaño indefinido, no ha desaparecido, sustituida por la imprenta, como muchos creen. En realidad, ha sobrevivido en la política. Un mitin político es un ejercicio de de literatura fantástica en realizado en forma verbal.

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Variación de Borges

Esta pantalla
emite para mí.
Si dejara de mirarla,
se moriría.

13/05/2007

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25/01/08. Desayuno viendo las noticias. Domingo, ocho de la mañana. Por la ventana veo cómo pasan por la calle un anciano y su hijo, paseando a un perro, hablando tranquilamente de lo divino y de lo humano.

Crecer debe ser esto: ir constatando inapelablemente todas y cada una de las cosas que ya nunca tendrás, sin saber por qué y sin poder esperar explicación, aunque tenías derecho a ellas.

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viernes, 10 de octubre de 2008

Los dioses duermen (dentro)



llueve como siempre

de arriba a abajo, sí, de arriba a abajo.


Aníbal Núñez, Cartapacios [1961-1973]





Andrés Neuman
Mística abajo; El Acantilado, Barcelona, 2008
Gotas negras. Gotas de sal; Berenice, Córdoba, 2008


Los poetas filólogos utilizan la tradición poética con una clara consciencia, y por algún motivo. Esto es algo que no ignoramos los críticos ni, por supuesto, los mismos poetas, que suelen enmarcar con cierto tipo de citas, más o menos ocultas, su proyecto estético respecto a la tradición anterior. En este sentido, si leemos esta cadena de citas: “siente el pensamiento, piensa el sentimiento” (Unamuno); “habito con pasión el pensamiento” (Valente); “me emociono pensando, me emociono” (Neuman, Mística abajo), entendemos a la perfección la línea estética en la que Neuman, tanto por intención, como por derecho, quiere insertarse. Una línea meditativa que intenta engarzarse con la mejor tradición hispánica de poesía, de ascendencias barrocas, y que llevaría de Fray Luis a Juan Ramón, de Sor Juana Inés de la Cruz a Cernuda.

A pesar de la apelación de apertura, mediante una cita de Simone Weil que identifica la alegría con la plenitud del sentimiento de lo real, Mística abajo (El Acantilado, 2008) es un poemario grave, donde la alegría puede encontrarse con cuentagotas, volcado en una honda reflexión sobre aspectos nada superficiales de la existencia. A pensar que algún hecho de su biografía personal puede haber ayudado a este cambio de perspectiva nos invita la indicación solapada de algunos versos: “la juventud no acaba con la edad / sino con la certeza de algún daño” (p. 22). Pero sea cual sea el motivo, lo que importa es la consolidación de una línea poética que ha madurado mucho desde sus libros anteriores. Neuman trabajaba tres líneas poéticas: una intimista, que agrupaba Métodos de la noche y El tobogán; una de minimalismo esteticista, que unía El jugador de billar y La canción del antílope, y una tercera que intentaba retomar al modo occidental la tradición del haiku, y sobre la que luego volveremos. Mística abajo pertenece a otra especie, una nueva en la poesía de Neuman. No quiere esto decir que haya una ruptura total respecto a aquellos poemarios, ni que no se puedan rastrear ecos de los hallazgos de hoy en los libros de ayer; simplemente hay un crecimiento espiritual que hace que, a la luz de Mística abajo, los otros poemarios (con diversos valores, quizá sea el mejor La canción del antílope y el peor, por juvenil y normalizado, Métodos de la noche) parezcan meritorios caminos para llegar a esta primera obra de madurez, personal y poética.

