José Antonio
Llera, Transporte de animales vivos;
Aristas Martínez, Badajoz, 2013. Cuando me asomé hace tiempo al ensayo de José Antonio
Llera Rostros de la locura. Cervantes,
Goya, Wiseman (Abada, 2012), me sorprendió esta frase de la primera página:
“Los ojos furiosos de Medea en el óleo de Delacroix brillan más afilados que la
daga que empuña”. En aquel momento pensé que la frase parecía un verso, y la
impresión se corrobora hoy tras leer este poemario de Llera, cuajado también de
brillantes imágenes en prosa. La obra de Llera, que es muy personal pero a la
vez recuerda a prosas hipnóticas como las de los Tres poemas de Ashbery o el Libro
de los venenos de Gamoneda, tiene un potente lado salmódico que hunde sus
raíces en el inconsciente, aunque sin caer en lo onírico más que en momentos
muy puntuales (“Sueño”, p. 63). Es una poesía impura, donde referencias a
clásicos de la literatura en varias lenguas (Llera es profesor de Literatura
Comparada) se mezclan con plásticos y cámaras de fotos, en una mezcla afterpop que, no obstante, tiene más
tensión hacia el sublime estético que hacia lo popular, sin olvidarlo: “Estás
aturdido, poeta. Para no desplomarte apoyas el cuerpo en los contenedores y
acaricias las pérgolas de acero. / Si la Verdad te ignora como esa dama a quien
quieres tocar los pechos en las verbenas, si la naranja metafísica se convierte
en zanahoria y tu sueño trafica con el plomo, prepara el torniquete o mézclate
entre la multitud que espera su turno en el photo-call”
(pp. 46-47).
Juan Bonilla, Una manada de ñus; Pre-Textos, Valencia, 2013. Nuevo volumen de los relatos de Juan Bonilla (Jerez,
1966), uno de los escritores españoles mejor dotados para el género. A diferencia
de otros títulos del autor en que los relatos eran más independientes, Una manada de ñus muestra cierta
cohencia interior: todos los cuentos están ubicados en un eje temporal próximo
al de la infancia y adolescencia de Bonilla, y a su entorno geográfico (Jerez
de la Frontera, Cádiz), lo que unido a la nomenclatura de de los distintos narradores
parece indicar que Bonilla ha regresado a la autoficción. Decimos “regresado”
porque Bonilla lleva utilizándola desde hace 20 años, desde la aparición de su
primer libro de prosas, Veinticinco años
de éxitos (La Carbonería,1993), y si bien la autoficción es hoy en día una
plaga en las letras españolas, hay que recordar que Bonilla fue uno de sus
primeros y más habituales practicantes. En consecuencia, su uso no responde a
las modas sino a una coherencia estética sostenida durante dos décadas, pues
también la ha utilizado en otros libros intermedios. De hecho, Una manada de ñus puede ser, a mi juicio
–y conozco la bien la obra del jerezano– el libro más autobiográfico y
“confesional” de Bonilla, algo extraño en alguien que ha utilizado el género
autoficcional para esconder más que
para mostrar la anécdota biográfica real. A destacar los relatos “Cuidados
paliativos”, “El sol de Andalucía embotellado” y “Justicia poética”; en este
último se hace un ingenioso rescate (y una justa vindicación) del poeta José
María Fonollosa.
La
estética de Edgardo Dobry muestra en
Contratiempo
(Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2013), algunos puntos comunes con los
expuestos arriba para Llera: erudición mezclada con referencias cotidianas,
incluso chocarreras, como los titulares de un diario deportivo, sabia mezcla
alto/bajo/cultural, menciones a otras lenguas (de las que Dobry es traductor
profesional), etcétera. La poética de Dobry, una de las más interesantes de la
actualidad, como ya dijimos en este mismo blog (aquí y aquí), ha
pasado de cierto intelectualismo sustentado en el extrañamiento metafísico a un
“extrañamiento próximo”, lo que significa que el personaje muestra su perplejidad
ante todo lo que le rodea y se ampara parcialmente en la cultura para
orientarse, sin conseguirlo. A pesar de esa evolución, señalada también por Raúl Zurita en la
contraportada, hay líneas o afinidades entre las dos estéticas, como es
natural: “era toda nuestra mitología / en una ciudad sin más historia / que una
decrépita promesa de futuro” (El lago de
los botes, 2005); “Bronceado de mitología / vuelve de la biblioteca // y
ahora sabe que se puede / caer al cielo como a un pozo” (Contratiempo, p. 23). Y una preocupación objetual que ya estaba en
poemarios anteriores (“Las cosas / escuchan, cuántas veces lo habré dicho”, p.
