Guillermo Molina Morales, Epilírica; Hiperión, Madrid, 2009
Hay que tener mucho valor para comenzar un poema con un verso como este: “La madre que parió a los Gabachos”. Mucho. Y hay que tener mucho talento para que un poema que comienza así acabe estupendamente. Guillermo Molina Morales, ganador del premio Antonio Carvajal, tiene ese singular talento. Este premio, tradicionalmente editado por Hiperión, a lo largo de los años ha ido descubriendo a autores que luego se han ganado un espacio en nuestro panorama literario: Álvaro Tato, Andrés Neuman, Luis Bagué, Juan Andrés García Román (autor de uno de los poemarios más impresionantes de los últimos tiempos, El fósforo astillado, del que próximamente hablaremos aquí); a ese numeral hay que sumar ahora a Guillermo Molina Morales, un auténtico descubrimiento. Molina Morales pertenece a una raza de poetas que se da ocasionalmente en Francia e Inglaterra, pero muy poco por nuestras letras: los poetas gamberros con talento. No malditos, sino gamberros. A la manera del Houellebecq de Jacques Prevert es un imbécil, pero con más talento poético, Molina descuartiza a la República Francesa, a los MacDonald’s (tema de lo más poético de unos años a esta parte), a los franceses (aunque salva a algunas francesas), a los cruasanes, a la Torre Eiffel, a Britney Spears, al realismo, al surrealismo, a sí mismo. Todo esta inconoclastia viene empacada en una obra “epilírica” (“sobre la lírica”, supongo que en el sentido de encima de ella, imagino con qué propósito), epigramática y profunda a la vez, que consigue el milagro de provocarnos una carcajada en un verso para inducirnos al pasmo en el siguiente. Leemos “Pase usté qué tal está / Esta noche tenemos / Suflé de sobornícolas debatiendo / Sobre las raíces hegelianas del surrealismo francés! (esto es verídico)”, y un poco más tarde: “mis labios son la muralla de una ciudad / que no me pertenece”. Lo más parecido a esta poesía, si es que algo puede parecerse a Epilírica, sería la Mercedes Cebrián de Mercado Común, con su euroterrorismo naïf, o la poesía histórico-cafre de los comienzos de María Eloy García. En todo caso, Molina es un equivalente “bizarre” de estas poéticas, una variante testosteronizada y despotricante, despoetricante, que nunca recibirá la Legión de Honor ni los besos de Carla Bruni, por sus puyas a la grandeur de nuestros vecinos del norte. Imagínense una mezcla imposible entre Michel Houellebecq, Mike Tyson, Michael Jordan y Miguel Labordeta, y ahí tienen a Guillermo Molina. Bueno, lo tienen… si él quiere. Creo que voy a decir que Molina Morales es un maestro, o un semental, o algo así de contundente a su favor, no vaya a ser que en su próximo libro le dé por mencionarme. No hay forma de aparecer en un poema de Molina y salir indemne. Y el último poema de Epilírica advierte que la siguiente víctima de su mirada poética será España... Hagan como yo y salgan corriendo: aún están a tiempo.