En su último libro, Los libros que no he escrito, George Steiner defiende la imposibilidad de una mística negativa. Yo me alegro por él, debe ser maravilloso tener no ya esa seguridad intelectual, sino esa tranquilidad teológica. Uno, por el contrario, tiene muchos problemas para saber lo que existe y lo que no, y demasiada humildad, o demasiada ignorancia, para declarar terminantemente que algo no existe. Andrés Neuman no defiende exactamente una mística negativa, sino alternativa, en su último poemario. Van siendo bastantes los poetas jóvenes que están intentando lograr lo que Deleuze y Guattari proponían en Qué es la filosofía (1991): “reencontrar una trascendencia en la propia inmanencia”: Jorge Riechmann, Eduardo García, José Luis Rey o Diego Vaya, a los que se suma ahora, desde el título, la Mística abajo de Andrés Neuman. En cierto momento leemos: “trascender: eso intentan los solemnes / como si dominasen el misterio / de habitar hasta el fondo este lugar / sin cederle terreno a las alturas” (p. 73). La voluntad es clara y los rezos, tajantes: “que no desciendan dioses”, sino que “prospere esta lenta melodía / sin más prodigio que su propio verbo” (p. 33), en la estela del Juarroz que Neuman cita y para quien también los cantos interiores eran alimento suficiente. La vida, con su dolor y con su alegría, es más que suficiente, nos dicen los versos de estos poemas por los que late un estoicismo neobarroco para el cual lo pasajero dura y el cuerpo ajeno o el cielorraso son paraíso bastante (véase “El paraíso literal”). El intelecto se presenta como el alimento que sustituye a la creencia, concediéndonos un espacio humanista y afectivo, comprensible y aprehensible: “ningún trance del alma / resiste el merodear del pensamiento / sin un giro final emocionado” (p. 61). Las antiguas moradas teresianas se sustituyen en la tercera sección del libro (“Moradas”) por lugares menos sustanciados pero infinitamente más próximos y reconfortantes: el propio yo (“El huésped de sí mismo”), la casa (“Bienestar con rincón”), el cuerpo de la persona amada. La operación de misreading o mala lectura intencionada de la tradición mística española recuerda a la que hiciera en su momento Diego Doncel en El único umbral (1990), a partir del pájaro solitario de san Juan de la Cruz, aunque en el caso de Doncel el tratamiento era más corrosivo y nihilista. En Mística abajo no hay fatalidad, sólo deconstrucción de las “Moradas” del alma para volverlas lugares habitables.

Sobre Gotas negras. Gotas de sal (Berenice, 2008), no puedo hablar con la debida imparcialidad, ya que fui editor, junto a Javier Fernández, de su primera edición en la ya extinta editorial Plurabelle en 2002. Hecha la aclaración, resumo el poemario diciendo que Neuman une aquí la tradición japonesa del haiku (que no quiere imitar sino adaptar a su mirada occidental) a sus prodigiosas dotes de observación, con el resultado de un buen puñado de imágenes certeras e inspiradas: “Y repentino / cae de la tormenta / un pulpo eléctrico”; “Rubia medusa / flota la cabellera / del nadador”. Gotas negras reúne cuarenta haikus sobre la ciudad, y Gotas de sal veinte de tema marino. Es poesía menor respecto a la de Mística abajo, pero guarda algunas fulguraciones interesantes.
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miércoles, 8 de octubre de 2008