90). El resultado es un poemario nervioso, que reproduce los contratiempos
vitales con contrapuntos antisublimes; un libro a ratos punzante cuya lectura
no deja indiferente al lector.
Como aire fresco y saludable novedad en el mundo del
relato breve podemos definir Los monos insomnes (Chiado Editorial,
2013), de José Óscar López
(Murcia, 1973). Imaginación disparatada, desparpajo narrativo, humor y apuntes
líricos, detalles de ingenio y finura expresiva coinciden en estos cuentos
disímiles, extraños, donde perlas de poesía y brochazos sexuales, ciencia
ficción y realismo descarnado conviven sin ningún problema, unidos por la
singular mirada de su autor. Si “John Holmes y el nuevo mundo” puede recordar a
“Johana Silvestri” de Bolaño (Llamadas
telefónicas), “Variaciones del fin del mundo” nos trae a la memoria Ruido de fondo de Don DeLillo, y el extraordinario
relato “El universo es un jardín a nuestro paso”, pleno de imágenes memorables,
puede resucitar al mejor Stanislaw Lem. Un volumen desconcertante, con alguna
caída (“El mal, la brevedad”), pero que el lector lamenta terminar, porque
pocos autores como López tan indicados para llevarle a uno a lugares que no
imaginaba que existieran y que agradece que hayan sido inventados.
Robert Bringhurst, La belleza de las armas; Kriller71 Ediciones, Barcelona, 2013.
No
conocía la poesía del estadounidense Bringhurst (Los Ángeles, 1946), y debo
decir que ha sido una grata sorpresa. Como sus paisanos Eliot Weinberger o
Susan Sontag, Bringhurst es una persona preocupada por las más diversas
culturas y los más distintos saberes; pero el poeta añade una encomiable
voluntad de aprender lenguas, tanto las más habladas (inglés, chino, español, árabe),
como lenguas muertas y otras insospechadas (navajo, cree, la lengua de Haida
Gwaii), cuya cultura oral intenta preservar y, a su manera, reconstruir en
ocasiones mediante la palabra poética. Su perspectiva antropológica y su
inaciable inquietud convierten esta antología, seleccionada por él mismo,
notablemente traducida por Aníbal Cristobo y Marta del Pozo y bien prologada
por Nacho Fernández R., en una suerte de excavación arqueológica (de “arqueología
del sentido” habla Fernández en su texto), que investiga en la profundidad del
conocimiento humano a la vez que deja visibles las capas estratigráficas sobre
las que se asienta la escritura. Las trazas indias y griegas, mexicas o mesopotámicas,
nutren un discurso que –quizá por su riguroso asiento secular– logra el milagro
de sonar muy contemporáneo. Como si Bringhurst hubiera conseguido encontrar una
especie de denominador humano común (digámoslo así para no ponernos muy
junguianos; La belleza de las armas invita
a esa lectura, aunque el autor prefiere a Frazier y su La rama dorada, como puede verse en la página 204), una philosophia perennis que no pierde
actualidad porque afecta a algún tipo de esencia
o de sustancia (táchese lo que no
proceda según ascendencias). Recomendable esta voz, que busca allí donde nadie
supone que hay algo: “oscuridad bajo el alba, / oscuridad en el hueco de la
mano; // dentro de la espina dorsal la oscuridad, la oscuridad / que hierve en
las glándulas; // la arrugada lámina de oscuridad que se / aloja en cada fisura
del cerebro; // la membrana / de la oscuridad que siempre se halla / interpuesta
/ entre dos superficies al cerrarse” (p. 101).
.
[Relación del crítico con las editoriales: Abada, ninguna; Kriller71, ninguna; Pre-Textos es mi editorial de poesía; Adriana Hidalgo, ninguna; Chiado, ninguna. Relación con los autores: Ninguna con Bringhurst, amistad con Juan Bonilla; simple correspondencia sobre sus libros con Llera, Dobry y López]
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