¿Quién protege al protector? Reflexiones a partir de
El píxel protector, de Javier Hirschfeld
[Javier Hirschfeld, exposición El píxel protector, Estudio Lagunillas, Málaga, en el marco del Upho Festival]
la moral no puede proteger lo uno sin lo otro, no
puede proteger los derechos del individuo sin proteger a la vez el bien de la
comunidad a que el individuo pertenece.
Jürgen Habermas, Europa, Fin-de-siglo
Sobre la cuadragésima cuarta ampliación he visto
mi imprecisa silueta, hacia la sexagésima
sexta el contorno de la cámara, legible
tan solo para mí. Y ya nada más sobre
los rectángulos grises con firmeza ordenados
como ladrillos de una pared, piedras de un muro
Tadeusz Dąbrowski, Te Deum
En su ensayo Gestos (1991), Villém Flusser nos
recuerda algo esencial sobre la fotografía que solemos confundir o mistificar;
lejos de su pretendido carácter “objetivo” o “imparcial”, la fotografía es,
incluso técnicamente, un arte contable entre los más subjetivos. Para el
teórico brasileño nacido en Praga, la fotografía tiene muchos conceptos
inherentes a ella, entre ellos (y más en casos particulares como el trabajo “senegalés”
de Hirschfeld) el de lugar. El lugar,
dice Flusser, “es la base para un consenso, para el conocimiento
intersubjetivo”, a la hora de hacer una fotografía. “Cuando nosotros mismos y
el hombre del aparato nos encontramos sobre esa base, no es que veamos la
situación ‘mejor’, únicamente la vemos de una manera intersubjetiva y de una
manera intersubjetiva nos vemos perfectamente a nosotros”[1].
Es decir, siendo conscientes del lugar donde
la operación fotográfica se emplaza, somos conscientes también del sujeto
fotografiado y también del sujeto que fotografía (esto es, nosotros).
En
pocos proyectos fotográficos tendrá tanto sentido hacer aseveraciones de este
tipo como en El píxel protector, del
fotógrafo malagueño Javier Hirschfeld, pues sus imágenes tienen como objeto
reflexionar sobre el estatuto cultural no sólo de los jóvenes senegaleses
fotografiados, sino y sobre todo sobre el estatuto colonial o postcolonial de
la propia imagen ejecutada. La carga cultural de los lugares, tanto el de
llegada como el de partida, cobran presencia
metacrítica en estas imágenes y las alteran. Consciente de que en Europa y
Norteamérica la imagen de los menores es protegida sistemáticamente por las
legislaciones protectoras de datos personales y de que, en cambio, esa
protección no existe en África para los menores de edad, el proyecto de Hirschfeld
hace que su mirada occidental o, mejor dicho, desarrollada (pues Senegal también pertenece a Occidente, algo que
muchas veces se nos olvida), proteja a
los sujetos fotografiados en el mismo grado en que lo haría si fueren niños
europeos o norteamericanos. Gracias a la técnica fotográfica digital, la
intersubjetividad aludida por Flusser devuelve un estatuto de igualdad y de respeto
a los chicos fotografiados, y el arte recupera su función esencial, según Boris
Groys, de “mostrar, hacer visibles realidades que generalmente se pasan por
alto”[2].
En El lectoespectador (2012) ya nos
referimos a la profunda carga semántica que tiene la técnica formal del
pixelado. El píxel, mínimo elemento de información visual, tiene en nuestros
días la significación de partícula
elemental de la imagen, con las mismas resonancias metafísicas sobre
nuestro imaginario que las partículas subatómicas. Los píxeles tienen, como los
propios intersticios de la materia, una doble capacidad sólo en apariencia
contradictoria: unen y separan al mismo tiempo. Protones, fermiones y bosones
conforman la realidad, unen los objetos en su pegamento de partícula y, a la
vez, hacen diferentes y exentas a unas cosas de otras, diferenciando sujetos y
objetos. El píxel desarrolla idéntica operación con la imagen: con la
suficiente definición y detalle crea la
imagen por acumulación, construyéndola mediante la observación a cierta
distancia (como el arte puntillista, para entendernos); pero cuando el píxel se
vuelve basto, grande, elemental, obra
el prodigio de distorsionar la imagen y de hacerla invisible. Muchas veces
vemos una imagen digital y, si carece de la debida definición, decimos que está
pixelada (como en esta serie de Hirschfeld), olvidando que pixeladas están todas. Son muchos los artistas que han trabajado a
través de la pixelización de los sujetos (Anthony Gormley, Vik Muniz, Inti
Romero, Kamil Mirocha, Barbara Baldi, Joeri Booms, Peter Buecheler, Bárbara Bargiggia,
Gio Holgersson, Haiiro Sushi), pero en la mayoría de los casos sus indagaciones
ocupaban sólo, y no es poco, los territorios del conflicto entre esteticismo e
identidad, con alguna incursión en el problema de la preservación de la
intimidad.
