Mario
Cuenca, Los hemisferios; Seix Barral,
Barcelona, 2014.
El metal de su vida es como todos.
Y es igual aquél óxido,
y aquella rigidez en la mandíbula.
Si aún no se lo cree, haga la prueba.
Vuele al otro hemisferio.
Mario Cuenca, Todos los miedos
(2005)
He leído que un filósofo llamado
Petrón mantenía la opinión de que existían varios mundos tocándose los unos a
los otros en figura triangular equilátera, en cuyo centro, según decía, se
hallaba la morada de la Verdad, y allí habitaban las Palabras, las Ideas, los
Ejemplos y representaciones de todas las cosas pasadas y futuras, rodeadas por
el Siglo. Y en ciertos años, con largos intervalos, parte de ellas caían sobre
los humanos como catarros y como cayó el rocío sobre el vellón de Gedeón; otra
parte quedaba allí en reserva para el porvenir, hasta la consumación de los
tiempos.
François Rabelais, Gargantúa y Pantagruel
Lo
que sigue no es una “reseña” de Los
hemisferios. Prefiero hablar de la novela en diversos lugares, atendiendo a
aspectos concretos de la misma; además, si usted ha llegado hasta aquí es
porque busca un acercamiento a la novela, algunas pistas que le orienten
respecto a qué puede encontrar en ella. Prefiero hacer esto último, pues nos
referimos de una novela tan densa y variada que su exégesis global invita más
al artículo de corte académico que a una recensión breve, que amputaría la
mayoría de sus aspectos narrativos, filosóficos o psicológicos.
Los hemisferios es una novela baudelaireana, de correspondencias
simbólicas y míticas entre sus dos partes, tituladas “La novela de Gabriel” y “La
novela de María Levi”, que tienen algunas diferencias estilísticas –si bien no tantas
como sugiere la contraportada–. La historia global o común de la obra cuenta de
dos formas diferentes los similares acontecimientos y ansias que sacuden a dos
arquetipos. El primero es representado por Gabriel en ambas novelas; el segundo
está compartido por los tuertos Hubert Mairet-Levi en la primera y su claro
trasunto Marie Levi en la segunda (lo que pudiera ser un guiño al Orlando de Virginia Woolf, que también
vive a través de los tiempos con sexos diferentes). En consecuencia, es necesario
enfatizar que no se trata de la misma historia contada por dos personajes
(lo que remitiría a otros modelos como Durrell o Faulkner), sino dos
arquetipos repitiendo papeles en dos historias distintas, que tienen “lugar” en
dos espacio-tiempos distintos, conectados en algunos puntos (vgr., p. 45: “un
colapso del presente y el pasado (…) el zumbido de la realidad saliéndose de su
goznes”). Como en algunas teorías astrofísicas, Cuenca utiliza la hipótesis de dos
mundos paralelos que se tocan en algunos “agujeros de gusano” narrativos, lo
que nos remite a ciertos relatos de Borges u otras obras de literatura fantástica
o de ciencia-ficción (The Legion of Time,
de Jack Williamson; Eye in the Sky o Valis, de Philip K. Dick, o El mundo en la era de Varick, de Andrés
Ibáñez), por no citar a la serie Fringe,
cuyas últimas temporadas semejan en parte la construcción de Los hemisferios. En algún momento el
autor parece indicar esta posibilidad de mundos paralelos: “O tal vez esté en
ambos lugares a la vez, en una bilocación. Tal vez esté en dos tiempos que
aspiran a ser un mismo tiempo y que a veces, cuando se rozan, escupen esquirlas
de metal incandescente” (p. 111, véase también 130 y 192). Algunos detalles,
como un cuadro basado en la Sagrada
familia de Gaudí, son claves para entender la comunicación entre ambos
espacio-tiempos.
