Juan Andrés García Román, El fósforo astillado; DVD Ediciones, Barcelona, 2008
1. No lo entiendo, de modo que continúo; sigo sin entenderlo, así que sigo (sin entenderlo). Vamos a buscar algún punto de apoyo, porque uno necesita (lo sabían las serpientes de Horacio Quiroga y lo supo Arquímedes) un punto de apoyo para proyectar la fuerza. Buscaremos el apoyo en Rilke. / Primer error: Álvaro García se posa sobre mi conciencia y me dice que no debe juzgarse la obra de un poeta por la de los poetas que traduce; que consideraba errados a los críticos que juzgaban su Intemperie a partir de la poesía de Larkin, por ejemplo. Nada que decir. O sí, algo: 1.1. La crítica literaria es un error sistémico que genera nuevas dimensiones de acierto, aciertos mutantes. 1.2. Lo importante no es pensar qué puede haber de un poemario concreto traducido en la obra del traductor. Eso –de acuerdo con García– puede ser intrascendente. Pero hay una pregunta mucho más importante, más necesaria: ¿qué mueve a un poeta a traducir y/o estudiar a otro durante años? ¿Qué concita su atención como para dedicarle tanto tiempo? ¿Qué impele a Jordi Doce a volver, de un modo u otro -como al propio García-, sobre T. S. Eliot? ¿Qué fuerza impulsa a Riechmann a traducir a Brecht o a consagrar buena parte de su tiempo y su energía creativa a traducir por entero la obra de René Char? ¿Qué encaminó a Valente de forma fatal hacia Celan, qué amistad procura Rilke a Juan Andrés García Román para insistir con tanto cuidado en el trato continuo con el autor de las Elegías de Duino? No le demos más vueltas: una afinidad esencial. Esencial es una palabra peligrosa. Una afinidad. Ah, ya tenemos punto de apoyo, lancémonos, equivoquémonos, abracemos el error pues somos críticos. 1.3. Error segundo: toda crítica se hace a la intemperie. 1.4. Cien años después, los temas de Rilke y de Juan Andrés García Román son los mismos: la belleza como tema, la preocupación por la muerte, la belleza como problema, la desaparición en el otro, los límites del conocimiento como límites de la expresión. La categoría de sublime como objetivo a discutir (“Aún debes explicarme porque alternas tus tonterías con tus ‘sublimidades’ / Compréndeme. Es que, ¿sabes? cuando estás / a punto de decir, a las palabras que rodean la palabra / les entra la risa floja”, El fósforo astillado, p. 56). ¿Puedo seguir? // 2. La no renuncia como transformación (¿posmoderna?) de la ambición moderna de totalidad. El paso del Todo a los todos. 2.1. Cuando leí Perdida latitud (Hiperión, 2004), de García Román, pensé: “he aquí un poeta moderno alemán”. No era un hecho rigurosamente dañino ése, buena parte de lo que más me gusta es moderno y alemán, desde Nietzsche a Murnau pasando por Marlene Dietrich o la Bauhaus. Pero apuntaba mi impresión a que la poesía de García Román era en aquel entonces más un eco que una voz. Había unos modelos maravillosos (Bachmann, el propio Rilke), pero la voz propia del autor estaba agazapada –por modestia, quizá– tras ellos. Nos pasa a todos, no hay problema, sólo que los modelos de García Román eran mejores que los de la mayoría (tupido velo aquí, disculpen). Aquel era un libro moderno, o tardomoderno, como lo era Las canciones de Lázaro (2005), escritos por un autor español que miraba, en cierta manera, hacia el pasado. 2.2. Pero en El fósforo astillado García Román ha decidido mirar hacia su época, y lo ha hecho mediante un modo personal de entender lo posmoderno. No renunciar. Adirlo todo, no dejar(se) nada atrás. Esto es muy del siglo 21, muy del capitalismo desatado de nuestro tiempo. No hay moralina en esta aseveración, sino un recordatorio, para el autor, para cualquiera, para mí mismo: mis críticas pecan también de intentar no dejar nada fuera, dejadme, sigo. La buena crítica debiera ser una selección válida para definir lo imprescindible de un libro. ¿No había dicho que seguía? La crítica debiera ser no un carrito de supermercado, sino una ronda de reconocimiento: mirar a todos, llevarse sólo a uno. Soy incapaz de este tipo de crítica, siempre los veo a todos culpables. ¿Puedo seguir? Sí, por favor. 2.3. Hablábamos de acaparar, de quedarse (con) todo, en medio de todo. El fósforo astillado es un poemario al que le salen brotes -¿de ahí el título, un tronco central con esquirlas?, hum-, esquejes: al final de los poemas aparecen, introducidas como “Cuaderno del apuntador”, diversas piezas que agrupan una colección de maravillosos microcuentos y un racimo de afortunados aforismos, fósforos incandescentes: “los huevos son huecos convexos, florecidos. Huecos que han saltado como palomitas” (p. 41). La brillantez, por tanto, rodea a los poemas, los completa, pero la cuestión es: ¿necesita el poemario esos añadidos a cada texto? Desde una lógica economicista, de esencialismo poético, quizá no, pero: a) dijimos que la esencia es un concepto bomba; b) ¿por qué los poemarios deben ser despojados, como si fueran muebles minimalistas? ¿Acaso, desde otro punto de vista –malvado, de acuerdo, pero es mi trabajo– no son los muebles de Ikea lo más economizado del mundo, a la vez que lo más despojado, no son el paradigma de la globalización? ¿No ha escrito Eloy Fernández Porta que la pulsión consumista desmaterializada de nuestra época comparece bajo la forma de una Ikea sumergida[1]? Podemos concluir que bien vayamos hacia el barroco de acumulación o hiperconstructivo (el estilo perfumería del que hablo en Pasadizos), o bien hacia el despojamiento minimal, caemos fatalmente en el mercado. El mercado es la intemperie de la metafísica, sí, pero García Román hace maravillas quedándose con todo, acumulando materia, mercancía poética, que al cabo debe ser lo que buscamos cuando compramos un libro (gesto mercantil, no se me olviden; es difícil estar al margen del mercado, este blog lo consigue, de momento. Mi hiperconsumo es de mi propio tiempo libre). 2.4. El fósforo astillado crece, pues, entendido como diálogo entre materiales diversos, imposibles, que crecen con la contradicción y la polemología (oh, sí, el moderno alemán de Perdida latitud murió, cada página de este libro es una lápida). // 3. Una reseña que reflexiona sobre sí misma y sobre el proceso analítico, ¿es posmoderna? ¿Es posible una metareseña? Me gustaría pensar que no, que en este caso es una aplicación pangeica y desmaterializada que intenta ajustarse a un libro, El fósforo astillado, que también reflexiona sobre sus propios procedimientos de expresión, cuestionándolos en el mismo momento en que aparecen. Como si el poeta, al escribir, se dijese a sí mismo: “¡Achtung!, momento retórico”. Veamos casos: “La ficción se mece. El lenguaje tranquiliza” (p. 36); “hasta aquí la mímesis” (p. 39); “¿Pero no te das cuenta? Ésta es ya otra edad. / Escribir sobre la lluvia es hacer poesía social para mineros que se pintan los labios. / ¿Lo ves? Es sólo historia literaria” (p. 40); “te interesaban las elipsis” (p. 82). Termina nuestra autojustificación crítica. Esa es la diferencia entre el autor (autor de primera) y el crítico (autor de segunda: al final, necesitamos justificarnos, encontrar un apoyo, suelo firme. Ellos no. Por eso intento ser de ellos). // 4. En alguna poética ha escrito García Román: “La verdadera poesía se balancea, por tanto, en todos los límites de los lugares de la enunciación”. Esto me gusta mucho. // 5. Teatro. 5.1. El teatro y la poesía mantienen desde antiguo un fructífero diálogo. Desde los pentámetros griegos a los yámbicos de Shakespeare, desde los monólogos dramáticos de Browning a los dramas en verso de Eliot, desde el Teatro de operaciones (1967) de Martínez Sarrión hasta el Cara Máscara (2007) de Álvaro Tato. García Román estructura los poemas con apuntador y tenores, operísticamente, mientras que Tato llevaba personajes a la dramaturgia dialogada de su libro. Pero, ¿algo cambia? Sí, por fortuna, lo dramático ha evolucionado en su recepción por la poesía, ya no es meramente discursivo, sino que la dialogía se extiende a lo espacial: son máscaras en movimiento, espacio paginal en tensión, re-presentación. Como explica el autor al comienzo, “la ‘representación’ para ser fiel tiene que deslumbrar como lo hace la vida; y para estar viva ha de dar el salto al vacío de la performance” (p. 14). La cuarta pared es en El fósforo astillado la del inconsciente de cada personaje, la salida del escenario no es hacia fuera, sino hacia dentro. Ya no hay sólo voces enmascaradas, como en la dramaturgia poética moderna, sino máscaras caminando y alguien –otra máscara– que sostiene el discurso y les deja espacio para que fluyan: “Como viento invisible / delante de un espejo transparente / vamos de tela negra a tela negra / sin detenernos nunca”, escribe Tato en “Los figurantes”. “Mi poética / hace que lleve a cuestas el paisaje como el bosque dinámico de Macbeth”, responde García Román. En todo caso movimiento: de fuera a dentro, de la sociedad del espectáculo al interior vacío del sujeto. 