Ricardo Gullón, Conversaciones con Juan Ramón Jiménez; Sibila / Fundación BBVA, Sevilla, 2008.
La Fundación BBVA y Sibila están reeditando, con el título de “Biblioteca de Poesía en Español”, volúmenes de gran interés de y sobre poesía hispanoamericana. Estos últimos días he leído Poesía y caracol (2008), del uruguayo Rafael Courtoisie, algunas de cuyas piezas me han interesado, y este otro libro –entiendo– fundamental para acercarse a la obra y la figura de Juan Ramón Jiménez, a mi juicio el poeta más sobresaliente, junto con Federico García Lorca, de la poesía española del siglo XX. Estas conversaciones, inaccesibles editorialmente durante décadas (creo que la última edición de Taurus era de 1958), suponen un rescate literario de gran importancia, como intentaremos explicar a continuación.
Mientras que la obra de Lorca está más o menos fijada y esclarecida, el gran problema de recepción de la obra de JRJ es siempre el mismo: la inaccesibilidad de su corpus, la imposibilidad de fijar el canon de una obra con decenas de variantes auténticas del mismo poema; problema tanto más grave si tenemos en cuenta que hablamos de un escritor prolífico, que legase miles de textos publicados e inéditos. En ese sentido, estas Conversaciones sostenidas con el profesor Ricardo Gullón (foto inferior) durante 1953 y 1954, casi al final de sus días, suponen un valioso texto para los historiadores e investigadores de la figura de JRJ, precisamente por el abundante material que contienen acerca de las preocupaciones del poeta sobre la publicación de su (im)posible “obra completa”. En cierto momento se habla de la conversación con los editores de Aguilar para publicarla en siete volúmentes, titulados: “Leyenda –verso-, Historia –prosa lírica-, Política –prosa crítica-, Ideología –aforismos-, Traducción -¡tantas versiones, miles de versiones como llevo hechas!-, Carta particular –sobre temas literarios, prólogos, entrevistas, etc.- y Complementos –los alrededores de mi obra”, dice el propio JRJ (p. 117). Algunos de estos volúmenes como Ideolojía (Anthropos), Música de otros (Galaxia Gutemberg, que sería Traducción) o Leyenda (Cupsa, 1978; Visor, 2009) han sido publicados, aunque sería difícil esclarecer si hubieran sido aprobados por la exigente y revisora pluma de Juan Ramón, siempre volcado en la rescritura y reconstrucción incesante de su trabajo. Frente a quienes piensan en JRJ como una persona soberbia y egolátricamente orgullosa de su obra, esa constante voluntad de pulimiento y mejora a mí me parece una prueba más bien de su humildad y de su clara conciencia de que todo es mejorable. A este respecto comentaba Monterroso en uno de los ensayos de La letra e: “T. S. Eliot, Julio Cortázar. Dos autores auténticamente modernos, en estas dos publicaciones de sus manuscritos que se llevan apenas más de una década y en las que se puede ver algo (nunca puede verse todo) de encarar eso que algunos llaman creación y que tal vez no sea sino un simple ordenamiento; su respeto, o su irrespeto, qué diablos, por la palabra escrita; o su humildad, finalmente, ante la inmensidad de un sí o de un no que a nadie le importa; de un párrafo que se conserva o que se suprime, las enormes minucias que diría Chesterton y que el lector, ese último beneficiario o perdedor invisible, apenas sospecha”. En efecto: tachar y corregir son muestras de humildad, rastros de la grandeza de un autor que, aun consciente de su valía o precisamente por esa consciencia, decide que su obra es un borrador perpetuo, un texto que jamás hallará la perfección. Es lo que Jordi Doce llamaba “la insatisfacción del deber cumplido”[1]; lo que Gamoneda quería decir al expresar que “el trabajo se inicia y fundamenta en la eliminación, en la tachadura (…) La tachadura crea el valor de ‘un no saber’; bajo la tachadura tendría que haber algo que desconozco y que conviene a la revelación”[2]; y lo que el propio JRJ expresaba así: “yo no soy quién para condenar por mal poeta a nadie. He escrito mal, mejor y bien; poco bueno. Prueba de que lo pienso así es que me corrijo constantemente. Nunca publico un poema sin algún cambio” (La corriente infinita). Esa voluntad de perfección, que para mí es un gesto de grandeza por lo que tiene de humildad, ha sido también –hay que reconocerlo– uno de los grandes impedimentos para la difusión cabal y completa de su obra. Por supuesto, prefiero esta actitud dispersa a la increíble y avara autoconciencia de, pongamos, un Jorge Guillén, dedicado en cuerpo y alma a fijar su corpus en su última época, para fabricarse a medida una posteridad cada vez más discutible.