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Hay que tener mucho valor para comenzar un poema con un verso como este: “La madre que parió a los Gabachos”. Mucho. Y hay que tener mucho talento para que un poema que comienza así acabe estupendamente. Guillermo Molina Morales, ganador del premio Antonio Carvajal, tiene ese singular talento. Este premio, tradicionalmente editado por Hiperión, a lo largo de los años ha ido descubriendo a autores que luego se han ganado un espacio en nuestro panorama literario: Álvaro Tato, Andrés Neuman, Luis Bagué, Juan Andrés García Román (autor de uno de los poemarios más impresionantes de los últimos tiempos, El fósforo astillado, del que próximamente hablaremos aquí); a ese numeral hay que sumar ahora a Guillermo Molina Morales, un auténtico descubrimiento. Molina Morales pertenece a una raza de poetas que se da ocasionalmente en Francia e Inglaterra, pero muy poco por nuestras letras: los poetas gamberros con talento. No malditos, sino gamberros. A la manera del Houellebecq de Jacques Prevert es un imbécil, pero con más talento poético, Molina descuartiza a la República Francesa, a los MacDonald’s (tema de lo más poético de unos años a esta parte), a los franceses (aunque salva a algunas francesas), a los cruasanes, a la Torre Eiffel, a Britney Spears, al realismo, al surrealismo, a sí mismo. Todo esta inconoclastia viene empacada en una obra “epilírica” (“sobre la lírica”, supongo que en el sentido de encima de ella, imagino con qué propósito), epigramática y profunda a la vez, que consigue el milagro de provocarnos una carcajada en un verso para inducirnos al pasmo en el siguiente. Leemos “Pase usté qué tal está / Esta noche tenemos / Suflé de sobornícolas debatiendo / Sobre las raíces hegelianas del surrealismo francés! (esto es verídico)”, y un poco más tarde: “mis labios son la muralla de una ciudad / que no me pertenece”. Lo más parecido a esta poesía, si es que algo puede parecerse a Epilírica, sería la Mercedes Cebrián de Mercado Común, con su euroterrorismo naïf, o la poesía histórico-cafre de los comienzos de María Eloy García. En todo caso, Molina es un equivalente “bizarre” de estas poéticas, una variante testosteronizada y despotricante, despoetricante, que nunca recibirá la Legión de Honor ni los besos de Carla Bruni, por sus puyas a la grandeur de nuestros vecinos del norte. Imagínense una mezcla imposible entre Michel Houellebecq, Mike Tyson, Michael Jordan y Miguel Labordeta, y ahí tienen a Guillermo Molina. Bueno, lo tienen… si él quiere. Creo que voy a decir que Molina Morales es un maestro, o un semental, o algo así de contundente a su favor, no vaya a ser que en su próximo libro le dé por mencionarme. No hay forma de aparecer en un poema de Molina y salir indemne. Y el último poema de Epilírica advierte que la siguiente víctima de su mirada poética será España... Hagan como yo y salgan corriendo: aún están a tiempo.
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Testosteronizada! Cuidadín, que viene Beatriz Preciado a por su gel!
ResponderEliminarNo viene mucho a cuento, pero leí El fósforo astillado hace un par de meses y aún no me he recuperado del asombro. Junto con Hordas de escritura de Chus Pato, es de lo más sorpredente del pasado año (para mí, escueto lector).
ResponderEliminarEstaba ahora mismo escribiendo una reseña de 'El fósforo astillado' (para publicarla quizá en El Maquinista de la Generación). Para mí llega a una altura intocada desde el 'Lo que dices de mí' de Aguado... Estoy impaciente por ver tu lectura (seguro que me resulta aún más revelador).
ResponderEliminarEn cuanto a la "Epilírica", pues habrá que echarle una ojeada (a ver si se deja).
1abrazo!
Échale un vistazo a este libro, te aseguro que te sorprenderá, como poco.
ResponderEliminarRespecto a El fósforo astillado, por diversos motivos, reseñarlo supone uno de los mayores desafíos intelectuales a los que me he enfrentado. Saludos, David.
Es de agradecer tu esfuerzo en repoblar con nuevas 'especies'. A veces parece como si en la red siempre cayeran los mismos 'peces' (literariamente hablando)...
ResponderEliminarSaludos
Vicente, voy a abusar de ti:
ResponderEliminarPara un novato y un ignorante en estas lides poéticas, para mí, tres libros de poesía contemporáneos que te parezcan excelentes, please.
Salud.
Juan Carlos, tres libros y tres tonos muy distintos: `la poesía reunida en Tusquets de Olvido García Valdés, reunida bajo el extraño título "Esa polilla que delante de mí revolotea", sobre el que sacaré en mayo un largo artículo en Ínsula; "El fósforo astillado" (DVD), de Juan Andrés García Román y el tercero es "Mendigo", una antología de la poesía de Jesús Aguado que próximamente comentaremos aquí (Renacimiento, 2008). Saludos.
ResponderEliminarGracias, Logiciel, se trata de ampliar el campo de batalla.
Gracias mil.
ResponderEliminarTenías razón, Vicente, el poemario es atrapante, vertiginoso, con una estructura que nada anticipa y tan bien recoloca al lector y la nota de Miguel Labordeta que abre el poemario me parece una auténtica pasada. Lo compré ayer mismo, después de leer tu post. Lo encontré de milagro, estaba muy bien escondido, ya sabes como dice la nota, muy alejado de los "subvencionados". Gracias por el descubrimiento.