Eagle Eye y la sospecha radical

“La cultura de masas de nuestros días –escribe Boris Groys– es, sobre todo, una cultura de la sospecha radical”[1]. Hay algo en el imaginario colectivo –y en consecuencia, en el artístico– que defiende que nuestra realidad o varias de sus partes son tramas escritas por alguien, o por algo, que dirige nuestras vidas desde la sombra. Sigue diciendo Groys, hablando en términos económicos, pero podría el discurso es equivalente en términos políticos, sociales o artísticos, que “el miedo a una oculta manipulación que dirigiese secretamente todo –miedo que tienen todos los implicados en la actividad del mercado– se encuentra demasiado profundamente arraigado como para poder ser anulado de verdad desde una instancia ideológico-crítica” (p. 52). Y pone un ejemplo cinematográfico: “este miedo superficial al fracaso en el mercado presupone un miedo ontológico mucho más hondo: el miedo al sujeto en el espacio submediático, a un sujeto que observa los movimientos del individuos desde más allá de la superficie mediática. Este miedo, por cierto, viene siendo mediatizado directamente una y otra vez en la actual cultura de masas, como recientemente en la película El show de Truman” (ibídem). Sobre El show de Truman ya hablamos en La luz nueva, donde relacionábamos la psicosis colectiva de monitorización con la novela Terapia (2001), de Ariel Dorfman. En la novela de Dorfman se leía: "ellos no saben que yo les creo, que los estoy observando, que no puedo dejar de mirarlos, de vigilarlos. Observándolos de forma insana, sí, esa es la palabra, insana"[2]. A su vez Terapia remitía a los programas de televisión de la serie Gran Hermano, donde televigilancia y simulación de existencia tienen su clímax estructural. Gran Hermano remite a 1984 y la cadena de recurrencias literario/audiovisuales no tiene fin, dándole la razón a Groys. En este numeral de referencias que se hacen eco del asesinato conspirativo de la realidad podríamos incluir la película de Tony Scott Enemigo público (1998), la mayoría de las novelas de Philip K. Dick, toda la serie Matrix de los hermanos Wachowsky (y, en lógica consecuencia, el Neuromancer de Gibson), buena parte del ciberpunk, y en general la larga serie de películas basadas en la idea de la conspiración mediante la sustitución absoluta de la realidad por un sistema maléfico, panóptico y conspirado desde la sombra. El procedimiento sería darle la razón al Baudrillard de El crimen perfecto, que anunciaba o denunciaba (según se esté o no de acuerdo) “la resolución anticipada del mundo por clonación de la realidad y exterminación de lo real a manos de su doble”[3], y pensar que ese doble no es el reduplicativo de los medios de comunicación de masas, sino la creación de un comité del crimen que diseña la nueva realidad resultante. Si no queremos ponernos tan posmodernos, una versión moderada de la teoría la da Román Gubern: “La densa y omnipresente iconosfera contemporánea tiende a reemplazar nuestra experiencia directa de la realidad por una experiencia vicarial e indirecta de la misma, intensamente mediada (y, por tanto, interpretada), en forma de mensajes manufacturados por expertos de las industrias culturales, aunque oculten celosamente su condición filtrada, manipulada o tergiversada”[4]. Menos poético o histérico que lo de Baudrillard, pero mucho más preciso. Nos vale.

A este imaginario cultural –o subcultural– viene a sumarse Eagle Eye (DJ Caruso, 2008, estrenada es España, creo, bajo el curioso nombre de La conspiración del pánico). No pasará a la historia del cine (aunque sí a esa pequeña historia paralela del cine que recoge los mejores efectos especiales y las mejores escenas de acción; técnicamente, hay escenas de persecución asombrosas), pero es significativa por lo que tiene de reverberación de la paranoia conspirativa estadounidense, un género de cine aparte en el que hay varias películas protagonizadas por Denzel Washington y Mel Gibson, y por lo que tiene de homenaje en su final –no podemos decir más sin desvelar parcialmente la trama– a 2001 A Space Odissey de Kubrick. Hay dos tramas, una relativa al intento de asesinato de –adivinen– ¡el Presidente de los Estados Unidos, sí!, y otra línea narrativa mucho más interesante sobre la monitorización absoluta y la videovigilancia total, trama que se sustenta en parte sobre un hiperordenador llamado, curiosamente, ARIA. Una de sus citas: "we are everywhere", estamos en todas partes. Vayan a verla si quieren pasar un rato entretenido, divertirse con algunas escenas espectaculares, reflexionar sobre la porción de la realidad en la que viven de la que pueden considerarse dueños, asustarse la próxima vez que vayan al cajero electrónico y, sobre todo, recordar al salir estos fotogramas de la película de Kubrick:



