Estas Conversaciones tienen también el inestimable valor de acercarnos a los propósitos e interpretaciones de Juan Ramón sobre la poesía ajena y sobre la propia. En este último sentido, me parece muy preciso el párrafo donde JRJ da su versión sobre la creación de Espacio, a mi juicio –y creo que también al de Octavio Paz– el poema más importante de la poesía española del pasado siglo:
Y no son los referentes a la propia obra los únicos hallazgos. Me ha gustado mucho, por ejemplo, encontrar una frase que yo utilizo sistemáticamente para explicar los problemas endémicos de la literatura española actual: “un poeta no puede escribir hoy un poema como a fines del XIX o comienzos del XX (…) volver a la forma tradicional es confesar que se carece forma propia.” (pp. 125-26). Cómo me alegra ver escrita una obviedad tan grande, una verdad tan irrefutable, por un autor de la talla de Juan Ramón, que para colmo no fue un poeta experimental y siempre se constituyó como un gran defensor de la tradición bien entendida (: aprendizaje sin imitación).
También aparece, por supuesto, el JRJ Mr. Hyde, malicioso y puntualmente cruel, que puede verse otros lugares como las transcripciones de Juan Guerrero Ruiz (Juan Ramón de viva voz) y en sus propios textos de Españoles de tres mundos. Sería poco honesto desconocer esta faceta del autor, o ignorarla, ya que (le) hizo mucho daño durante mucho tiempo, y quizá se lo siga haciendo. Pero junto a ese personaje severo y distante, hipocondríaco y egoísta, hay también y sin solución de continuidad con él una persona generosa que se dedicó durante muchos años a alentar, publicar, difundir y alabar el trabajo de los poetas más jóvenes, entre los que se encontraron casi todos los vates del grupo del 27. En estas páginas se recogen testimonios de Juan Ramón hablando con mucha generosidad de poetas mayores, como Machado o Rubén Darío, así como iniciativas de publicación de nuevos nombres, tanto españoles como puertorriqueños; también habla con admiración el moguereño de poetas más jóvenes como José Luis Hidalgo, Delmira Agustini o Pilar Paz Pasamar. Juan Ramón era, como hemos explicado en otro lugar, una persona que un día editaba un libro a Pedro Salinas y el siguiente insultaba a Cernuda sin miramientos. Podemos opinar mucho al respecto, pero los primeros libros publicados de varios de los poetas españoles más importantes del XX se deben a la acción directa y generosa de Juan Ramón, y eso es lo que permanece en los estantes[3]. Las palabras se las lleva el viento, los libros no. En este mismo sentido, habría que enfatizar igualmente la ejemplar generosidad de Ricardo Gullón, quien, a pesar del arduo, riguroso y exigente trabajo realizado, no duda en ningún momento en situarse en segundo plano, dejando en todo instante el máximo protagonismo al poeta. Sus apuntes sobre la isla y su ambiente contribuyen a entender mejor el contexto biográfico de Juan Ramón y Zenobia, y sus inteligentes opiniones literarias –con las que no hay que estar siempre de acuerdo, pero que son juiciosas y argumentadas– nos ayudan a situar históricamente los temas de las charlas con el autor de Animal de fondo.