Mientras
que el narrador de la primera parte es Gabriel, un escritor que cuenta sus
experiencias tras conocer a una mujer de corte mítico, la narradora de la
segunda novela es más difícil de describir. Quizá se da una pista en la primera
parte, cuando en la página 111 se habla de “una proyección de su propia culpa,
su materia doliente derramada desde un proyector de la conciencia”. Marie
parece estar instalada en una especie de limbo (puede ser la muerte, la
inconsciencia del coma o simplemente otra dimensión posthumana donde la vida sólo tiene lugar como manifestación de la
conciencia post-corporal; me inclino por esta última posibilidad). El problema
es que Los hemisferios parece
aquejada de lo que Ricardo Menéndez Salmón describía como “mal de los
constructores” en uno de los relatos de Gritar
(Lengua de Trapo, 2007): las deficiencias que procura la búsqueda de la
perfección a cualquier precio, que puede derivar en malformaciones indeseadas e
insospechadas. En este sentido, da la impresión de que la segunda novela ha
sido “estirada” sólo para coincidir en número de páginas y número de capítulos
con la primera. Mientras que “La novela de Gabriel” está perfectamente
compensada y construida, manteniendo un altísimo interés y enorme calidad a lo
largo de 270 páginas, “La novela de María Levi” se levanta sobre una estructura
muy monótona, alternando escenas del presente y el pasado por turnos, y su
contenido es a veces sobrante y repetitivo, alargando multitud de escenas que
no siempre añaden algo sustantivo, por lo que a ratos se nutre de relleno especular. La lectura se hace pesada en esta segunda parte, a lo
que se suma cierta sensación de déjà-vu
respecto a personajes e historia. En mi discutible y personal juicio, “La
novela de Marie Levi”, que tiene una narradora formidable desde el punto de
vista constructivo, hubiese funcionado igual o mejor con la mitad de capítulos
y páginas.
En
otros lugares desarrollaremos otras cuestiones que abre la novela, entre ellos:
los aspectos míticos de los personajes; su posible adecuación al marco narrativo
conceptual de Le récit spéculaire (1977)
de Lucien Dällenbach; el uso de estructuras abismáticas a partir de espacios “concéntricos”
(p. 54), que se transmutarían en otros tantos niveles estructurales: la
narrativa de las películas filmadas por los personajes, la narrativa de los
acontecimientos de cada una de las novelas y el “Supremo Montaje” que
englobaría ambas. También podría abordarse su composición fragmentaria, que la
une a Boxeo sobre hielo (2007), la
primera novela de Cuenca; la excesiva dependencia de la historia respecto de
modelos anteriores, como el Vértigo de
Hitchcock, y su vínculo con otras remediaciones contemporáneas; la sugerente
definición de los personajes como revenants,
que tiene en francés dos
significados: “fantasma”, o aparecido, y “resucitado” o reaparecido, y las posibles reminiscencias de Solaris en la obra. O la posible adscripción estética a lo que José
Luis Molinuevo ha denominado tecnorromanticismo,
ya que la novela de Cuenca es decididamente postromántica: personajes
desgarrados, movidos por un destino del que no pueden escapar; ligazón esteticista
de amor y muerte; solipsismo; adecuación de la naturaleza al estado de ánimo de
los personajes (p. 434); dobles y sujetos divididos; sublimes geográficos;
construcción como “espiral de espirales” según la expresión de Schlegel[1]; existencia
de fuerzas y conexiones ocultas entre todas las cosas, etcétera. Incluso hay
menciones literales: “ella interpreta un personaje escapado de una novela
romántica (…) una versión punk de las mujeres que podría haber adorado Novalis,
o Byron” (p. 117), describiendo después sin citarla la característica estampa
del Caminante sobre el mar de nubes (David
Caspar Friedrich, 1818).