5.2. García Román y Tato tienen una cara que se la pisan. Se quitan la personae y la tiran al suelo. Hacen lo que quieren, sin prejuicios. Tienen más cara que los demás, y ese plus de jeta, esa más cara dinamita desde dentro el discurso poético y lo regenera, hace crear un nuevo recinto poético, condición indispensable para que pueda hacer un nuevo acontecimiento (Valente), otra forma de organizar la representación. Un nuevo arte para un nuevo espacio. Cuenten conmigo. [Añadir a 1.2.: el poeta es consciente de que lucha todavía con(tra) la idea rilkeana de sublime estético: “¿Juraste decir la belleza, toda la belleza y nada más que la belleza? / ¿Es ésa tu poética?” (p. 35)] [Añadir a 4.1.: ya no podemos salir de lo económico: somos capital subjetivado. Para que la poesía no sea ideológicamente ingenua, basta con que no olvide esta obviedad. García Román lo tiene muy claro, como demuestran poemas como “Per capita”. Dentro de la ingenuidad hay grados, desde el grado cero de la poesía de la normalidad, que no se pronuncia, hasta los grados de ignición de la poesía de combate ideológico; esta última sólo deja de ser ingenua cuando es consciente de que es parte también del sistema, aunque sea la parte crítica: una parte tóxica, como la glándula venenosa es parte de la cobra o del escorpión. ¿Que qué tiene todo esto que ver con El fósforo astillado? Sólo quien no lo ha leído puede hacerse la pregunta]. 6. Un hombre se ha citado con la mujer a la que ama en una cafetería. Camina alegremente hacia el encuentro, cuando se da cuenta de que sus manos se están derritiendo, convirtiéndose en agua. Se mira aterrado en un escaparate, pero el líquido que cae de su frente transforma el cristal en una cascada. Acelera el paso mientras su ropa se empapa. Al llegar a la cafetería, ella está limpiándose las gafas, de forma que no puede ver cómo él llega apenas a tiempo de verter lo que resta de su corazón en su vaso de agua. Ella se pone las gafas, bosteza, toma el vaso y bebe el agua. Esta historia no está en El fósforo astillado, pero podría estarlo. 7. García Román se enmarca con este libro dentro de una corriente de poetas que llamaríamos “metaepistemológicos”, caracterizados por hacer obras muy conscientes de la episteme o marco socio-intelectual en el que aparecen sus obras; un marco que se incorpora a los poemas, por lo común críticamente, como parte del propio discurso. En este extraño grupo de poetas contaríamos a Jorge Gimeno, Carlos Pardo, el Abraham Gragera de Adiós a la época de los grandes caracteres (Pre-Textos, 2005; metaepistemológico ya en el título), Mariano Peyrou o Sandra Santana. También algún libro mío, como Construcción, puede incluirse en esa línea. Ahora que lo pienso, todos estos autores han o hemos sido publicados por Pre-Textos, de modo que esta línea poética es, en realidad, una creación de Manuel Borrás. Vamos, que la culpa es suya, no nuestra. 8. Qué pide un libro del crítico literario. Si lo pide todo, si exige del crítico todos sus recursos y capacidades analíticas y expresivas, es que ese libro excelente: el crítico pone a prueba el texto, sí, pero también se somete a prueba con su lectura, es juzga al poner su ambición a la altura de la del libro. Creo que esto se entiende con facilidad. ¿Alguien tiene hora? 9. “En la televisión, con una estilográfica / sobre el mapa del tiempo, muestra el hombre las plagas, / los focos de conflicto, ¿no lo ves? / Tantas cosas nos han venido así: / igual que una pistola camuflada en una Biblia. / Pero aún así no debes preocuparte. En el fondo, los tanques son herbívoros. / Por otra parte, estamos en un tiempo en que los pájaros / van a volver a ser creados: / saldrán en bandada de los jerséis de los niños, / los pequeños jerséis / que las madres tendieron con el resto de la ropa esta mañana. // Cuaderno del apuntador. / Los muertos son buzos de la tierra. Hay un estrato de la tierra en el que están todos los muertos. No existen los cementerios: es sólo ese estrato. Los muertos lo ocupan y recorren como si fuese el interior de un dragón chino” (Juan Andrés García Román, “Quieres escribir las ocasiones”, El fósforo astillado; DVD Ediciones, Barcelona, 2008, p. 36). // 10. [Añadir a 6.: que no se nos olvide decir que El fósforo astillado es un poemario excepcional, y que puede convertirse en una referencia inexcusable de nuestra creación poética reciente. Eso, que no se nos olvide].
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Nota
[1] Eloy Fernández Porta, Homo sampler. Tiempo y consumo en la Era Afterpop; Anagrama, Barcelona, 2008, pp. 29ss.
Me quedo con esto, Vicente (las cuestiones genéricas y yo, ya sabes...) y con las ganas de leer el libro:
ResponderEliminar“¿por qué los poemarios deben ser despojados, como si fueran muebles minimalistas? “
“Una reseña que reflexiona sobre sí misma y sobre el proceso analítico, ¿es posmoderna? ¿Es posible una metareseña? “
La verdad es que la lectura del Fósforo Astillado me sorprendió muchísimo. He leído los muchos libros anteriores de García Román y esperaba que me ofreciera algo más o menos similar, aunque con otro tono. El libro es una pasada (¿pasada es una categoría crítica?). Como le comenté al autor, creo que es la obra que mejor ha "traducido" a Ashbery de todas las que lo están intentando en nuestra generación, me explico: la que ha cogido el modelo Ashbery y lo ha transformado en algo brutalmente nuevo, hiperimaginativo, complejo, extrañamente original.
ResponderEliminarOtra cosa que me llamó la atención, y en eso coincido contigo es en su afán inclusivo, "to pa dentro", que me recordaba a las acumulaciones o los assemblages de la segunda vanguardia. Y a mí cuando se usan recursos plásticos en la literatura ya me van ganando...
Y lo que es lo mejor: es un libro divertido. Yo me he divertido muchísimo leyéndolo. Desbordante. No sé qué hará García Román después de esto, pero este libro ya ha dado en una tecla que suena más alto que la gran mayoría de sus/nuestros contemporáneos.
No debería pasar desapercibido, creo.
Qué lujo, terminar -es un decir- de leer el libro y encontrarse uno con esta ¿reseña? La apelación es constante, en sus preguntas lleva ese punto retórico que se salta la cuarentena a la que normalmente sometemos cualquier mensaje que nos llega. Y el libro está lleno de interrogantes. Interrogantes como éste:
ResponderEliminar"¿De qué somos testigos? ¿Qué significa dejar de ser testigo,/abandonar el palco de poca visibilidad,/bajar y hacerse autor de algo improbable, colocarse detrás de/la máscara de humus?"
Impagable.
Saludos.
Probablemente. el mejor poemario de la poesía joven reciente que he leído en estos últimos años.
ResponderEliminarCuánto sabe usted Don Vicente, ¡qué admiración!
ResponderEliminarDe todo lo que he leído en este artículo, -sabe que además estoy con Pasadizos (terminaré empachado de VLM)- sólo he comprendido BAUHAUS -y no precisamente por el movimiento estético/artístico, sino por mi admirado Peter Murphy (que por cierto, casi se cae del escenario el último mini-concierto en Madrid).- Sigo siguiéndole.
Benjy, el poeta memo.
Vaya, Vicente. Esto no se hace. Ahora que releía el libro para hacer una reseña de él. Y ahora, yo qué digo.
ResponderEliminarHay un montón de cosas que se pueden decir de este libro y que yo no he dicho. En realidad, mi texto es todo lo contrario de una reseña al uso. Pista gratis para Hautor: ¿has visto todo el tejido de referencias a la metafísica? Tirando de ahí se pueden hacer cosas fabulosas...
ResponderEliminarSí, está Deleuze, Rosset, en realidad, una antimetafísica. Por ahí (iban) irán los tiros. Me gusta, Vicente, cómo te mimetizas últimamente con los textos. Has abandonado (matizado) un tanto el discurso teórico para acercarte a ellos de una manera empática, casi carnal. Lo prefiero. Creo que es un camino estupendo.
ResponderEliminarHay libros que requieren comentario, y libros que animan a dialogar con ellos. Creo que este es el caso de "El fósforo astillado". Avísame cuando salga tu reseña, me interesa mucho tu punto de vista. Abrazos.
ResponderEliminarUna reseña maravillosa a la que hay que acompañar la lectura del libre, pero la erudición de Mora ya ha quedado fuera de lugar.
ResponderEliminarPD: Fuera de DUDA perdón. Y de lugar porque no creo que nos quepa otro pensador así.