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Notas.
[1] B. Groys, Bajo sospecha. Una fenomenología de los medios; Pre-Textos, Valencia, 2008, p. 41.
[2] Ariel Dorfman, Terapia, Seix Barral, Barcelona, 2001, p. 107.
[3] Jean Baudrillard, El crimen perfecto; Anagrama, Barcelona, 1996, p. 41.
[4] Román Gubern, La mirada opulenta. Exploración de la iconosfera contemporánea; Gustavo Gili, Barcelona, 1989, pp. 400-401.

miércoles, 1 de octubre de 2008

El futuro de la lectura, II

Me resulta extraño encontrar opiniones fatalistas sobre el futuro de la lectura. En realidad, estamos en el momento de la Historia en que más libros se publican, y nunca se habían producido tantas y tan seguidas buenas noticias sobre el futuro de la lectura. Sostengo, y espero me perdonen la boutade, que los únicos que se preocupan por el futuro de la lectura son quienes no leen. Los más forofos de los libros, los bibliómanos, somos sin excepción los más confiados, porque la literatura es algo que engancha y, como toda droga, tiene el futuro asegurado. Por ejemplo, Fred Bass, el dueño de la impresionante librería Strand de Nueva York (un edificio de siete plantas atestado de libros), opinaba recientemente para un periódico nacional: “Quien diga que la televisión o Internet le ha robado lectores a los libros, miente. Yo vendo más ahora que hace dos décadas. En el futuro leerán directamente en una gran pantalla en su casa. Es inevitable. Se llama progreso”. Quizá el problema, el error general, es confundir lectura con libro. No siempre se ha leído en libro (hasta bien entrado el Siglo de Oro, los pergaminos, manuscritos primero e impresos después, circulaban a la vez que los libros), y no siempre se hará. El propio Bass lo aclara: “estamos destinados a desaparecer pero no importa. (…) Mira lo rápido que ha sido con la música. La gente ya sólo se la baja de Internet. Con los libros pasará lo mismo. Nadie usará el soporte tradicional, sólo los románticos”. Pero tanto él como sus hijos seguirán leyendo, en cualquiera de las posibilidades que existan, incluidos los libros, cuyo formato es cómodo y práctico, aunque tiene un gran problema: ocupa espacio. Y en un mundo donde el espacio es cada vez más reducido y más caro el metro cuadrado, es una traba cada vez más grave. Pero hay soluciones.

La portada de la revista norteamericana Esquire de octubre quizá pase a la historia. Es la primera que incluye tinta digital, e-ink, como parte de la información de cubierta. Aquí tenéis un vídeo donde puede verse con claridad:

http://www.youtube.com/watch?v=iKS12PMdJ6w&feature=related

No parece gran cosa, pero pensemos que lo que este hecho puntual denota. Denota que una revista tradicional y conocida como Esquire, que creo acaba de abrir franquicia en España, ha percibido los primeros vientos de cambio y ha querido tener en cuenta la innovación tecnológica que en pocos años no cambiará, pero sí ampliará nuestra forma de leer. Uno, con el paso del tiempo, se ha vuelto muy cauto al hablar de nuevas tecnologías, y estoy de acuerdo con Molinuevo en que hay que “revisar, por muchos motivos, el carácter de ‘nuevas’ de las TIC”
[1]. En este tema de la tinta electrónica sí podemos hablar, sin preocupación, de novedad. Hay una empresa en la costa oeste, E-Ink Corporation, que lleva bastante tiempo investigando en formas de lectura digital que no dañen la vista. Las ventajas de leer documentos o libros digitales ya las comentamos en un post anterior: facilidad de transporte, no se necesita almacenamiento masivo en anaqueles ni pérdida de espacio en la casa, no se paga sobrepeso de facturación en los viajes (las compañías están comenzando a cobrar no ya por la segunda, sino a veces, como Frontier o Southwest Airlines, por la primera maleta), ahorro ecológico en papel, y la comodidad de hacer desaparecer un documento temporal o un libro malo con apretar un botón. Al no dañar la vista –el principal problema que tiene, a mi juicio, la literatura digital– es un soporte destinado a durar y a compatibilizar el espacio de lectura con los libros tradicionales. Es decir, y como siempre ha apuntado José Antonio Millán, que es el que más sabe de estos temas, el libro electrónico no viene a sustituir al libro tradicional, sino a completarlo o a acompañarlo. Tenéis un interesante artículo en su web sobre el tema, titulado “El polimorfo libro electrónico”.