Hay
muchas novelas dentro de esta ambiciosa novela de Cuenca, cuyos defectos se
deben más a un exceso de ambición que a un defecto de talento. No hay esto último,
pues Cuenca es uno de los narradores españoles actuales más capacitados, de
cualquier edad. Termino con una reflexión que abre otra dimensión de Los hemisferios. Hemos dicho más arriba que
la novela de Cuenca es baudelaireana, pero también es nietzscheana, en un nivel
muy profundo y esencial: “Todo esto duró mucho tiempo, o poco tiempo: pues,
hablando propiamente, para tales cosas no existe en la tierra tiempo
alguno” (Así habló Zaratustra; Alianza, Madrid, 1994, p. 432). La página
178 de Los hemisferios, si se relee después de
terminar el libro,
ayuda a clarificar la novela y la circularidad del tiempo de la misma. En
esta página se lee que Hubert “le habla a Gabriel sobre círculos, sobre el
círculo del tiempo, sobre el tiempo circular, sobre el Apocalipsis, sus manos y
su rostro bañados por el resplandor de los monitores. Dice que así será el
tiempo posterior al Apocalipsis, un anillo, un circuito cerrado de vídeo, un
bucle silencioso, en mitad de un desierto. Dice que el tiempo del fin del mundo
será como una pantalla alzada sobre
las dunas en la que proyectarán -¿quién, si ya no habrá seres
humanos para hacerlo?- una rueda de imágenes tan hermosa como la que ahora él
manipula sobre su mesa de edición (…) Qué será la muerte sobre una pantalla
cuando ya no quede nadie para apreciar su hermosura. El cine, después de la
extinción del último ser humano, qué será” (subrayado nuestro). Compárese con
la última página de la novela, donde los posthumanos “avanzan como sonámbulos
en dirección a una gigantesca pantalla sobre dos postes clavados en la nieve”
(p. 536). El motivo por el que el “eterno retorno de lo idéntico” no queda del
todo explicitado en Los hemisferios es el mismo por el que tampoco se
detalla completamente en Así
habló Zaratustra: “Esta idea es más bien aludida que realmente
desarrollada. Nietzsche tiene casi miedo de expresarla. El centro de su
pensamiento rehúye la palabra” (E. Fink, citado en el prólogo de Andrés Sánchez
Pascual a Nietzsche, op. cit., p. 23). Sería terrible para los protagonistas, y
quizá también para el escritor, constatar que todo va a tener lugar otra vez,
que la mujer A o Primera Mujer va a reencarnarse continuamente, y que Gabriel y
Hubert/Marie van a perderla siempre, van a amarla siempre sin llegar a poseerla
nunca, van a intentar salvarla sin llegar jamás a lograrlo: “piensa que tal vez
el objeto de su deseo tenga la potencia de regresar a la vida en un circuito
perpetuo, cuántas veces a lo largo de la historia. Cuántas veces habrán amado,
compartido y extraviado a la misma mujer” (Los hemisferios, p.
179; otros puntos de contacto con el libro de Nietzsche son los sueños
simbólicos, las tarántulas, las transformaciones y la resurrección del episodio
“La fiesta del asno”). La conclusión es que las criaturas que se dirigen hacia
la pantalla alzada en la nieve, en la última página de la novela, son en
realidad posthumanas (véase p. 287), de incorporeidad simbolizada por su
carencia de ombligo, mentes liberadas de la ascendencia y el cuerpo que
sobreviven más allá del fin del tiempo, canalizando el “incesante parloteo” de
su conciencia (p. 289) y que contemplan en esa pantalla el cine/arte del futuro
(p. 178), configurado como un simple “chorro de luz aún más pálido” (p. 536).
No sé si con eso intenta decir Cuenca, desde una postura idealista, que la
conciencia y el arte son las dos únicas manifestaciones humanas dignas de
supervivencia y que lograrán atravesar, como la luz de las estrellas muertas
(p. 286), la distancia que existirá cuando nosotros ya no existamos.
[Relación con el autor: amistad. Relación con la editorial: es una de las editoriales donde publico mis libros]
[1] Cf. Jean-Luc Nancy y Philiphe Lacoue-Labarthe, El absoluto literario. Teoría de la literatura del romanticismo alemán;
Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2012, p. 519.