ResponderEliminarQué lapsus más divertido, señor Singer; no crea usted que no me siento fuera de lugar, en varios sentidos, muy a menudo. Gracias por sus cumplidos, aunque últimamente estoy reflexionando mucho sobre lo que hago -y lo que no hago- y me parece que voy a dedicarme a errar, en vez de a buscar el acierto.
ResponderEliminarErrar es un término gozosamente anfibológico y una de sus acepciones está muy próxima a perseguir un estado permanente de "fuera de lugar". Doyle un abrazo, donde "Doyle" también es polisémico, si bien lo es teniendo en cuenta los dos idiomas que usted mejor habla.
Vicente, además de con todo lo apuntado por los que aquí me preceden -tienes unos lectores muy despiertos, no te quejarás- me he quedado en particular con la idea de tendencia acumulativa de materiales diversos en la construcción del poema.
ResponderEliminarDesde luego, es una tendencia casi obsesiva -¿obsesiva=cargante?- en los poetas de hoy.
Me pregunto si, del mismo modo que el consumismo, producto y causa de "la era de las vacas gordas", ha impregnado a las obras recientes, la nueva etapa económica que tan involuntariamente hemos inaugurado nos traerá poetas y escritores con tendencia al despojo.
De alguna manera se me hila esta pregunta con tu anterior post, mientras leo maravillado la precisa sequedad inmaterial de Antidio Cabal.
Pues yo ya lo he encargado en Hiperión. Estoy ansiosa por ver ver montañas.
ResponderEliminarHola Vicente, me sumo con entusiasmo a la lista de admiradores del Fósforo astillado. Me ha proporcionado una gran alegría este libro, sí...
ResponderEliminarHola Vicente.
ResponderEliminarLo primero, agradecerte que me incluyas en esa nómina de poetas metaepistemológicos porque son algunos de los poetas que más quiero, empezando por García Román, que tan bien has leído. Sólo quiero matizar dos cosas: la primera que no estoy de acuerdo con la etiqueta; la segunda que no estoy de acuerdo con la lista. Dicho así parecen dos matices un poco bruscos, pero tú sabes que es una manera irónica de hablar. De hecho, probablemente este mensaje esté siendo metaepistemológico sin saberlo, aunque yo a eso que llamas marco socio-intelectual, lo llamo vida. O por decirlo en los términos heideggerianos que usa mi madre, mundo... Y lo que es peor, añado yo: ¡mundo interpretado! Lo que quiero decir es que un poco menos de generosidad teórica habría dado con una fórmula menos llamativa que, por lo menos, yo prefiero. Una etiqueta que se ajusta más al viejo dicho hegeliano de que “el conocimiento sana la herida que él mismo es” -¿te refieres a eso con metaepisteme?-, en definitiva la simple y vulgar -y omnipesadiza- ironía. De hecho, la definición de ironía romántica tiene mucho que ver con ese arte que se señala a sí mismo que sugieres, aunque por suerte la ironía romántica es una antigualla, un pequeño bibelot, si lo comparamos con la imposibilidad de tomarse el mundo ni en serio ni en broma de los poetas que agrupas bajo ese rótulo. Creo que ya no mola tanto la peñita. En este sentido yo creo que es una poesía débil, mimética, aburrida de sus limitaciones e hiperconsciente del vertedero ideológico en el que recombina su instrumental -¿es ese reciclaje consciente es la metapisteme?-, tan pronto muestra sus trucos como se pone a tejer paños para la Virgen, y estoy firmemente convencido –y en actitud de firmes- de que los tiempos de la “meta” han pasado, de que la basca está harta de dárselas de artista hipercrítico. Se avecina una estética de la retaguardia. La ironía, de la que ya no podremos salir, se hará sutil, oculta, disimulada: clásica. Siento un placer morboso al dármelas de pitoniso. En cuanto a la lista, creo que tu comentario irónico sobre la paternidad de Manolo Borrás ha organizado un grupo, a modo de promoción (claro, tú te promocionas aquí y allá, como metaepistemológico y como nocilla, y eso es un abuso...), la muchachada pretextos, del que estarían excluidos otros tantos Memocos –es mi abreviación de tan larga palabra: Metaepistemológicos-, empezando por el propio reseñado García Román. Pero yo veo rasgos de Memocos, o vulgar ironía, o simple conciencia crítica de la “realidad”, o pedantería reprimida –que es el sino de nuestro tiempo-, en otros poetas. De un modo descarado –tan descarado como en los Memocos- en Mercedes Cebrián y Alberto Santamaría; de un modo más sutil en Benito del Pliego, Ana Gorría o Marcos Canteli; de otros modos sin epíteto: Luis Muñiz. Veo Memocos por todas partes.
Pellicer, los procesos de barroco y despojamiento se suceden históricamente como clímax y anticlímax en un telefilm de Antena 3. De modo que puede que la crisis ayude, en efecto, a considerar qué puede ser "lo necesario". De hecho, y siguiendo la estrategia de autopublicitación que me caracteriza, según mi amigo Carlos Pardo (aunque mis publicidades ocupan una línea en textos de 3 ó 5 folios dedicados a otros), dentro de poco saco un libro de poemas despojadito, en recesión, con lo mínimo, Antidiocabalista sin haberlo leído. Saludos.
ResponderEliminarCarlos, tienes todo el derecho del mundo a discrepar, sobre todo ante una etiqueta que no propongo como categoría -de otra forma, estaría en Singularidades -¡¡¡más autopublicidad!!!-), sino como el atisbo de una línea que, en efecto, puede contener a más personas, aunque según mi idea principal no a los poetas que citas, exactamente. Leyendo a JA García Román me di cuenta que había una serie de autores que estaban haciendo lo mismo que Rimbaud, cuando en su tiempo decía, con abrumadora conciencia histórica: "hay que ser absolutamente moderno". Es una especie de escritura en la cual la episteme (en el sentido focaultiano, como el conjunto de saberes que forman el conocimiento de una época y sociedad concreta) es una más de las plumas o teclados que el poeta toma a la hora de escribir. Me ha molado lo que dices de la autopublicidad, así que continúo: luego recordé que en Nova (Pre-Textos, 2003, 17 euros, barato, paisa), tengo un texto que se llama "El fin de la posmodernidad". Escribí ese poema mientras redactaba el ensayo Pangea (pero este tío no para: Fundación José Manuel Lara, 16 euros, año 2006, aún hay ejemplares, anímense), que es donde expongo el modelo sistémico - epistémico por el que nos regimos en la actualidad, superada (parcialmanente al menos) la posmodernidad. Detecto un gesto parecido en varios autores, entre ellos tú. Lo hemos hablado, creo, en alguna de aquellas conversaciones cordobesas que teníamos de vez en cuando, y que tanta pena me ha dado perder, sabes que lo digo en serio, porque eres un lector atento y formado y un gran conversador.
Como la de "metaepistemológico" no es una categoría, sino una línea de fuga, una tendencia, no es algo que haya estudiado a fondo, no es algo que, como el concepto de literatura pangeica (La luz nueva, este tío no se cansa, 2007, qué jeta, Berenice), pueda defender "documentalmente" y dar conferencias al respecto. Por eso no puedo darte lo que quieres, el concepto extenso de una categoría inexistente. Es una intuición que tuve la semana pasada, y como tal se ha deslizado en la reseña, sin más pretensiones, simplemente para estar acompañando al (excelente) libro que me la sugiriese, a modo de reconocimiento. No sé si seguiré pensando sobre ella. No sé si rastrearé ejemplos y nombres concretos. Ni siquiera sé lo que haré esta noche, Carlos. Ya le dije ayer a Alvy Singer que ahora me interesa más el errar, y la derrota en cualquiera de sus significados, vitales o marítimos, de modo que a saber qué va a apetecerme estudiar en unos meses... Terminé la tesis, soy libre, después de 5 años de pensamiento dirigido y filológico ahora necesito caos, dispersión, error y deriva. Considera la "metaepistemología" como el primero de mis grandes errores "post-tesis" y tu inclusión en la etiqueta como el segundo.
Un abrazo y a ver si nos tomamos un café en las Azores, en Miami o en cualquier sitio que quede a medio camino de donde estamos, Carlos. Saludos y gracias sinceras por tu interesante comentario.
Soy una persona que me gusta llevar "discutir" y discrepar siempre que me lo permiten, con el fin de clarificar lo expuesto un poco más. En este sentido va lo siguiente.
ResponderEliminarMe gusta el comentario de Vicente sobre "El fósforo astillado", pero me gusta como texto o modo de abordar un comentario suyo sobre un libro, lo que no quiere decir que si algún día cayera en mis manos ese libro de García Román me provocara grandes "Ohhh" como le sucede a la mayoría de los que postean. De hecho, ya de entrada, de las mismas citas del poeta que intertextualiza Vicente en su propio texto-comentario encuentro ya de antemano alguna que no entiendo la rendición de tanta gente y que precisamente me hace desconfiar de tan alto grado de supuesto hallazgo... Montoto lo califica, por ejemplo como el mejor poemario de la poesía joven reciente. Y así un etc post tras post. Y mi pregunta es ¿cómo es posible que la excelencia literaria hoy resulte tan fácil de detectar de buenas a primeras? O preguntado de otro modo: ¿qué entendemos por excelente cuando hablamos de excelencia? Esa es la clave que todavía nadie ha aportado.
