Rafael Pinedo, Plop; Salto de Página, Madrid, 2011
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Llego al argentino Rafael Pinedo y su obra cuando tantos otros ya han llegado, pero da igual: lo importante es llegar a él, cuando sea posible. He leído de un tirón, sin respirar, Plop y Frío (Salto de Página, 2011), la primera recuperada por Salto de Página después de una edición cubana en 2003 y una argentina en 2004, y la segunda presentada al público por vez primera. Frío me ha parecido interesante, pero mucho menos que Plop, que tiene ya aires de clásico contemporáneo.
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Plop (2004) es una novela asombrosa, con la que Rafael Pinedo (fallecido tempranamente en 2006), unía dos tradiciones narrativas frecuentes en América Latina: la novela de dictadores, que popularizase el boom, y la distopía política. Su tono despojado, su potencia expresiva y la fría y notarial crueldad con que describe la maldad ínsita al ser humano la convierten en una obra terrible y compacta, hermosa en su dureza, llamada a superar el paso del tiempo. Edmundo Paz Soldán ha escrito sobre esta prosa, con acierto, que
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El propio Pinedo relacionó Plop con París, de Levrero; a Paz Soldán le recuerda más bien a Mad Max y a The Road de Cormac McCarthy; Elvira Navarro, en su prólogo a Frío, parangona las obras de Pinedo con Albert Camus y con Proyectos de pasado de Ana Blandiana. Nosotros, sin negar ninguno de esos posibles parentescos, haremos otra asociación.
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Recordemos otra fantástica novela postapocalíptica, La tierra permanece (1951), de George R. Stewart. A su término, el anciano protagonista se ve a sí mismo como el postrer residuo de la civilización: es ya el último hombre sobre la tierra capaz de leer, capaz de entender el funcionamiento de las máquinas, el único que atesora aún ciertos conocimientos de la ciencia y las humanidades. A su alrededor, ya próximo el momento de la muerte, sólo puede contemplar nuevas generaciones de hombres caracterizados por su brutalidad y su primitivismo, auténticos salvajes, pero innegablemente aptos para sobrevivir en la realidad postsocial que la novela retrata: un nuevo mundo sin medicamentos, sin herramientas complejas, sin escritura ni electricidad. Pues bien, Plop parte de una situación similar, aunque habrían pasado bastantes decenas o puede que cientos de años, y el final de la sociedad conocida parece haber venido de un desastre nuclear, y no de un virus letal, como en el relato narrado por Stewart. El paisaje del mundo donde nace Plop es pesadillesco y abominable: enormes extensiones de barro radioactivo, basura y restos metálicos, poblados apenas por ratas, insectos y algunos gatos, que constituyen la única fuente de alimentación de los humanos supervivientes. Humanos crueles, terribles, pero cuyo atavismo parece ser la única garantía de supervivencia. Plop va enriqueciendo su vertiente distópica con la crítica política cuando describe el modo en que Plop, el chico que recibió ese nombre por el sonido que hizo al caer en el fango, comienza a escalar puestos en la simple e hiperjerarquizada escala social, construida por la ley del más fuerte. La creación literaria de esta colectividad hobbesiana y la aguda descripción simbólica del nacimiento del terror dictatorial son los puntos álgidos de una novela que no tiene puntos débiles, que parece haberse construido a base de hierro, sufrimiento y cuchillo, como sus protagonistas; un relato amargo que no tiene fisuras porque las fisuras son grietas por las que cabe una hoja afilada de metal y ni Plop ni sus secuaces pueden permitirse la debilidad. Ellos son animales humanos, agresivos y crueles por instinto, caracterizados por un elemento que también tiene su vertiente intelectual y política en nuestros días: son individuos a los que ha abandonado la razón. No la razón en su sentido de cordura mental, sino en el de pensamiento racional. Los personajes de Plop han olvidado la causa de que nazcan los niños, el origen de las enfermedades, la medicina, la lógica deductiva, y malviven amparados en el fatalismo, en la abominación del día siguiente, en la aceptación acrítica del dato. Ni siquiera cabe la superstición (dejando aparte la aparición anecdótica de un lábil Mesías), porque la superstición implicaría la existencia posible de otra realidad, de otras dimensiones. Para los habitantes del asentamiento no hay otra metafísica que la del siguiente cuerpo que van a devorar, o penetrar, o ambas cosas. Plop es un libro desesperanzado, sobrecogedor, doloroso como una flor azul en un basurero. Plop es horrible y necesaria. Plop es una pesadilla intolerable, porque nos retrata como especie con una precisión devastadora, hermosa, gélida.
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[Relación con el autor y la editorial: ninguna]
[1] E. Paz Soldán, “Rafael Pinedo después del fin”, La Tercera, 15/07/2011, accesible en http://www.elboomeran.com/blog-post/117/11042/edmundo-paz-soldan/rafael-pinedo-despues-del-fin/.