ResponderEliminarSaludos.
Me alegro de que no te defraudase la recomendación, Sonia. Yo le veo diversos potenciales muy interesantes, y una caradura que es frecuente en narrativa, pero poco habitual en nuestra políticamente correcta y a veces envarada lírica nacional. De ahí que el autor proponga una epilírica. Un poco de aire fresco es siempre saludable.
ResponderEliminarMuchas gracias por las recomendaciones. He comprado Epilírica y El fósforo astillado. Otra cosa, el libro de García Valdés lo ha publicado Galaxia Gutenberg, ¿no?
ResponderEliminarSaludos y sigue recomendando tan bien, que ves que te hacemos caso.
Anónimo, disculpa la caraja, he escrito ese comentario a las siete y media de la morning y sin el café en el cuerpo. En efecto, el libro de García Valdés lo publicó Galaxia Gutenberg. Sorry!! Saludos.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarEstimado anónimo, he estado un rato pensando si colgar o no tu comentario. Lo colgué y luego lo he borrado, no por lo que en él dices de mí, sino por lo que dices, gratuita y cobardemente, escondiéndote en el anonimato, de otros. Eso sí, si cortas esas partes, y dejas sólo aquellas en las que me criticas con idéntica cobardía (¿te da miedo que hable de tu propia obra?), no tengo inconveniente en colgarlo. Saludos.
ResponderEliminarAlgunos escritores (pocos, creo) se sirven del anonimato para tirar la piedra y esconder la mano por cobardía, pero también por comodidad, para no exponer su obra a las críticas. Hace unos días comenté en un blog que cierto poema me parecía un anuncio de compresas y, claro, el autor y el administrador del blog se han molestado y se han cagado en mis cuentos. Es higiénico que todo el mundo pueda saber en quién tiene que cagarse, con perdón.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo, Juan Carlos, porque dar el nombre cuando se hace una crítica (otra cosa son juegos literarios de anónimos, heterónimos, apócrifos, etc.) me parece: 1. una muestra de coraje personal 2. una muestra de honestidad intelectual. Lo demás va al saco roco de lo indiferente. Saludos.
ResponderEliminarAcabo de terminar el libro de epilírica, y la verdad es que me ha gustado. Sólo me queda el recomendarlo.
ResponderEliminarPero por otro lado...¿la crítica a pecho descubierto no hace ser menos sincero, o por lo menos camuflar la sinceridad un poco?.
ResponderEliminarDecirle a alguien, "esto es una mierda", por esto y aquello, ¿sería legítimo sin tratar de suavizarlo un poco?.
Yo creo que el que escribe, ya por el mero hecho de hacerlo, no se merece que le arrastren por la mierda. La crítica se puede hacer de otra manera, y no ser despiadada.
Ahora bien, para mi hay algunas excepciones para evitar no ser despiadado: quienes tienen un aparato mediático a su favor que pondere hasta la extenuación la genialidad del escritor. En este caso, para mi, ante la manipulación, el escritor si merece una crítica frontal, incluso despiadada.
El aficionado a la poesía, no.
Esta casa es un estímulo neuronal hasta en las más recónditas esquinas; incluso hace que el avatar anónimo-peleón sea motivo de analogías con cierto libro de H.M. Enzensberger:
ResponderEliminarhttp://ibrahim-berlin.blogspot.com/2009/02/de-como-el-homeless-y-el-perdedor_13.html
Al margen: te veo especialmente enérgico en estos dos últimos post, Vicente. Muy simpática en su estilo esta última reseña.
Un abrazo,
Interesante razonamiento, M.G. Mirando mi comportamiento durante los tres últimos años, descubro sorprendido que se ajusta como un guante a lo que dices.
ResponderEliminarIbrahím, me encantan esos últimos microensayos que estás haciendo. Enhorabuena. Saludos a ambos.
Pues si ese es tu modus operandi, Vicente, me parece perfecto. Respeto para el escritor; y falta de piedad hacia el marketing.
ResponderEliminarPor otro lado -vamos a complicarlo- el implicarse demasiado en una crítica, agresiva incluso, transluce a vaces un homenaje, un reconocimiento escondido de que lo criticado puede tener un valor grande, que despierta ansias asesinas...¿si no para qué molestarse, para qué esforzarse?.