A mí me encantó este libro. Sobre todo las notas al pie de página me parecieron muy divertidas. El libro me evocó, además de a Rilke, a Maiakovski. El teatro en verso, los objetos que hablan, los indicios de futurismo... toda esa rabia juvenil, tan bien tratada y escrita de forma tan elegante, me gustó mucho.
ResponderEliminarSaludos!
Estimado Anónimo de las 4:17:00 PM, tengo que decirte que el tuyo es uno de los comentarios más agudos y sensatos jamás puestos en este blog. En efecto, ésa es la almendra, el asunto final: la legitimación literaria, la posibilidad o no de la existencia de una "excelencia" artística, a la posibilidad (o no) de hacer un canon sustentado en esa excelencia. Hacia ese punto de mínimo espacio pero máxima densidad (el equivalente cosmológico sería una "enana blanca") confluyen todas las tensiones entre Modernidad y Posmodernidad. En ese punto crítico, en ese agujero negro, hay que introducir toda la crítica literaria de cada época y juzgarla por la valentía o rigor con que ha abordado ese problema. Tu inteligencia me obliga a descubrir mis cartas: he intentado eso, he intentado fundar lo que sería una serie de criterios de excelencia literaria, en un texto aún inédito. No puedo decir más por el momento (sí te lo puedo decir si me escribes ese mail, aunque ahora que lo pienso no sé cómo podré reconocerte, a no ser que me des tu IP para confrontarla con la que tengo), pero hace varios años, 4 para ser exactos, comprendí que ahí, donde tú apuntas, está el fundamento y la razón de ser de todo. No voy a ser más explícito ni pienso volver a hablar de este tema hasta que ese texto aparezca. Pero te felicito por haber ido al núcleo del problema. Un abrazo y muchas gracias por tu aportación.
ResponderEliminar¿Los criterios de excelencia poética?
ResponderEliminarMe parece que es algo que va detrás de las obras excelentes, no antes. Es decir, busquemos con tiempo de por medio algunas obras consideradas excelentes por los lectores, críticos etc... lo más unánimemente posible, y hagamos una descripción de sus rasgos.
Pero así de antemano, en abstracto, yo creo que no tendría sentido, porque me parece que lo que hace excelente una obra es el matiz personal, o una sensibilidad personal, un equilibrio propio y único, más que los rasgos generales de estilo.
No se puede decir: “sigue estos criterios, y harás una obra excelente”. Si existen obras excelentes, estas no se pueden imitar y conseguir el mismo resultado. Quizás una definición alternativa de lo excelente sería “lo que no se puede imitar”.
A mi me fascina por ejemplo cómo un poema de Cernuda me puede parecer tan evidentemente excelente, como “Donde habite el olvido”, sin haberme gustado nunca mucho el estilo de Cernuda. Pero el poema tiene para mi cualidades de perfección, algo que es muy difícil de clarificar.
No sé si estaréis de acuerdo en la excelencia de este poema. A lo mejor para nada.
Si nos pasamos a la narrativa, ¿qué tienen los relatos de Rulfo para ser excelentes? Quizás, con mucho optimismo, podríamos apresarlo, pero a la hora de ponerlo en práctica no se puede reproducir porque es algo que necesita un equilibrio tan personal que enseguida pierde ese “encanto” en la imitación.
Quizás excelencia no sea la palabra, sino encanto, fascinación, atractivo etc... conceptos poco concretos.
Pues no sabes cuánto daría por averiguar los numeritos de clave secreta de tu caja fuerte (quien dice caja fuerte dice ordenador), meter la mano y robar para curiosear esas conclusiones que, por ahora niegas, y que tan desconsolado me has dejado.
ResponderEliminarY gracias por el piropo sobre mi inteligencia. Nunca me lo habían dicho tan claramente.
Nada que objetar al arranque de su post, amigo Manuel G. Pese a que he sido el que ha traído a colación la pelabra "excelencia", yo por lo menos nunca he creído que un Prelado, por ejemplo, se merezca lo de "Excelentísimo Señor" por llevar en uno de sus dedos un anillo dorado con una gran piedra roja.
ResponderEliminarBueno, sí, yo tampoco usaría el concepto de excelencia.
ResponderEliminarPor otro lado, si no tienes que objetar respecto al arranque del post, supongo que a lo demás sí...jaja.
Por curiosidad, ¿no te parece un modelo de "excelencia" ese poema de Cernuda?. A lo mejor, nuestros modelos resultan de lo más opuestos.
Apreciado Manuel G.:
ResponderEliminarPrecisamente me quedé con tu arranque porque ahí yo no encontré nada que objetar y me limité a ratificarlo, porque además consideré que cincelaba mi idea propuesta.
¿Qué pasa con el resto? ´Pues para empezar que ahí es donde aparecen los problemas reales, esos problemas de la poesía de andar por casa. Dicho de otra manera, y para no perderme, te diría que "lo excelente" no es esto ni aquello, que es una manera de decir que la "excelencia" de por sí no existe, es más que nada una aspiración ideal hacia la que dirigirnos, pero no un trono -y volviendo a usar el ejemplo de antes- donde se sienta ese "excelentísimo señor" por el hecho de llevar un anillo dorado con una gran piedra.
Y sigo, y voy a tu ejemplo de Cernuda, en el que tanto insistes... ¿Es "excelente" porque a tí te lo parezca, o "no excelente" porque a mí no me lo parezca"? Yo me defendería de que es "excelente" porque alguien como tú, por supuesto con unos criterios fundados, así lo considera, aunque para mí no lo sea. La "excelencia" que yo propuse la da el lector, y nunca el crítico -al contrario de lo que se suele defender-, a no ser que entendamos el trabajo de un crítico como un persona que ejercita su lectura y da cuenta de ella en público. Pero se da el caso que en tu ejemplo de Cernuda propuesto sí coincido en su "excelencia", no por cernudiano, sino en cuanto que en este ejemplo se da el caso de un aunamiento de "excelencias" comunes entre dos. Pero puede que la razón por la que es "excelente" tal poema de Cernuda no coincida con la razón que yo pueda considerar que ese mismo poema es "excelente"... Y si siguiéramos así nunca acabaríamos.
Por eso no creo en esa "pretextualización" (de Pre-textos Editorial) que Vicente o no sé quién apuntó como admirable antes de aparecer nosotros dos con el tema de la "excelencia". Entiendo que esa "pretextualización" de un grupo determinado sí que representaría, siguienndo nuetro juego, nada más y nada menos que a la "excelencia" debida a un señor con un anillo de oro y no piedra roja en medio muy turbadora. Decir hoy (2009) que Pre-textos Editorial "excelentiza" es esconder adrede y por conveniencia que Pre-textos Editorial está publicando (en 2009) mucha porquería, eso sí, donde no cabe duda que más que poetas "excelentes", algunos poetas de los "pretextualizados" podrían tener algún que otro poema "excelente", que es lo mismo que venir a decir que donde hay tanta porquería, pues, pueda haber algo "excelente"... Eso entonces ya es otro cantar, y bastante lejos, de esa "excelencia" que yo saqué a colación.
Así que para no perdernos en este caso de Cernuda estoy de acuerdo en que "Donde habite el olvido" es un poema excelente. Pero, ojo, para ti lo puede ser porque lo consideres poéticamente de alto vuelos o porque para mí, por ser gay me toca tanto, que me resulta un poema excelente.
Y termino repitiendo las preguntas que formulé en mi primer post: "¿Cómo es posible que la excelencia literaria hoy resulte tan fácil de detectar de buenas a primeras?", primero; y segundo: "¿Qué entendemos por excelente cuando hablamos de excelencia?
Y esto no es rizar el rizo, porque el único que lo puede rizar es ese señor que tiene en uno de sus dedos el anillo dorado con una piedra roja grande en el centro. Ese riza el pelo, pero a la vez lo quema.
Por tanto, el poema de Cernuda sin más rodeos es "excelente", digan lo que digan los demás.
jejejejee ¿qué te parece?
Creo que me he portado como un nihilista de armas tomar.
Un saludo.
Pero vaya que si estoy contigo cuando dices al final de tu post primero: "Quizás excelencia no sea la palabra, sino encanto, fascinación, atractivo".
ResponderEliminarRotundamente de acuerdo contigo, Manuel G. Eso resume todo lo que he querido decir.
De tal manera que, para comprimirlo más, me quedo con mi arranque sobre la "excelencia" en forma de interrogación y con tu cierre acertivo sobre lo "excelente".
Ahora sí.