Sumo otra asociación literaria: Runa de Fogwill. Muy buena nota, amigo.
ResponderEliminarGracias por la pista, Juan. Abrazos
ResponderEliminarHola Vicente. El género (o sub-género) de las novelas post-apocalípticas es fascinante. Podrías recomendar alguna que te haya gustado, aparte de Plop?
ResponderEliminarAmén de "La tierra permanece", de Stewart, me gustan mucho las que componen la tetratología de J. G. Ballard sobre el tema, así como "Zombie" (2010), del peruano Mike Wilson, "Espejo negro" de Arno Schmidt, "The road" de Cormac McCarthy, y "Cero absoluto" de Javier Fernández. En mi libro de cuentos "Subterráneos" incluí una pequeña nouvelle de este género, titulada "Psiquia". Espero haberte dado alguna pista de interés. Cordiales saludos.
ResponderEliminarHe tomado prestada esta relación de títulos de la blogosfera. No la suscribo en su totalidad pero quizá al anónimo interesado en este género le sirva de ayuda. Yo, curiosamente, suelo ser optimista y creo en el ser humano (aunque según parece no está de moda hacer afirmaciones de esta naturaleza) así que me tocan un poco la moral las novelas en las que todo es oscuro y tétrico y pestilente y el ser humano da asco (me parecen enfoques demasiado arquetípicos). Está claro que lo que más vende es echarnos mierda encima. Ahora vivimos mucho mejor que en no pocos períodos anteriores de nuestra historia y quién sabe si en un futuro más o menos lejano viviremos en un mundo más perfecto. O no. Como suelo decir, un post solamente da para exponer una idea de manera también arquetípica y vaga lo cual puede llevar a alguna malinterpretación. Un saludo.
ResponderEliminarSoy Leyenda de Richard Matheson
La Tierra permanece de George R. Stewart
La Plaga Roja de Jack London
El libro del día del juicio final de Connie Willis
El cartero de David Brin
1984 de George Orwell
Fahrenheit 451 de Ray Bradbury
El hombre en el castillo de Philip K. Dick
Las torres del olvido de George Turner
La carretera de Cormac McCarthy
El día de los trífidos de John Wyndhan
Las crisálidas de John Wyndhan
Kraken acecha de John Wyndhan
Malevil de Robert Merle
Apocalipsis de Stephen King
Cell de Stephen King
La niebla de Stephen King
El planeta de los simios de Pierre Boulle
Un mundo feliz de Aldous Huxley
El tiempo de los señores halcones de Michael Moorcock
Mecanoscrito del segundo origen de Manuel de Pedrolo
Gracias por la aportación, Francisco, aunque muchas de las que citas son distopías, no obras postapocalípticas. Comparto tu optimismo antropológico, pero me encanta literariamente el género. Sorry. Saludos.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con la puntualización, Vicente. También entiendo perfectamente que te pueda gustar el género. A mí sinceramente (y a pesar de lo expuesto anteriormente) también me gusta aunque me guste menos hablar de géneros (no porque no crea en su existencia acerca de la cual existen pruebas evidentes) sino porque, al hacerlo, a veces tengo la impresión de que ello me sitúa en una especie de atalaya desde la que pierdo la visión visceralmente objetiva de la obra. En resumen, que prefiero hablar de libros y no de géneros, tanto para lo bueno como para lo malo. Mi crítica no iba tanto dirigida al género sino más bien a esa especie de manía que tenemos últimamente los de nuestra especie (y que opino que muchos artistas están amortizando al máximo) consistente en poner el acento única y exclusivamente en lo que tenemos de deleznable, cuando, precisamente, esos que tienen una visión tan negativa del hombre, en la mayor parte de los casos (y como acostumbra a decir mi madre) podrían llorar con un ojo o darse con un canto en los dientes. No sé si queda aclarado, Vicente, pero, en cualquier caso, me gusta pensar que, a pesar de todas las cosas horribles que pasan en este mundo, es cierto eso que decía Chris Martin en una preciosa canción: We live in a beautiful world. De todos modos, al final es una simple cuestión de atalayas.
ResponderEliminarSoy el anónimo de antes; me llamo Mario. Muchas gracias a los dos. Tomo nota de vuestras recomendaciones, y me permito añadir una que creo os puede gustar: Dr. Bloodmoney, de Philip K. Dick. Es una novela olvidada.Yo llegué a ella gracias a Bolaño. No estoy muy seguro, porque no sé muy bien cuándo un libro alcanza ese estatus, pero a mi entender es una obra maestra.
ResponderEliminarMario
Gracias, Mario y Francisco, saludos
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