Hirschfeld va más
allá, incorporando la dimensión geopolítica, para lo cual juega con esa
duplicidad antes aludida, consustancial a la naturaleza elemental del píxel: la
mayor parte de sus fotografías están bien definidas, pero sus secciones
centrales están subpixeladas o
pixeladas de forma aparentemente tosca, lo que hace inviable la contemplación
del rostro retratado. El poeta vasco Rikardo Arregi explicaba la frustración
que genera el pixelado en un poema: “Ahora,
cuando me place, puedo verte / en sueños codificados en píxeles, / aunque si tu
fotografía amplío, / por falta de kilobytes palidecen / esos detalles más
apetecibles”[3].
El rostro, especialmente los ojos, es el objeto más apetecible en cualquier
retrato, pues es el objeto que revela al sujeto, el lugar que nos presenta inexorablemente la intersubjetividad, el
contacto de nuestros ojos con el ser del
otro. La identidad dialogada, en suma. Pero aquí la identidad de los chicos
senegaleses está protegida: el píxel
ya no los define, sino que los distorsiona; la definición digital no está al
servicio del desvelamiento del otro,
sino a su ocultación, a la desemejanza,
que diría Rancière[4].
De forma que nos quedamos sin ver, privados de cualquier referencia subjetiva.
Gruesos bloques de colores de color tierra, gradaciones marrones, que no sabemos si
distorsionan el color de la cara o el del entorno terroso, se interponen entre
nuestra mirada y la de los chicos (incluso entre su mirada y la del fotógrafo),
recordándonos que la fotografía no es sólo el arte de mostrar, sino también, y
al mismo tiempo, el de ocultar. Pero esa ocultación va dirigida a la mostración
de una desigualdad política: hace palpable que desde los países desarrollados
no miramos igual a nuestros menores
que a los menores pobres, quienes, por no tener, no tienen ni siquiera
protección visual. Están desprotegidos ante nuestros ojos, ante nuestra mirada
postcolonial de agresores visuales, que no reparan en límites morales una vez
superadas las bien armadas fronteras de la comodidad geográfica. Hirschfeld
impone, gracias al píxel, un filtro ético,
una limitación moral a nuestra costumbre de mirar sin mirar por los demás. Nos ofrece su renuncia a mirar. Nos brinda
su desprotección, al dejar de estar amparado por su visión de fotógrafo,
voluntariamente censurada. Queda ahora preguntarse, en consecuencia, quién
protegerá al protector de los desprotegidos. Quiero pensar que todos nosotros.
[2] Boris Groys, Volverse público. Las transformaciones del arte en el ágora contemporánea;
Caja Negra, Buenos Aires, 2014, p. 67.
[3] Rikardo Arregi, Debe decirse dos veces; Salto de Página, Madrid, 2014, p. 137-38.
[4] “Las imágenes del arte son operaciones que
producen una distancia [écart], una
desemejanza”; Jacques Rancière, El
destino de las imágenes; Politopías, Pontevedra, 2011, p. 30.
"el arte recupera su función esencial, según Boris Groys, de “mostrar, hacer visibles realidades que generalmente se pasan por alto".
ResponderEliminarHe leido y escuchado muchisimas definiciones de arte (o de su función), pero esta de Groys me parece bastante chocante, ya que viene superlativizada por el adjetivo "esencial": mostrar realidades inadvertidas. Es decir, Groys ha descubierto el periodismo de investigación, dicho respetuosamente: ha descubierto al Pequeño Nicolas.
Un saludo y enhorabuena por el blog, que está entre mis favoritos
Bueno, a lo mejor el adjetivo "esencial" era algo exagerado, pero lo cierto es que en esas líneas dice que mostrar realidades inadvertidas es la función del arte. Saludos.
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