Estupendo. Había cosas que ni siquiera he olido, como la lectura tecnorromántica - con todo lo que implica - y la fijación respecto a Nietzsche, que si bien he adivinado en la teorización de Marie-Levi en cuanto al nacimiento de 'la nueva mujer' no he visto en la repetición de la historia. Por último, esperaba que comentases algo en relación a Foucault (también presente en 'Boxeo sobre hielo') o la revisión que Sandoval hace del discurso europeo cuando retoma la 'anti-guía de las ciudades europeas' adaptándola al conflicto civilización vs. barbarie (barbarie vs. barbarie) en la banlieue.
ResponderEliminarHola, Paulo. Hay muchas cosas que no he comentado porque la novela es densa y llena de facetas. Hay muchos filósofos en esta novela, aunque ahora mismo no recuerdo dónde se cita a Foucault o salen sus teorías en la novela. Respecto a lo de Europa, Cuenca sigue una tendencia muy habitual en la literatura última, como es cuestionar el "sueño europeo". Te pongo algunos ejemplos, algunos seguro que los conoces:
ResponderEliminar“Europa está jodida”; Germán Sierra, Intente usar otras palabras; Mondadori, Barcelona, 2009, p. 263. “(…) lo que nos dice la foto es que las cosas siguen igual, más glamour y todo eso, pero básicamente lo que dice esa foto es que en Europa mandan la Reina de Inglaterra y el jodido de Napoleón y su Josefina”; M. Vilas, Aire Nuestro; Alfaguara, Madrid, 2009, p. 74. “Nada del espíritu del Cabaret Voltaire, nada del Lenin de antes de la revolución, sólo rastros del pasado, como en las otras ciudades de este continente muerto que es Europa”; Carlos Gámez, Artefactos; Sloper, Palma de Mallorca, 2012, p. 85.
Y recuerda la aguda lectura de los sucesos de la banlieu presente en "Mujeres que dicen adiós con la mano", de Diego Doncel (DVD Ediciones, 2010).
Abrazos y gracias por tu comentario.
Sí, la novela tiene mucha miga y creo que has acertado en hacer un análisis académico porque de reseñarla como novela - como producto cultural y de entretenimiento - los problemas que mencionas respecto a la falta de solidez en la segunda parte hubiesen sido más difíciles de eludir.
ResponderEliminarFoucault aparece en la novela, recuerda que tanto Gabriel como Marie asisten a sus clases y es de los pocos personajes con cierta edad que se salva de esa ira hacia la generación anterior de la que los protagonistas hacen gala. Por otro lado, la idea de una violencia estructural frente a la que se responde mediante la violencia física e irracional (con la que parece que Cuenca Sandoval simpatiza) esta presente tanto en 'Los hemisferios' como en 'Boxeo sobre hielo'. Tal vez este tratamiento de la violencia estructural debería atribuirse a Althusser o Marcuse. Pero la recuperación de la crítica a las instituciones del estado (los centros psiquiátricos están presentes en ambas novelas) creo que da pié a que Foucault tenga un lugar central en el tratamiento que Cuenca Sandoval hace de la violencia estructural.
Saludos y gracias por las recomendaciones.
Tu lectura tiene mucho sentido, Paulo. Pero sabiendo que Cuenca es profesor de filosofía, imagino que sus referencias en cuanto a la crítica institucional y pueden ir mucho más allá de Foucault. Incluso el determinismo violento y atómico de Demócrito y Lucrecio pueden estar detrás. Para Cuenca, en mi opinión, el Estado es un constructo impuesto desde su nacimiento. Pero está claro que tienes razón en lo tocante a las instituciones psiquiátricas, objetivo claro de Foucault. Gracias por tu aportación y un abrazo.
ResponderEliminarCoincido. La novela de Gabriel es muy superior a la novela de Marie Levi, increíblemente monótona. El tema de la automutilación, a base de repetirse tanto, a mí se me hace inverosímil y pierde cualquier posible. Si la novela se hubiera quedado en 250 páginas habría estado mucho mejor. Ese prurito de simetría la ha echado a perder.
ResponderEliminarHombre, eso de "echado a perder"... Me sigue pareciendo una novela estupenda, que tiene problemas de continuidad, pero que sigue siendo un hallazgo. Saludos y gracias por su opinión.
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