De pronto he recordado que quise incluir en su momento en la reseña algo que luego, seguramente por una distracción, se me olvidó. La acumulación de JAGR en el poemario no sólo se refiere a una acumulación genérica, en el sentido de insertar microrrelatos y aforismos; hace referencia también a otras dos dimensiones de acumulación: la semántica, adiendo todo tipo de sentidos que acaban por crear un hermoso sinsentido global (en el sentido de carecer de uno solo, en el sentido de ir más allá del horizonte de significación); y la lingüística, ofreciendo diversos tipos de códigos comunicativos, muchos de ellos no poéticos, incluyendo códigos infantiles, publicitarios, oníricos, convencionales, filosóficos, etc. El poemario se convierte de este modo en una hermosa fábrica de discursos, donde lo interesante no es el fin concreto al que se dirige ninguno de ellos, sino su calidoscópica mezcolanza. Disculpen el olvido, pero es que últimamente voy de fallo en fallo. Saludos.
ResponderEliminarEse último apunte tuyo, Vicente, -y desde mi punto de vista- me parece que engrandece, pese a lo ya aportado, el libro de García Román.
ResponderEliminarVicente,
ResponderEliminarTe felicito por lo de la tesis. Entiendo perfectamente que ahora seas libre y quieras vagar y errar.
Saludos,
...encanto, fascinación, atractivo... términos, me temo, completamente desemantizados desde que los asumió la publicidad. La excelencia nos lleva a Bloom -solo un ejemplo-, a institucionalización, a garantía, a jerarquía (a Garcia Berrio, si se quiere). Como cuando pretende desactivar la lectura que Terry Eagleton hace de Shakespeare diciendo "no sabe leer, el tipo no sabe leer". Pero también hay una sacralización de la antiexcelencia. Esencialismo y metafísica frente a historicidad y problematización de criterios estéticos. La almendra es la almendra, pero a veces unos y otros, ladinamente ¿cobardemente?, quieren darnos cacahuetes, como si fuéramos chimpancés.
ResponderEliminarQue la llama del fósforo nos queme, no nos queda otra.
Vaya, si que te ha costado, jaja... No podrás negar que aquí hay una resistencia freudiana.
ResponderEliminarBueno, ya dije que yo mismo me extrañaba de encontrarme un poema de Cernuda tan perfecto, cuando me cuesta tanto trabajo encontrar perfecto el estilo de Cernuda. Dicho de otra manera: lo interesante de este poema no debe ser el estilo más evidente, porque no lo veo diferente al estilo habitual de Cernuda, que no me atrae mucho, y sin embargo este poema, con el mismo estilo, me resulta maravilloso.
... por eso coincidimos en lo precario de la idea de dar un criterio de excelencia.
Ahora bien, mi interés en saber qué piensan otros del poema, viene de saber que, aunque sea algo difícil de definir, la experiencia me dice que la calidad tiene un alto grado de objetividad medida por la opinión de muchos lectores. En general, hay autores que parecen fascinantes a muchos, y por eso se convierten en clásicos.
Por tanto tiene que haber un criterio común de “algo”, lo que ocurre es que quizás no esté en el estilo, sino en “ese delicado equilibrio personal” de un poema. Que no se puede apresar por cuestiones de estilo, sino quizás de otra clase, anímicas, afectivas, empáticas, humanas, “mágicas”... lo irracional. Se olvida que los seres humanos, entre otras cosas, somos muy irracionales. Un filólogo tiende sistemáticamente a despreciar lo irracional.
Estoy diciendo que no creo mucho en la crítica literaria técnica, más en una crítica llamemosla “esotérica”...jaja...
En fin es una forma de hablar para decir que un tipo de crítica filológica me parece infame. Para mi, una crítica literaria de poesía que quiera aproximarse al corazón de la poesía, tendrá que pensar poéticamente, no filológicamente.
Manuel G, jajajajaa
ResponderEliminar¿te quieres casar conmigo?
La palabra que màs me ha enamorado de tu último post es "precariedad".
Me parece,ni más ni menos que una vocablo "excelente".
qué pena que haya desfallecido el diálogo interesante para convertirse en una conversación privada propia de chat nocturno
ResponderEliminarQuerido anónimo: todo en esta vida se agota. Pero ten en cuenta que sin la noche muchos poemarios ni existirían (y puede que hasta "El fósforo astillado"). Pero en cuanto a tu desprecio sobre el "chat" no olvides que en ningún blog como este se ha defendido tanto el valor de las nuevaas tecnologías. Y más todavía, lo que apuntas sobre "lo privado" te recomiendes te leas al primer y segundo Wittgenstein para que aprendas a diferenciar ente lenguaje público y lenguaje privado. Y más, tu aportación obervadora la verdad que poco vale para plantear cosas nuevas. Y para rematar, respeta que dos se hayan quedando hablando solos y permite que yo pueda bromear donde tú sólo vienes sin más a entrometerte entre dos que se han quedado hablando solos.
ResponderEliminarVenga, haya paz, tampoco pasa nada si este blog hace surgir el amor ;) Saludos a los dos.
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ResponderEliminarprimero, wittgenstein no es una biblia, aunque yo lo adore (de verdad habla de lo privado y lo público en el tractatus? eso será más bien en las investigaciones, donde irrumpe la pragmática), pero, segundo, no acepto a quien quita autoridad al criterio de alguien por no haber leído lo que ha leído él: ésa es una maniobra totalitaria y precisamente viniendo de alguien que reniega de los cánones y las joyas en anillos pues no la entiendo (además se da el caso de que sí he leído y trabajado a wittgenstein). pero ahora digo yo: usted no podrá hablar con su abuela ni considerar aceptable un consejo de aquélla, claro.
ResponderEliminarahora es usted quien se ha puesto el anillo.
está bien, continúe el amor, le deseo todo lo mejor, claro que sí. sólo espero, eso sí, que alguien retome lo que de verdad interesa al colectivo.
¡por fin se abre un debate serio que importe al colectivo! ¡Por fin hablaremos de Leticia Sabater!
ResponderEliminarBenjy, el poeta memo.
Libro y crítica son muy interesantes.
ResponderEliminarMe soprende que entre tanto lector versado nadie haya señalado el parecido, o la influencia que este libro recibe de "Matar a Platón", de Chantal Maillard. La propia concepción estructural (Poema/cuaderno del apuntador) remeda a la de aquel poemario (Poema, subtítulo) en un juego que suscita una tensión en los márgenes o entre el arriba y el abajo. También es notorio el influjo en cuestiones como las estrategias de estetización del "encuadre", la metapoesía y el despliegue de efectos retóricos de variado calado, hondura y eficacia. García Román sigue esa estela con gran inteligencia y sentido del humor, hasta donde conozco el primer poeta que lo hace, y con un resultado brillante.
Abrazos
Pues yo no veo tal relación... que toquen asuntos comunes, como otros tantos, quizá... pero que Román "sigue esa estela", como de manera epigónica... es ir algo lejos, ¿no?
ResponderEliminarAnónimo, es ir algo lejos utilizar el adjetivo "epigónico". Las influencias o influjos no convierten a nadie en un epígono. Así que por favor, cuidado en el uso de los términos y en no poner en boca ajena lo que los demás no dicen.
ResponderEliminarLo que digo es más que evidente y puede comprobarse repasando los dos libros, cotejo que ya me he encargado de realizar. Hay muchos puntos de contacto. Es más, se lo preguntaré directamente al autor y así despejo dudas, aunque no tengo ninguna.
Abrazos
Hola Vicente, gracias por lo de gran conversador. Así que mejor lo hablamos la próxima vez que nos veamos y me libro de escribir aquí. Trabajo mucho y leo poco, y me estoy quitando –arriquitáun- de los blogs (aunque el tuyo es el Coliseo de los Blogs...). No obstante, una coda: la episteme que dices está tan rebajada, es tan poquita cosa, que casi no parece una episteme. Te agradezco que nos dejes vivir en un conjunto de saberes tan amplio y contingente, tan laxo y tan errático. Luego me gustaría comentar que el libro de García Román, desde mi humilde punto de vista, no se parece en nada a Ashbery, ni mucho menos a Chantal Maillard. Stalker, se ve que te gusta tanto Maillard como a García Román la ópera wagneriana, cualquiera se atreve a discutir contigo. Raúl, creo que lo del “modelo Ashbery” se ha convertido en un tópico que oculta una red mucho más amplia de convivencias: Luis Rosales, Aníbal Núñez, T. S. Eliot o Apollinaire, por ejemplo, cuando hablamos de “poema sin centro de gravedad”, ese tan ashberyano sueño del impresionismo... musical. Creo que muchas veces se alude a Ashbery cuando la influencia es de aquellos. Podríamos ver incluso rasgos ashberyanos en Persio, pero eso sería pedantería, y por supuesto en Larrea y Gerardo Diego, Cendrars y Reverdy, por no citar a los vanguardistas de “primera generación” estudiados por el propio Ashbery: ¿Roussel? ¿Laforgue? Así que no comprendo muy bien eso de traducir a Ashbery en nuestro idioma, si no es con la anticipación que lo hizo Carlos Piera en sus primeros libros... ¡antes de que Ashbery fuera ashberyano! Dicho lo cual, comparto contigo la importancia del humor –grande, desprejuiciado, amoroso, inteligente- en García Román.