También queda la opción de mantener un silencio olímpico, o algo más perverso, alabar a los rivales del escritor despreciado, lo cual puede ser lo más dañino para el susodicho.
Y si nos metemos en el tema freudiano: la alabanza puede ser signo de odio íntimo (cuando Jung le expresaba sus alabanzas a Freud, este, conmocionado, le preguntó que qué tenía contra él); mientras que la crítica desaforada puede ser un reconocimiento íntimo.
jaja... me temo que complicándolo todo.
Bueno, pero en estos casos hay que tener presente que el crítico puede no conocer personalmente al criticado, lo que me ha sucedido a mí, por ejemplo, con lo cual creo que el elemento psicológico puede dejarse perfectamente al lado. Cuando se conocen sí es cierto que pueden establecerse economías afectivas que alteran o al menos matizan la reseña. Pero piensa cuando por ejemplo un crítico de literatura hispanoamericana, o francesa, critica furibundamente a un autor del que no ha visto ni la fotografía. ¿Qué necesidad de alabanza íntima u odio manifiesto iba a traslucir con ello? Eso pasa más en la crítica de poesía española, donde casi todo el mundo se conoce. Pero en narrativa menos, y en narrativa internacional, no digamos. Saludos, M.G.
ResponderEliminarPor cierto, Manolo, que luego me he quedando pensando una cosa: cuando dices "Respeto para el escritor; y falta de piedad hacia el marketing", te planteo un caso. Imagina que la escritura del libro está movida por ese marketing (lo que ocurre cuando el autor no escribe lo que quiere sino sólo lo que sabe que va a vender más, siguiendo las recomendaciones del agente o el editor). En este supuesto, ¿no estaríamos ante un caso en que es el propio autor el que se pierde el respeto a sí mismo? Y, en tal caso, ¿por qué deberíamos de ser respetuosos con él?
ResponderEliminarSon casos extremos, ojo. Hablo de autores que se han traicionado a sí mismos, a su obra anterior, para plegarse a dictaduras del mercado. No hablo de aquellos autores que, legítimamente, utilizan los mecanismos del mercado para difundir su honesto ejercicio creativo.
Lo mejor es no conocer al criticado. Y mejor todavía no tener referencias de él.
ResponderEliminarEn el caso que planteas, ese escritor ha entrado dentro del mismo mecanismo del marketing, es ya marketing. Por tanto, como le parezca a uno malo, ¿por qué no darle leña?
De todas maneras, tengo que matizar que cuando yo hablo de no tener piedad, lo digo en el caso de que el autor realmente no sea bueno. No se trata de criticar porque sí a un autor bueno que usa el marketing. Lo digo si es malo, o le parece a uno malo. Ahí no veo por qué uno debería controlarse lo que piensa por no hacer daño.
Pero hay casos de escritores muy buenos, que nos asaltan con una campaña de marketing. ¿Por qué mentir si es bueno?
Estoy bastante de acuerdo con lo que dices, Manolo. Un saludo.
ResponderEliminarEntonces yo me llevo la Palma de Oro. O Vicente, claro.
ResponderEliminarPorque él preparó un prólogo sin conocerme y sobre un pdf. Le pareció aceptable y lo hizo.
Saludos
Otro libro estupendo que me sorprendió y sobre el cual he visto poco, muy poco, casi nada por ahí, es Música para ascensores, de José Daniel Espejo. Este que recomiendas tú tiene una pinta de cojones, desde luego. De cojones testoterinizados, genial. Lo pillaré sin duda. Por otro lado es sorprendente la nómina de premiados con el nombre de Carvajal, tan clasicote él en la superficie, pero un diablillo en el fondo, lo conozco. Brindo por eso.
ResponderEliminar¡Gracias, Francisco Javier!
ResponderEliminarCon permiso, Vicente. De nada, José Daniel. Precisamente tuve hace tiempo yo deseos de decirte directamente en tu blog y con más detalle por qué me había gustado, pero lo fui dejando, dejando... Me pareció un libro lúcido, mordaz, ágil. Me entusiasmó de veras el descubrimiento. Felicidades, pues.
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