Resumiendo, Conversaciones con Juan Ramón Jiménez es un libro imprescindible para conocer mejor la persona y la obra del poeta andaluz, y también, y por añadidura, un interesante fresco de la poesía española y latinoamericana de la época, vista con la distancia del exilio, a través de la inteligencia creadora de Juan Ramón y de la crítica de Ricardo Gullón. Un auténtico lujo que llevaba mucho tiempo inaccesible, ahora disponible para todos.
[Relación del crítico con la editorial: ninguna.
Relación con Rafael Courtoisie: ninguna.
Relación con Juan Ramón Jiménez y Ricardo Gullón: ninguna, para mi desgracia]
La Fundación BBVA y Sibila están reeditando, con el título de “Biblioteca de Poesía en Español”, volúmenes de gran interés de y sobre poesía hispanoamericana. Estos últimos días he leído Poesía y caracol (2008), del uruguayo Rafael Courtoisie, algunas de cuyas piezas me han interesado, y este otro libro –entiendo– fundamental para acercarse a la obra y la figura de Juan Ramón Jiménez, a mi juicio el poeta más sobresaliente, junto con Federico García Lorca, de la poesía española del siglo XX. Estas conversaciones, inaccesibles editorialmente durante décadas (creo que la última edición de Taurus era de 1958), suponen un rescate literario de gran importancia, como intentaremos explicar a continuación.
Mientras que la obra de Lorca está más o menos fijada y esclarecida, el gran problema de recepción de la obra de JRJ es siempre el mismo: la inaccesibilidad de su corpus, la imposibilidad de fijar el canon de una obra con decenas de variantes auténticas del mismo poema; problema tanto más grave si tenemos en cuenta que hablamos de un escritor prolífico, que legase miles de textos publicados e inéditos. En ese sentido, estas Conversaciones sostenidas con el profesor Ricardo Gullón (foto inferior) durante 1953 y 1954, casi al final de sus días, suponen un valioso texto para los historiadores e investigadores de la figura de JRJ, precisamente por el abundante material que contienen acerca de las preocupaciones del poeta sobre la publicación de su (im)posible “obra completa”. En cierto momento se habla de la conversación con los editores de Aguilar para publicarla en siete volúmentes, titulados: “Leyenda –verso-, Historia –prosa lírica-, Política –prosa crítica-, Ideología –aforismos-, Traducción -¡tantas versiones, miles de versiones como llevo hechas!-, Carta particular –sobre temas literarios, prólogos, entrevistas, etc.- y Complementos –los alrededores de mi obra”, dice el propio JRJ (p. 117). Algunos de estos volúmenes como Ideolojía (Anthropos), Música de otros (Galaxia Gutemberg, que sería Traducción) o Leyenda (Cupsa, 1978; Visor, 2009) han sido publicados, aunque sería difícil esclarecer si hubieran sido aprobados por la exigente y revisora pluma de Juan Ramón, siempre volcado en la rescritura y reconstrucción incesante de su trabajo. Frente a quienes piensan en JRJ como una persona soberbia y egolátricamente orgullosa de su obra, esa constante voluntad de pulimiento y mejora a mí me parece una prueba más bien de su humildad y de su clara conciencia de que todo es mejorable. A este respecto comentaba Monterroso en uno de los ensayos de La letra e: “T. S. Eliot, Julio Cortázar. Dos autores auténticamente modernos, en estas dos publicaciones de sus manuscritos que se llevan apenas más de una década y en las que se puede ver algo (nunca puede verse todo) de encarar eso que algunos llaman creación y que tal vez no sea sino un simple ordenamiento; su respeto, o su irrespeto, qué diablos, por la palabra escrita; o su humildad, finalmente, ante la inmensidad de un sí o de un no que a nadie le importa; de un párrafo que se conserva o que se suprime, las enormes minucias que diría Chesterton y que el lector, ese último beneficiario o perdedor invisible, apenas sospecha”. En efecto: tachar y corregir son muestras de humildad, rastros de la grandeza de un autor que, aun consciente de su valía o precisamente por esa consciencia, decide que su obra es un borrador perpetuo, un texto que jamás hallará la perfección. Es lo que Jordi Doce llamaba “la insatisfacción del deber cumplido”[1]; lo que Gamoneda quería decir al expresar que “el trabajo se inicia y fundamenta en la eliminación, en la tachadura (…) La tachadura crea el valor de ‘un no saber’; bajo la tachadura tendría que haber algo que desconozco y que conviene a la revelación”[2]; y lo que el propio JRJ expresaba así: “yo no soy quién para condenar por mal poeta a nadie. He escrito mal, mejor y bien; poco bueno. Prueba de que lo pienso así es que me corrijo constantemente. Nunca publico un poema sin algún cambio” (La corriente infinita). Esa voluntad de perfección, que para mí es un gesto de grandeza por lo que tiene de humildad, ha sido también –hay que reconocerlo– uno de los grandes impedimentos para la difusión cabal y completa de su obra. Por supuesto, prefiero esta actitud dispersa a la increíble y avara autoconciencia de, pongamos, un Jorge Guillén, dedicado en cuerpo y alma a fijar su corpus en su última época, para fabricarse a medida una posteridad cada vez más discutible.