Todas estas cuestiones de la lectura vienen relacionadas con otro asunto interesante, el de la organización de la información. Os recomiendo este vídeo explicativo de
Michael Wesch, profesor de Antropología en la Kansas State University, donde explica los cambios que se han ido produciendo en los últimos años respecto al tratamiento de la información, y a las cualidades específicas de la información digital:



http://www.youtube.com/watch?v=-4CV05HyAbM

En una de las emisiones del recién creado canal Cervantes TV (
www.cervantestv.es), el Rector de la Universidad EAFIT de Medellín (Colombia), Juan Luis Mejía Arango, expresaba una opinión que me parece de mucho interés: “el neoliberalismo acabó con la distribución del libro en por lo que llamaban el transporte de superficie, que ahora es todo transporte aéreo, y eso ha afectado enormemente a la distribución del libro”. En efecto, como él mismo expresaba, a veces es más caro sacar un libro del país (de cualquier país) que editarlo, algo que saben bien quienes me envían libros. Una de las posibles formas de evitar este contrasentido, y lograr la difusión de la cultura y de las producciones intelectuales –algo que me parece, espero que nadie me demande por ello, un derecho constitucional, encuadrable dentro del “libre desarrollo de la personalidad” del que habla el artículo 10 de nuestra Constitución; por no hablar de que el artículo 25 garantiza a los presos el “acceso a la cultura”, del que luego vuelve a hablar el artículo 44[2]– podría venir constituido, precisamente, por la edición digital. Pondré un ejemplo. Por desgracia para los que vivimos fuera de España, www.elpais.com no permite visualizar a extranjeros los vídeos de la Liga Española de Fútbol, por acuerdos audiovisuales, con lo cual tengo que esperar a que un alma caritativa cuelgue en Youtube los goles del Real Madrid para verlos. A lo que voy es que existen mecanismos para que los internautas de fuera de un país no puedan acceder a un contenido concreto; del mismo modo, se puede hacer que los habitantes de un determinado país no tengan acceso a ciertos contenidos. Esto, que parece una llamada a la censura electrónica, en realidad es lo contrario: es tanto como la apelación a una forma democrática de acceso a la cultura. Entiendo perfectamente que las editoriales españolas no quieran colgar en sus webs las ediciones electrónicas de los libros que publican; es su negocio venderlos y obtener beneficio con ello. Nada que objetar: ya hemos dicho aquí muchas veces que la supervivencia de la literatura como forma de ocio cultural reside, precisamente, en la existencia de cierto mercado, al que se someten sin problemas incluso los más decididos defensores de la difusión libre de la cultura. Pero, respetando el derecho de esas editoriales a que sus derechos de copyright editorial se respeten –perdón por la redundancia, no ando fino hoy– en todo el territorio nacional, y que el único modo de acceder al contenido de sus libros sea pagando por él, no veo qué impide a esas mismas editoriales editar esos mismos libros en formato electrónico, poniendo los medios técnicos para que los servidores nacionales no puedan acceder a esa información. De modo que el libro en cuestión se vendería en España, pero se leería en todo el mundo, lo que haría más conocida a la editorial, al propio autor, y contribuiría a democratizar el contenido cultural del libro. En el caso de editoriales multinacionales, como Planeta, obviamente la posibilidad es más remota, o se limitaría sólo a continentes o países concretos, pero la mayoría de las editoriales españolas podría brindar ese servicio de difusión cultural sin demasiados problemas o costes técnicos. En fin, es una propuesta, que metería de lleno a las editoriales en un camino, el de la edición digital, en el que quizá no tengan más remedio que verse introducidas, de todas formas, de aquí a unos años, como ha señalado algún experto[3].