ResponderEliminarPD: intentaré afinar un poco más: lo que pretendía decir es que el libro de García Román propone una re-flexión acerca de los mecanismos de la representación (re-flexión que, insisto, se traduce en la propia estructura del libro: "voz arriba y voz abajo", recurso utilizado por Maillard en "Matar a Platón" y "Husos"). Este es uno de los méritos principales de "Matar a Platón", que es, hasta donde tengo noticia, uno de los pocos libros de la poesía española que lo aborda de esa manera: situando al espectador en otro lugar, explicitando la tramoya y desarticulando ciertos lastres de descodificación lectora. Ahí es donde creo que García Román se sitúa con una gran originalidad y frescura.
ResponderEliminarRastrear influencias no equivale a restar méritos a la singularidad de una obra; es sólo sugerir posibles lecturas y puntos de contacto, sumar en lugar de restar. La obra de García Román es original en sí misma, y muy sugerente por los diversos caminos que propone. Pero creo que es un poeta que ha leído muy bien a Chantal Maillard y que "El fósforo astillado", por conductos visibles y otros no tanto, se alinea con "Matar a Platón" en una corriente que destripa la representación y el acontecimiento y pone en solfa nuestra condición de espectadores. Ahí veo una gran afinidad.
Ojalá otros poetas recojan el testigo de García Román y tiren del hilo de su magnífica propuesta.
Abrazos
Para Hautor, por si se anima a hacer la reseña de El fósforo astillado: "una revolución de la imagen poética es, en realidad, una revolución en el terreno metafísico" (Edmund Wilson).
ResponderEliminarCarlos, estoy contigo en que las posibles influencias que haya recibido García Román están demasiado destiladas como para ver en su libro deudas de cualquier tipo. Incluso con Rilke sólo percibo resabios de tensión respecto a algunos temas, pero no hay una deuda lírica concreta, no hay rescrituras implícitas. Eso -que no se parece a nadie, y desde luego tampoco a Maillard- es lo que más me interesa del libro. Y bien sabes que no tengo que permitirte a ti (ni a nadie) nada, como no sea que me invites a un café. Al segundo invito yo. Saludos.
Esa reseña ya está lista. Sólo falta publicarla (en breve, supongo). Tampoco -eso sí- conviene hacerse muchas expectativas.
ResponderEliminarUn saludo.
Hombre, al menos podríais intentar convencerme con argumentos en lugar de atrincheraros en vuestras posiciones. ¿Qué es lo que estáis defendiendo?
ResponderEliminarNo seáis perezosos, que vosotros podéis.
Disculpa, pero el que sostiene una hipótesis extraña es quien debe probarla. Que un poeta divida el mensaje (diálogamente o no) en varios puntos de la página y que toca aspectos referentes a la capacidad de expresión une a:
ResponderEliminarGarcia Román
Maillard
Mallarmé
Maiakovski
e.e. cummings
Wallace Stevens
Apollinaire
Khlebnikov
El "A" de Zukofsky
Ignacio Prat
Juan Miguel Ullán
El Ángel González de "Muestra corregida y aumentada de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan" (1977)
Entre muchos otros. Saludos.
Quiero decir "que toque", disculpas.
ResponderEliminarGracias por la lista, Vicente, pensaré en ello detenidamente. Aunque no me refería a un mero artificio tipográfico, como en muchos de los autores que citas, sino a una manera de escenificar, de poner en solfa la representación, de asistir a ella mientras sucede y poner en evidencia al espectador.
ResponderEliminarSí me parece entrañable que me hables de hipótesis extrañas cuando este blog, y tú mismo, sois bastante heterodoxos y abundáis en hipótesis bastante inverosímiles y bizarras, como algunos comentaristas se han encargado de señalar. Claro que a uno nunca le parecen extraños sus propios, si me permites, desvaríos.
En definitiva, quizá de lo que se trata es de la coherencia del relato. El que necesitamos como estrategia de lectura del mundo: de superviviencia frente a la intemperie. Y ahí tu relato es tan válido, o extraño, como el mío. Quizá porque todos son falsos y atañen a esa imperiosa necesidad de tejer la ilusión del mundo.
No te creas mucho tus relatos. Los míos no me los creo tampoco.
Por naturaleza, incluso etimológicamente, lo extraño es lo del otro, lo que está fuera de uno. De todas formas, me refería a a que tú, como dicen los juristas, habías "invertido la carga de la prueba" en tu comentario, colgando sobre nosotros la obligación de probar que tú no tenías razón, de elaborar nosotros los argumentos. Cuando uno sostiene una influencia, un parecido, hay que demostrarlo. No esperar a que los demás lo nieguen. Y, si le has preguntado al autor, como decías, a estas alturas sabrás que no hay nada de "Matar a Platón" en "El fósforo astillado". Por lo demás, a veces me creo mis historias y a veces no. No creérmelas nunca, como creerlas siempre, sería una forma de seguridad dogmática hacia mí mismo que resulta extraña a mi persona. Saludos.
ResponderEliminarUff, me eljo de quí, de esta tan cacareada pluralidad...
ResponderEliminarSí le he preguntado al autor y, en efecto, niega una influencia directa. Pero sí es un gran lector de esa autora, y toda nuestra experiencia acumulada se transparenta de un modo u otro en lo que hacemos. La mayor parte de las veces sin que nos demos cuenta.
ResponderEliminarPero vamos, también es evidente que García Román, a su manera singular, "traduce a Ashbery" (buena puntería la de Raúl Quinto) y también impugnáis esa idea...
Quizá es una doble operación de visibilidad/invisibilidad del tótem: hay que juzgar los méritos en relación a Ashbery, pero a la vez ocultarlo para que no sea tan evidente.
Y es bien curioso el tono áspero que tus buenas formas (nunca se sabe quién puede estar leyendo) apenas aciertan a disimular. Demasiada complacencia con los discursos amigos y una bienvenida más bien fría a quien nos lleva la contraria o vehicula ideas "inoportunas". Huella de cierta conciencia tribal residual que se defiende de algo.
Saludos
Querido Stalker, la afectividad, como bien sabes, es difícil de transmitir en formato electrónico. Intentaré ser más amable que esta mañana, cuando te contestaba a mis siete y pico de la mañana y sin un mal café en el cuerpo (en esas condiciones no estoy agradable para nadie; quizá debería esperar al mediodía para contestar).
ResponderEliminarTodo lo que leemos deja huella, en efecto, pero muy poco de lo que leemos (y García Román, como sabes, lee mucho y todo bueno) acaba luego trasluciendo en los libros. Jenaro Talens explicó esto bien, a mi juicio: al principio, el poema brota, con una gran carga de inconsciente. En ese inconsciente están depositadas, como bien apuntas, las lecturas que uno ha hecho y que le han calado (uno puede gustar mucho de una lectura, como también sabes, y que no le cale nada; a mí me pasa con la Maillard poeta, como -supongo- a García Román, pero espero, por mi bien, que la Maillard pensadora me haya calado hasta las cejas, pues de otra forma iría por muy mal camino).
Pero el poema no se publica como uno lo escribe al comienzo (salvo que uno sea Browning, que se jactaba de no corregir nada, cosa que sinceramente dudo). Sigo: el poeta, el escritor, en un segundo paso (apuntaba Talens), se enfrenta a su propio original no ya como un poeta, sino como un crítico literario. Ahí, distanciadamente, es capaz de rastrear, cuando tiene unos años de oficio, no sólo los errores, anacolutos, discordancias o errores métricos o de ritmo, sino también influencias que, durante el proceso de escritura, le pasaron inadvertidas. En ese momento tiene la doble opción de dejarlas o de eliminarlas. Rarísimas veces un poeta deja traslucir algo que ha leído y que no sabe. Por supuesto, tal cosa ocurre, a mí mismo me ha pasado (me pongo de ejemplo por ser el caso que más directamente conozco); puede pasar que se deslice alguna cosa, pero según mi experiencia se trata de cosas que leímos hace mucho tiempo y que están tan destiladas en nuestra memoria que en realidad pensamos que son nuestras y no de otros. Incluso así, te doy la razón (y un un abrazo, para que no pienses que hay hostilidad) en que puede haber aún influencias que entran de rondón, que se cuelen indetectadas, aun de nuestros propios coetáneos e incluso de poemarios recientes. Nada aquí, andando el inconsciente por medio, puede negarse de forma categórica. Pero, contando con todo eso, y aceptando todas estas salvedades, y sin contar como dato definitivo la opinión del autor (que puede ignorarlo, en efecto), dudo mucho que haya ocurrido con "El fósforo astillado". Se me ocurren muchos modelos anteriores de los que García Román puede haber aprendido los juegos o referencias que comentas, en concreto pienso en tres alemanes que no apunté en mi lista: Bachmann, Brecht y Handke, autores que creo bien conocidos -en el primer caso, desde luego- por el autor de "El fósforo astillado". Que hay un ambiente epocal, eso que llamaba, para desesperación de algunos - ;) - "metaepistemología", que hace que haya líneas de contacto entre diversos poetas (y esto sin aceptar la poligénesis como categoría filológica incontestable, ojo), me parece obvio; y, siguiendo el razonamiento, me refiero al tuyo, tan procedente o improcedente sería decir que García Román "camina por el sendero" de Maillard como que Maillard "camina por el sendero" de los "Diálogos del conocimiento" de Aleixandre o de algunos poemas de Valente, otros dos nombres que se me olvidaron en la lista.