Estas Conversaciones tienen también el inestimable valor de acercarnos a los propósitos e interpretaciones de Juan Ramón sobre la poesía ajena y sobre la propia. En este último sentido, me parece muy preciso el párrafo donde JRJ da su versión sobre la creación de Espacio, a mi juicio –y creo que también al de Octavio Paz– el poema más importante de la poesía española del pasado siglo:
-¿Conoce usted Miami? –me pregunta Juan Ramón–. Es un arrecife de coral que se presenta como una línea horizontal, recta. Pues bien: esa línea y ese paisaje me hicieron concebir según es el poema Espacio, en cuya revisión estoy trabajando. El poema quiere ser también algo de horizontes ilimitados, sin obstáculos; dar la impresión de que podría seguir sin fin, continuamente. (pp. 120-21).
Y no son los referentes a la propia obra los únicos hallazgos. Me ha gustado mucho, por ejemplo, encontrar una frase que yo utilizo sistemáticamente para explicar los problemas endémicos de la literatura española actual: “un poeta no puede escribir hoy un poema como a fines del XIX o comienzos del XX (…) volver a la forma tradicional es confesar que se carece forma propia.” (pp. 125-26). Cómo me alegra ver escrita una obviedad tan grande, una verdad tan irrefutable, por un autor de la talla de Juan Ramón, que para colmo no fue un poeta experimental y siempre se constituyó como un gran defensor de la tradición bien entendida (: aprendizaje sin imitación).
También aparece, por supuesto, el JRJ Mr. Hyde, malicioso y puntualmente cruel, que puede verse otros lugares como las transcripciones de Juan Guerrero Ruiz (Juan Ramón de viva voz) y en sus propios textos de Españoles de tres mundos. Sería poco honesto desconocer esta faceta del autor, o ignorarla, ya que (le) hizo mucho daño durante mucho tiempo, y quizá se lo siga haciendo. Pero junto a ese personaje severo y distante, hipocondríaco y egoísta, hay también y sin solución de continuidad con él una persona generosa que se dedicó durante muchos años a alentar, publicar, difundir y alabar el trabajo de los poetas más jóvenes, entre los que se encontraron casi todos los vates del grupo del 27. En estas páginas se recogen testimonios de Juan Ramón hablando con mucha generosidad de poetas mayores, como Machado o Rubén Darío, así como iniciativas de publicación de nuevos nombres, tanto españoles como puertorriqueños; también habla con admiración el moguereño de poetas más jóvenes como José Luis Hidalgo, Delmira Agustini o Pilar Paz Pasamar. Juan Ramón era, como hemos explicado en otro lugar, una persona que un día editaba un libro a Pedro Salinas y el siguiente insultaba a Cernuda sin miramientos. Podemos opinar mucho al respecto, pero los primeros libros publicados de varios de los poetas españoles más importantes del XX se deben a la acción directa y generosa de Juan Ramón, y eso es lo que permanece en los estantes[3]. Las palabras se las lleva el viento, los libros no. En este mismo sentido, habría que enfatizar igualmente la ejemplar generosidad de Ricardo Gullón, quien, a pesar del arduo, riguroso y exigente trabajo realizado, no duda en ningún momento en situarse en segundo plano, dejando en todo instante el máximo protagonismo al poeta. Sus apuntes sobre la isla y su ambiente contribuyen a entender mejor el contexto biográfico de Juan Ramón y Zenobia, y sus inteligentes opiniones literarias –con las que no hay que estar siempre de acuerdo, pero que son juiciosas y argumentadas– nos ayudan a situar históricamente los temas de las charlas con el autor de Animal de fondo.