Desde 1988 [por ejemplo, puede leers E. Barrett (ed.), Text, ConText and Hypertext; MIT Press, Massachusetts, 1988], se viene hablando de esta Desktop Publishing o edición digital, comentando la posibilidad que tienen los escritores actuales de publicar en formatos diferentes a los tradicionales, con gran calidad, y evitando todo el entramado editorial. Javier Calvo, por ejemplo, explicó en el encuentro Mutaciones, que tuvo lugar el pasado junio, que precisamente ahorrarse de vez en cuando ese proceso le había decidido a abrir y coordinar la página colectiva
www.riosperdidos.com, configurado como un interesante ensayo multimedia en marcha. Los blogs son sólo la última etapa de un proceso que lleva veinte años caminando, por lo cual hablar de la edición digital hoy como nueva tecnología quizá sea algo excesivo. Pero no por ser una antigua tecnología, la edición digital debe olvidarse; de hecho, y como ha señalado Joaquín Rodríguez en Edición 2.0. Los futuros del libro (Melusina, Madrid, 2007), es el modo de continuar la misma guerra por los mismos medios. Termino con sus sensatas palabras:

“Es posible que, como los dinosaurios, los grandes editores ya no existan y nuevas especies más pequeñas y retráctiles, más versátiles y más ágiles y rápidas, más dispuestas a adaptarse al entorno, hayan ocupado su lugar, pero hay algo que nunca dejarán de compartir: (…) defender y conservar los valores más antiguos y tradicionales de la edición, es decir, la defensa y promoción de las vanguardias artísticas, pasadas y futuras; el respaldo y lanzamiento de nuevas voces y tendencias; la asunción de riesgo inherente a las inversiones de naturaleza cultural; la estricta observancia del ciclo largo como horizonte de posibles beneficios, el futuro como meta de la producción; la edición de obras que tienen que hacerse su público, que son preformativas y que, por tanto, carecen de las supuestas seguridades que otorga el adaptarse a los gustos precocinados por el público; la publicación de libros con aliento y vocación de long seller” (p. 41). Que así sea.


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Notas

[1] José Luis Molinuevo, La vida en tiempo real. La crisis de las utopías digitales; Biblioteca Nueva, Madrid, 2007, p. 98.
[2] Por cierto, que veo cierta contradicción declarar, en el artículo 44 y fuera del “núcleo duro” de los derechos protegidos de la Sección 1ª del capítulo II del Título I (los juristas saben a qué me refiero), algo que se reconoce explícitamente dentro de esa Sección, como derecho inalienable, para un colectivo específico de personas (los presos). Es decir, jurídicamente, y extremando un poco la interpretación, tienen más derecho a la cultura los presos que los demás. No se trata de quitarle ese derecho fundamental a los presos, sino de que el resto de españoles tengamos los mismos. Jocosa pregunta jurídica: un preso, que se descargase ilegalmente un libro –o indujera a otro a que lo hiciera fuera de la cárcel– con copyright protegido de Internet, ¿tendría por este motivo mejores posibilidades de defensa jurídica?
[3] “En los últimos años hemos visto cómo Internet ha transformado el modelo de negocio y la organización de las empresas de muchos sectores (medios de comunicación, viajes y reservas hoteleras, intermediarios financieros, cine, música, etc.). Todas aquellas empresas que tengan como base la gestión de contenidos y su comercialización a través de intermediarios sufrirán una transformación de su modelo de negocio. Las empresas del sector del libro no van a ser una excepción a este proceso de transformación estructural”; Javier Celaya, “Claves en la digitalización del libro”, 22/06/2008.