En fin, concluyo: no desestimo tu opinión, que me parece muy interesante e inteligente, sólo que no estoy de acuerdo con ella, eso es todo. Quizá ahora, con demasiado café en el cuerpo y más despierto, me he expresado mejor y con menos hostilidad, aunque no había tal en ningún momento. Te pido disculpas si así te pareció; uno tiene sus días e incluso sus momentos dentro de cada día. Espero que no te enfades conmigo. Un cordial saludo, Stalker.
Seguro que ya lo viste, pero por la coincidencia, vale la pena otra ojeada:
ResponderEliminarhttp://fruela.blogspot.com/2009/01/la-curva-de-la-cafena.html
En efecto, el tal Edwards lo clava. Gracias.
ResponderEliminarJope, Vicente, me has dejado periquito con tu intervención.
ResponderEliminarTengo ahí material para pensar con detenimiento. Es que soy lento, como los búfalos: rumio el pasto del día y a lo mejor el poso aflora en un próximo avatar...
Agradecerte simplemente tu generosa respuesta y enviarte un abrazo.
Esa segunda era la respuesta que merecías desde el principio. A veces se me olvida que sois vosotros los que les dais sentido a este blog, no yo. El interés del blog viene dado por vuestras intervenciones, y lo digo en serio. A lo mejor a algún lector le parece interesante lo que yo pueda escribir en un momento dado, pero todo lo que hago, para mí: 1) no tiene ningún mérito, siempre creo que debería hacerlo mejor. 2) no tiene ningún interés: me tengo más visto que el tebeo. Son precisamente vuestras aportaciones lo que me estimula, lo que me pone las pilas y me obliga a re/plantearme cosas. Sólo aprendo cuando escucho a otros, yo no me sirvo de nada. De modo que mis disculpas de nuevo, Stalker, y un abrazo. Tendré en cuenta la curva de la cafeína desde ahora para responder.
ResponderEliminarPuse el ejemplo de Rimbaud, como pude haber puesto el de Baudelaire y su salón moderno, pero está claro que la Francia finisecular es el paradigma de lo metaepistemológico; extraigo la cita de un libro del que hablaremos aquí próximamente, "Narciso Fin de Siglo", de Manuel Segade: "Esta cita muestra la extraña conciencia de Schwob: un finisecular capaz de contemplar su contexto desde fuera, que manipula sus códigos con pericia y, a la vez, es capaz de mantener un nivel de independencia que le permite destilar en su obra, como en las narrativas de Vidas imaginarias, el fundamento de una cultura que encara su producción misma como un enfrentamiento a su hipertrofia" (Narciso Fin de Siglo; Melusina, Madrid, 2008, p. 158). Recupero esa última frase, que me parece muy interesante, ya que creo que varios de los poetas de los que hablo en mi texto (y alguno más, como Alberto Santamaría, de quien acabo de recibir su último y sorprendente poemario), también hacen su obra bajo la égida de "una cultura que encara su producción misma como un enfrentamiento a su hipertrofia". Saludos.
ResponderEliminarse ve que blogger se me comió ayer un comentario... ¡para una cosa que quería apuntar! bueno, pruebo ahora para ver si no me sigue dando problemas... y si veo que va bien intentaré soltar de nuevo la parrafada. Esto es lo que tiene esta tertulia mediatizada por la máquina y el azar.
ResponderEliminarSigo el interesante debate en la sombra y felicito a los intervinientes. Vicente, un mal rato lo tiene cualquiera, sobre todo en ayunas. Creo que tu educación y tus buenos modos son una de las banderas de este blog.
ResponderEliminarVicente, quedo a la espera de la publicación de tus "Salones".
ResponderEliminarSe intuye muy interesante.
Espero impaciente tus notas sobre la excelencia literaria, pero sólo confío en que no se sigan basando en el consenso.
ResponderEliminarSaludos
Querido Stalker, yo no quiero impugnar nada, ni convencerte. Me parece bien que le veas un parecido con Ashbery y con Maillard. Yo tengo otra formación, otras manías y otras lecturas, no mejores que las tuyas, sino diferentes. Al arte que muestra su artificio mediante un montaje exagerado o el recurso Mise en abîme -como en el Quijote, Brodsky, Hamlet, las películas de Renoir, el dandismo finisecular, Tieck, Espronceda o el Noveau Roman, cada uno en diverso grado- lo llamo barroco. Al arte que divaga, que se pierde en digresiones, como Sterne, Jean Paul, Vallejo, Deleuze, Pynchon o Ashbery, también lo llamo barroco. Al barroco, según el día, también lo llamo posmodernidad. Eres muy libre de hacer las familias de poetas que quieras, y seguro que si nos conocemos, compartimos algún primo segundo, pero... quizá esta propia manía genealógica, ver progenitores por todas partes -influencias de "un" autor sobre "otro"- no sea al fin y al cabo sino una nostalgia del mundo cuando era más pequeño, cuando no había tantos millones de personas sobre el planeta, ni tantos libros, ni películas, ni tantos contagios. Un abrazo
ResponderEliminarRaúl, escribe siempre los comentarios en word, y luego copia y pega en el recuadro. Es lo más seguro, porque a veces Blogger falla.
ResponderEliminarLogiciel, no te preocupes, más bien se tratará de todo lo contrario.
Gracias, Juan Carlos.
Lo intento otra vez, aunque no vaya a decir, seguramente, nada del otro jueves. Pronto me suena el timbre, sí sí, estoy en el trabajo, shhhh. Sólo quería matizar mis palabras sobre “la traducción” de Ashbery en el libro del que hablamos, y por extensión sobre la presencia de este poeta en mucha de la poesía que se está escribiendo por estos parajes. Ashbery está ahí, aunque no se haya cogido un papel de calco y se haya dicho: vamos a hacer algo al rollo ashbery. Es cierto que los procedimientos ashberyanos estaban ya en otros muchos poetas incluso de nuestro propio idioma, como algunos de los que cita Carlos, pero algún nombre hay que ponerle al niño para entendernos, para ir concretando un poco más. También es cierto que el auge de ese tipo de poesía coincide con la traducción masiva de libros del poeta americano. ¿Cuestión de algo que hay en el ambiente’ ¿es antes el huevo o lo es la gallina? Esos detalles no importan mucho, la verdad. Lo que yo veo determinante, es que hay algo nuevo (aunque hubiera precedentes más o menos claros) que se aprecia en una hornada muy significativa de nuestra poesía más moderna (posmoderna?), lo podemos llamar Ashbery como lo podemos llamar procedimientos asociativos, una cierta dicción característica que hasta hace poco era muy difícil de ver en la poesía española. Esto es riqueza, y es evolución.
ResponderEliminarEntonces, lo que dije de la traducción de Ashbery en el Fósforo es que me parece que García Román es el autor que mejor ha usado esos nuevos recursos, y lo hace, entre otras cosas, porque no es sólo Ashbery (o ese modelo, o esos recursos, o ese aire de época) sino que también está lo que ya estaba en sus otros libros pero potenciado, centrifugado y mezclado con gran fortuna: Rilke, Celan, Bachman, Eduardo Milán, etc. Este libro tiene cierto aire de familia con otras obras del momento, como apunta Vicente, y como viene a decir Carlos también. Luis Muñiz, Alberto Santamaría, el propio Carlos y más o menos los mismos nombres que ya habéis dado. Eso es aire de época, ser absolutamente moderno como bien decís. Bien, pues dentro de eso, el Fósforo Astillado me ha dejado con la boca abierta. Y me ha divertido, no sólo por la ironía o el sentido del humor, sino por la capacidad de sorpresa continua, sus distintos niveles de lectura, sus imaginería desprejuiciada, sus juegos de intertextualidad y autorreferencialidad, etc. ¡Coño, lo mismo es el mejor libro del año pasado! Y ahora sí que tengo que dejar el mensaje apresurado, que hay que ganarse el pan.
La influencias pueden ser explicativas. Sin embargo, esta manera de afrontar la crítica, cuando demasiado exhaustiva, implica intrínsecamente la negación del azar o de lo espontáneo y lo personal.
ResponderEliminarLa crítica sistemática tiende a contextualizar las obras en términos de corrientes, influencias, grupos... bien conocidas. Pero esto puede hacer la crítica cerrada, obtusa, ciega...donde todo está predeterminado.