Resumiendo, Conversaciones con Juan Ramón Jiménez es un libro imprescindible para conocer mejor la persona y la obra del poeta andaluz, y también, y por añadidura, un interesante fresco de la poesía española y latinoamericana de la época, vista con la distancia del exilio, a través de la inteligencia creadora de Juan Ramón y de la crítica de Ricardo Gullón. Un auténtico lujo que llevaba mucho tiempo inaccesible, ahora disponible para todos.
[Relación del crítico con la editorial: ninguna.
Relación con Rafael Courtoisie: ninguna.
Relación con Juan Ramón Jiménez y Ricardo Gullón: ninguna, para mi desgracia]
Notas
[1] Jordi Doce, Hormigas blancas; Bartleby Editores, Madrid, 2005, p. 77.
[2] Antonio Gamoneda, Reescritura; Abada, Madrid, 2004, p. 6.
[3] El propio Gullón se solaza al final del volumen comentando un ejemplo: “En la Biblioteca de la Universidad se conserva un ejemplar de este libro [habla de Unidad y diversidad, de Cernuda], cuya dedicatoria dice: ‘A Juan Ramón Jiménez, el autor de Poesía, Belleza, Unidad, al poeta que me alentó en mis comienzos y que alentó a mis compañeros de generación, y cuya fuerza y delicadeza yo no olvidaré nunca’. Y firma: Luis Cernuda” (p. 148). La cursiva es mía.
[1] Jordi Doce, Hormigas blancas; Bartleby Editores, Madrid, 2005, p. 77.
[2] Antonio Gamoneda, Reescritura; Abada, Madrid, 2004, p. 6.
[3] El propio Gullón se solaza al final del volumen comentando un ejemplo: “En la Biblioteca de la Universidad se conserva un ejemplar de este libro [habla de Unidad y diversidad, de Cernuda], cuya dedicatoria dice: ‘A Juan Ramón Jiménez, el autor de Poesía, Belleza, Unidad, al poeta que me alentó en mis comienzos y que alentó a mis compañeros de generación, y cuya fuerza y delicadeza yo no olvidaré nunca’. Y firma: Luis Cernuda” (p. 148). La cursiva es mía.
Me ha sorprendido gratamente esta entrada,buscaré el libro.
ResponderEliminarInteresante este libro.
ResponderEliminarYO visité la casa museo de JRJ. Me gustó mucho escucharle allí leer sus poemas.
"Espacio" es tremendo.
Tango sus obras completas, bueno no son completas ya lo sé.
Un saludo.
Yo también soy humilde, pero con aplastantes motivos.
ResponderEliminarGracias por la reseña y un saludo.
es que juanra es la ostia.
ResponderEliminarlo de la corrección es un vicio, no sé si onubense, pero un vicio mu rico.
un abrazo.
Aforismos de "Ideolojía":
ResponderEliminar3371: "NO corrijo pájina ni libro, corrijo obra".
3376: "CONSIDERO la obra poética como un mar. Aunque la ola, la palabra se modifiquen y cambien a cada instante, el mar, la bra son los mismos siempre y se contienen en ellos poor completo".
Qué bueno volver aquí,
Un abrazo, Vicente.
Un fuerte abrazo, Sergi.
ResponderEliminar