Bueno, pues frente a este tipo de crítica, otra crítica más abierta, más poética, que puede incluso ser peregrina, intuitiva... tiene también posibilidades, sino más posibilidades, de ir a dar con alguna cualidad clave del poema, que quizás sea esa cualidad fascinante determinante en el atractivo del poema, como decía más arriba, y que se encuentra a otro nivel, más allá del análisis filológico.
La biología, la genética y psicología pueden pretender describir lo que es un ser humano determinado, pero para saber si esa persona nos gusta o no, uno se fija en otras cuestiones, las más puramente personales. ¿Por qué nos gusta o nos disgusta una determinada persona?. ¿Acaso vamos a iniciar un examen psicológico sistemático o vamos a recurrir a alguna ciencia caracteriológica para determinarlo?. No, ¿verdad?. Algo muy parecido pasa con la poesía. Se trata de dar con las claves de por qué y qué nos encanta de un poema, y menos saber cual es su origen filogenético. Algo que puede ser de lo más peregrino y personal, a lo que no conviene cerrarse.
En fin, yo voy a defender una crítica más abierta, más peregrina, y si se quiere caprichosa. La poesía es humana. Somos humanos.
Hola.
ResponderEliminarYo estoy contigo Manuel G... Y a ver si a nadie le molesta que renueve ahora mi propuesta de matrimonio jejeje.
Y ahora en serio: cuando se habla y se alaba del libro de García Román esa "influencia-adscripción" -más directa, más indirectamente- de Ashbery, por escoger uno de los poetas más nombrados (aplíquese a cualquier otro), ¿qué se quiere insinuar? ¿que hay que tener a Ashbery debajo de la almohada o qué? ¿que eso aúna a un grupop de poetas determinados por sus intenciones? Si esto fuera así -o algo parecido- ¿a dónde se quiere llegar? Porque muchos de los posteadores usan ese tipo de expresiones "lo mejor de la poesía español" o fraases semejantes. Pero mi pregunta es, y básica, en la que insisto tanto: ¿cuál es el conocimiento de la poesía española que hay detrás de quienes pronuncian ese tipo de frases, que tan ligeramente se utilizan aquí. Formulado de otra manera: ¿alguien ha caído en la cuenta del sesgo que conlleva este tipo de expresiones y de ascripciones? Porque entonces: ¿cómo es que se pretende echar, entonces, por tierra agrupaciones generacionales, ideológicas o geofráficas? Se pretende que la mutación consista en otros beneficios literarios que favorezcan a algunos? No sé si alguien podrá responderme (y conste que no ataco el libro de García Román; al contrario, sin conocerlo no hace más que llamarme la atención: al contrario lo utilizo como punto de partida para plantear este tipo de cuestiones que, de acuerdo con Manuel G., prefieron que abran puertas que no que la cierran. Repito: cuando se habla en nombre de la mejor poesía española, ¿en nombre de quién y de qué se está hablando?
No sé si esto será un planteamiento también similar al de un chat nocturno como algún anónimo me respondió más atrás... Si fuera así, tal vez a partir de ahora me convierta en el adalid de los chats nocturnos: ¿por qué no? A lo mejor el origen de Ashbery va y está ahí: a lo mejor le cuadro mental de Ashbery era ni más ni menos que la de un chat nocturno... Mira tú ponr dónde.
Saludos
(Perdónenme los fallos de mi teclado que últimamente se me ha vuelto multilingüe... pero creo que más o menos es entendible pese al abuso de su don de la glosolalia)
ResponderEliminaranónimo horario, me siento un poco responsable de todo el mareo que le estamos causando al pobre John Ashbery, pues fui yo el que lo saqué a colación en mi primer comentario y según parece no hago más que de liar la cosa...
ResponderEliminaraclararé por tanto esos puntos: no digo ni pienso que Ashbery tenga que ser un filtro o peaje necesario para escribir hoy en día, tampoco digo que la poesía bajo ese posible signo sea la mejor y la única. Simplemente es otra opción, pero eso sí, un vector importante como dije. Y en el libro de marras me parece saludable y original. Nada más, yo soy de los ilusos a los que le gusta (¿favorece?) este periodo de interregno en el que nos encontramos, donde parece no haber escuelas definidas ni enfrentadas. Sigo pensando que eso es riqueza, no busques en mis palabras otra cosa.
saludos, y dejaré descansar al ashbery ese.
Totalmente de acuerdo, amigo Quinto... Agradezco tu último post y no tengo nada que objetar. De todas formas lo de Ashbery lo utilizaba como ejemplo, no lo decía por ti ni por el otro, sino como ejemplo, porque últimamente observo esta especie de manía de defender libros en base a autores que se suponen detrás. A mí eso es que ya me estaba asustando... y no veía clara la cosa. Porque desde esa perspectiva yo me preguntaba: ¿dónde quedan las influencias que no se detectan o que uno desconoce por muchas vueltas que se le dé a un libro? En este sentido es por lo que indicaba mi inclinación por la aportación de Manuel G. Creo que ahora nos entendemos mejor, y visto así, ya le propongo matrimonio a cualquiera... hasta a Vicente. Pero en serio, agradezco tu respuesta. Gracias.
ResponderEliminarDemasiado tarde, anónimo. Saludos a todos.
ResponderEliminarAquí, una modesta contribución al debate:
ResponderEliminarhttp://www.revistadeletras.net/el-fosforo-astillado/
Póngasele, eso sí, una h a Inostroza.
De Ashbery he leído Tres poemas, Autorretrato en espejo convexo, Diagrama de flujo, Una ola, ¿Oyes pájaro?, Por donde vagaré, y una antología llamada Pirografía. También El fósforo astillado. Me gustaría que alguien me explicase en donde se topan estos dos autores, pues a mi entender tienen tanta relación como García Román con la comentada Maillard.
ResponderEliminarSaludos.
Estimado Carlos:
ResponderEliminarlo cierto es que me retracto de mis palabras e invalido esa filiación apresurada. Uno a veces es presa de fervores ilusorios. Vicente me ha dado una lección, con gran generosidad: la acepto encantado porque me obliga a plantearme esa impulsividad un tanto ciega y me hace consciente de mi ignorancia casi total.
Ahora reformularía mi primer comentario de la siguiente manera: el libro de García Román generó en mí una sensación análoga al de Maillard: el de situarme en unas coordenadas desconocidas, el de replantearme a mí mismo como lector y el de ofrecerme un campo de pruebas ignoto en el que poder llevar ciertas tensiones al paroxismo. Renuncio entonces a cualquier influencia o paralelismo salvo el de esa extrañeza subjetiva de la mirada lectora...
No obstante, y aunque comparto tu reflexión, tampoco creo que García Román (y ningún poeta o escritor) haga su creación sin un soporte previo: un vacío cuántico del que emergen, ex nihilo, creaciones autónomas, sin relación alguna con el pasado. No creo que ningún autor se libre de influencias. Claro que a veces esas no son literarias, pueden ser pictóricas, cinéfilas, musicales, lo que las hace más difíciles de detectar... y están ahí metamorfoseadas, con su carga inicial desactivada pero presente en un espectro que va de la imitación a la perfecta destilación o invisibilidad (como apunta Vicente). Con esto no pretendo cartografiar genealogías ilícitas sino situar a los autores en la vasta red de escrituras que borran otras escrituras y se suman al palimpsesto colectivo.
Creo que el abanico de intereses de García Román es amplio y eso no le resta un ápice a su originalidad.
En cuanto a la nostalgia, seguro que tienes razón. Pero mi nostalgia se remonta a un tiempo aún más lejano y anterior al hombre, cuando este pobre mundo aún no conocía nuestras depredaciones ni la histeria literaria, también basada en la depredación...
Hablas de lo barroco y lo posmoderno. Interesante, aunque ahí me pierdo, ¿qué es lo posmoderno? ¿El hombre fue moderno alguna vez? ¿Nunca habéis tenido la sensación de ser los verdaderos hombres primitivos, hombres de la Antigüedad que se creen modernos y apenas han salido de su violento pasado tribal, que reproducen en todos los estratos vitales, intelectuales y "espirituales"?
Delirios míos, Carlos. Lo que es seguro es que tenemos algún primo segundo común. Y tal vez algún hermanastro...
Abrazos
Llego tarde, muy tarde, a este debate, pero de todas formas dejaré mi granito de arena.
ResponderEliminarPara mí es un libro impresionante por la sencilla razón de que me ha hecho sentir justo lo que deseo secretamente cada vez que abro un libro de poesía, esa sensación de final de búsqueda que, no obstante, reemprenderé rápidamente.
Y hala, a dudar entre forrar el libro para que no se nos manche de café, lluvia o lo que sea, o dejarlo en el mejor lugar de las estanterías de casa.
Estoy totalmente de acuerdo contigo, María; sólo añadiré que a mí me encantó... ¡porque encontré cosas que nunca esperaría hallar en un libro de poesía! La normalidad reinante convierte este libro en una doble rareza, en una joya exquisita por su extrañeza. Saludos.
ResponderEliminarToda la diversión se hace
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